Disclaimer: Naruto y Harry Potter no son míos


Capítulo 1 – Recuerdos

Harrison James Potter había cumplido su cometido. Había matado a Voldemort y había seguido las órdenes de Dumbledore aun en contra de su voluntad. De haber sido cualquier otra persona simplemente hubiera mandado a tomar vientos a Dumbledore, y al mundo en general, se hubiera mudado lo más lejos posible y habría rehecho su vida pero él era Harry Potter, el chico que sobrevivió. Desde el principio las cosas no habían sido fáciles para él, ni siquiera la vida misma.

Desde pequeño su vida había sido un infierno, casi literalmente. Vivía con sus parientes muggles, personas sin poderes, que le odiaban justamente por ser especial. Cuando cumplió 11 años y descubrió que era mago supo que las cosas iban a cambiar de un modo u otro, y estaba en lo cierto, pero no cambiaron para mejor. De hecho, había momentos en los que sí se había divertido pero pocas veces había conseguido ser realmente feliz. Éstos podía contarlos con los dedos de las manos. No obstante, no tenía dedos suficientes, ni aun contando los dedos de los pies, para numerar las múltiples veces en las que, solamente en Hogwarts, había sido infeliz. O había corrido su vida peligro mortal.

Cualquier otra persona hubiera hecho las maletas y se habría largado, se habría cambiado de nombre y habría huido pero sabía que Dumbledore, ni el mundo mágico, al menos británico, iban a dejar de perseguirlo hasta que, por lo menos, matara a Voldemort. Por otra parte, con 11 años a dónde iba a ir. Estaba atado de manos y pies y eso no le gustaba para nada. No podía irse y desentenderse, bien, Harry haría todo lo posible por sobrevivir y salir victorioso y en cabeza. Y eso había hecho.

Desde su nacimiento había sido tremendamente extraordinario. Incluso su nacimiento había sido profetizado. Ser parte de algo especial significa ser especial también, y él lo era, y mucho. Cuando tenía apenas un mes de vida uno de sus llantos había roto todas las ventanas y vasos de la casa franca donde sus padres se escondían. El estropicio había servido para que sus padres se dieran cuenta de que su magia era propensa, aun sin quererlo, o quizás queriéndolo un poco, a producir grandes desastres. Quizás la primera vez habían sido las ventanas pero quién sabía la siguiente vez. Fue Dumbledore quién les convenció para atar su magia, al menos la mitad, y así Lily y James Potter obedecieron.

Harry sabía, había estudiado sus emociones y sentimientos, que a lo largo de los años se había sentido resentido para con sus padres. Primero, aun sin creer las mentiras de sus tíos, preguntándose irracionalmente porqué habrían muerto dejándolo solo. Después, preguntándose por qué sus padres le habrían dejado con los Dursley. Y, finalmente, preguntándose cómo es que sus padres no habían sido suficientemente fuertes como para protegerlos a todos. Con el paso del tiempo se dio cuenta que las cosas que a él le parecían obvias para otros muchos no lo eran tanto. Fue en ese entonces cuando se dio cuenta que él era más inteligente que la media. Algunos le habrían llamado genio. No obstante, era fácil darse cuenta por qué no había sido consciente de su propia inteligencia: había pensado que solo los Dursley eran así de idiotas. Nunca habría incluido a los demás adultos, niños o incluso a sus padres. Pero la cuestión es que para él lo eran.

Para Harry, crecer con los Dursley había sido una pesadilla, sabía que los demás hogares no eran como el suyo pero también le había servido para forjar su personalidad y su carácter. Con el paso del tiempo se volvió callado, observador, capaz de pasar desapercibido, un buen espía, un ladrón y, sobretodo, un superviviente. Tenía que darle gracias a los Dursley haber madurado tan deprisa porque, aunque no había tenido infancia alguna, cuando llegó a Hogwarts había estado más que preparado para entrever los engaños y mentiras en los que muchos otros querían atraparle. Harry, además, había adquirido gracias a los Dursley otra virtud y esta era la paciencia. Era tremendamente paciente y sabía que Dumbledore también lo era. Al final, había sido él quien ganó la silenciosa e invisible guerra con la muerte de Dumbledore y su paciencia se vio recompensada. Sabía que no tenía por qué matarlo él mismo, a pesar de quererlo, ya que Dumbledore era viejo y a lo largo de sus tantos años había hecho sinfín de enemigos.

Dumbledore, así como él mismo, tenía pocos amigos y bastantes aliados. Su máscara pública y su propia persona impedían que otros se acercaran a él sin ser intimidados, de forma tanto negativa como positiva, y eso significaba que pocos conocían íntimamente a Dumbledore como para ser sus amigos. Lo mismo le pasaba a él pero Harry, en cambio, tenía la endemoniada habilidad de salir de cualquier apuro. Además, Dumbledore tenía la seguridad de que él estaba en sus redes, de que su inteligencia era bastamente inferior, de haberle dejado débil con solo la mitad de su magia en su poder y de que había podido manipularlo a lo largo de los años. La cosa no podía ser más diferente.

Desde el primer momento en que Hagrid le informó al duende en Gringotts de que su llave, la única llave de su fortuna familiar se la había dado Dumbledore supo que las cosas no iban bien. Es curioso que fuera el mismo Hagrid, un fiel seguidor de Dumbledore, quien le hiciera darse cuenta de lo que escondía verdaderamente el director de Hogwarts. Había sido gracias a esa pequeña escena en Gringotts que Harry había comprendido que Dumbledore, y por consiguiente todos los aliados y esbirros de éste, no eran de fiar. ¿Qué tipo de persona deja a un bebé en pleno invierno en el portal de una casa en mitad de la noche con una carta? Fueran cuales fueran las intenciones de Dumbledore, por mucho que quisiera hacer el bien, sus formas no eran de su agrado.

Así pues, cuando conoció a los Weasley supo que tenía que andarse con cuidado. Dumbledore había movido ficha de nuevo, primero enviando a Hagrid, su más leal siervo, para lavarle el cerebro y luego haciendo que una familia aliada ganara su confianza y su amistad. De hecho, Harry había aparentado durante años ser amigo de muchos en Hogwarts pero en realidad no era amigo de nadie. Con el paso de los años se dio cuenta que George y Fred, así como Neville y Luna, eran realmente amigos y aliados suyos pero que, con las presencias abrumadoras de Ron y Hermione, habían sido ahuyentados de su lado. Decepcionado, aunque resignado puesto que sabía de antemano que Dumbledore no iba a dejarle escapar sus manipulaciones, se encogió de hombros. Tarde o temprano Harry iba a vengarse de todos.

Los años en Hogwarts pasaron tal y como él había esperado. Se dejó llevar por Ron y Hermione en varias aventuras, además de peligrosas, educativas y nunca mostró su verdadero yo a nadie. Él siempre había creído que la magia era algo maravilloso, sin limitaciones, y se dio cuenta que las verdaderas limitaciones eran las que uno mismo se imponía. Para él su magia no conocía obstáculo alguno; y eso que, hasta años después, no había podido acceder a la totalidad de su magia. ¿Por qué iba a necesitar la magia de su mismísima alma un conductor como la varita? ¿Por qué iba a necesitar recitar ridículas palabras en latín pudiendo visualizar aquello que quería? Al instante, después de su primera clase de Transformaciones, se dio cuenta que todo el mundo estaba idiotizado. Creían firmemente lo que McGonagall les explicaba solo porque era la profesora pero, ¿acaso la magia no podía hacer lo imposible? ¿Por qué existían leyes?

Harry, que leía casi tanto como Hermione en sus ratos libres a escondidas, había leído una vez a Arthur Clarke y una de sus frases le había calado hondo.

"La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible".

Sabía que había sido un punto culminante en su infancia, leer a Clarke, puesto que fue esa simple frase lo que le hizo pensar profundamente en los límites del hombre. A principios de 1900 nadie hubiera pensado que el hombre pudiera pisar la luna pero, sin embargo, en el 1981, cuando él nació, ese sueño ya no era una ilusión sino una realidad. Eso le había hecho darse cuenta que no había nada imposible, solo sueños difíciles que requieren esfuerzo para hacerse realidad. Así pues, sumó todos sus pensamientos filosóficos en su joven mente de 6 años y llegó a la conclusión de que todo era posible. Ergo, si todo es posible, también es posible lo imposible. Y, además, Harry era tremendamente afortunado. Al contrario de todos los demás que daban la magia por sentado él sabía que era la magia, o la energía interior que él poseía o cómo quisiera llamarla, la que le permitiría hacer cosas que los muggles tardarían siglos en realizar.

Cuando empezaron el tercer curso en Hogwarts y vio el gira-tiempos de Hermione se dio cuenta de que quizás él también estaba un poco idiotizado. A pesar de tener magia no había sido suficientemente abierto de mente y eso, aunque no le había perjudicado, significaba que no estaba usando su tiempo eficientemente. Desde ese momento decidió que las cosas iban a cambiar radicalmente y, aunque nadie se dio cuenta, así fue.

Primero creó su propio gira-tiempos. Al contrario que el de Hermione el suyo era un simple reloj de pulsera con manillas. Él había querido que la magia del gira-tiempos original se replicara en su reloj y así fue. No obstante, en ese momento también se dio cuenta de que no sabía cómo lo había hecho. El nuevo gira-tiempos estaba igual de encantado que el original porque él conocía la posibilidad de que el gira-tiempos funcionara de esa manera pero sin embargo no sabía qué encantamientos había puesto en el reloj ya que su magia solo había hecho lo que él quería. Eso le había demostrado que, aunque la mayoría de enseñanzas del mundo mágico eran obsoletas e inútiles para alguien como él, sí que había libros que podían enseñarle la teoría de la magia y sus inicios para que él pudiera entender cómo había hechizado el reloj sin usar un hechizo.

Hasta ese momento se había hecho pasar por un estudiante inteligente sí, pero no tanto como Hermione, quien siempre era la primera en captar los encantamientos. A él ya le estaba bien porque si mostraba su verdadero genio sabía que muchos enfurecerían de celos y Dumbledore fijaría sus ojos en él como un halcón a su presa. Aun así Harry no había tenido problema alguno con sus clases prácticas, sobre todo porque aunque decía el hechizo y movía la varita en una perfecta copia del profesor, era su magia la que replicaba el efecto y no sus palabras las que servían de algo. Podría haber bailado un tango mientras recitaba al son de un vals todos los patéticos encantamientos que sabía y habría hecho crecer un árbol si lo quisiera. Realmente estar entre semejante ridícula sociedad le divertía.

Su primera creación, su gira-tiempos, funcionaba moviendo las manillas en sentido contrario. Las pilas, al contrario de la electricidad, sí que funcionaban en entorno mágico así que él también las había hechizado para tener energía ilimitada. Lo único que tenía que hacer era mirar la hora del reloj y retrasar las manillas tanto como lo deseara. El reloj poco a poco corría el tiempo hasta que llegaba a su hora original y así él sabía cuánto tiempo tenía con el gira-tiempos; algo mucho más práctico y eficiente que el reloj de arena de Hermione.

Con éste pudo leer todas las noches los libros de Hogwarts que le interesaban, pudo entrenar su cuerpo y hacer todo lo que no podía hacer por las mañanas seguido de Hermione y Ron. Poco a poco estableció una rutina perfecta que le encantaba y le permitía espiar a sus supuestos amigos en secreto. Cuando le dejaban solo él únicamente tenía que emplear su gira-tiempos para espiarlos bajo su capa de invisibilidad y así estaba enterado de todo. Sin duda alguna, quien más secretos tenía en Hogwarts era él puesto que no solamente guardaba sus propios secretos sino los de todos. Espiaba a los Slytherin, a los Ravenclaw, a los Hufflepuff, a su propia casa, a los profesores, a la gente de Hogsmeade… Bajo su capa de invisibilidad y con su magia cubriéndole como una burbuja pasaba totalmente desapercibido puesto que nadie podía verle, ni olerle, ni escucharle, ni sentir su magia la cual cumplía sus deseos de pasar desapercibido a la perfección.

El invento de su gira-tiempos, que siempre llevaba en su muñeca izquierda, fue como abrir la caja de Pandora. Se encontró inventando cualquier cosa, desde objetos mágicos a hechizos o pociones, y mejorando aquello que ya estaba inventado pero que no era suficientemente bueno a sus ojos. Para él los libros de Hogwarts eran, más que libros de teoría que debía saberse a rajatabla, una guía útil de cosas que debía mejorar. Cuando llegaba el verano comía comida conjurada que, al contrario de lo que todos creían, sí que era nutritiva, o quizás porque la conjuraba él. Con su magia le era fácil ahuyentar a los Dursley que incluso se volvieron neutrales en cuanto a él; le dejaban ir y venir y hacer lo que le diera la gana. Incluso sus problemas de salud, que los había tenido debido a sus tíos, se esfumaron con su magia. De una mañana a otra, tragándose un caramelo que había hechizado para sanarlo todo, se despertó mucho más alto, más musculoso, con la visión perfecta, sin cicatrices y sintiéndose totalmente nuevo. Había sido como renacer. Se sentía doblemente poderoso. Adoraba la magia.

No sabía a ciencia cierta qué cambios había sufrido su cuerpo pero sabía con una fe ciega que su magia no iba a dañarle jamás. Aun así, su famosa cicatriz sería difícil de explicar cómo la había perdido así que decidió que su magia la replicara, aunque sin esos molestos dolores de cabeza que tenía cerca de Voldemort. Ese verano decidió recuperar su educación muggle que seguramente le serviría de algo si decidía dejar el mundo mágico en un futuro. Así fue cómo usó su gira-tiempos para estudiar los antiguos libros de Dudley que resultaron ser curiosamente algo más interesantes y difíciles que los estudios en Hogwarts, sobre todo porque era su mente la que tenía que resolver las ecuaciones matemáticas o escribir redacciones sobre la literatura inglesa. En poco tiempo alcanzó el nivel de Dudley y pasó a escabullirse en la biblioteca de Little Whinging por las noches. La botánica muggle, aunque menos eficiente que la mágica en cuanto a remedios, era fascinante y también gratamente útil. La química, la física, la astrología y muchos campos muggle resultaron fascinantes y poco a poco formó una librería de libros replicados con la magia que guardaba en su baúl hechizado de Hogwarts, cuyo espacio interior era más grande que toda la casa de los Dursley al completo.

Cuando empezó su cuarto curso en Hogwarts, uno como otro cualquiera, dio gracias a Merlín porque Ron fuera suficientemente estúpido, aun sin ser su amigo, como para dejarlo de lado por celos y envidia. Hermione, con su frenesí estudiantil, fue fácil de esquivar, mucho más que Ronald, a quien los estudios no le importaban puesto que Dumbledore le había prometido parte de la fortuna Potter a la cual no podía acceder debido a que Charlus Potter, su abuelo, había negado el acceso a nadie que no fuera de sangre Potter. Era por esa razón, la cual se enteró a mediados de Abril el curso anterior, por la cual Harry no estaba preocupado de su desconocida fortuna a la que no podía acceder sin que Dumbledore se enterara. A él le daba igual puesto que todo lo que quería y que no quería que Dumbledore supiera que tenía podía crearlo con su magia. Además, no pensaba casarse con Ginny ni beberse las pociones de Amormentia que planeaban darle dentro de un par de años; razón por la cual Ginny tendría acceso, y por lo tanto su familia, a su riqueza.

Entrar en el Torneo de los Tres Magos le dejó indiferente, después de todo no era amigo de nadie en Hogwarts y lo que pensaran de él le daba igual. Aun así hizo un juramente delante de todos, tal y como había leído, para dejar claro que tenía honor, algo que no le dejaba indiferente. Pocos creyeron que él no tenía nada que ver con que su nombre apareciera en el cáliz, cosa que ya había predicho, pero la mayoría, salvo los más estúpidos y los que le odiaban, continuaron en sus trece. A él poco le importaba.

Compitió contra el dragón con su escoba tal y como el falso Moody, al que caló en seguida con su Mapa Merodeador, le había aconsejado. Nadó hasta Ron, el que no sabía por qué estaba allí si se odiaban mutua y secretamente, y lo rescató. Cuando llegó la tercera prueba sabía que Voldemort intentaría algo así que dejó que Cedric cogiera la copa cuando se dio cuenta que Moody, o Crouch, había estado allanando el camino para que él ganara. Conjurando unas chispas sobre su cabeza y viendo como Moody desaparecía después de darse cuenta de que alguien, quien pensaba que era Harry pero que en realidad fue Cedric después de que él le salvara de la acromántula sin que Cedric se diera cuenta, fue trasladado al podio como campeón en segundo lugar por Flitwick. Media hora después Cedric aparecería muerto con el traslador en mano y nadie sabría cómo había muerto.

Dumbledore comenzó una poco acertada campaña diciéndoles a todos que Voldemort había revivido, información que había sonsacado con Veritaserum de Crouch y que Harry había espiado como de costumbre. Para su mala suerte el Ministro fue más rápido y silenció a Crouch con un beso de un dementor. Sin pruebas consistentes y con el Ministro sobornando a diestro y siniestro empezó el declive de Dumbledore, quien le empezó a enseñar sus memorias de Tom Riddle. Sus resultados en los exámenes dejaron boquiabierta, y algo indignada, a Hermione, quien no esperaba que Harry obtuviera 7 "supera expectativas" y 2 "extraordinario". De hecho, Harry se había retenido muchísimo para no romper los récords del Ministerio y solo había sacado sus 2 extraordinarios porque en Defensa todos sabían que era un prodigio, y por lo tanto era esperable que sacara la mejor puntuación en varias décadas, y en Pociones ya que Snape no aceptaba alumnos con menor puntuación.

Para bien o para mal el siguiente curso fue mucho más tranquilo. Slughorn era alguien fácilmente manipulable y fue él quien le presentó a un montón de gente interesante que podía serle de gran utilidad. Lo más curioso de ese año fue Draco Malfoy, quien estaba arreglando un armario evanescente para dejar entrar a unos cuantos mortífagos en Hogwarts con tal de matar a Dumbledore y, si podían, a él. Casi no podía creerlo pero, al fin, Dumbledore había dejado de ser parte de su vida y había muerto de una vez por todas. Aun así no pensaba dejar ganar a Voldemort, no porque quisiera enfrentarse a él sino por una cuestión de principios. Ese hombre había matado a sus padres y a sus abuelos, tanto maternos como paternos. Dejando atrás a Ginny, quien de verdad creía que las pociones estaban surtiendo efecto, fue casi algo esperado del carácter noble con el que había engañado a todos así que lo hizo sin contemplaciones.

Antes de marcharse de Hogwarts, no obstante, copió toda la biblioteca de Hogwarts lo más rápido que pudo aunque ya lo había estado haciendo durante años. Además, todo lo que tenía valor alguno de la Sala de los Menesteres fue a parar a su baúl así como los libros de Grimmauld Place que, a escondidas, los duendes le habían informado que le pertenecían únicamente a él. Al parecer la sangre Black de Sirius era muy poderosa porque, aun siendo Remus su único mejor amigo vivo, había repudiado a Remus al final en su testamento, expresando que Remus tendría que haber cuidado de Harry aun siendo ilegal o difícil de compaginar con su enfermedad lupina, como habría hecho él de poderse escapar antes de Azkaban. Harry, no obstante, un Black por parte paterna, era el Heredero legítimo de Sirius y su ahijado así que su nombre, sin saberlo, había cambiado a ser Harrison James Potter-Black al aceptar la herencia de su padrino. Era por eso que Mundungus, el ladrón, no podía robar nada de los Black aun sin estar Harry presente en Grimmauld Place cuando se reunía la Orden del Fénix antes de cerrar la propiedad a cal y canto después de la muerte de Sirius.

Meses más tarde Harry, quien sabía cómo sentir la magia negra de los horrocrux de Voldemort, fue en su búsqueda con Ron y Hermione aunque bien podría haber invocado cada pieza. Lo que quería Harry era empezar con su venganza contra sus supuestos amigos que, incluso en ese momento, planeaban y cuchicheaban a sus espaldas cuando creían que no estaba. Primero lanzó una maldición de hambruna a Ronald, que por más que comía todo le sabía a cenizas y nada podía saciarle. A Hermione la maldijo con tal de que no pudiera leer nada escrito; su grito le había hecho reír durante horas una noche utilizando su gira-tiempos. Ambos creían que era el horrocrux Salazar Slytherin lo que les había maldito y él solo pudo asentir.

Le consideraban tan perturbado que ni se preguntaron por qué él no estaba recibiendo ningún efecto negativo del guardapelo cuando, en realidad, ya lo había exorcizado hacía días y solo les estaba haciendo caminar sin descanso por los bosques debido a su pésima resistencia y falta de tónico muscular. Verlos sudar como cerdos y quejarse como energúmenos le divertía en sobre manera. Días más tarde, cuando encontraron la copa de Hufflepuff, los volvió a maldecir. A Ron le maldijo con impotencia sexual y hormonas femeninas que harían que segregara leche por los pezones mientras que a Hermione la maldijo con pechos diariamente más pequeños y un trasero más grande y fofo. Aun así, sus nuevas maldiciones eran de efecto tan progresivo que ninguno de los dos se dio cuenta.

Sin contar la tiara, la cual les había dicho que Dumbledore había destruido la misma noche de su muerte, y con el guardapelo, la copa, el diario, el anillo Gaunt –cuya piedra había robado de Dumbledore al comprender qué era realmente– y su cicatriz –la cual se enteró mediante fisgonear en las memorias de Dumbledore de su pensadera–, solo quedaba Nagini, y el mismo Voldemort. La serpiente fue fácil de encontrar gracias a Voldemort, a quien le había estado leyendo la cabeza debido a su antiguo vínculo, que había perdido de forma natural al eliminarse su cicatriz, y el cual había sido fácil de reconstruir en un solo sentido con su magia; él podía leer la mente a Voldemort pero Voldemort a él no. Godric's Hollow resultó ser bastante pequeño pero ni siquiera tuvieron que buscar a la serpiente, Nagini les encontró a ellos disfrazada de Bathilda Bagshot. Antes de matarla Harry dejó que Nagini mordiera a Ron, aunque Hermione pudo protegerse con un hechizo. Vio desapasionadamente como Hermione chupaba el veneno de forma muggle, sin saber cómo sanarle la herida del brazo con un encantamiento.

Mientras viajaban hacia Hogwarts se preguntó cómo debería eliminar a Voldemort. ¿Con veneno? ¿Con un duelo espectacular? ¿Siendo invisible? Lo que era obvio era que todos esperaban que él lo hiciera y saber cómo lo había hecho así que eso descartaba gran parte de sus planes. Así pues, decidió que sería más simple decapitarle con su magia, de esa forma no habría confusiones. Esa misma tarde salvó la vida a Malfoy y le desarmó al mismo tiempo que a todos sus amigos, después de todo no se fiaba de él ni de Zabini, Goyle o Crabbe. No lo sabría hasta más tarde pero en ese momento se hizo con las 3 Reliquias de la Muerte, cosa que le dejaba indiferente. Observó como Snape moría sin mediar palabra, regocijándose en el hombre que le atormentó durante años y el mismo que condenó a su familia. Observó cómo Percy moría y, dándole un empujoncito a Ginny con su magia, logró que Bellatrix la matara con la maldición mortal. Sirius, quien había sido empujado a través del velo por Bellatrix después de que Ron decidiera ir a salvar a su padre en el Departamento de Misterios, fue vengado ni más ni menos que por Molly Weasley, a quien odiaba particularmente.

Emocionalmente triunfal vio como muchos de los mortífagos eran comidos por las acromántulas, mucho más fuertes y monstruosas gracias a uno de sus hechizos sin nombre. Finalmente decapitó a Parkinson y a todo el que se le puso por delante hasta llegar al meollo de la cuestión. Remus y Tonks, por lo visto, habían caído al igual que muchos otros que se amontonaron por los suelos del castillo.

—¡Harry Potter! ¡Sal si te atreves!

—Voldemort… —casi ronroneó él, suprimiendo una sonrisa cuando vio que todos se apartaban para ver el esperado duelo como si fuera una serie de televisión. Harry reprimió una mueca de asco; toda esa gente le daba asco. Si se hubieran esforzado Voldemort hubiera estado muerto hacía décadas.

—Así que el joven Potter tiene agallas para presentarse ante mí. ¿Listo para morir? —alzó la varita de saúco Voldemort y Harry notó como su magia conectaba con ésta a lo largo del pasillo, sin que nadie se diera cuenta.

—Solo tú vas a morir hoy.

—¡Imposible! ¡Lord Voldemort ha conseguido la verdadera inmortalidad! —rio con una voz aguda y maníaca, típica de un villano loco, él.

—¿Te refieres a esto?

Harry sonrió maliciosamente y le lanzó a los pies la bolsa de horrocruxes, incluida la cabeza de Nagini, que habían recolectado. Voldemort, con un ademán de varita, hizo abrir la bolsa y se quedó pasmado mirando sus artilugios rotos. De pronto una oleada de poder surgió de él y, con un rugido, se llevó las manos a la cabeza antes de mirarle a él. Pero fue demasiado tarde, Harry, que había previsto a la perfección su comportamiento, ya le había enviado su primer y último hechizo. Voldemort, aunque lo intentó, no fue capaz de parar la maldición decapitadora y su cabeza salió por los aires. Muchos chillaron del horror cuando lo vieron, otros cuando vieron que volaba en su dirección. Él usó el momento de distracción para desaparecer. No le gustaba darles la espalda a un par de traidores.

Apareció en el Bosque Prohibido y, después de deshacer el hechizo sobre las acromántulas, cogió el brazo de un mortífago moribundo y usando la marca tenebrosa hizo que cada persona que tuviera la marca muriera agonizante. Lo había planeado desde hacía tiempo, de hecho. Usando la marca todos los mortífagos estaban conectados y eran tremendamente fáciles de matar. Ahora ya no tenían un uso, ya habían matado a Ginny, a Percy, a Snape, a Dumbledore, a Remus y a todos los que quería ver muertos. Sabía cuál iba a ser su próxima parada. Sin perder tiempo se apareció en Gringotts.

—Una prueba de herencia, por favor —les indicó a los duendes, que ni pestañearon al verle. Todavía no se habían dado cuenta de que había robado la copa de la cámara Lestrange.

—Sígame, Lord Potter-Black.

Minutos más tarde, tal y como había previsto, salió de Gringotts siendo el hombre más rico del mundo. Todas las pertinencias de los mortífagos, por feudo de sangre contra su familia, habían ido a parar a sus manos y todas las familias oscuras ahora se encontraban en bancarrota. Fue una sorpresa darse cuenta de que había familias con las que estaba emparentado y de las que no había sospechado hasta el momento, como los fundadores de Hogwarts, o los Delacour. Aun así, usó su dominio del 82% sobre el único diario mágico inglés para retractarse de todas las mentiras que habían publicado sobre él, para publicar la verdad sobre Dumbledore y sobre Voldemort y para investigar a los corruptos del Ministerio.

Deshizo su ilusión sobre su persona, eliminando definitivamente sus gafas postizas y su cicatriz y fue directo al mundo muggle a renovar su armario con la ropa más exquisita y cara que pudiera encontrar. Aunque podía conjurar su ropa era más fácil, y menos doloroso artísticamente, ir a comprarla. Seguidamente, compró una legión de 100 elfos domésticos con tal de que pusieran en orden sus cientos de propiedades a lo largo del mundo, cada cual sellada a cal y canto gracias a su magia e invisibles y totalmente ilocalizables para nadie que no fuera él, o sus elfos.

Las siguientes semanas las pasó en el silencio del Castillo Potter, su principal residencia, y leyendo todos los libros que había copiado, por duplicado, de cada propiedad que había visitado. Lo único que quería hacer era leer, estar solo, y romper las vidas de aquellos indeseables que habían osado atacar a la Familia Potter. Poco a poco todos fueron cayendo en el Ministerio, los profesores de Hogwarts fueron despedidos gracias a las indagaciones del Diario Profético, y muchos otros empresarios fueron denunciados por usar su nombre para enriquecerse. Al cabo de un par de meses su venganza se había completado y también se había sentado a examinarse para sus NEWTs así como para nivel pre-universitario muggle. Ambos de los cuales batió récords.

Sin decirle nada a nadie, cogió lo más imprescindible y dejó Reino Unido. Viajó durante 2 años, aprendiendo más idiomas de los que ya sabía, completando su colección gigantesca de libros tanto muggles como mágicos y entrenando en varias formas de combate. La lucha era algo innato para él, tal y como lo había sido las Artes Oscuras y la Defensa de éstas. La Oclumancia y la Legimancia eran como respirar para él, sin duda era uno de los mejores, o el mejor, del mundo en las Artes Mentales. Aprendió ramas de magia que en su país estaban prohibidas, usando su fiel gira-tiempos para duplicar su tiempo viajando, para poder aprenderlo todo: magia de sangre, magia elemental, verdadera adivinación, alquimia, magia cabalística, necromancia, magia sexual, aritmancia, magia del alma, magia blanca y magia negra, magia médica, magia rúnica, magia musical… En 4 años, la mitad de ellos usando el gira-tiempos, no paró de aprender.

Esquivó cualquier mención de su antigua vida y se hizo llamar James Black, aunque temporalmente. También, por curiosidad, se graduó en la universidad a distancia en Química, Biología y Botánica. Para él no había límites hasta que pisó por primera vez el Castillo Peverell. Su biblioteca resultó ser la más curiosa de todas, sobre todo el pergamino asiático que encontró uno de sus elfos cubierto de polvo. El japonés, aunque lo hablaba como un nativo, no era su mejor lengua de lectura. Afortunadamente, como siempre, su magia convirtió las palabras al inglés, su idioma materno.

Pasmado, leyó como en el mismo planeta había una zona guardada de hombres y mujeres llamados shinobi. Ninjas. Los países elementales habían sido escondidos durante más de 8000 años y nadie había entrado o salido exceptuando un antiguo miembro de la familia Peverell que, incluso en los países elementales, se había hecho llamar Rikudo Sennin con tal de que no descubrieran su verdadero origen. Allí se había vestido y mostrado con otra apariencia y sus poderes mágicos le habían convertido en un semi-dios entre los hombres. Como regalo de despedida les otorgó a cada nación un guardián protector contra el mundo exterior, cada cual más poderoso según la extensión del terreno. Los 9 bijuus.

Fue entonces cuando algo nació dentro de él. Quería viajar, sí, aprender, sí, pero también quería saciar sus necesidades de sangre que sin duda había cultivado a lo largo de los años siendo un niño nacido en guerra. El mundo mágico era patético para él, todos eran unos idiotas y unos vagos, dando por sentado su magia y sin ganas de evolucionar, consentidos y corruptos, intolerantes de aquello que les daba terror –como él–. El mundo muggle, por otro lado, era claustrofóbico para Harry. No podía usar su magia libremente y, al igual que el mundo mágico, estaba lleno de corruptos aunque la gente era mucho menos idiota. Además, sería difícil explicar por qué con 50 años seguía pareciendo un hombre en su veintena, después de todo, los magos, al menos aquellos que se cuidaban mínimamente, envejecían mucho más despacio.

Sin embargo… el mundo shinobi parecía ser la respuesta. Un mundo donde existían muggles, los llamados civiles, y personas especiales, como los ninjas. Allí podría usar su magia libremente, tanto para complacerse a sí mismo como para proteger con todo su poder al pueblo de su ancestro. Podría envejecer sin preocupaciones y vivir sin tantos tabús ni engaños como en la sociedad moderna. Podría formar una familia que no estuviera atormentada por su nombre ni por su pasado… Sabía lo que tenía que hacer.

—¡Harry! —un voz femenina le saludó y de golpe se encontró siendo abrazado efusivamente. Nunca lo habría imaginado de Andrómeda Black.

Andrómeda miró al hombre delante de sí, puesto que ya no era, y suponía que nunca lo había sido, un chico. El verdugo de Voldemort. El vengador de su hija y su marido. El padrino de su nieto. Su primo por parte de padre y su Lord. Andrómeda sabía bien, puesto que era una Black de pura cepa, que Harry tenía demasiadas preocupaciones y resentimientos como para quedarse en el mundo mágico, había esperado una despedida y la había encontrado por carta. Aun así agradecía que Harry no se hubiera llevado a su ahijado, aun teniendo derecho y a pesar de ser ella su abuela, y que hubiera enviado regalos y fotografías a lo largo de esos 2 años. Teddy, como no, había crecido sabiendo perfectamente quién era su padrino y sabedor de que Harry sería infeliz viviendo en Reino Unido por eso vivía en el extranjero, tal y como Andrómeda le había dicho.

Lord Potter-Black era un hombre alto, mucho más alto que en su adolescencia, sacándole más de una cabeza y eso que ella era considerada una mujer alta. Su cabello era tan negro y estéticamente despeinado como el de su padre, que lo heredó de su madre, Dorea Black, y sus ojos tan verdes como los orbes esmeraldas de la preciosa Lily Potter, quien Andrómeda nunca creyó que fuera solamente nacida de muggles. Su piel, aunque bronceada un leve dorado, era fina y bien cuidada y sin bello alguno. Su cuerpo, ahora ya no tan escuálido como antaño, era esbelto y atlético, como el cuerpo de un luchador. Vestía con clase pero sin llamar la atención, con un jersey arremangado de color azul marino oscuro y unos pantalones tejanos ajustados negros, arremetidos en unas botas de piel de dragón de un cálido color marrón de aspecto andado pero muy cuidado. Lo último que vio Andrómeda antes de hacerle pasar adentro de su casa fue una pulsera ancha de cuero marrón en su muñeca con un rectángulo de negro brillante y el escudo Potter grabado en él en dorado.

—¡Siéntate, siéntate! Kreacher traeré el té y unas galletas —le informó ella y le empujó suavemente hacia su sofá, observando la menuda sonrisa afectuosa que Harry dejó asomar a su rostro. No se engañaba, ese hombre era más de lo que se presentaba habitualmente y tenía la certeza de que Harry confiaba suficiente en ella como para mostrar parcialmente su verdadera personalidad, así como a menudo había hecho ella en su juventud hasta conocer a su marido, y aun así…—. Voy a traer a Teddy, sé que está encantado por conocerte.

Andrómeda chasqueó los dedos y ordenó al elfo doméstico que tan consideradamente Harry les había dado que preparara los tentempiés. Subió las escaleras hasta el cuarto de Teddy y vio que el timbrazo de hacía minutos debía haberle despertado porque ya estaba de pie y llamándola.

—¡Nana! —sonrió Teddy con el cabello azul y la boca llena de diminutos dientecitos afilados.

—Ha venido alguien a verte, cariño.

Andrómeda sonrió y minutos más tarde vio como padrino y ahijado se reencontraban por segunda vez en mucho tiempo. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando pensó en su hija, su querida Nymphadora, que ahora debía estar saliendo por ahí de fiesta y gastándose el dinero en ropa y en cosas cotidianas de la vida en lugar de estar enterrada en una tumba. La vida no era como ella había esperado. Un padre nunca debía enterrar a sus hijos y ella lo comprendía más que nadie pero al menos tenía a Teddy y a Harry. Aun así se alegraba muchísimo de estar viva, puesto que no hubiera deseado jamás que Teddy creciera como Harry, solo y odiado por su propia sangre. Oh, ya le estaba bien a esos Dursley la cárcel y su difamación nacional.

Cuando vio que su nieto se aburría de la conversación de los adultos sacó la varita y convocó los juguetes favoritos de Teddy, que se depositaron suavemente en el sofá y al instante llamaron totalmente la atención del bebé. Harry, cuando vio que Teddy ya no refunfuñaba, se giró a mirarla. Andrómeda supo en ese momento que ahora iba a ser el momento. La conversación que habían estado obviando durante minutos, y durante la ausencia de Harry. Andrómeda sabía que Harry no podía soportar el mundo mágico, lo sabía porque ella tampoco podía. Era normal que quisiera cortar definitivamente pero todavía estaba por ver cómo y cuándo.

—He encontrado un lugar perfecto para mí, Andy —empezó Harry y Andrómeda sorbió su té con resignación pero apariencia calma—. Un lugar en un país elemental, una zona desconocida y perdida de tierra, protegida por uno de mis mismos ancestros, Pius Peverell.

Andrómeda pestañeó. Eso no lo esperaba. Escuchó atentamente las palabras de Harry y por qué quería marcharse a ese extraño lugar. Ella, que no conocía nada de los países elementales más que lo que su primo había podido ofrecerle en 5 minutos, decidió preguntarle a Harry todo lo que se le pasaba por la cabeza. Cuando más escuchaba más le parecía demasiado bueno para ser cierto pero… ¿y si lo era? ¿Y si realmente podía haber un lugar donde lo normal y extraordinario convivieran en paz y fuera algo bueno y fomentado? Un lugar donde nada le recordara el pasado y donde pudiera vivir el futuro con su familia… Cerró los ojos dejándose soñar en silencio.

—¿Y a ese lugar… podríamos acompañarte Teddy y yo? —ahí estaba, la pregunta.

Harry la miró con el rostro de póker, como de costumbre, y supo que la pregunta no le había tomado por sorpresa. Ese chico, no, ese hombre era más ladino e inteligente de lo que todos creían. Andrómeda, siendo una Black, sabía de máscaras y Harry sin duda tenía una del tamaño del continente asiático, por lo menos. Había sido Harry quien acabó con Voldemort y con todos los esbirros marcados, incluyendo a su sobrino Draco y a su cuñado Lucius. Había sido Harry quien, a pesar de parecer un chico normal en sus estudios, había aprobado todo con supera expectativas y había sacado notas récord en sus NETWs y en sus estudios muggle, los que Andrómeda podía consultar con un poco de magia en el Ministerio inglés. La misma persona con 3 carreras muggle, el que había asumido el control del único periódico del Reino Unido y lo había usado como arma arrojadiza, limpiando desde las sombras el Ministerio mágico y la educación del país entero. El mismo que le había dado 100 millones de galeones y le había asegurado que eso era lo que ganaba en un solo mes gracias a todas sus inversiones. Sin duda alguna… Harrison James Potter-Black era una persona a la que todos, incluida en parte ella, desconocían. Y eso le daría pavor de no ser porque estaban emparentados y se tenían un gran afecto y aprecio.

Andrómeda siguió hablando —Aquí ya no hay nada para mí, ni para Teddy. En el mundo muggle soy una mujer desconocida, con magia pero sin poder usarla, sin identidad, sin estudios, y con un niño pequeño que lleva mi apellido y con el pelo azul. En el mundo mágico me persiguen los recuerdos, veo a mi marido y a mi hija muerta por todos sitios. Pienso en el yerno que osó dejar a mi hija y a su hijo, como si no valieran nada, y que finalmente luchó y murió y no verá a mi nieto.

Vio algo pasar en los ojos de Harry y enseguida supo qué. Nymphadora había tenido una buena relación con Harry y también con ella; en cuanto Remus les dejó fue a su madre, como debía de ser, y lloró en su hombro hasta que días más tarde Remus apareció con la mejilla magullada y curándose. Andrómeda, así como Nymphadora, sabían bien qué había pasado y ella se encontró pensando por qué su yerno no había podido ser, extrañamente, Harry Potter el hombre más honorable que conocía. Aquel que nunca abandonaría a su familia, y menos a su hijo y esposa.

—¡Oh, lo sé! Lo sé bien —sus ojos relucieron con ira y frunció los labios en una media sonrisa furiosa—. Si tú no hubieras intervenido él nunca habría vuelto con mi hija, con mi nieto, y le odio por ello. Destrozó el corazón de Nymphadora y aunque ella quiso hacer ver a todos, sobre todo a sí misma, que había vuelto en sí al verle cruzar el portal de su casa supe que ella nunca volvería a ser la misma. ¿Qué tipo de persona hace semejante cosa, a su familia?... A veces creo que murió no por esa dichosa maldición sino porque no tenía voluntad suficiente para sobrevivir y enfrentarse al hombre que amaba y que, cuando más lo necesitaba, la abandonó.

Andrómeda agachó la cabeza, dejando la taza de té en la mesa, y apretó fuertemente los párpados, y los puños, encerrando sus lágrimas. Sintió un nudo en su garganta, algo que no se había permitido sentir desde la muerte de su marido, meses antes de la muerte de su hija, y respiró ahogadamente. Los brazos fuertes de su primo, mucho más joven que ella, la abrazaron y, de golpe, algo se partió dentro de sí misma. Lloró durante mucho tiempo, amargamente, con tristeza y dolor, pero supo que cuando se secara su última lágrima ese pequeño vacío en su interior que había escondido ya no existiría. Así fue.

Harry caminó siguiendo a su magia y vio el pequeño apartamento muggle que George había comprado. Se preguntaba si George había dejado su amplio apartamento pagado en el Callejón Diagon debido a las memorias de su difunto hermano gemelo y se recriminó haber dudado tan siquiera de si fuera cierto. George era una de las personas a las que había dado dinero, así como a Luna, a Neville y a Andrómeda. De hecho, George era la última persona que iba a ver del mundo exterior antes de irse con Andrómeda y su ahijado a los países elementales. Quería despedirse en persona, tal y como lo había hecho con Luna y Neville Longbottom, quienes tenían ya una vida encauzada y en marcha.

George, no obstante, solo se le quedó mirando en el marco de la puerta antes de lanzarse a sus brazos, llorando. Se preguntó qué le pasaba últimamente a la gente, viniéndose a bajo delante suyo, antes de llevar a George al sofá de su piso. Media hora más tarde George había parado de llorar y se le quedó mirando.

—¿Dónde has estado? —le preguntó, casi con curiosidad, pero él vio que George estaba más bien muerto en vida. Perder a su gemelo había sido peor de lo que él había previsto.

Harry pasó toda la tarde con George, rememorando todos sus viajes y los buenos y breves tiempos felices del pasado, los pocos que había. Despacio, casi reticente, George volvió a cobrar vida frente a sus ojos antes de ponerse a hiperventilar cuando le contó que quería dejar el mundo exterior atrás. Le cogió fuertemente las muñecas, como sin quererle dejarse ir, y luego le suplicó que no se fuera o que, al menos, le dejara marchar con él.

—Percy, Ginny y…F-Fred están muertos —sollozó George, con los ojos rojos y la voz rasposa—. Y ella… mi madre, no puedo creer lo que Ron, Hermione y ella planearon hacerte. Simplemente no lo comprendo. ¿Sabías que papá los ha desheredado? De lo poco que tenemos, claro, pero desheredado al fin y al cabo. Ahora son Molly, Ron y Hermione Prewett. Yo, Harry, no puedo seguir así. Todo me recuerda a Fred, ni siquiera puedo mirarme en el espejo. Cualquier reflejo de mí mismo me da la sensación como si Fred siguiera aquí y no pudiera seguir adelante, atormentado. Todavía recuerdo cómo murió, aplastado, y me pregunto si sufrió o si murió en el acto y-y…

George enterró su rostro pálido en sus manos y él se preguntó cuánto hacía que su amigo no salía a la calle en lugar de pasarse el día encerrado en su piso, haciendo cualquier cosa para olvidar a su gemelo muerto. Sabía que no podía dejarle así, como si fuera basura, y se preguntó si no debería habérselo llevado con él por ahí a ver el mundo en lugar de dejar que la soledad se cebara en él.

—Está bien. Vendrás con Andrómeda, Teddy y conmigo pero te aviso George… No sé qué encontraremos allí.

Semanas más tarde George, muchísimo mejor de todos sus males con la ayuda de Andrómeda y Harry y la felicidad infantil de Teddy, acabó de hacer las maletas. Después de todo, él tenía poca cosa que quisiera llevar consigo. Con los baúles encantados empequeñecidos y un cofre hechizado lleno de lingotes de oro, dijeron adiós al mundo exterior y se embarcaron en una nueva y desconocida aventura.


Bueno, mi primera historia cruce entre Harry Potter y Naruto. ¡Espero que os guste! Esta es una idea que me ha perseguido durante semanas hasta que por fin me ha dado por escribirla.