Hola. Esta será mi historia sobre una sobreviviente de las llamaradas, que ocurre en paralelo a la estadía de los chicos en Cruel, antes de que fuesen enviados al laberinto. No se asusten, ellos aparecerán más adelante! Si están muy ansiosos, creo que debería advertirles que eso no pasará dentro de poco.

Esta primera parte, más que un capítulo, se podría considerar una introducción, para entrar en tema y entender un poco la historia pasada de la protagonista. Con suerte el primer capítulo lo subiere el sábado o el domingo.

Tengo que mencionar también que la historia se dividirá en tres parte porque si no sería muy extensa. Y por cierto, el título de este es "Days Gone Bye", y para los que han leído o visto The Walking Dead esto tendrá un sentido. Por mi parte adoro la serie y por eso le he puesto el nombre del primer episodio a esta parte de la historia.

EN FÍN, ESPERO QUE LES GUSTE, Y GRACIAS POR LEER!

Él día que llegué a mi nuevo hogar, acompañada únicamente con mi madre y un bebe en camino, tendría alrededor de dos años de edad, y quizás unos cuatro meses. Por ese entonces no entendía muy bien que ocurría. Según mi madre, solo me dedicaba a mirar mí alrededor, observándolo todo con mis enormes ojos avellana. Ella contaba entre divertida e intrigada que jamás lloré, lo cual nunca me resultó lógico, pero no la contradecía. A fin de cuentas su palabra era sagrada.

En esos momentos nos hallábamos haciendo nuestro supuestamente típico viaje anual por la carretera. Visitábamos algunos cuantos Estados para luego volver abatidas a casa pero con una gran satisfacción. Nadie en mi familia se caracterizaba por quedarse mucho tiempo quieta en un lugar y debe ser por ese motivo que mi madre organizaba los dichosos viajes. El de ese año sería corto. El pequeño Michael estaba en camino, de apenas algunas semanas. Lo médicos le habían prohibido recorrer las rutas en el auto como siempre, pero mi mama solo prometió que acortaría el trayecto… De una forma u de otra nunca regresamos a casa, las llamaradas solares llegaron hasta la tierra cuando nuestro auto se aproximaba a la que sería nuestra próxima ciudad de pertenencia, Kansas.

Aun me pregunto como hizo mi madre para salvarnos. Supongo que ese es uno de los motivos por la cual la admiro tanto. Ella no quiso hablar de eso por mucho tiempo, más del que me hubiera gustado, pero finalmente, cuando considero que ya era tiempo de contarme lo ocurrido, ella me dijo que nos metimos en plena ciudad y sin dudar, fue en busca de una estación de subtes para refugiarnos bajo tierra. Aun así, con los mejores esfuerzos, terminó con varias heridas al igual que yo. En mi brazo derecho tengo una gran quemadura que siempre oculto. Mi madre quedó mucho peor, pero nunca pareció importarle.

El relato decía que cuando salimos de los calurosos subterráneos, luego de un par de días de una hambruna casi total, alzamos nuestras cabezas al cielo y vimos cómo se había teñido de un naranja con manchas rojas. En conclusión, nuestras vidas y la del resto de los seres vivos habían dado un vuelco horriblemente inesperado. Algún tiempo después nos enteramos de que los polos se habían derretido, inundando completamente varias ciudades. Entre ellas Nueva Orleans, mi ciudad de origen.

Mi hermano nació nueve meses después, en un hospital casi destruido. Apenas tenían los recursos necesarios y se puede decir que por poco no los perdí a ambos aquel día. Yo había cumplido los tres hacía ya un mes.

Como unos doce años después, nos hallábamos los tres instalados en una de las casas a las afuera del centro de la ciudad. Había sido abandonada después de las llamaradas. Probablemente sus propietarios habrían fallecido… La gente se había esforzado por reconstruir sus vidas pero ya nada importaba, muchos se suicidaban, otros simplemente morían por causas naturales.

La ciudad había creado grandes muros para alejarnos de todo. Ciertamente era una suerte que no tuviéramos ni amigos ni familiares cercanos. Los habríamos dejado a todos.

La casa era una típica vivienda bien arreglada, en una calle con pendiente. Por esa zona, todas eran iguales y estaban una al lado de la otra. Se notaba que sus dueños se habían esmerado mucho en arreglarla, lo cual causaba bastante tristeza si se lo pone uno a pensar. Tanto esfuerzo en vano… Cuando nos la asignaron estaba un poco abandonada pero bien decorada y tenía todo lo esencial. Durante el tiempo que estuvimos allí los muebles no variaron, pero mi madre quitó todos los cuadros de la antigua familia, los puso en una caja y los guardo en el ático.

Ella nos crio lo mejor que pudo, tratando de prepararnos para lo peor… Cuando la enfermedad se propagó por la población, nos obligó a usar mascaras constantemente y aprender a defendernos. Bueno, no a los dos, Michael nunca se interesó en eso, pero le encantaba verme ir a algún lugar alejado, como un baldío, y practicar con nuestra mamá…. Ella era la mujer más decidida y valiente que jamás conocí. Tenía unos ojos enormes color avellana con grandes pestañas. En eso éramos idénticas. Mi hermano tenía los ojos azules contrastando con su cabellera marrón oscuro. Debía tener los ojos de mi padre. ¿Cómo lo sé? Porque cada vez que tocábamos el tema de los ojos de Michael mi madre desviaba la conversación, como si fuese pecado hablar sobre ello. Aun hoy me pregunto cuál habrá sido el destino de ese hombre… Supongo que no debería, a fin y al cabo nos abandonó apenas se enteró de que tendría un segundo hijo.

La verdad es que éramos un trio de raros. Mi madre era bajita, delgada al extremo, pelo corto y levemente ondulado. Mikey también era bajo y su peso iba en aumento. Para ser honesta, era el consentido y cada vez que escaseaba comida yo le daba la mía, aunque él se quejaba eh insistía que no era justo, terminaba por aceptar. Finalmente estaba yo. Llegaría a un metro sesenta, como mucho. Flaca. Sin músculos. Mis orejas eran pequeñas al igual que mi nariz. Mi labio inferior era mucho más grande comparado con el de arriba lo cual me hacía sentir rara aunque para mi mama era algo lindo… Tenía unas grandes cejas un poco disparejas. Mi pelo era de un castaño oscuro con toques cenizas que me pasaba unos cuantos centímetros los hombros. Siempre despeinado, alborotado, supongo que lo único que apreciaba de este era que bajo el sol algunos mechones se tornaban dorados. La verdad es que no me gustó nunca tener ondas pero a mi madre le encantaba… bueno, era una madre, por supuesto que yo era hermosa ante sus ojos. Pero aun así siempre prefería llevarlo atado, aun cuando eso significaba resaltar mi rostro, el cual, según yo –y algunos otros chicos de la ciudad - no era muy agraciado.

Mi madre, en esos doce años, consiguió un trabajo que no tenía mala paga pero obviamente eso se debía a algo. No muchos se arriesgaban a tomarlo, aun cuando sabían que morirían de hambre o frio, o por cualquier cosa. Simplemente era un trabajo horrible, y siempre se lo dije. Se dedicaba, en pocas palabras, a explorar el más allá de los muros, buscando quien sabe qué cosa. Tal vez sobrevivientes, pero era más probables que recursos.

A la edad de ocho años, mi madre me confió a Mike, para que yo lo cuidase durante el día, mientras ella se ausentaba. De esa manera comenzó a crearse una rutina, la cual, puedo decir, no aprecié lo suficiente en su debido tiempo. Ella se despedía de nosotros por la mañana, cuando por lo general mi hermano dormía y yo estaba juntando fuerzas para levantarme y hacer el desayuno, para luego volver a la noche. Usualmente la recibíamos con la cena ya servida. Extraño esos momentos en familia, ella amaba contarnos todo lo que había vivido en el transcurso del día mientras que nosotros adorábamos escucharla. Era como el cuento perfecto antes de dormir.

Sin embargo, un día lo cambio todo…