Disclaimer: FMA pertenece a Arakawa.


Alphonse Elric tiene tiempo y a la vez no. Vive a tiempo prestado en esa armadura —metal, fría, a la que consigue imbuir calor con su voz, la voz de un niño—, y pese a todo por las noches tiempo es lo que le sobra. Tiempo para pensar —demasiado—, recordar —a veces quiere, otras no—, planear, y soñar —despierto, porque es el precio a pagar por haber pisado los dominios de Dios—. Tiempo también para observar a su hermano dormir, y aun así no envidiarle.

Alphonse Elric es así, y mientras que otros lo entienden, parece mentira que precisamente Edward no lo haga. Al no tiene nada que perdonar a su hermano, sangre de su sangre —la misma que delimita el sello del interior de su armadura— y más bien piensa, en esas noches, que tiene que agradecerle la valiosa lección que ha hecho que tenga un corazón de acero —si fuese cualquier otra persona, pensaría en la ironía con amargura, pero de nuevo, es Al—. Pero no lo dice.

Lo que Al necesita es perdonarse a sí mismo. Tampoco lo dice, pero tiene miedo, el mismo que Edward, en realidad, y dan vueltas en un círculo al que no están acostumbrados, porque son niños prodigio y los únicos círculos que conocen son los de transmutación y no los que componen la intrincada psicología humana. Temen ser odiados, por el otro, sangre de su sangre —siempre es bueno tenerlo en mente— y único apoyo; no lo dicen, porque el día que la verdad salga a la luz no saben si podrán seguir buscando sus cuerpos, no importa lo mucho que hayan sido unidos por verdades, puertas, o Dios.

Trabajan en ese equilibrio precario, unido por devoción y amor —porque pese a todo, se quieren, si no, no tendrían miedo—, hasta que llegan al punto de no retorno y se dan cuenta que están en medio del círculo y es hora de afrontar la verdad —otra vez—. Lo dejan ir, a regañadientes, y la desesperación y el miedo da paso al alivio. Y por fin Al lo vocaliza —porque a diferencia de Ed, jamás se lo ha dicho a nadie—, sintiéndose más ligero aún en esa armadura vacía; el pánico por haber matado otra vez a su madre aquella noche, a que su hermano le culpase.

Y al fin no hay culpa infligida sobre ninguno, no hay madre porque aquello no era Trisha Elric, sólo dos niños haciendo las paces consigo mismos.


Ah esto se lo regalé a Coffee. Ella sabe mejor que yo que no nos merecemos a Alphonse.