Manhattan, 17 de noviembre de 1999.

Aquel otoño estaba siendo de los más fríos que recordaba, pero al entrar en aquella librería abarrotada de gente sintió una bofetada de calor en el rostro. La calefacción unida a la gran cantidad de personas -en especial mujeres- que abarrotaban el local habían cargado el ambiente. Estuvo tentada de irse, pero entonces las palabras de su psicóloga retumbaron en su cabeza: "Kate, si quieres el alta vas a tener que demostrarme que eres capaz de salir de casa. Las cosas buenas no van a llamar a tu puerta, tienes que salir tú a por ellas. Tráeme una prueba de que lo estás intentando y dejaré de ser tan pesada. Ve a la firma de libros de Richard Castle y que te firme el libro de tu madre. Será un bonito homenaje para ella y una prueba para ti"

Kate suspiró, quizá la doctora Sophie Miller tenía razón y aquello sirviera para cerrar una especie de círculo. Acarició la portada del libro con ternura y pensó en su madre, en cuánto la echaba de menos y en lo que aquel libro le recordaba a ella. No entendía cómo ella, siendo abogada, podía desconectar leyendo libros de crímenes tan macabros como los que el autor plasmaba en sus páginas.

Sin embargo, cuando murió, sintió que leyendo aquellos libros -muy buenos, por cierto- estaba más cerca de su madre, y no sólo eso, sino que gracias aquellos libros había descubierto dos cosas; la primera era que el tiempo que pasaba leyendo, no estaba llorando, leer era como una terapia para ella, y la segunda es que quería ser policía. Lo supo desde el momento en el que el detective John Raglan les dijo que el caso estaba cerrado por falta de pruebas, pero aquellos libros le animaban con más fuerza aún a ingresar en la academia.

Y allí estaba ella, haciendo cola durante una hora para que su escritor favorito le firmase el libro. Por fin, la chica que iba delante de ella se apartó.

-¿A quién se lo dedico? -preguntó el guapo escritor. Iba a preguntarle que dónde le firmaba, con la esperanza de que fuese en el escote, pero ella le tendió el libro enseguida, y si su jersey de cuello vuelto no dejaba suficientemente claro que no estaba de humor, aquellos enormes ojos tristes le hicieron ver que aquella chica no necesitaba un comentario picante, sino unas palabras bonitas.

-Kate, Kate Beckett -intentó sonreír, pero la sonrisa no le llegó a los ojos, haciendo que estos pareciesen más tristes aún.

-Papi, papi -una niña pequeña se acercó al escritor y le susurró algo al oído que le hizo sonreír.

-Y yo a ti, calabaza -respondió él con una sonrisa que a Kate le llegó al alma. Su padre ya no sonreía así- Anda, ve con mamá, luego voy yo.

Castle escribió la dedicatoria y se levantó, avisando al fotógrafo para que les hiciera una foto. Kate notó cómo aquel escritor al que admiraba y que le parecía tan de otro mundo, a pesar de vivir en la misma ciudad, le pasaba un brazo por los hombros, atrayéndole hacia él y por primera vez desde la muerte de su madre y por unos segundos se sintió a salvo del mundo.

"Para Kate Beckett, la chica con los ojos más cautivadores que jamás haya visto. Espero que algún día recobren el brillo que se merecen. Con cariño, Rick Castle" leyó con una sonrisa mal disimulada la dedicatoria que el escritor le había dejado en la primera página. "Nunca estaré con un hombre como él" se dijo a sí misma.