¡Hola a todos! Estoy aqui con una nueva producción, que si bien no promocioné antes es por que ha salido subitamente. Esta es una historia ambientada en la Primera Guerra Mundial. Guerra en cuyo desarrollo intervienen como protagonitas los Franceses y como Antagonistas los Alemanes. Síp, se que a algunas personas les parecen delicados estos temas, pero en lo personal, creo que son aqui en donde las grandes muestras de humanidad se hacen leyenda.

Les pido que disfruten de la lectura y que si tienen un comentario, me lo digan.


Una noche en la trinchera.


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Novedades en el frente.


Cuando era niño, solía jugar con mi hermano mayor a las espadas de madera. Solíamos correr por un prado verde, lleno de pasto largo y alzado. Chocábamos nuestras estacas, jugando a los piratas o a los caballeros. Mi hermano mayor, uno cinco años para ser exacto, solía cargarme en su espalda después de que terminábamos el juego. Caminábamos a casa, cansados de un día más y sin peligros.

Nuestra madre nos esperaba en la entrada de la casa, con un trapo húmedo entre sus manos, muestra que la cena estaba lista.

Nos adentrábamos en la cocina y nos lavábamos las manos a petición de nuestra madre, quien alegaba que las teníamos llenas de lodo y que nos enfermaríamos si no éramos limpios.

Yo corría a sentarme a la mesa, a un lado de mi padre. Él era un hombre muy inteligente y orgulloso. Aunque no era muy parlanchín, sabíamos que nos amaba y que daría todo por nosotros si llegase a ocurrir algún desastre que lo ameritara.

Mi historia parecer ser una más entre el montón. Digo pues, ¿Qué hay de malo con ser un mocoso feliz? Sin preocupaciones y lleno de regocijo por esta vida.

No, exacto, no hay nada de malo. Lo malo comenzó, cuando yo entre en la mayoría de edad. Cuando mi padre tuvo que irse junto con mi hermano a un lugar en donde yo sabía que no había pasaje de regreso.

Esa noche estábamos cenando.

La puerta de la casa se abrió rudamente y un hombre uniformado penetró en mi hogar para encarar a mi padre.

—¿Fugaku Uchiha? – tenía un acento citadino. Era un sargento de las fuerzas de la Armada Francesa.

—¿Sí? – Mi padre se levantó de la mesa. Yo tenía 20 años, Itachi, mi hermano mayor, 25 años.

—He venido aquí por que hay algo que necesito informarle.

—Sí. – nos miró de soslayo, indicándonos con la mirada que este asunto era privado y que no debíamos intervenir.

Mi madre fue la primera en comprender su orden sorda. Se levantó de la mesa y nos tocó en los hombros a Itachi y a mí. Sonrió con ternura, como solía hacerlo ella y después nos indicó con la cabeza que debíamos dejar solos a los hombres.

Mis recuerdos en esa parte son borrosos, pues era de noche y no había mucha luz. Pero sí recuerdo las palabras exactas.

—Problemas en el Frente, Fugaku… los alemanes están intentando penetrar en Marne. Necesitamos toda la ayuda posible…

—¿Y por que me quieren a mí? Los aliados tienen más coraje, deberían solicitar su ayuda.

—¡Fugaku, no entiendes! – el sargento golpeó con su puño la mesa, pude escuchar, por la pared, cómo rebotaban los cubiertos por la fuerza.

—¡Entiéndeme tú! – papá estaba enojado. —Estoy con mi familia, tengo tiempo que recuperar. Mis servicios al ejercito han terminado, no puedo ir al campo de batalla.

Después hubo un silencio, se escuchaba un vacio en la cocina. Me mordí los labios, estaba sudando, pegue más el oído a la puerta para escuchar mejor, quizás estaban hablando más bajito. Pero en vez de eso, escuche el caminar de mi padre en dirección a la puerta. No alcance a huir, mi padre me encontró con las manos en la masa, espiando la conversación que había pedido en silencio respetáramos.

Me miró con algo similar al enojo y después arrugó las cejas. Comprendí en ese momento que debía esfumarme. Camine cabizbajo a las habitaciones en donde solía dormir en las noches.

Me tumbé en mi cama, suspiraron. Papá se había molestado conmigo, era algo que sinceramente no deseaba.

—¿Te atrapó In fraganti, no? – Itachi estaba sentado en una silla al lado de un escritorio. Yo sólo gruñí.

—Debiste mantenerte alejado de asuntos que no te incumben.

—Da igual, no pude evitarlo.

—¿Y que fue lo que escuchaste?

En ese momento, me levantó de la cama y me sentó en el borde. Mire a Itachi con un deje de desesperanza y después baje el rostro, ocultando pena.

—Quieren reclutar a papá.

—¿Reclutarlo? – Itachi siempre se tomaba con calma las cosas.

—Sí, ese hombre de ahí es un sargento de la Armada Francesa, dijo que los alemanes se estaban apropiando de muchos sitios, incluyendo Marne.

—¿De nuevo? Pensé que eso se había solucionado hace unos meses.

—Pues creo que ha habido ataques menores, pero que al parecer han empezado a ser devastadores.

—Maldición, esta guerra no nos deja en paz. – así pasamos la noche, abatidos por los acontecimientos y los misterios que nos aguardaba el futuro.

Era el 12 de enero de 1915, mi padre nos encontró a la mañana siguiente en la mesa, sentado, tomando una copa de vino y con la vista hacia la ventana. Nos miró unos momentos, los tres, mi madre, Itachi y yo estábamos en la puerta, esperando sus palabras.

—Iré.

Ese instante quedó congelado en mi memoria. Pues mi madre se echó a llorar a los brazos de mi padre. Estaba desconsolada y llena de desesperación. Itachi golpeó la pared de nuestra cocina lleno de impotencia. Sus lágrimas eran finas y pequeñas, pero claramente podía ver que estaba sufriendo.

Yo me quedé simplemente de pie en la entrada, escuchando con eco las palabras de mi padre, el llanto de mi madre y las quedas maldiciones de Itachi.

—No irás solo, padre. – escuche repentinamente a mi hermano.

Oh, Itachi. Si supieras lo mucho que te admiré.

—¿Qué quieres decir, hijo? – mi padre alzó la barbilla, esperando la anhelada respuesta de mi hermano.

—Sí, Itachi, dinos… - estaba impaciente, con angustia contenida.

—Te acompañare. – se paró firme, como un soldado. Se uniformó de valor y se acercó a mis padres, con lágrimas en los ojos, se arrodilló y tomó la mano de mi decidido progenitor. Besó su mano y agachó la cabeza.

Mi mamá se abalanzó hacia él, abrazándole con enjundia, rogando en silencio por que nada malo sucediera.

—Itachi… mi muchacho. – nuestro padre posó su mano sobre la cabeza de mi hermano. Rezó en silencio, implorando por que el acto de valentía de su hijo no fuera en vano y que pronto regresaran a su hogar. Cuando Itachi puso alzar la cabeza se encontró con los ojos llenos de lágrimas de sus padres y ambos, besaron su frente, dándole gracias a Dios, por su gran corazón.

—Entonces… partiremos mañana. – acató mi padre, mientras se levantaba de la silla y él y mi madre se adentraba en las habitaciones, quizá para charlas.

Mientras tanto, observé a mi joven hermano. Él estaba abstraído, mirando el suelo, todavía arrodillado. Me acerqué a él y sin hacer ningún movimiento brusco, le abrace por la espalda, rogando en mi adentros, por que todo saliera bien y que él pudiera regresar con vida.

—También quiero ir. – solicité. Pero su respuesta le dio un vuelco a mi corazón, que, hasta entonces siento.

—No.

Después de eso, no volví a escuchar palabra de su boca. Se fue ha su habitación, arrastrando el cuerpo en una aura de suplicio.

¿Por qué sentía, muy dentro de mí, que por más que lo deseara… esa era la última vez que lo abrazaría?

—Itachi. – susurré al aire, mientras una llovizna fría comenzaba a caer.

A la mañana siguiente, mi padre y mi hermano partieron a la capital. Oh, por que olvide mencionarlo, nosotros vivíamos en una provincia francesa, alejada de todo el tumulto y los estallidos de la guerra. Éramos personas que si bien teníamos estudios, no gustábamos de la ajetreada vida de ciudad, por lo que, cuando mi hermano y yo terminamos nuestros estudios escolares, nos fuimos a vivir al campo, en donde estaríamos tranquilos. Más ahora que la guerra nos acechaba.

Bien, había dicho que mi padre y mi hermano se habían ido a la guerra, ¿No?

Pues como dije, tuve que quedarme con mi madre. Pasaron los días, las semanas y los meses… Recuerdo que sólo una vez pudimos recibir una carta de padre. Nos decía que habían sido enviados a pelear con los aliados belgas. Eran estrategas.

Hasta ahora todo iba muy bien.

Fue hasta un año después, en una mañana nublada, cuando dos hombres, cadetes de la milicia francesa, se acercaron a caballo a nuestra casa. Yo estaba cortando madera en el pórtico. Nuestra casa era pequeña y teníamos un pórtico resistente de piedra.

Se acercaron a mí, deje lo que estaba haciendo y los mire. No dijeron nada, sólo me analizaron y después, bajaron la mirada.

—¿Qué? – expresé, molesto por la monotonía.

—Nos enviaron con malas noticias, Monsieur Uchiha. – era un hombre de canas. Venía acompañado de su subordinado.

—¿Malas noticias?

Oui… - buscó en una bola y sacó, envuelta en una bandera francesa el uniforme de mi padre. —Lo sentimos mucho.

Ahí comprendí lo que había sucedido. Mi padre había muerto, según las palabras de esos hombres, en un ataque enemigo mientras dormían.

Escuche un balde de agua caer y observé a mi madre, parada en la entrada, con una cara llena de desilusión. Corría a abrazarla y deje que llorara. No podía creer que mi padre hubiera muerto. Yo tampoco quería creerlo.

Un mes después, recibimos una carta de Itachi, diciéndonos que estaba muy triste por lo ocurrido y que no importara qué, intentaría volver.

Mas su deseo no se cumplió, pues el 23 de Julio de 1916… volví a ver a los soldados. Fue ahí, cuando recibí la noticia más dura de mi vida.

Itachi había parecido en batalla.

Esta vez, mi madre no soportó el dolor. Ya enferma con anterioridad de una extraña infección respiratoria, la noticia y el trauma terminó por matarla una tarde de verano, cuando yo regresaba de un pueblo cercano, a donde fui a comprarle leche, pan y algunas plantas medicinales que según un curandero la sanarían.

La encontré acostada en la cama, con sus ojos cerrados y facciones relajadas. Tenía la carta de Itachi en su mano derecha y una lagrima, aun tibia, corría por su mejilla. Esa noche aullé en llanto lastimero como un loco solitario.

No muchas personas vinieron al funeral de mi madre; sólo el sacerdote, una pareja de tíos que tenía, los cuales ya eran muy viejos, mi amigo Suigetsu y yo. La sepultamos a la sombra de un olmo, cerca de la casa.

—Lo lamento mucho, Sasuke… en verdad. – Suigetsu me daba palmadas en la espalda, sintiendo la muerte no sólo de mi madre, sino de toda mi familia.

—Todo es por culpa de esta absurda guerra. – gemí, limpiando mis lagrimas, que eran derramadas con fastidio sobre la fría lapida.

—No podemos hacer nada… sólo esperar.

—No, no es así. – enjuagué mi cara con el agua que había traído para rociarle a las flores. —Iré a pelear, Suigetsu. – lo mire a los ojos, decidido.

—¿Bromeas? Deberías descansar, estar en paz unos días… no en el campo de batalla, con los cañones y la pólvora.

—¿Qué puedo hacer aquí? – lo miré desafiante. —¿Morirme cada día de angustia? ¿Pensar en todas las cosas que no hice por mi padre, por mi hermano… por mi madre? – escupí a la grama por el pensamiento. —No, claro que no. Si no tengo esperanza, entonces luchare por una. – estaba muy seguro de mí mismo.

—Pero, Sasuke, la solución no es enlistarse al ejército. Debes tomar en cuenta tu futuro. – Suigetsu tenía razón, estaba siendo muy necio y no pensaba en las cosas que podía hacer por mi tierra sino por mi mismo.

La noche al funeral de mi madre me la pasé dando vueltas en la cama. A la mañana siguiente no pude desayunar ni tampoco comer. Cené algo ligero y volví a dormir. Soñaba a Itachi, siendo cruelmente acribillado por los alemanes. A mi padre, que lo apuñalaban por la espalda mientras dormía.

A mi madre, que lloró tanto hasta que la muerte fue la única que logró detener su desconsuelo. El suplicio de ver en sueños a mis seres queridos tan llenos de sangre y de dolor, no me dejaba conciliar la realidad. Me sentía inútil y un holgazán estando acostado en mi cama todos los días, sin ir al campo a trabajar, sin cortar madera para un buen fuego… sin visitar a mi madre.

Pasó un mes de su fallecimiento y aun así no podía salir de esa nube de perdida.

Una madrugada me desperté debido al insomnio. Limpie mi cara, por que sudaba a mares y desabotoné mi camisa, me costaba respirar. Me levanté del lecho y recorrí hasta llegar a la cocina para tomar agua. Sin embargo, cuando tomé un vaso, lo dejé inmediatamente al ver la botella de vino tinto en la alacena.

Esa madrugada bebí toda la botella mientras miraba el amanecer desde la ventana en donde una vez mi padre lo contempló.

Cuando los rayos del sol tocaron mi cara, me levanté de mi silla, fui a mi habitación, junté en una maleta equipaje y provisiones. Tomé mis documentos y alisté mi mejor traje. Me duché y afeité un poco, la vedad no era de familia con mucho vello. Me peiné y me envestí. Me puse los zapatos más buenos que tenía. Salí de la casa, atrincándola con una cadena y en el camino al olmo hice un ramillete de flores.

Me posé enfrente de la tumba de mi mamá. Arrodillado, oré por que me bendijera desde el cielo, y besando su nombre grabado en piedra, deposité las flores en una vasija con agua.

—Adiós… madre. – respiré hondo y comencé a caminar. Llegue a la casa de Suigetsu, todavía era temprano, así que por la puerta, encajé un sobre de papel, en donde escribía mi testamento en caso que no regresara. Le contaba en la carta la razón existencial que me impulsó a irme, así como el deseo de la mejor de las suertes para él y su familia. Le dije que se despidiera de mis viejos tíos por mí, por que probablemente no me dejarían ir si se enteraran de lo que iba a hacer.

Una vez cumplida esa parte, fui a la ciudad más cercana y busqué una casilla para enlistarme en la armada. Me recibió un hombre ya de cuarenta primaveras y dándome una hojeada preguntó.

—¿Estás seguro de lo que haces, muchacho? Tal vez no regreses jamás.

—Sí, absolutamente seguro.

—Muy bien, ¿Cuál es tú nombre?

—Uchiha Sasuke.

Continuara…

Oui = Sí.

Bien, probablemente ya tengan una pequeña intuision de lo que va esto. Ah, sí, este será un fic SasuNaru, pero quiere decir que sea yaoi, ya que, sincesamente, el yaoi no me llama la atención. Será más bien un fic de amistad. Les agradezco la atencion y comprension.

¿Merece un comentario?

Yume no Kaze.

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