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&. (hace como cuatro años que debo esto.)


Pasada la comilona del mediodía, Francis no recordaría cómo llegaron al tema.

Pero la cuestión es que Martín tiene en la cara la languidez de una panza llena y la copa vacía cuando dice: el amor es como el asado. Sus piernas hacen de su sombra una línea perfecta sobre el suelo y Francis lo mira como si se hubiera perdido una parte de la conversación. (Desconcertante como ese calor de primavera en las horas de invierno.) Por un momento, se convence de que Martín está a punto de contarle un nuevo chiste —ciertamente suena como el principio de uno—, pero no puede reírse de lo que sigue a continuación.

—El asado se hace con brasas —dice lentamente, como si quisiera asegurarse de que dirá todas las palabras correctas—, porque el fuego lo quema.

Martín se torna a mirarlo y aunque en su cara se forma un gesto de expectativa, Francis no tiene mejor respuesta que el silencio. La frase le resulta un tanto cómica. Tiene todos los matices que hacen que cada palabra sea argentina y sea suya, pero es un concepto tan universal que nadie —Francia menos que nadie— puede pecar de ignorante. Martín Hernández, curtido a destiempo y con la cabeza en el cielo, le recuerda en cierta forma a un principito. Sonríe, un poco borracho y algo así como enamorado (de esa forma que sólo él tiene de hacerlo) y extiende la mano hasta que sus dedos rozan un mechón de pelo.

Francis entiende. Tal vez más de lo que a Martín le gustaría y quizás no lo suficiente.

—Una lección sencilla —aparta la mano cuando percibe cierto disgusto en la mirada del argentino—. En teoría.

Porque la brasa no te ayuda si el asador no sabe cocinar y a veces el vino no es un acompañante, sino una necesidad.

Francis deja la mano en el aire un segundo más de lo necesario, pues él conoce a sus amantes como si los hubiera dibujado en el mapa. Martín lo toma de la muñeca y su pulgar roza la piel entre el botón de la camisa y el resto de la manga. Sería una lección bien aprendida, de no ser porque aprieta allí donde sabe que el francés tiene una mordida. Francis sonríe por el simple hecho de provocarlo y los ojos de Martín se ensombrecen, pero esta vez no por un recuerdo del pasado. Tan joven, piensa y lo que alguna vez aprendió se torna amargo en su boca.

(El fuego cauteriza y el amor es la más vieja de las heridas.)

¿Quién te habrá hecho tragar tus cenizas?