Disclaimer: Estos personajes, no me pertenecen -aunque si quisieran darme un regalo, este sería perfecto-, son creación del fantabuloso Craig Bartlett y distribuídos por Nickelodeon. Los lugares y las marcas que apareceran, tampoco son mías. Sólo la historia que aquí presento, basada en la creación más perfecta de Craig -mi ídolo-, es mía y, de todo corazón, espero que disfruten leyéndola, como yo escribiéndola.
¿Cómo vivir contigo?: Comenzando a madurar.
~Prólogo~
A los 17 años se rompen las reglas. Las chicas usan lápiz labial rojo furioso, fuman a escondidas por la ventana de su habitación, beben margaritas en un vaso de papel y besan a chicos en las fiestas. Los chicos se desabotonan la camisa, compran tabaco, beben cerveza de un barril y siempre están listos para la acción. Pero hay acciones que tienen consecuencias y, tarde o temprano, nos enfrentamos a ellas.
Curiosamente, esta historia no empieza a los 17, empieza a los 4, cuando una niñita escucha por primera vez palabras dulces hacia ella.
-Me gusta tu moño, porque es rosa como tu ropa.
Y ella no dijo nada, pero sí que lo sintió. Nadie había notado su moño antes, ni que vestía de rosa o que siquiera existía. Pero ese niño con una extraña cabeza la vio y, ese pequeño acto, cambió la dirección de los hechos futuros completamente.
Pero volvamos al día de hoy. Con 17 años, los niños ya no quieren ser niños y están buscando nuevas experiencias. Algunos buscan novias, otros marcharse de casa y otros simplemente sobrevivir a su último año de secundaria.
En Hillwood, las cosas están cambiando y hoy, justamente en este día, las cosas se saldrán de control.
Una chica desempaca la última caja en su nueva habitación. Es increíble que con sólo diecisiete años pudiese estar viviendo sola. Bueno, casi. Sus padres se marcharon para ayudar a su hermana durante el embarazo y nacimiento de su primer hijo y ella, obstinada como toda una Pataki, no quiso perderse las aventuras de su último año de secundaria. Así que con sus ahorros y la cuantiosa suma de dinero -que no podría gastar ni en cinco años- que le dejó su padre en una cuenta de ahorros, además de la renta a doce meses que pagaron por adelantado, ella es su propia adulta responsable.
Helga G. Pataki disfraza su inconmensurable felicidad tras su ceño fruncido. Sí, ya no existe su uniceja pues, tras una de las exclusivas y usuales pijamadas de Rhonda Loyd, durante una broma que no resultó como deseaban, encontraron la belleza escondida tras la herencia de Bob. Su mejor amiga Pheobe casi sufrió un colapso cuando su amiga la video llamó para contarle la situación luego de que sus padres se despidieran de ella marchándose rápidamente al aeropuerto.
Es que nadie pensaría que Robert -Bob- Pataki dejara que su hija adolescente -casi adulta- se quedara sola, rentara una habitación, con todo el dinero que pudiese imaginar y con un auto último modelo para transportarse. Lo que nadie sabía, era que lo hizo para que la rubia no cumpliese con la promesa de hacer su vida miserable en Los Ángeles donde su rayito de sol estaba teniendo su soñada vida. Así que cuando la pequeña chica asiática recibió la noticia entre sus clases en el campamento de medicina, nadie dudaría que casi explotó. Mucho más cuando supo en el lugar donde residiría por el resto del año.
La casa de huéspedes Sunset Arms siempre estaba repleta de personas, pero los jóvenes que desfilaban por sus pasillos habían dejado de hacerlo hace muchos años, cuando Arnold Shortman, después de encontrar a sus fabulosos y aventureros padres con la ayuda de sus amigos, decidió quedarse con ellos, dejando en el aire muchas promesas que apenas alcanzaron a ser pronunciadas. Para Phil y Gertie, el tiempo había pasado con lentitud. Aunque se veían igual que en sus mejores años, la edad a veces les pasa la cuenta. Los amigos de su nieto algunas veces los visitan, sobre todo Gerald y, en secreto, Helga. Casi siempre para prepararles la computadora para que ellos hablen con los miembros de la familia que se quedaron en la lejana San Lorenzo.
A veces Helga se queda a escuchar la conversación y suspira cuando resuena la voz risueña y optimista que tantas veces extrañó en los 6 años que ha estado lejos. Él preguntó por ella algunas veces, pero los abuelos solían cubrirla y decir que no la habían vuelto a ver. Oh, ¿Se preguntan la razón? Ella está molesta con él. Bueno, lo estaba. No besas a una chica que te ha amado por años y luego decides abandonarla. Aunque realmente no la abandonó. Intercambiaron algunas cartas informales cuando aún no conseguían una computadora que funcionara en medio de la selva, pero eso ya no importaba. Ella dejó de responderlas. Y después de leerlas. Y luego simplemente dejaron de llegar. Para ese entonces, y con la sabiduría de otra niña abusona que se convirtió en una adorable y aguerrida anciana, se enteró por Pookie que el rubio -cabeza de balón traidor- tenía una novia con toda la fuerza latina. Eso la destruyo y decidió enterrar su amor en un rincón, para sellarlo bajo cadenas y tirar la llave. Y ahora, cuando menos podría habérselo esperado, terminó en el lugar donde tantas veces entró a escondidas. Donde deseaba haber pasado la tarde haciendo la tarea o recostada en el suelo tomada de la mano del niño bajito, mirando el cielo nublado de septiembre.
Cuando los abuelos y su padre hicieron el trato -y se quedaron bajo el título de guardianes- y le informaron que nueva residencia sería la que le perteneció al rubio, ella sonrió mientras su ojo tenía un tic que amenazaba con hacer que salga de su órbita. No era lo que esperaba, pero aprendió a conformarse y adaptarse. Después de todo, esa vista, la posibilidad de subir al tejado, la independencia de la escalera de emergencias eran puntos fuertes a su favor. Y esa vía de escape sólo la compartía con una habitación que ahora estaba ocupada sólo por los recuerdos de la niñez del traicionero que robó, ilusionó y rompió su corazón. Sí, este año definitivamente podría mejorar. Más ahora que su amiga estaba de camino a visitarla pues, al enterarse de la libertad que Helga había adquirido, no dudó en marcharse en un dos por tres y dejar atrás la última semana de campamento. Además de que aquello era la excusa perfecta de sorprender a su novio antes de lo esperado.
El timbre de la casa de huéspedes siempre sonó diferente a las demás casas del barrio. Quizás porque el sistema de sonido que permite que se oiga en todo el edificio, cambia el tono y lo hace sonar más alegre. Pero ella no lo escuchó. Lo que si escuchó fueron las celebraciones y sonidos de sorpresa de todos los inquilinos que rondaban inocentemente la cocina, en espera de la famosa cacerola de patatas de la abuela. Helga sonrió. Adoraba los olores y los ruidos. Era agradable el cambio que, ya que en su casa todo era molestia, aburrimiento y soledad. Tomó un par de toallas rosas y se metió al baño privado que habían construido hace poco en la habitación. Era el único cambio que había solicitado, ya que al ser una chica que había descubierto el placer de ser una chica en serio, adoraba tomar baños, tener un gran espejo, probarse ropa y maquillaje a juego. Aunque eso nunca lo admitiría frente a sus compañeras. Encendió el equipo de sonido que venía incluido. Todos los arreglos de la habitación que había hecho el rubio en su niñez eran increíbles. Cama automática, sonido automático, luces automáticas, todo manejado a control remoto. Era perfecto.
El ruido estaba tan alto que no prestó atención al barullo inicial y rápidamente lo olvidó. Quería que esta cena, la primera cena en su nuevo hogar fuese especial, así que quería verse y sentirse a gusto. Fue por eso que no escuchó cuando alguien entró a la habitación. Alguien que parecía confundido y extrañado al ver todas esas cosas que parecían fuera de lugar, aunque muy bonito y organizado.
Él muchacho alto y rubio, bronceado por las largas horas que pasó recorriendo montañas y colinas, respirando aire puro y viviendo una vida de ensueño no notó cuando la puerta del baño a su espalda se abrió. Él hurgueteaba un pequeño libro rosa que tenía grabado en letras doradas "Volumen XX". Tenía el leve recuerdo de haber sostenido una pieza similar, pero no podía recordar cuando ni por qué. Fue por la música de Aerosmith y la laguna mental que tenía al ver la libreta en el escritorio que no la vio. Ella tampoco lo hizo, pues el vapor le nublaba la visión. Y cuando ambos distraídos chocaron en medio de aquella habitación, las cosas se pusieron locas.
Todo comenzó con el golpe de frente, luego un pequeño quejido y una toalla en el suelo dejando un cuerpo desnudo. Siguió un grito y una mano sobre la boca de una desconocida, luego el enrojecimiento de nivel medio a completo de un chico descuidado, para terminar con ambos dándose la espalda. Helga Pataki había mostrado todo su cuerpo a un hombre al que ni le vio la cara y Arnold Shortman había visto todo el ser de una mujer que, aunque parecía reconocer, no podía parecerle más distinta.
- ¡Fuera de mi habitación, pervertido! -, lanzó con furia-. ¡Llamaré a la policía!
- ¡Lo siento mucho! -. Admitió avergonzado-. No sabía que había alguien viviendo aquí. Esta solía ser mi habitación.
Y, mientras ella ajustaba la toalla sobre sus pechos desnudos, esa declaración formó el rompecabezas que no había podido entender hasta ahora. Se volteó lentamente, con el pánico y la vergüenza en sus ojos y, aunque intentó evitarlo, un ligero rubor tiñó su piel.
- ¿Arnold? -Fue como un susurro más que una palabra real, pero eso fue suficiente para que él pudiera entender al fin quién era la mujer que, en un principio no había reconocido.
La luz de la tarde ya comenzaba a oscurecer la habitación y, esa oscuridad, hacía parecer todo más íntimo. Él se volteó lentamente, con suavidad y quedó frente a ella. Boquiabierto, desconcertado y con una incomodidad en los pantalones. La piel lechosa de ella parecía un poema. Cuando la toalla se cayó, aun sin reconocerla, le pareció que ella era sensual. Con uno busto lleno, con una cintura definida, con unas largas piernas. Perfecta. Ya no era la niña uniceja que besó en medio de la selva, que era ruda y se vestía con ropas anchas toda de rosa. Era una mujer.
- ¿Helga? -Su voz tembló, como todo en él-. ¿Eres tú? -. Y dio un paso más cerca de ella. Con lentitud-. Lamento esto, no sabía que estabas aquí… No debí… No debí verte.
Y aún con lo avergonzada que estaba, con la proximidad y la intimidad del momento, ella no estaba dispuesta a dejarse llevar tan rápido. No con él, que llegó frente a ella como una simple aparición y, claramente, no después de que él le rompió el corazón.
-Fuera de aquí, cabeza de balón-. Gruñó por debajo de su tono de voz normal. Calmada, pero decidida-. Eres un maldito pervertido.
Y con eso se escapó de su campo de visión metiéndose al baño. Él suspiró, abochornado. Ella tenía razón. Se metió en la habitación y se quedó allí, viendo que estaba ocupada por alguien. Además de que la vio completamente desnuda y no hizo nada para irse. Helga en su habitación, en su casa. Nunca pensó que su reencuentro fuese así. A pesar del tiempo y de sus romances ocasionales, la había extrañado, pero al verla, realmente verla de esa forma, se dio cuenta que la extrañaba más de lo que pensaba y de lo mucho que se perdió de su vida. Sabía que para que Helga olvide esto pasaría un muy largo tiempo.
-Lo siento, Helga-. Dijo, aunque él no estaba seguro de ella estaba escuchando-. Realmente lo siento.
Pero ella si escuchó, sentada en el piso del baño con la espalda afirmada sobre la puerta y la luz apagada. Escuchó lo que dijo y sus pasos rápidos hasta la puerta. Él, de todas las personas en el mundo, la vio desnuda. Él llegó desde San Lorenzo hasta Hillwood. Él, la única persona que la haría querer irse de ese acogedor nuevo hogar. "Estúpido cabeza de balón", pensó. Y lloró. Lloró por la vergüenza de que, por primera vez, un chico la vio desnuda, pero más que eso lloró por lo mucho que la había lastimado durante todos estos años. Todo lo que había luchado para que la vea, todo lo que él le prometió, todo lo que ella lo extrañó, pero él idiota sólo se buscó una nueva novia y la olvidó. No. No lo iba a perdonar tan fácil. Ella ya no era la ruda y abusiva niña que intimidaba a sus compañeros, pero definitivamente no iba a perdonarlo así de fácil. Por mucho que aún lo quisiera, en su corazón no hay suficiente espacio para que vuelva a ser siquiera su amigo.
-Te quiero, imbécil-, dijo entre sollozos-. Pero te odio de igual manera.
Y así empieza esto. Un día cualquiera en Sunset Arms, en el que este pequeño hecho hará que todo tome un giro inesperado, tal como lo hace la vida misma.
Comentarios finales
Bueeeeeeeeeno, ésta es mi primera historia en esta cuenta. Me siento taaaaan jóven :') jaja
La verdad es que no es la primera historia que escribo, pero sí es la priemera historia en mi nueva cuenta. Este es mi renacer como escritora, pues hace mucho tiempo no lo hacía. No lo he pasado bien, pero he encontrado alivio en las palabras y espero que, así como a mi me distraen y me divierten, a ustedes también les resulte igual. Esta historia tiene de todo, comedia, drama, suspenso, incluso por ahí pondré cosas picantes que van a sonrojar a cualquiera, están avisados, jaja.
Espero que tengan un gran día y que amen como llevo los personajes como yo los estoy amando. Aún no decido un tiempo de publicación, pero a penas lo tenga se los informaré. Cualquier duda o pregunta que quieran hacerme, pueden dejar un comentario y prometo que se los responderé por interno si es privado o afecta la historia, o por este mismo lugar.
De antemano les agradezco que hayan llegado hasta aquí y nos leemos en el siguiente capítulo! Próximamente estaré actualizando mi perfil. Os quiero.
Atte., una desconocida buscando su identidad :*
