"Mientras nos queramos, no es pecado" formulaba en su mente una y otra vez mientras se abrazaba al joven y esbelto cuerpo que tenía ante ella.

No era fácil aceptar una idea que en el siglo actual está aparentemente inculcada en la sociedad mundial. Supuestamente, una persona de esta centuria está concienciada para aceptar a cualquier semejante con sus virtudes y sus defectos; y del mismo modo comportarse tal y como es sin miedo alguno, ni temer al famoso e impuesto "qué dirán" porque, aunque en este mundo seamos muy liberales, siempre estarán los que juzgan abiertamente, y los que juzgan para sus adentros. Todos, en el fondo, tenemos nuestro lado prejuicioso, y tendemos a crear una imagen de todo por su apariencia, u odiar por poseer ideas contrarias a otros, y éste es el némesis de las guerras.

Pero con el paso de los milenios, el humano ha aprendido que el amor, el aprecio y el diálogo lo puede todo. Esos son los valores que nos han ido transmitiendo hipócritas a lo largo del tiempo. Porque somos unos hipócritas, porque queremos enseñar a amar cuando lo único que nuestro corazón alberga es odio hacia lo conocido y miedo hacia lo que está por conocerse.

No era fácil aceptar una idea que debería estar ya arraigada en la mente de jóvenes y no tan jóvenes. Pero cuanto más tiempo pasaba en contacto con aquella suave y perfumada piel y contagiándose del calor que las revueltas sábanas beige le ofrecía, más capaz se veía de ceder ante ese concepto, para ella, tabú.

En la cultura japonesa, que dos mujeres mantuvieran una relación amorosa estaba muy mal visto. Por lo menos, eso es lo que todos sus mayores le dieron a entender a Kazuha desde su niñez. Recordaba a su abuelo, a su padre, a sus tíos montando en cólera cada vez que en el telediario reportaban a un "invertido", a un "desviado". También era motivo de especial trifulca digna de retención policial la vez que publicaban en alguna columna del periódico o emitían en algún informe especial en la radio algo referente a esa extraña festividad que intenta recordarnos, una vez al año, que una persona puede ser feliz con quien quiera, y que podemos hacer con nuestras vidas lo que nos plazca, y tenemos derecho a que nos acepten tal y como somos, y la obligación de aceptar a otros como son.

Pues ese sencillo principio era algo que ni la familia ni los ancianos vecinos de la joven Kazuha entendían ni pretendían comprender. Sin embargo, Kazuha creó una especie de barrera basada en el pasotismo, ya que nunca estuvo de acuerdo con los escarnios que su padre profería hacia las personas con aquella "peculiar, moderna y ridícula" mentalidad. Para ella, ese postulado tan criticado por su padre, era sinónimo de libertad. ¿Cuántos conflictos finalizarían si todos y cada uno de nosotros sintiera un mínimo de empatía?

Pero claro, hay una delgada línea que separa lo tangible de lo inteligible, y ahí es cuando entra en juego esa frase hecha que se extiende a lo largo y ancho del mapa: "es más fácil decirlo que hacerlo", que luego se contradice a su vez con el "si quieres, puedes".

Pues antes de acabar en una cómoda cama de metro cincuenta abrazándose y besándose con otra mujer, para ella era fácil pensar que dos personas del mismo sexo se podían amar y que eso no debería conllevar ningún problema, porque en la intimidad cada uno podía hacer lo que quisiera... Pero en el momento en el que el fogoso encuentro apasionado que tuvo con aquella joven terminó, la calma reinó en el dormitorio, y miles de pensamientos contradictorios a sus ideales se colaron ofensivamente en su cabeza, y todos parecían señalar la misma pregunta, ¿estaba mal lo que había hecho? Y ahí es cuando todas su convicciones morales se derrumbaban como castillos de arena a merced de la cruel marea.

La figura que descansaba a su lado se removió, girándose hacia ella y atraiéndola en un posesivo abrazo rozando lo inmoral. ¿Y qué no había sido inmoral esa noche? Era la pregunta que azotó violentamente al cerebro de la joven desvelada. ¿Por qué debería ser inmoral? Las dos querían, las dos lo deseaban, se sentían solas y se amaban, ¿qué había de malo en lo que habían hecho?

Intentó concentrarse en los gloriosos momentos que había vivido momentos anteriores. Rememoró el primer beso que horas atrás se habían atrevido a darse: torpe, húmedo, cálido y suave. Siguieron con un breve pero lento recorrido hacia la cama, entre caricias y besos ya algo más experimentados. Cuando la otra la tumbó sobre las mantas, su boca depredó el cuello de la kansai, provocando quedos suspiros en ésta, mientras sus manos se dirigían con picardía al enganche de la discreta falda.

Los recuerdos de los minutos en los que la joven arrastró sus labios toscamente por su blanquecina piel en un recorrido inocente hacia su intimidad eran borrosos debido a la intensidad del momento. Pero era imposible suprimir de su mente los vestigios de humedad entre sus piernas. Los dedos y la lengua de la otra hicieron maravillas en su virginal sexo. Su cuerpo se estremecía con cada roce proporcionado. No escatimaban las dentelladas en las zonas erógenas, aquellos arrebatos no hacían más que desvelar la auténtica naturaleza salvaje de la muchacha y poner en evidencia sus instintos primarios. No sabían lo que debían hacer, ni cómo moverse, simplemente se dejaron llevar. Y aun así, ambas alcanzaron un delicioso y arrasador orgasmo. Sí, Kazuha también satisfizo a su compañera. Después de su gratificante orgasmo, la otra subió a su altura. En cuanto la luchadora de aikido hubo sido capaz de sincronizar su respiración y abrir los ojos, se encontró con los de su amiga. Sus manos fueron a la nuca de la chica en posición dominante y la empujó hacia sus labios después de profesar un desesperado bésame. Sus bocas se encontraron de nuevo. Sus lenguas se acariciaron sin habilidad, pero despacio, disfrutando de aquellos efímeros y placenteros segundos que la vida les regalaba sin recordarles lo vil que era el mundo. De repente, la que estaba encima de Kazuha separó sus bocas unos milímetros para proferir un grave gemido, dejando como unión entre ellas un hilo de saliva. La mano de la de la coleta había surcado entre ellas, acariciando cada trozo de piel a su paso, hasta llegar a la vagina de su amante. Había comenzado a acariciar bruscamente, intentando imitar los movimientos que la otra anteriormente había realizado en su zona homóloga para poder recrear el gozo del que había disfrutado antes y de esta forma llevarla por igual al orgasmo. Los espasmos logrados en la joven con cada roce que Kazuha inducía en su entrepierna impedían que sus bocas se juntaran. La kansai deseaba seguir probando sus labios mientras masturbaba, novicia, a su acompañante. Mordió su labio inferior y tironeó de él. Los gemidos de la otra chica eran detenidos de vez en cuando por algún profundo bocado que Kazuha le propiciaba mientras continuaba con el movimiento circular de la mano instalada en el sur, la otra extremidad la llevó a la mejilla de la joven, para incentivar el placer que estaba sintiendo. Podía notar el corazón desbocado de la que estaba encima acompasando los guturales suspiros que soltaba contra su boca. Las caderas de la otra comenzaron a balancearse sobre las de Kazuha, presagiando el clímax.

K-Kazuha... Yo... Y-Yo me...-Tartamudeaba la otra entre jadeos, apretando los dientes y escondiendo su rostro en el cuello de la luchadora.

Tranquila... Hazlo...-Susurró Kazuha en su oído, mientras la mano que seguía masturbándola se movía más rápido y la otra profundizaba un cálido y acogedor abrazo.

La chica alcanzó la cima ahogando un grito contra el cuello de la kansai. Su cuerpo se tensó completamente, el calor asoló su anatomía en su totalidad. Los fluidos resbalaron inevitablemente por sus piernas, humedeciéndolo todo a su paso.

El maravilloso recuerdo concluyó con el cuerpo de la joven derritiéndose sobre el suyo, exhausta y satisfecha.

En esos momentos, con aquellas imágenes recientes surcando su memoria, con la sensación de las manos de la otra aún acariciando su cuerpo, sintiendo todavía sus labios en sus pezones, era imposible pensar que lo que había realizado contenía malicia alguna, y mucho menos plantearse si habría hecho daño a alguien con sus acciones.

De nuevo, la persona de su lado se volvió hacia ella.

¿No puedes dormir?-Le dijo la chica somnolienta.

No es eso...-Respondió Kazuha, que miraba hacia el techo.

No hemos hecho nada malo.-Sentenció la otra, leyendo la mente de la luchadora.- ¿No te ha gustado?

Por supuesto que me ha gustado...-Se sonrojó y se giró, dándole la espalda y tapándose con la sábana hasta la mitad de la cara.-Solo que... Es mi primera vez y... Estoy algo contrariada porque...

¿Porque ha sido con una mujer?-Le cortó la otra, arrimándose a ella.- Kazuha, yo también estoy confusa, pero hay una parte de mí que dice que he obrado bien, porque he hecho algo muy hermoso con alguien a quien quiero y con la que comparto muchas cosas y creo que ha merecido la pena, ¿tú no piensas igual?

Tras escuchar el breve discurso de su compañera, Kazuha albergó esos bellos pensamientos en su cabeza. Sus prejuicios se esfumaron de su mente como las llamas rehuyen al agua, y por fin se quedó más tranquila.

Tienes razón...-contestó la kansai.- No debería preocuparme por esas tonterías.

Te puedes preocupar, por supuesto. -Le corrigió su acompañante.- Pero no tomártelo como si fuera algo malo, un pecado o algo similar simplemente porque... Seamos chicas las dos.

Gracias, Ran.

La karateka sonrió, como había hecho otras tantas veces a lo largo de esa noche, y se aproximó hacia la muchacha de ojos esmeralda, que seguía dándole la espalda. Rodeó su cintura con sus brazos y sus finas manos acariciaron su vientre.

¿Estás más tranquila?-Preguntó susurrante Ran contra su oído.

Sí...

¿De verdad?-Insistió la castaña, ronroneando.

Que sí, no te preocup-

Kazuha guardó silencio al notar cómo unos dedos ajenos volaban despreocupadamente a un lugar específico de su anatomía mientras otros se metían en su boca. Prefirió dejar de pensar, porque la vida sólo se vive una vez. Porque cierto es que sufrirá crisis personales en las que se preguntará quién es y qué hace con su vida, tendrá dudas sobre lo que hace con su sexualidad, pasará miedo, vivirá alegrías... Pero esas fases las pasará tanto ella como chicas que se acuesten con chicos, y de esas lides ya habrá tiempo para ocuparse. Ahora sólo debía de concentrarse en el placer que estaba a punto de serle ofrecido, y emplearse a fondo para vivir el momento y ser feliz.

"Carpe Diem"