1.- Adiós, hogar, adiós.-
A veces la vida nos da lecciones de madurez, poniéndonos a prueba con viejas cuentas del pasado. Eso fue lo que me pasó a mí. Nunca imaginé que existiera alguna conexión, aunque remota, con esas pequeñas cosas de la infancia de las que intentas huir por miedo a volver a caer en la enfermedad de la nostalgia. Cuando empecé a percatarme de lo que me estaba ocurriendo, sentí verdadero miedo. Ya sabía a lo que me arriesgaba si aceptaba compartir piso con él, pero la situación y mi compañera de piso, entre otras cosas, me presionaban a hacerlo.
De todos modos, ¿podía alguien predecir lo que nos deparaba el futuro? Ni aunque así pudiera ocurrir, jamás pensé que el dicho "todo es posible" fuera cierto. Y es que fue tal el dolor y el desconsuelo de aquellos años, que ahora me cuesta pensar que no ha sido más que otro dulce y lejano sueño.
Mi historia comenzó una mañana de mayo. Como venía siendo una costumbre por aquellos días, Sara no paraba de preguntarse por qué María seguía dando esos portazos al salir y haciendo ruido con sus tacones, como si de un elefante en plena estampida se tratase. Ya era parte de nuestra rutina matinal y para seguir con ella, siempre venía acompañada de algún tema en especial. Aquella mañana me preguntó algo importante:
-¿Te has enterado ya?
-Si no me dices nada más, ¿cómo voy a saberlo?
-Finalmente, Fany ha decidido largarse.
-Bueno, Sara, la verdad es que yo siempre pensé que se iría.
Hubo una pausa. Parecía esperar a que yo misma lo dijese.
-Y entonces, ¿qué vamos a hacer?
-Hombre, yo tengo claro a quién no pienso aguantar otro año más.
-Te referirás a María, ¿no?
-Claro, Patri. ¿O pensabas que me refería a ti? – dijo entre risas.
Tanto Fany como Sara estaban diciendo siempre que yo era la "rarita" de la casa, la niña pequeña, la que no se regía por los marcos sociales habituales.
-Entonces no comprendo. Se supone que María es la que sí quiere quedarse. Y para colmo es la que más problemas nos supone a la hora de convivir. Si ella no quiere irse de este piso... – busqué en sus ojos el final de la frase, pero ella hizo ademán para que yo siguiera –…eso significa que nosotras…
No pude seguir hablando. Me encantaba ese piso. Era nuevo, enorme, con una habitación espaciosa – algo que nunca había tenido – y con todo el inmueble a estrenar. ¡Era perfecto! Y ahora tendríamos que dejarlo. No podía creerlo. Abandonar lo más parecido a la buena vida en un piso de estudiantes por un capricho infantil. Y lo peor de todo era que no tenía otra elección, pues de ello dependía quedarme compuesta y sin compañeras o por el contrario, acompañada y a bordo de lo desconocido. A veces me pregunto qué habría sucedido si hubiera sido al revés, si hubiera sido yo la que decidiera abandonar. ¿Me habría apoyado o, por el contrario, me habría tachado de egoísta? La verdad es que me parece un acto de egoísmo aun poniéndome en su lugar.
Fueron dos semanas de largas conversaciones, argumentos y falsas excusas. Todas nuestras charlas sobre el tema se resumían a prejuicios y opiniones de quienes menos pintaban en el tema, según yo, ya que nosotras, junto con nuestra familia éramos las únicas con derecho a juzgar el piso, o como yo solía decir, los "alrededores", porque era la zona la mayor razón para la mudanza. Mudanza… Ese era otro tema que me preocupaba. Ella tenía coche para hacerlo. ¿Pero qué pasaba conmigo? ¿Cómo trasladar de un piso a otro todas mis cosas sin tener que comprometer a nadie?
Me costó reconocerlo en su momento y aún me supone un gran esfuerzo, pero finalmente decidí hablar con mi madre, o como acostumbraba a llamarla, la "Shely". Solía hacerlo únicamente en caso de emergencia debido a la facilidad que esta tenía en hacerme perder la paciencia. No obstante, me encontraba en un punto de desesperación al que no encontraba salida y una madre suele ser lo más parecido a un botón de emergencia. Creo que fue buena idea hacerlo, me sentí liberada al saber que no le parecía un problema tan grave si nos movíamos con tiempo, y tiempo era la mayor herramienta de la que disponíamos.
Y es que el piso del cerro fue como pan caído del cielo. Cuando parecía que todo estaba perdido, que todo el mundo tenía donde vivir durante su primer año de carrera –incluso aquellos que aprobaron en la repesca de septiembre –mientras nosotras seguíamos tachando los mismos pisos en el cambalache una y otra vez… Allí estaba, esperando a que cuatro desconocidas como nosotras iniciaran pues la emocionante aventura que resulta la convivencia. Recuerdo el calor agotador de agosto ya casi diciendo adiós y nosotras en lo más alejado de la capital andaluza, expectantes y con deseos impulsivos de firmar y terminar de una vez. En esos momentos hubiera firmado incluso por el desván del bar más arcaico de Sevilla. Sin embargo, alguien ahí arriba –tal vez mi abuelo, que apenas hacía veinticuatro horas que nos había abandonado –nos sonreía hasta el punto de concedernos el que siempre recordaré como el mejor piso compartido en el que he vivido nunca, aunque bien es cierto que jamás viví entre aquellas paredes la emoción que el siguiente acertaría a ofrecerme.
Por fin llegó el momento de la verdad.
-Veamos, empecemos buscando en las zonas que más nos gustan de la ciudad. Como por el ejemplo… mmm… veamos… ¿qué te parece Reina Mercedes?
-¡Ni se te ocurra!- me levanté de mi asiento al mismo tiempo que mi voz se levantó en el aire –no pienso dejar este piso por algo inferior y pagar el doble solo por la zona, Sara. Me niego. No estoy dispuesta a vivir entre cucarachas solo por estar en un barrio modelo.
-No todos los pisos son de pena, los hay en un estado razonable, lo suficiente como para ser habitado –su cara se tornó seria, algo no muy común en ella.
-¿Pero de verdad te estás oyendo? ¡Si eres la primera que pondrá trabas a todo lo que encontremos!
-Te prometo que no lo haré –esta vez se movió en su asiento, nerviosa, ante la difícil tarea de contentarnos a ambas –además, Roberto ha pasado todo el curso allí y no se está mal.
-¿Roberto? –casi no la dejé terminar la frase.
-Si, Patri. Roberto. El chico con el que yo siempre…
-Sé quién es Roberto, no hace falta que me expliques –apenas me había sentado y de nuevo me puse de pie casi de un salto. Roberto era el mejor amigo de Sara, y sinceramente, me parecía un chico encantador. Pero se trataba de algo más. Mi querida compañera estaba pensando en compartir piso con él, y si eso sucedía, sabía a qué tipo de encuentros me sometería: Fernando también estudiaba en la capital y resultaba ser uno de los mejores amigos de Roberto, por lo que cuanto más cerca estuviera de este, más posibilidades de reencontrarme con él habría. Y eso precisamente era mi mayor temor en la vida. Era el reencuentro. El gran reencuentro. El reencuentro con mi pasado. Sara seguía frente a mí, esta vez de pie, intentando buscarme entre mi larga mirada.-Estás pensando en que se una a nosotras, ¿verdad?
La pobrecita no supo qué decir. Ella conocía toda la historia y normalmente se servía de ella con objeto de burla, pero esta vez era distinto. Por otra parte, ya había dejado tirado a Roberto en una ocasión, según su manera de verlo, ya que en lugar de esperarlo en septiembre, prefirió buscarse algo seguro con compañeras en su misma situación y rezar para que él también encontrase algo en caso de que también aprobase las pruebas de acceso a la universidad.
De nuevo, la sensación de que todo va a contrarreloj y se decide sin contar con mi opinión. Y de nuevo el sentimiento de resignación, al saber que no había manera de evitarlo y que cuanto antes lo aceptara, mejor.
Sabía que a partir de ese momento, todo sería diferente: la convivencia con dos chicos la haría diferente; la convivencia entre Sara y su mejor amigo la haría diferente; compartir piso con Fernando… eso sí que lo haría diferente. Pero podría ser una bonita familia, en comparación con el frío y la distancia que se respiraba en la situación en la que nos encontrábamos, llena siempre de discusiones por saber quién debía fregar un vaso. A pesar de ello, no podía evitar echar de menos aquel piso en el que nunca se respiró el ambiente estudiantil. No podía creerlo: estaba diciéndole adiós.
