¿Quién besó a quién?
¿Quién empezó el beso?
¿Fue Rodrigo, que obedecía, otra vez, ciegamente a su corazón? ¿o fue Hailey, emocionada tras haber logrado su primera audición?
La aspirante a oboísta se lo pregunta, confusa y extrañada por su comportamiento a la vez que conversa con su guapísimo novio.
El director de orquesta todavía no se ha dejado arrastrar por su conciencia, solo siente que acaba de descubrir lo fascinante que es su ayudante.
Los días pasan mientras ellos hacen como si nada (y se preguntan si alguien les habrá visto) y meditan sobre lo ocurrido. Una se dirá mil excusas razonables, el otro disfrutará del misterio de ese nuevo sentimiento que crece en él. Ella se fijará cada vez más en su amante, recordándose todo lo que le gusta de él y el porqué siguen juntos, él en cambio pensará en su irascible esposa y se dará cuenta de que lo suyo terminó el día en que ella se quedó atascada y él siguió evolucionando.
Un día, ella reconocerá que no para de mirar al maestro si están solos y él empezará a ver lo hermosa que es su sonrisa, luego en el encantador brillo de sus ojos, en la juventud que desprende su voz y en la dedicación total y absoluta que brindaba a su arte.
Otro día, Hailey verá que lo que tiene con Alex esta en un punto muerto, que no puede seguir al lado de quien no cree del todo en su talento, que no es el hombre que necesita en su vida. Y Rodrigo, más seguro de lo que siente tras firmar para un escandaloso divorcio, comenzará su cortejo sutil y apasionado pero honesto al fin. Pues su oboísta no es como las demás, no se deja arrastra con facilidad por los deseos banales y carnales ya que lo antepone todo a sus sueños. Pues, como él le dijo en su día a un pequeño ángel rubio; había que sacrificarlo todo por la música.
Aunque, eso no significaba que hubiese que dejar de disfrutar de la vida.
Algún día Hailey sentirá que no le merece la pena seguir, que las oportunidades se le pasaron y que no supo aprovecharlas. Y Rodrigo no podrá evitar que el pecho le duela al verla desesperada y perdida. La abrazará, la consolará y le demostrará que él cree en ella y en su música desde el primer día en que oyó su oboe tras la cortina. Y entonces se mirarán a los ojos.
Ese día, Hailey se dirá que está demasiado cerca del maestro y recordará no solo el beso, sino también los momentos previos al momento: cuando se conocieron, cuando buscando a Ana María en dos ocasiones, cuando fueron al cumpleaños de una fan, cuando tocó la orquesta al aire libre y los momentos que pasaron solos, conociéndose y disfrutando de la mutua compañía y también, de manera inesperada, los momentos en que la gente la creía enamorada del maestro. Si lo había estado, reconocerá al fin, pero estaba tan cegada por mi determinación de entrar en la orquesta...
Él también recordará todo y se reirá de sí mismo porque también estaba ciego, pero sería por su pasión, que no le dejó ver a la dedicada, sensible y, por supuesto, hermosa mujer que tenía delante.
Y ese día al fin se dirán sus sentimientos en sus idiomas natales. Habrá confusión, porque lo dirán a la vez y Hailey no entenderá lo que diría Rodrigo, que empezará a decírselo en todos los idiomas y variantes posibles cada vez que la vea. Luego se reirán y volverán a sentirse flotar y estar a solas, igual que ocurrió en la noche de apertura. Y volverán a besarse, pero esta vez serán besos largos y lentos como un vals.
Hailey no creyó enamorarse de alguien más bajito que ella.
Rodrigo nunca imaginó amar a otra mujer que no fuese Ana María.
Pero allí estarán los dos ese día, queriéndose y amándose sin temor y sin miedo a lo que la gente pensara al saber la noticia. Y se querrán y amaran tanto que parecerá que llevaban siglos anhelando estar juntos.
Pero hasta que ese día llegue, los dos seguirán siendo la apasionada aspirante oboísta y él el innovador maestro de la Orquesta Sinfónica de Nueva York... sin saber que llegarán los días en los que no podrán vivir el uno sin el otro y sin decirse una y mil veces "te quiero", "te amo" y "te adoro". En todas sus formas e idiomas...
