PRÓLOGO

PRESENTE

NUEVA YORK

Las sirenas sonaban con estrépito. Le machacaban la cabeza. Las odiaba. Quería huir de ellas, pero sentía que no podía moverse. Alguien le apretaba la mano con dedos cálidos. Un hombre le hablaba con suavidad, pero con insistencia, no callaba en ningún momento. Igual que las sirenas. Hubiera querido pedirle que se callara, pero no conseguía formar las palabras en su mente. Al principio no entendió qué le decía, pero la repetición la obligó a atenderlo.

-¿Sabe cómo se llama?

Ella abrió los ojos. No, sólo el ojo izquierdo. El derecho se negaba a moverse. Se dio cuenta de que no podía respirar.

Jadeó, tratando de inhalar, y el dolor fue como una puñalada. Sólo había dolor, y nada de aire.

-¡Tranquila! Sé que le cuesta respirar. No respire hondo. No se deje llevar por el pánico. Respire de forma superficial. Sí, así. Creo que tiene un pulmón colapsado. Por eso le estamos administrando oxígeno. Sencillamente respire, con suavidad. Así. Y ahora, dígame, ¿sabe cómo se llama?

Le costaba respirar, aunque siguiera las instrucciones que le daban. Lo intentaba, pero el dolor era insoportable. El hombre volvió a preguntarle quién era. ¡Qué pregunta más tonta! Ella era ella, y estaba allí, y no sabía qué pasaba ni lo que había sucedido, salvo que no podía respirar y estaba muerta de dolor.

-¿Sabe cómo se llama? Por favor, dígamelo. ¿Cómo se llama?, ¿Lo sabe?

-Sí -contestó, con tal de que ese hombre se callara-. Soy Isabella. -¡Dios, cómo le dolió pronunciar esas palabras! El dolor fue tan fuerte que tuvo ganas de gritar, pero no pudo. Trató de contener el aliento, de impedir el dolor, pero tampoco daba resultado. El hombre seguía hablando. ¿Por qué repetía siempre lo mismo? ¿La creería idiota?

-Sé que le duele, pero aguante un poco. Ya casi hemos llegado al hospital donde la están esperando. No se preocupe, pero respire aspirando poco aire cada vez.

-¿Qué ha sucedido? -¡Hablar dolía tanto!

-Se produjo una especie de explosión y la golpearon los escombros.

-Voy a morir... ¿por el pulmón colapsado?

-¡No, nada de eso! Sanará. Se lo aseguro.

-Masen. Por favor, llame a Masen.

-Sí, lo haré. Se lo prometo. No intente moverse. Le he puesto un gota a gota. No debe arrancárselo. Siga respirando con calma.

-¡Oí tantos gritos!

-No hubo ningún otro herido, pero todo el mundo se asustó. En el momento de la explosión usted estaba junto a la estructura del decorado del telesilla. Vuelva a decirme: ¿cómo se llama?

-Estaba allí porque soy Bella. -Volvió la cabeza. El dolor continuaba. Nunca imaginó que doliera tanto no poder respirar.

El dolor no cejaba. Se metió dentro de sí misma hasta sentir que la oscuridad la cubría, que la empujaba aún más lejos, aliviando ese sufrimiento horroroso. Y permitió que el pasado flotara dentro de sí, y dirigió los pensamientos hacia su interior.

Se hundió cada vez más profundamente, arrastrando consigo sus recuerdos, luchando, siempre luchando contra el dolor. Vio a la muchachita penosa, tan insegura de sí, tan torpe, alta y delgada, toda rodillas y codos huesudos, tan fea, allí, con ellos, y sin embargo sin formar parte de ellos, sencillamente allí, observando, deseando de alguna manera poder pertenecer a ese lugar, formar parte de esa familia, y padeciendo el dolor interminable de todo ello. Pero no pertenecía a la familia; jamás había pertenecido a ella.