Disclaimer: Nada nos pertenece ^^
Prefacio
Se acariciaba el vientre abultado bajo el vestido mientras bebía un refresco cerca del balcón. El aire que entraba por las ventanas ondeaba su pelo y acariciaba su cara. Deseaba poder salir, poder dar un paseo. Llevaba encerrada demasiado tiempo, su marido había salido junto a su hijo y estaba muy aburrida, sola en casa.
Su esposo no quería que saliese y más cuando el embarazo estaba tan avanzado. Pero no podía reprimir las ganas de respirar aire fresco aunque sólo fuera durante unos minutos. Regresaría antes de que Draco y Scorpius volvieran.
Apareció en el Caldero Chorreante, sintiendo cierto mareo cuando lo hizo. Nunca se le había dado bien aparecerse, pero parecía que el embarazo intensificaba los efectos. El dueño del bar la miró sorprendido y luego sonrió.
—Cuanto tiempo sin verla, señora Malfoy. —Recorrió la vista por el bar y volvió a mirarla—. ¿Va a salir usted sola?
—Sí. No se preocupe, sólo daré una vuelta.
El hombre asintió no muy convencido.
—Hasta luego —se despidió la mujer.
Cuando salió a la calle se dirigió a uno de los parques muggles más cercano. Había elegido un lugar no mágico para no tener la mala suerte de encontrarse a su marido por sorpresa, pues él jamás estaría por allí voluntariamente.
Mientras caminaba veía a los niños jugar y corretear, las madres hablando sentadas en los bancos de madera y algún que otro perro intentando deshacerse de la correa que lo sujetaba a un árbol. Sintió otro mareo y se detuvo para buscar algo a lo que aferrarse, pero no había nada salvo un muggle que se acercó a ella preocupado.
—Señora, ¿se encuentra bien?
—Sí, no se preocupe es sólo un peq…
No pudo terminar la frase; se había desplomado sobre el hombre repentinamente.
El sonido de una ambulancia se escuchó entre el murmullo de muggles que la rodeaban.
Entró sin prestar atención a la anciana que casi cae cuando pasó por su lado. Miró a su alrededor y empezó a correr sin saber muy bien a dónde se dirigía. Pronto se vio interrumpido por un hombre con bata blanca que lo miraba con superioridad.
—No puede correr en un hospital, señor.
Draco lo miró con odio, pero antes de decir nada el hombre continuó.
—¿Quién es usted?
—¿Dónde está mi mujer? —preguntó con urgencia, ignorando al hombre.
—Si me dice quién es…
—Soy Draco Malfoy y exijo ver a mi… —Fue interrumpido por el médico que lo miraba con demasiada tranquilidad.
—Debería sentarse, debo decirle algo —empezó diciendo el hombre.
—No quiero sentarme. —Asqueroso muggle, le hubiera gustado soltar, pero se contuvo.
—Su mujer se desmayó —habló entonces el médico— y la ambulancia tardó demasiado en llegar. No pudimos hacer nada más por ella, pero logramos salvar a su hija.
El rostro de Malfoy se endureció y, sin pensarlo siquiera, empezó a correr hacia la habitación por la que había salido el muggle. Dentro había dos habitaciones separadas por un cristal. Cuando miró hacia la habitación contigua pudo ver una cama donde se distinguía una figura tapada con sábanas. Antes de que recapacitara sobre lo que veía, escuchó la voz de alguien a su espalda.
—Señor, ¿es usted el padre? —preguntó una enfermera que llevaba un bebé en brazos.
Draco desvió la mirada y observó el pequeño bulto que tenía en los brazos. Se acercó lentamente y vio cómo una pequeña mano se extendía en dirección a él. Como acto reflejo acercó su propia mano y dejó que la pequeña manita sujetase uno de sus dedos. Cuando miró a su hija, ésta abrió los ojos, unos ojos verdes muy parecidos a los de su mujer. Y entonces lo comprendió todo y, al girar la cabeza hacia la figura oculta bajo las sábanas, supo que nunca más volvería a verla. Y supo que eso jamás habría ocurrido en el mundo mágico. Todo había sido culpa de los muggles.
28 agosto de 2017
Todo parecía tambalearse. Las paredes crujían y el techo parecía a punto de ceder sobre sus cabezas. Henry observada a su compañero y le hizo señas para que salieran de allí.
—Esto está apunto de caerse. ¡Salgamos!
Tom hizo un gesto afirmativo, pero ambos se detuvieron al escuchar un sonido proveniente del interior de la casa. Se miraron para asegurarse de que habían escuchado bien, pero sus dudas se disiparon cuando el sonido se escuchó de nuevo y más claro.
—Pide refuerzos —le dijo a Tom.
Henry caminó despacio hasta la habitación medio abierta que tenía en frente y se acercó para abrirla del todo.
—Soy el jefe de bomberos, ¿hay alguien ahí?
Nada se escuchó salvo el mismo sonido de antes: un sollozo que llegaba desde la esquina de la habitación. Henry vislumbró una pequeña figura acurrucada al final de la sala y se asombró de que la estancia estaba en mejor estado que el resto de la casa. Cuando se acercó a la figura pudo ver que se trataba de un niño, no mayor de diez u once años, que lloraba aferrado a un palo como si eso pudiese salvarle la vida.
—Tranquilo, voy a sacarte de aquí. No te preocupes.
Antes de que pudiese alargar los brazos y coger al niño, unos hombres vestidos de negro se le adelantaron. Henry se incorporó de golpe y vio cómo le daban el niño a una mujer y lo sacaban hacia fuera.
—¿Quié…?
—Somos el refuerzo. Salga de aquí.
Henry obedeció y salió tras los hombres. Pudo ver que el niño no se mostró reacio a ir con esa gente y se tranquilizó por ello. Pero al ver a su compañero se acercó a él.
—Tom, ¿quién es esa gente?
—No lo sé, pedí refuerzos y llegaron ellos.
Cuando el jefe de bomberos volvió a mirar ya no había nadie en la calle y la casa estaba completamente derruida.
Una mujer se levantaba de su silla con cierto enfado mientras que el hombre sentado frente a ella la miraba fijamente.
—Es la mejor opción —afirmaba la mujer—. Podría averiguarlo si usted me dejara. ¿Qué puede pasar?
—Que pierda a uno de mis mejores compañeros —puntualizó el hombre.
Ella volvió a sentarse y se tranquilizó antes de volver a dirigirse a su jefe.
—Sólo será hasta que consiga averiguar todo lo que pueda y poder cogerle a tiempo.
La mujer pudo ver la duda en el rostro del hombre y continuó para ganar terreno.
—De todas formas no será peligroso. —Su jefe levantó la mirada y la clavó en ella—. Sólo usted sabrá que estoy allí por esto. Nadie debe saber para qué vaya.
Esta vez fue él el que se levantó de la silla y se acercó a la ventana que había justo detrás de él. Tras largos segundos, el hombre se dio la vuelta y miró a su compañera.
—De acuerdo. Pero prepárate durante dos años, mientras intento colarte, y si para entonces considero que estás preparada, te dejaré entrar en Hogwarts.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer y se levantó para marcharse.
—Una cosa más —empezó a decir su jefe—, cuando estés en el castillo, vigila a los alumnos.
Algunos magos caminaban despacio, otros corrían junto a sus hijos que tiraban de ellos y otros hablaban con viejos amigos mientras sus hijos esperaban para subir al Expreso de Hogwarts.
Draco Malfoy andaba entre el gentío mientras miraba a su alrededor distinguiendo a los magos y brujas que allí se congregaban. Pronto pudo distinguir a un grupo de magos que no pasaban desapercibidos para nadie. Todos reconocían a Harry Potter, el salvador del mundo mágico. Percibió cómo los Potter y los Weasley lo miraban e hizo un simple gesto de cabeza a modo de saludo.
Escuchó una voz a su lado que lo sacó de sus pensamientos.
—Levanta la cabeza y no te juntes con nadie que no te merezca —decía Astoria Greengrass a Scorpius Malfoy.
Después de la muerte de la señora Malfoy, se fueron a vivir a la Mansión Malfoy, ya que no se veía capaz de criar a dos hijos pequeños él solo. Varios años después se enteró de la viudedad de Astoria y la eligió como compañera. Sabía que ambos tenían pensamientos parecidos y que sería una buena elección para el cuidado de sus hijos.
Draco se agachó para estar a la altura de su primogénito y éste lo miró a los ojos.
—Sé que serás un buen Slytherin y que serás el mejor en todas las áreas. Procura no dejar que nadie te supere en nada y todo te irá bien.
Después le dio una palmada en la espalda y vio cómo entraba en el Expreso. No habían sido unas palabras para un niño de once años corriente, pero él sabía que Scorpius lo había entendido perfectamente.
