Un pequeño dios de la lujuria
Parte I
Advertencias: Yaoi, Lemon, OOC, Modern AU (años 50/60 en EEUU, probablemente), Anthropos o Furry o como quieran llamarle a una persona con rasgos animales. No hay spoilers ni nada: pueden leerlo sin saber qué miércoles es Shingeki no Kyojin.
Desde que mis jefes decidieron ascenderme a socio -una manera elegante de duplicar mis responsabilidades- he tenido que acostumbrarme a esto. Primero, el tabaco importado. Debí practicar en mi casa para dejar de toser cada vez que me ofrecían uno. Después, las citas en bares pseudo clandestinos donde llovía el alcohol. Para eso sí tengo una habilidad innata, por suerte. Y después, infaltable: las prostitutas. Me voy a morir esperando a que alguno de estos supuestamente perspicaces empresarios que nos quieren como clientes descubra que me importan un rábano las mujeres. Y justamente porque no me mueven un pelo, tengo perfecta consciencia en todo lo que hay de monstruoso en que casi su única salida laboral sea el trabajo sexual. Mientras las sientan a mi lado no puedo evitar preguntarme cómo serán sus hijos y si fingen esas sonrisas artificiales para comprarles el pan. Mi colega, Mikasa Ackerman, es tan capaz como yo o más, pero sé que nunca le habrían ofrecido ninguno de los múltiples ascensos que ligué los últimos tres años. Simplemente, porque es mujer y, ¿qué se hace con una mujer en estas reuniones a las que estamos constantemente obligados? Ja. Apuesto lo que sea a que Mikasa disfrutaría estos puros mucho más que yo. Malditos estereotipos.
Como sea, acá estoy, mal pero acostumbrado, como decía. Ya soporté tres puros repugnantes, tomé al menos un litro de alcohol y miré con asco a tres trabajadoras sexuales. La reunión no marcha bien. El presupuesto que me proponen es exorbitante. Solo son dos spots televisivos, quizás la posibilidad de hacer alguno más en el futuro, no una isla con sus habitantes adentro. Todos sabemos que al menos la mitad de ese presupuesto es para el tabaco, el alcohol y las mujeres que entregarán como cosas a su próximo cliente. O que se entregarán a sí mismos, no sé. No me están convenciendo ni un poco.
De pronto, el tipo rubio alto que se había mantenido callado hasta ahora, Smith no sé cuánto, me sonríe.
-Me da la impresión de que el caballero no se siente cómodo en la compañía de las señoritas.
¡Al fin uno que se da cuenta! Con un gesto, las hace retirarse. Pero entonces me preocupo porque agrega:
-Yo sé exactamente qué necesita usted. Acompáñeme.
Esto se sale del plan. Una cosa es que me quite de encima a las chicas, lo cual le agradezco, pero otra muy distinta sería que pretenda que lleve adelante toda la reunión con un muchacho en mis rodillas. Puede haber cierta tolerancia con quien no gusta de las mujeres, pero reconocerse en público como un invertido hundiría la carrera de cualquiera. Mi horror aumenta en la medida en que continúa con sus advertencias.
-Esta mercancía es especial, caballero. Confío en que sabrá ser discreto. -Explica, mientras atravesamos distintos velos y cortinas.
Finalmente, abre una pequeña puerta y me indica que entre. Quedo estupefacto porque lo primero que veo son las gruesas cadenas. Siempre supuse que detrás de la mayoría de los casos de prostitución había algo más turbio, pero ya tener una persona encadenada en un cuartito es una crueldad extrema a la que no sé cómo reaccionar. El muchacho que aguarda semidesnudo en el centro de la habitación debe de tener 17 o 18 años. Durante un segundo ruego que tenga 18, aunque la verdad, tenga la edad que tenga, cualquier cosa que pase será ilegal. Como sea, mi sorpresa aumenta luego: el joven en cuestión tiene orejas. O sea. Orejas de gato. Intento decirme a mí mismo que deben de ser una vincha, un fetiche extraño para clientes especiales, no obstante el hecho de que vayan acompañadas de una cola cuyos movimientos son todo menos artificiales me hace dar un respingo.
-Lo dejo aquí un momento para que… se relaje, y luego pueda considerar más seriamente nuestro contrato. –Murmura Smith. –Puede hacer lo que quiera. Le gusta que le den órdenes. La única regla es que no debe quitarle el collar.
Y antes de que pueda decirle que esto es una locura, que me saque de acá, que ni mierda que voy a reconsiderar su contrato, me cierra la puerta en la cara. Siento la mirada insistente del chico a mis espaldas y me volteo. Sus ojos son de un color intenso pero indescriptible, con brillos verdes y dorados. Durante un segundo, creo comprender el hechizo que hace que los hombres comunes olviden que las mujeres por las que pagan son personas. Quiero irme de este lugar pero no puedo. Necesito acercarme, necesito verlo más de cerca.
Camino lentamente, no sé cómo va a reaccionar. No sé si habla. En realidad, ni siquiera sé qué es. Cuando acorté suficiente la distancia, es él el que se mueve: gatea, literalmente, hasta mí y me lame los pies. Luego refriega la cabeza contra ellos. Escuchar el tintín de las cadenas mientras se mueve me perturba de un modo insoportable. Así que me acuclillo y lo agarro de los hombros para levantarlo y enfrentarlo.
-Voy a sacarte esto ya mismo. –Digo y empiezo a forcejear con el collar.
Él me observa con curiosidad. Reviso por todos lados pero no parece tener botones ni cierres ni nada que me permita desabrocharlo. Resoplo.
-¿Qué es esto? ¿Cómo te lo saco?
Él inclina la cabeza hacia un costado y responde con una voz aguda, sibilante, con tanto acento que casi parece que cantara.
-El collar es el hogar.
Lo miro angustiado. Qué carajo se supone que quiere decir eso. Toco las cadenas, que son macizas y definitivamente no se sienten hogareñas.
-¿Cuántos años tenés?
Sonríe con coquetería mientras se cubre parcialmente la boca con la cola.
-Más de los que el señor podría contar.
Debo de estar en una pesadilla. O en un sueño. Qué es esto, por dios.
-¿Es decir que sos un dios o algo así?
-Algo así. –Maúlla.
-¿Y te atraparon con algún conjuro o una cosa por el estilo?
Se encoge de hombros y, entornando los párpados, se lame el dorso de una mano.
Me dejo caer hacia atrás, exhausto de esta situación irracional que me supera completamente. Me siento de un modo despatarrado y pienso que puede que se me rompa alguna costura del traje carísimo que llevo puesto.
-¿Qué podemos hacer entonces?
Se lame los labios y por un momento deja la punta de la lengua sobre uno de sus colmillos.
-El amor. –Responde con sencillez, en esa voz meliflua como un ronroneo.
Niego con la cabeza.
-No puedo hacer el amor con una persona encadenada.
Él imita mi gesto con cierta expresión burlona.
-Yo no haría el amor si no estuviera encadenado.
Me siento incómodo. Su belleza me perturba, puedo sentir en todo mi cuerpo el deseo por él. Pero al mismo tiempo, el collar es lo único que veo.
-Quiero liberarte. No me importa ninguna otra cosa. Decime cómo hago para liberarte.
-El señor puede comprar el collar.
-No quiero comprarte, sos una persona… o al menos parecés una persona. ¿Y si llamo a la policía? ¿La justicia no debería poder hacer algo en esto?
Frunce el ceño y huele en el aire, como si hubiera aparecido un repentino hedor.
-Nada de policía. El señor debería comprar el collar.
Suspiro. Todo está mal en esta situación, se lo mire por donde se lo mire. Él sonríe.
-Yo sé lo que le gusta al señor.
Y se inclina hacia mí. Pienso que va a besarme y, a pesar de todos mis reparos mentales, entreabro los labios a su espera. Nada podría verse más apetecible. Cada vez está más cerca y se me acelera el corazón. Entonces, a la altura de mi mandíbula, siento su aliento recorrer todo el borde de mi rostro, hasta llegar al cuello. Una vez allí, baja y me muerde. Es una mordida fuerte, dolorosa. Cierro los ojos, tratando de comprender por qué tengo una sensación tan satisfactoria. Quiero que siga mordiéndome. Quiero que me devore entero. Y luego, todo acaba. Abro los ojos y me encuentro con los suyos a un centímetro de distancia.
-Ahora el señor lleva mi marca. No podrá olvidarse de mí.
Cómo podría nadie olvidarse de vos, por todos los cielos. Estoy tan anonadado que no escucho los golpes en la puerta.
-Confío en que ya se sienta más interesado en nuestro contrato, caballero.
La voz de Smith en la puerta apenas abierta me trae a la realidad. Me giro hacia él con la mente en blanco y me pongo de pie.
-Quiero comprarlo.
-¿Se refiere al contrato?
-No, me importa una mierda el contrato. Quiero comprarlo a él.
-Me temo que eso es imposible.
Siento al muchacho clavarme las uñas en el pantalón y reacciono.
-Quiero decir, compraré el collar. El collar es lo que quiero comprar.
Aunque sé que físicamente no puede estar ocurriendo, lo siento caminar entre mis piernas, frotándose contra ellas. Smith sonríe levemente
-Eso es difícil, caballero.
-No me importa. Solo si me ayuda a comprarlo me pondré a considerar en serio su maldito contrato.
Smith asiente despacio.
-Veré qué puedo hacer.
Y no sé qué hizo, pero dos horas después estoy en mi departamento, con mi cuenta de banco vaciada, con un contrato absurdo en una mano y con la otra sosteniendo la cadena de un gato amarronado que no deja de buscarme los tobillos para lamérmelos.
No sé qué hice yo. Dios mío, debo haber caído en un estado de delirio momentáneo, por el alcohol o por el humo o por vaya a saberse qué mierda. Dejo el contrato en la mesa, sin soltar la cadena. Debo admitir que en parte temo lo que pueda ocurrir cuando la suelte. Ese Smith tenía una sonrisa perversa en su cara mientras me la entregaba. Estoy seguro de que hay algo que no me dijo. Bueno, evidentemente hay muchas cosas que no me dijo. Me paso la palma por el cuello, donde todavía puedo sentir las marcas de los colmillos de mi nueva adquisición.
-Gato, no sé por qué ya no te ves como antes, pero necesito dormir, así que vamos a mi habitación. Te armaré una caja con almohadones a mi lado, ¿te parece?
El animal solo ronronea, de lo cual deduzco que estoy haciendo algo bien. Lo llevo conmigo mientras busco los elementos necesarios para armarle una cuchita. Preparo todo junto a mi cama, con un platito de agua y otro de atún de lata.
-Espero que esto sirva hasta que compre comida para gatos. O lo que sea que comas.
Me dirijo al baño pero lo dejo del lado de afuera, con la cadena atravesando la puerta a medio cerrar.
-No me espíes, gato.
Hago mis necesidades, me pongo el pijama, me lavo los dientes y la cara y me dispongo a irme a dormir, cuando me doy cuenta de que no preparé baño para mi mascota.
-Mmm. ¿Diarios podrán servir?
Arrastra la nariz por mis zapatos, así que voy a buscar unos diarios y los acomodo en el baño.
-Ese será tu lugar si lo necesitás, ¿ok?
Enrosco la cadena en mi muñeca y me acuesto.
-Mañana veremos cómo volver a tener una conversación y trataré de descubrir cómo liberarte. Pero ahora, si no cierro los ojos la cabeza me explotará.
Él me mira con esos ojazos verdes o dorados desde su cuchita. Apenas bajo los párpados, siento su peso subiendo a la cama, enroscándose en la almohada junto a mi cabeza y dejando su boca peligrosamente cerca de mi cuello.
~ Fin de la Parte I ~
Notas de la Autora: Este fic tiene dos partes y un epílogo y terminaré de subirlo el 30 de julio. Forma parte del evento #FestEreri2017 que se organizó en un grupo de Facebook. A partir del 30 pueden buscarlo en Facebook y votarlo, en caso de que les haya gustado. Como observarán quienes me conocen, no es una temática propia de mí, pero era la temática obligada del concurso y me pareció interesante salirme de mi zona de confort y escribir sobre personajes con características animales, cosa que nunca hice. Ustedes juzgarán. El cover lo dibujó Jazmín Negro y lo edité yo. Pueden verlo completo en mi página de facebook. Saludos y espero verlos en la segunda parte, que probablemente suba el miércoles próximo.
Lila.
19 de Julio de 2017
