Lara, Lara, Lara, Lara, Larita. No pensarás que se me había olvidado tu callada existencia, ¿o sí? Si es así, eres una pobre ilusa. Pero se te perdona porque es tu cumpleaños.
Sin más que agregar por el momento, comencemos con la función.
"Distribuidor Vial", Escena Uno, Toma Uno... ¡Acción!
/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana... bueno, no hace tanto. Fue más o menos el mes pasado. Y la galaxia tampoco era muy lejana. De hecho, ni siquiera otra galaxia. Esta historia empezó aquí a la vuelta, frente a la iglesia, al lado de la panadería, en contra-esquina de la oficina de correos.
Una muchacha de cabello castaño está en las afueras de una escuela, leyendo un libro titulado "Distribuidor Vial". En una antigua lengua de una antiquísima civilización, tal término tenía varias acepciones. Podía significar un nudo de marinero, un nudo mixteco, una sartén gigante para huevos revueltos, un laberinto, una trampa mortal, o todas las anteriores. Sin embargo, su uso utópico sería el de una especie de vía rápida para las congestiones de tráfico.
Pregunta: ¿Había tráfico en ese entonces?
Respuesta: No se sabe con certeza. Muchas son las hipótesis al respecto, y pocas las que tienen pruebas sustentables no circunstanciales. Se ha dicho que el tráfico (entendiéndose por tal el automovilístico) existe desde el principio de los tiempos, y que de hecho a Adán y Eva les tomó tres horas salir del paraíso por un congestionamiento debido al choque de una ballena con un tranvía.
Curiosamente, ninguna de estas importantes cuestiones era tratada en el ante-citado libro. Dicha obra literaria hablaba de un mágico reino laberíntico, del rey del lugar, Jareth, de los goblins, que eran la población principal, y de otros inmigrantes que el rey aceptaba ahí para tener diversidad cultural y por el simple y llano gusto de hacerles la vida poca, mediana o totalmente insoportable, según su respuesta ante las exigencias que ponía para aceptar que se quedaran en su próspera nación.
Como se dijo antes, la muchacha estaba leyendo, y se llamaba Sarah. Inopinadamente, se levantó y empezó a saltar alegremente hacia su casa para seguir leyendo, al tiempo que entonaba una canción que decía algo de "Vamos a ver al Mago, al mágico Mago de Oz. ¡De Oz, de Oz, de Oz!".
Así iba, cantando esa tonada y otras más, hasta que llegó a su casa. En la puerta se encontraban su padre (El Innombrado) y su madrastra (La Innombrable), muy arregladitos, peinaditos, bien vestidos, y hasta parecía que se habían bañado, aunque no lo necesitaban, según recordó Sarah (se habían bañado hace apenas cuatro semanas).
—Hola, Sarah. ¿Qué tal te fue en la escuela? —preguntó El Innombrado con amabilidad.
—Bien. ¿Pasa algo? —preguntó Sarah.
—Sí. Queríamos avisarte que tendrás que cuidar a tu hermano por dos semanas, porque nos vamos a nuestra segunda luna de miel. ¡Abur! —dicho esto, los dos salieron corriendo como competidores olímpicos de los 100 metros planos.
A Sarah se le cayó el alma a los pies. Cuidar a su hermanito, Toby, habría sido un gustazo en otras circunstancias (si no fuera por dos semanas, si no fuera sólo un bebé, si no fueran "esos días" y si le pagaran).
Además, apenas iba en la página 12 del libro, y le faltaban unas 36'987,128 páginas para acabar, y tenía que entregar un reporte en cuatro días. ¿Cómo acabar de leer si tenía que cuidar a un pequeño de escasos 18 meses de nacido?
Toby escogió ese momento para empezar a llorar por el simple gusto de vaciar el aire de sus pulmones. No tenía hambre, no estaba aburrido, no tenía sucio el pañal; en resumen, no necesitaba de nadie más en ese momento. Pero su pasatiempo que le servía de derivativo de sus ocupaciones habituales de comer y dormir era llorar y llorar. A veces, claro, lloraba, o también era posible que llorara.
Después de doce minutos de profunda meditación, decidió que no podía seguir ignorando al niño. Subió, y se encontró con un bebé fresco, rozagante y llorón. Lo meció, le hizo gestos, le revisó el pañal, le dio leche, le improvisó una obra de teatro guiñol, le compró un Porsche, lo llevó al circo, jugó con él, le cantó y, finalmente, rendida, lo dejó seguir llorando.
—Oh, y ahora, ¿quién podrá ayudarme? —se lamentó.
—¡Yo! —exclamó un individuo extraño.
—ó-ô Tú no eres el Chapulín Colorado.
—¿Acaso importa?
—... pues no mucho. ¿Quién dijiste que eres?
—Adivina.
—... mmmmh... ¡ya sé! ¡Eres David Bowie!
/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/
—¡CORTE! —exclamó el Director—. ¡Eso no es lo que se supone que deberías decir!
—Bueno, se me salió. Es que sí es David Bowie.
—Pues no me importa.
El Eq. de Prod. negaba con la cabeza, decepcionados, chascando la lengua.
—Ya no hacen las protagonistas como antes —comentó el Productor.
—¿Cómo las hacían en tus tiempos, abuelo? —preguntaron a coro todos los miembros del Equipo.
—No esperen que se acuerde, ya han pasado más de 40 años, y está viejito —interrumpió el Director.
"Distribuidor Vial", Escena Cinco, Toma Dos, ¡Acción!
/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/—/
— mmmh... te pareces a alguien, pero no sé a quien —dijo Sarah tras meditar por tres horas. Tres horas durante las cuales el individuo aquel se había acercado al bebé, y mediante sus extrañas artes había logrado que dejara de llorar.
—Ya sé, a un tal Bowie. No lo conozco, pero yo llegué primero que él.
—¿En serio?
—Sí, en serio. ¿Sigues sin saber quién soy?
—No tengo idea.
—Ese libro que estás leyendo... ¿no será de casualidad "Distribuidor Vial"?
—Sí, en efecto.
—¿Qué crees?
—¿Qué creo?
—Yo soy Jareth.
—Sí, claro. Y yo soy el pato morado de júpiter —aseguró Sarah, incrédula.
—... debo haber quedado daltónico... y miope... —comentó Jareth para sí, confundido.
—... ¿Sí eres Jareth?
—No, soy el vecino —replicó el aludido sarcásticamente.
—Caramba, no recordaba que el vecino fuera así —pensó Sarah en voz alta.
—¡BUAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! —gritó Toby con toda la fuerza de sus pequeños pulmones, que era mucha. Traducido a la lengua cotidiana, ese berrido significaba, literalmente, "¡SUFICIENTES ESTUPIDECES!"
—Bueno, seas quien seas. ¿Qué carajos haces aquí?
—Pediste ayuda, ¿no?
—Sí, claro, pero yo esperaba al Chapulín Colorado.
—¡Ese maldito ortóptero! Es la quinta vez que me dicen eso en la semana.
—Será porque el Chapulín Colorado es más poderoso que tú, pequeño asaltante de cuarta.
—¡¿ASALTANTE DE CUARTA!
—Entrar a las casas ajenas así como así no es decente —señaló Sarah, sentada en un sillón, tomando té.
—¡SUFICIENTE! ¿Conque no quieres a nadie que no sea el Chapulín Colorado, eh? ¡PUES NO ME IMPORTA Y ADEMÁS ME VALE! Me llevo al mocoso chillón. Y si quieres recuperarlo, tendrás que entrar al Distribuidor Vial, a ver si lo encuentras —espetó Jareth, y se fue por el espejo.
Sarah, que había olvidado que el té que tomaba era contra el insomnio, quedó dormida después de esto.
