NO ME OLVIDES
by Mademoiselle Anastasia Tchaikovsky Kirkland (Mlle. Anya T. Kirkland)
Dicen que cuando algo termina lo que siempre quedan son los recuerdos. Pero… ¿qué tal de algo que nunca fue? Que nunca dio inicio y que por lo tanto, jamás terminó. Para mí… siguen quedando los recuerdos… los recuerdos de un "hubiera sido", de un "quería que fuera" y que "jamás fueron".
Antes era una pequeña niña cuya salud siempre fue delicada por lo que mis padres decidieron que debíamos mudarnos a un lugar con clima más apto para mi salud. Nos fuimos a vivir a una bella mansión construida a las afueras de la ciudad cuando yo tenía aproximadamente unos siete años. Había mucha naturaleza alrededor y el clima era siempre cálido.
La primera vez que llegué a ese lugar me dijeron que no había mucha gente por ahí, salvo otras dos mansiones igual de excéntricas que la nuestra. Mi madre me dijo que ambas pertenecían a familias adineradas como nosotras pero su posición era distinta.
"Será una perfecta oportunidad para que te insertes en la sociedad" solía repetir mi madre.
Mi madre era esa clase de mujeres a las que les importaba el dinero y el estatus en la sociedad. Siempre me decía que tenía que conseguir un buen marido para mejorar mi posición y la de mi familia. A mí jamás me interesó eso pero cada que sacaba el tema tenía que asentir cual muñeca a la que le son impuestas las palabras.
Por mucho tiempo, no fui capaz de conocer ese precioso lugar donde estaba situada mi casa. Habían pasado unos dos años sin que yo viera lo que había más allá del jardín. Los sirvientes siempre me rodeaban y no me dejaban salir de la mansión sin compañía, y de ser posible, ni de mi habitación. No obstante, en ocasiones me les escapaba para intentar investigar por mi cuenta, aunque siempre fue inútil. Era atrapada no más ponía un pie lejos del último escalón de las escaleras de la puerta principal.
-¡Pfff! Esto es realmente aburrido – resopló.
-Señorita, ¿le gustaría tomar la merienda? – preguntó una sirvienta.
-No. No me apetece ahora. Lo que quiero ahora es salir de aquí. ¡Siento que me volveré loca sino salgo de este lugar!
-P-Pero Señorita… usted sabe que… tiene prohibid—
-Sí, sí. Tengo "estrictamente prohibido salir de la mansión". Ya lo sé, ya lo sé. Es sólo que… es realmente aburrido aquí. Ya no quiero tomar esas tontas lecciones que me obliga a tomar mi madre… sólo… - miró por la ventana – quisiera poder ver lo que hay allá afuera.
-Señorita…
Un ruido interrumpió la conversación. La puerta había sido abierta para dejar pasar a un hombre mayor. La niña se acercó e hizo una leve reverencia hacia el nuevo invitado.
-Padre…
-Elizabeta… he venido a avisarte que te prepares para tomar la merienda con nosotros. Prepara tus mejores galas.
-Me siento honrada de tal honor, Padre – reitera la reverencia – pero… ¿celebramos acaso una especie de ocasión especial? ¿Qué amerita el hecho de que use mi mejor ropa para la merienda?
-¿Qué no te basta con saber que nos harás compañía a tu madre y a mí? – gruñó y salió de la habitación.
Lo sabía. Era otro intento de mis padres por buscarme "un prospecto de marido". Como odiaba cuando eso pasaba. Siempre que sucedía, tenía que ingeniármelas para retirarme antes o de preferencia, evadir el encuentro. Pero de un tiempo acá, se había vuelto difícil. Mis padres evitaban comentarme cuando había invitados en casa o a veces irrumpían en mi habitación sin más para introducirme a alguien a quién estaba segura de no querer conocer. Era incómodo. No, en realidad era un dolor de cabeza. Tenía la impresión de que mis padres me creían una completa inútil por ser tan débil de salud pero… ¿cómo puede un corazón volverse fuerte cuando está encerrado en una caja de cristal?
Yo quería salir a explorar el mundo. Quería saber lo que se sentía tener los pies literalmente en la tierra, dejar que la lluvia me bañara y el sol me quemara la piel. Quería sentirme viva. Pero no. Jamás me podría sentir de esa forma con mis padres allí para "velar por mí".
Sin más remedio, accedí a que mis sirvientas me vistieran para la, definitivamente no esperada, ocasión. Ya estaba preparada con "mis mejores galas" como había pedido mi padre. Me encontraba mirando fijamente la puerta del salón de té. En cuanto entrara comenzaría un juego de mentiras en el que no estaba interesada. Resignada, tomé una cantidad de aire y resoplé.
-Si no hay más remedio… que comience el juego…
Abrí la puerta y me sorprendí de encontrar a mis padres solos.
Elizabeta hizo una reverencia y se acercó a la mesa con sus padres. El té le fue servido a la pequeña señorita.
Cuando pensé que esta vez podría estar tranquila, él apareció.
Las puertas del salón se abrieron y con ello, mi padre se puso de pie. En la entrada, estaban una pareja y un pequeño niño. Esa fue la primera vez que lo vi.
-Muchas gracias por venir, Sr. Edelstein. Mire, ella es mi esposa y ella es mi hija, Elizabeta.
Mi padre nos presentó a los invitados. Era una de las familias que vivían por los alrededores. Eran de buena posición y eso se notaba sólo en su vestimenta. El señor era un empresario, al parecer tenía algunas fábricas donde creaba productos diversos. Su especialidad eran los instrumentos musicales.
-Es un gusto conocerlas, Madam, Señorita – dijo el hombre cortésmente – ella es mi esposa y este pequeño de aquí es mi hijo, Roderich. Roderich Edelstein – dijo y lo empujó levemente hacia la chica.
Nuestros respectivos padres nos colocaron uno frente al otro. Aún recuerdo esos raros ojos color violeta que se ocultaban tras de un par de lentes.
"Ridículo" pensé.
Alcé un poco mi vestido y me decidí a dejar la habitación. No tenía intención de tolerar esa situación una vez más.
-¡E-Elizabeta! ¡Elizabeta! ¡Vuelve aquí en este instante!
Al oír eso, decidí correr. Era ahora o nunca. Luego me tocaría oír un sermón pero era preferible eso a esa situación tan tonta e incómoda. Corrí tan rápido como pude y me escondí en un pequeño buró vacío que estaba cerca de la entrada de la biblioteca. Podía escuchar cómo me llamaban a gritos una y otra vez, además de las pisadas de los sirvientes. Temía que me encontraran. Sabía que de hacerlo me obligarían a regresar al salón del té.
Sentí unos pasos aproximarse y guardé el aliento pero fue en vano. La puerta se abrió de igual modo. Allí estaba la chica que me había ayudado a vestir esa mañana. Me miró fijamente sin decir nada durante un par de minutos, luego extendió su mano y me entregó una llave.
-Toma esa llave y ve al ala donde vivimos las sirvientas. La segunda puerta a la derecha es mi habitación, allí puedes quedarte el tiempo que quieras. Yo iré a alcanzarte más tarde – susurró.
Y cerró la puerta.
-¡No está aquí tampoco! – se escuchó gritar.
Luego, escuché por sus pasos que se iba alejando. Cuando los gritos dejaron de escucharse, me animé a abrir levemente la puerta del mueble. Ni un alma. Era la oportunidad. Salí rápidamente y decidí ir a donde me había indicado.
Estaba en el ala de la servidumbre y curiosamente, no había ninguno de ellos cerca.
"Probablemente siguen buscándome…" pensé.
Me detuve frente a la puerta e inserté la llave. Entré a la habitación enseguida. Vi la cama y de inmediato me eché sobre ella.
-¡Que fastidio! – suspiré – ¡No quiero volver a tener esos odiosos encuentros nunca más! Si tan sólo… si tan sólo mis padres se detuvieran…
Elizabeta se sienta en la cama y comienza a examinar la habitación con sus ojos. Nota que hay un traje de sirvienta sobre el escritorio.
-¡Oh! – se acerca a mirarlo – ¡esto es perfecto! – lo extiende – con esto podré salir de la casa sin que se den cuenta.
Decidida a escaparse de casa, Elizabeta se quitó su elegante ropa para ponerse el uniforme de sirvienta. Recogió su cabello y se lo amarró para que quedara en forma de cola de caballo.
-Listo. Así debo verme lo suficientemente diferente para despistarlos un poco… ¡Oh! ¡Casi lo olvido! – se quitó los brillantes aretes y pulseras – si traigo estas cosas tan llamativas podrían sospechar…
Guardó las alhajas en un bolsillo del vestido que encontró. Y volvió a mirar su muñeca izquierda.
"Pero… esto…"
Ella observaba un collar que usaba en forma de pulsera. El collar tenía un pequeño relicario* que colgaba de él.
-No. No puedo quitármelo. Prometí no hacerlo.
Abrazó su brazo izquierdo mientras evitaba que las lágrimas, que ya estaban en sus ojos, cayeran por su mejilla.
-Hermano… ¿dónde estás?
-¡Hey! ¡Hermano! ¡No te vayas!
-¿Eh? ¿Qué sucede, Oeste? ¿Tienes miedo de estar solo o algo así?
"¿Eh? ¿De quiénes son esas voces?"
-N-no seas tonto… me refiero a que... bueno, tú sabes… se supone que tenemos que acompañar a mamá y a papá. Ellos están por llegar y…
-Tú acompáñalos si quieres. A mí no me interesa conocer a esta gente. ¡Esas cosas de adultos son realmente aburridas!
-Pero, ¡hey! ¡Hermano!
"Debo ver a quién pertenece esas voces…"
Elizabeta se acerca a la única ventana de la habitación para intentar ver a los que hablaban.
-Voy a irme a jugar por ahí. Eres libre de venir conmigo si así lo quieres.
-¡Oye! ¡Te dije que no podemo—! ¡Bien! ¡Haz lo que quieras! No tomaré responsabilidad por tus tonterías.
-Kesesesese… tan serio como siempre, Oeste. Deberías actuar más como un niño que es lo que eres después de todo.
-Y tú deberías actuar con un poco más de madurez después de todo tú eres—
"No logro ver bien por esta cosa"
Elizabeta hace a un lado la pesada cortina e intenta abrir la ventana.
-Sí, sí. Ya sé eso. Bueno… igual me iré por ahí a explorar hasta que esto termine.
-Bien. Supongo que te veré luego de que nuestros padres manden a toda la comisaría para buscarte. ¡Me voy primero!
"Rayos… debo darme prisa… esta cosa no afloja… ¡maldita sea!".
En un increíble despliegue de fuerza, Elizabeta, abre de un jalón la ventana y siente que pierde el equilibro. Para evitar caer, se sujeta de la ventana pero no puede evitar gritar en el proceso.
-¡Ufff! Menos mal. Hubiera sido una fea caí… — sus ojos se toparon con los de alguien más.
-¡Hey, tú! ¿Estás bien? ¿Qué estás haciendo?
-Ahhh… yo…
Era un chico de cabello plateado, que lucía más brillante al caer los rayos del sol sobre él.
"Rayos… si este niño se entera… de quién soy… ¡Oh, espera!"
-¡Hey! ¡Te pregunté si estás bien! ¿Acaso me escuchas?
-Sí… digo, ¡sí! ¡Estoy bien!
-De acuerdo…
El chico iba a continuar su camino pero la chica lo detuvo.
-¡Hey! ¡Espera, por favor!
-¿Eh? ¿Qué sucede? ¿Pasa algo?
-Sí… verás… ¿podrías ayudarme a bajar de aquí?
-¿A bajar? ¿De la ventana dices?
-Sí.
-¿Por qué quieres bajar por la ventana? ¿Acaso eres una ladrona y ahora resulta que necesitas ayuda? – el chico se cruzó de brazos.
-¡No! ¡No es eso! Es que… ¡la puerta se trabó y no puedo abrir! ¡Y necesito salir de aquí!
-¿En serio? Mmmmm.
"¿Se habrá creído esa tontería? No, no creo qu—"
-Está bien. ¡Lo haré!
-¿Qué?
-Dije que te ayudaré a bajar de ahí. Sólo espera un poco.
"¿D-de verdad se lo creyó? ¿Ese cuento tonto?"
El chico se acercó a la pared y la observó durante unos minutos. Fue entonces que notó que había otra ventana debajo que tenía una saliente lo suficiente grande para apoyarse.
-¡Hey! Ya sé cómo puedes bajar de ahí. Sal de la ventana e intenta llegar a la que está debajo de ti. Esta ventana tiene una saliente, así que podrás poner tus pies allí sin problemas. Una vez que estés allí, te ayudaré a bajar.
-¡¿Qué?! ¡¿Eso fue lo mejor que se te ocurrió?!
-A menos que quieras tirarte desde allá, ¡sí! ¡Fue lo mejor que se me ocurrió!
-¡Tsk! Idiota – murmuró.
"Pero es cierto… no parece haber otra opción…"
-Saldré de aquí entonces. ¡Así que no te atrevas a ver bajo mi vestido!
-¡Oh, vamos! ¡¿A quién le interesaría ver debajo del vestido de una niña como tú?!
-¡Tú! – se contuvo – está bien… saldré ya…
Elizabeta se sienta ligeramente en la venta, sube un pie y luego el otro mientras se sostiene del vidrio.
-Ahh… ¿ahora qué?
-¿Qué no sabes bajar de una ventana?
-¡Disculpa! Pero me perdí la clase que consistía en cómo bajar de una ventana.
-¡Sólo baja un pie a la vez! ¡Con cuidado!
-Con cuidado… ¡cómo si tuviera planeado morir aquí!
-Por Dios… esta mujer es más quejumbrosa que mi madre – dijo para sí el chico.
Elizabeta baja un pie con cuidado. Luego, baja el otro mientras sigue sosteniéndose del cristal en la parte superior.
-¿Ahhhh… así?
-¡Bien! Ahora suéltate del cristal y sujétate del borde la ventana. De ahí, sólo intenta alcanzar la saliente. Estira tus pies para eso.
-E-está bien…
La joven cambió de lugar de soporte como le dijo el chico. Ella estiraba sus piernas pero no lograba alcanzar la saliente.
"Vamos, Eli. Tienes que lograrlo. Ya casi, ya casi… ¡oh! ¡Lo logré!"
Un pie llegó a la saliente y cuando estaba por colocar el otro, sus manos se resbalaron y se sintió caer en el aire.
Recuerdo sentir que flotaba, como si cayera lento. Sinceramente, pensé que ahí terminaría todo. Si no fuera por ese niño, no sé qué habría sido de mí. Así es, cuando caí, ese chico fue tras de mí y me atrapó con su cuerpo. Bueno, más bien, caí sobre él directamente. Pero aun así, me salvó.
-¡Auch, auch, auch! – gritaba el chico — ¡Por Dios! ¡Qué pesada eres!
-¡Óyeme tú, pedazo d—!
Nuestros ojos se encontraron entonces. Ahora nos mirábamos cara a cara. Él era un chico de cabello plateado y ojos rojos que me miraba con seriedad.
"Ojos rojos… rojos como… los de él…"
