Hetalia le pertenece a Hidekaz. Yo solamente me divierto haciendo fics.

/0/0/0/0/0/0

Los mares

La muerte de Feliciano quebró algo más que el corazón de muchas personas. Produjo más que el llanto vacío de desconocidos lamentando la "partida de un jovencito tan sensible", mucho, mucho más que cualquier dolor. Nos sumió a todos en el irrevocable sentimiento de frustración y desunión. Nos hizo débiles. Nos dejó la simple y conocida soledad rondando en nuestro más profundo ser.

Arrebató brutalmente la vaga sensación de amparo que se construía en mi pecho a base de sus sonrisas, de sus extraños sonidos y sus lágrimas de cocodrilo. Me dejó a la intemperie en un callejón oscuro, junto a personas que se podrían como manzanas cada día un poco más. Y que con miradas amenazantes asestaban sus maldiciones.

El día a día se sentía como un extraño sueño, como un "deja vu" continuo por la rutina implantada con rigurosidad, sin sentimiento, sin razón. Simplemente deshaciéndose de lo que era innegable.

Comer, dormir, estudiar. Existir. Casi rumiar y ser un animal.

Esconderse tras mil palabras y sonrisas secas, obligadas. Aquel desayuno compartido en familia, en que mamá tiene la vista fija en la televisión, y papá esconde los ojos humedecidos con el periódico de la mañana. Y la ausencia de mi hermano es cargada en mis hombros, y aunque quizá sea una justa condena, me hace sentir enfermo de compartir mi desayuno con personas desentendidas del dolor ajeno. La mesa se vuelve tentador descanso para mi cabeza, pero me niego a mostrar desesperanza o cualquier tipo de flaqueza. No vacilaría en esa decisión crucial.

Lovino Vargas no se quedaría a morirse allí.

–Me voy a España.- Dictaminé esa frase sin que me temblase la voz. Los rostros de mis padres me reflejan a un Lovino cobarde, de silueta trémula y ojos cansados. Eso es lo que soy. El espejo de sus ojos me lo decía todo. Perplejos, abren la boca murmurando frases ininteligibles mientras la televisión sigue haciendo ese ruido sordo que entontece hasta la mente más brillante. –Me voy a terminar mis estudios a España, con el abuelo. Los pasajes están listos y todo arreglado, me voy dentro de un par de días.- Estaba totalmente concertado, trazado el plan brillante. El único detalle que faltaba, era ese mismo, avisar a mis padres sobre mi decisión y afrontar los gritos que me esperaban.

Dormía en el mismo cuarto en el que tantas noches debí cobijar a Feliciano, asustado de los fantasmas inexistentes; el aroma de su perfume importado seguía latente palpitando en mi nariz, y su cama, extendida, era una burla para cuando osaba abrir los ojos por la mañana y descubrir que estaba vivo y él no. Temblando de pavor, me pasaba las noches en vela, consumiendo mi propia necesidad. Era eliminar cualquier vestigio de sentimiento existente.

Estaba huyendo, y me sentía tontamente fuerte por ello. Por lo menos más fuerte que haciendo como si nada hubiese sucedido, que todo aquello fuera normal. Que mamá lavara periódicamente la ropa de mi hermanito, que papá hiciera planes para ir a cazar los insectos favoritos de Feli. Que se evitase decir "pasta" por ser su palabra favorita, o simplemente poner sus programas favoritos, cual si los viese desde algún lugar que nosotros no lograríamos ver. Todo tan patético que sentía nauseas y la comida pesaba en mi estomago como si hubiera engullido elefantes.

–Cállate.- es lo que arguye papá con su vozarrón potente, dejando en claro el desprecio que le causa mi presencia, como escupe en mi cabeza y desea a Feliciano de vuelta. Tal cual como si hubiese dejado en evidencia una verdad demasiado punzante como para ser revelada como cierta; lo que es totalmente una falsa intragable. Un chillido, quizá dos. Mamá llora, farfullando la pérdida de sus dos hijos. Papá aprovecha para darme una cachetada, que había deseado plantarme desde hace mucho, y gritarme un –Vete a tu cuarto.- Sus ojos se hinchan con la furia destilada por cada uno de sus poros, su quijada dura se queda tensa, y sus ojos acusadores me siguen hasta que logro perderme en la bruma de la noche, en nuestra habitación. Me persigue la culpa hasta desaparecer.

La maleta está en el suelo, como la había dejado desde la noche anterior. Repasé con la mirada la cómoda, intentando aclarar mis pensamientos con todo el ruido de abajo, el ajetreo innecesario, las súplicas. Mas no puedo. Porque los gritos y la desesperación no perdonar a quien sufre, volviéndolos unos insanos, personas desquiciadas. La gente suele volverse loca cuando no sabe afrontar la soledad de perder. Las personas simplemente no saben perder. Y habíamos perdido mucho más que a Feliciano, mucho más. Quizá toda nuestra familia se había perdido.

"¿Tomaste su mano, Lovino? ¿Lo trajiste de vuelta a casa? Lo has dejado en la basura, y para ti eso está bien. Mírate, sigues aquí. Y si te fueras, huirías, cobarde. Realmente está bien, sencillamente dejaste que aquello sucediera. Lo dejaste morir."

Ciertas voces no me dejaban dormir por la noche. De madrugada, olvidado se queda el sueño en un rincón al que no lograba llegar, porque de cierta forma, tenía miedo a lo que un simple sueño pueda desencadenar. La tormenta más grande que pudiese haber existido. El resquebrajado y frágil cuerpo de la calma relativa, era de la más fina porcelana, con un suave soplido se caía. Mi anuncio la había empujado hacia el abismo.

"Lo que hiciste no tiene perdón."

La maleta yacía inútil sobre la cama de Feliciano. Un par de camisas, cosas básicas, una fotografía, nada digno de ser nombrado realmente. La había estado ordenado todas las madrugadas insomnes hasta ahora, desarmándola para luego poner cosas nuevas. Alguna de esas oníricas noches de insomnio intentaba llevarme las sábanas de la inservible cama, que nadie usa. Sólo hasta que comprendí el sinsentido que me perseguiría hasta el país más lejano existente.

El abuelo era quien me había propuesto irme, nunca fue una iniciativa propia. En mis días ya no habría impulsos de ese tipo. Con los ojos algo sombríos, fue el único que notó cierto vacío espantoso acumulándose cual desperdicio, quizá, llenándose de agua. Ni una sola lágrima bajó de mis ojos que se mantenían fijos en los decorados de la pared, mientras las señoras me contemplabas indignadas de mi reacción "desinteresada". –No es necesario que pases por esto tu solo.- Había dicho una vez alejados de la gentuza reunida. Todos los asistentes estaban vestidos de un peculiar negro, que más me parecía un azul muy oscuro. Me jaló la mano, y sonrió de forma tal, que pude notar por primera vez su avanzada edad, con esos rasgos típicos, un par de arrugas surcando su frente, las líneas cerca de los ojos. La experiencia reflejada en la acuosidad de sus ojos. –Ven conmigo a España.

Fueron las palabras que más lograron confortarme. Un par de días y llamadas por teléfono. El abuelo sonaba genuinamente alegre de recibirme, con esa alegría de quienes esperan al ser más preciado. Ni aun así, pude sentirme conmovido, sino, un poco más tranquilo al verme alejado de aquella atmósfera que en cada segundo intentaba asfixiarme, aplastarme como a un bicho.

Felices deberían haber estado con la noticia. Su asesino favorito, dejaba la casa. Podían llorar en paz a su amado hijo mientras el otro se iba a torturarse a otro lugar. Todos nos beneficiábamos. Pero incluso así era difícil sacarse el sabor amargo de la boca, como al haber comido algún plato inglés recientemente.

Daban las 5. Es inevitable que deje de mirar con cierta lejanía de corazón aquel acontecimiento.

La ventana es abierta, el frío corroe, llega a los huesos en un segundo. Entra. La ventana es cerrada con el mayor de los cuidados. Probablemente mi escepticismo se esfumó con la tierra que sepultaba cierta parte de mi corazón. Después de tantas noches, aquella sombra difusa era una agradable brisa que me hacía pensar en la posibilidad de estar totalmente loco. Era una presencia ansiada egoístamente.

Correteaba de un lado a otro, juguetona, botando algunos papeles sin importancia, hasta mover la maleta hacia un lado, y sentarse en la orilla de la cama de un salto. Le contemplé sin moverme mucho, como si se fuera a espantar con un movimiento equívoco de mi parte. Ridículo es que tuviese miedo de perder esa alucinación creada a partir de la necesidad de ser absuelto, allí está de nuevo, con su rostro oscurecido por las dudas.

Su risita triste me encoge el corazón tal cual si lo apretase con todas sus fuerzas. Un sudor helado perla mi piel mientras intento ignorar el terror adentrándose en lo más profundo, tomando gran parte de la razón. –Te vas de aquí.- no pregunta, se responde solo. No pareciera querer acusar, sino intentar convencerse a sí mismo de que es necesario aquel cambio.

–Me voy.- le afirmo con convicción, sin embargo la voz me tiembla, se empapa del sudor pavoroso que me embarga. Cobarde. –Ya le dije a mamá y papá, como pediste.

El espectro que me parece, es mi hermano, se queda en un silencio abrumador que me hace vibrar hasta el alma. Quiero que hable, que pida comida, que salte, ría, juegue. Quiero que viva. Aquel holograma programado por mi cabeza solo me traía su voz de vuelta, quizá el torpe andar. Feliciano estaba bajo varios metros de tierra.

–Me alegro de que lo hicieras, fratello. El abuelito Roma te tratará muy bien. ¡No sabes cuánto te envidio!- Era complicado divisar su silueta en la oscuridad, me parecía un tanto inútil intentar verlo completamente, pues mi mente es la que se encarga de traerlo a la realidad. Solo logra resaltar su rulito tan característico.

–No digas tonterías, estúpido hermano.- Respondí. Me envidia. Envidia que yo viva. Me sentía miserable de una forma en que prefiero vivir un poco más, para conocer el verdadero castigo de la vida. Debía redimirme y poder llorar algún día. Desearía que ese gesto fuera más fácil. Sólo que ahora había un barrera de mil mares hacia mi corazón, o a mis pensamientos. Abandonados a su suerte en alguna isla desierta.

–Buena suerte.- Un cálido, cálido beso en la mejilla. Una despedida para la que aún no estaba del todo preparado. Un suspiro y vacilo. Me lee los pensamientos fácilmente, ni siquiera debo ponerlos en palabras. –Alza la mirada, Lovino, hay algo más allá del mar. Serás feliz.

Una linda mentira que me confortaba enormemente. –¿Volverás?- Mi voz, cargada de una esperanza y con tintes desesperados, tenía altibajos extraños. Me parecía no estar pronunciando sonido alguno, lo que me molestaba, pues deseaba que aquella alucinación me oyera. Deseaba gritarle, sacar de mi corazón todo el vacío, toda la culpabilidad que se colaba como un bicho indeseable.

-Cuando me necesites.- Canturrea como una canción de cuna, tan típico de él, que se siente como si de verdad estuviera allí, como si de verdad me perdonara. Las palabras danzas cálidas en mis oídos, mas prófugas de la realidad, se quedan estáticas rondando en la oscuridad. Y se va.

La maleta sigue allí, sacándome la lengua, no se ha movido ni un poco como creí haber vislumbrado anteriormente. Cree tener habilidades para el humor, no sabe que sólo podría dedicarse al humor negro al romper mis esperanzas. No lloro, sonrío. Se escucha una cancioncita ligera, de rimas fáciles y sonido dulce, que me parece obra del pequeño y tonto Feliciano haciendo llorar sus instrumentos musicales.

Los párpados pesan por primera vez desde hace un mes. Hace un mes que se fue, hace un mes que lo siento entre las sombras, vagando por la noche. Se le siente algo melancólico, pero no llego a comprender la razón. Hay algo en mi corazón que me dice que no debería recordarlo ahora. Hoy, me ha dejado conciliar el sueño. Cierro los ojos y el mundo se esfuma. –Addio, Feliciano.

0/0/0/0/0/

N/A: Hola mundo~ Llevo algo más de un mes escribiendo este fic, ideándolo para que se acerque a lo que quiero. Es bastante especial para mí, la verdad, pues me he dedicado a él enteramente. Además de ser fiel seguidora del spamano. Hoy por fin ve la luz en ff y me siento feliz por ello. Gracias a mi beta reader tan poco objetiva~ te adoro xD

Serán capítulos cortos, pero intensos. Hace tiempo no hacía un fanfic largo, y pues nunca había hecho uno de hetalia así xD espero les guste

Addio~ Un review alimenta mis ganas de seguir spamaneando el mundo.