Hola, bueno soy nueva en esta sección. Hace rato que tenía ganas de publicar una historia sobre las PPG y ahora que salí de vacaciones me decidí a hacerlo. Espero que este primer capítulo les guste.
Las PPG no me pertenecen.
Capítulo 1
Fuego. Eso era lo que más se alcanzaba a distinguir entre todo el tumulto de personas. Las antorchas brillaban y por el indiscutible tono rojo eran visibles a kilómetros. Los gritos de protesta llegaban de todas partes y aquellos que lograban comprender algo no podían evitar estremecerse por las amenazas y promesas de muerte que se distinguían.
La veintena de personas avanzaba con las antorchas en alto y con algunas armas improvisadas que hubieran alcanzado a tomar antes de salir y reunirse con la muchedumbre de hombres. Sus pasos eran rápidos y no tenían otro objetivo que no fuera la casa más alejada del pueblo, aquella en donde se alojaba la que para todos era el ser más despreciable del mundo; la bruja. Y su intención no era otra más que quemarla en la hoguera y así por fin poder tomar venganza de la muerte de los seres queridos– entre ellos niños y mujeres principalmente–.
Estaban tan concentrados en llevar a cabo su tarea que no se percataron que tres niños de no más de doce años se habían conseguido colar entre todos ellos. Fue hasta que un hombre quien pisó al menor de ellos reparó en su presencia.
–¿Qué están haciendo aquí?– gritó furioso mientras tomaba del brazo al de en medio.
El pequeño se zafó del agarre y volteó rencoroso hacia el hombre que lo había tomado. Sus ojos verde oscuro le dirigieron una mirada completamente fría, que de haber tenido mayor edad posiblemente hubiera congelado al hombre.
–Queremos ir– respondió.
–No– negó rotundamente el hombre.
–Pero tenemos derecho– replicó el que parecía ser el mayor de los tres– las vidas de nuestros familiares también nos fueron arrebatadas.
–Queremos vengarlas– finalizó el menor.
–Ustedes se van a casa ahora mismo– ordenó el hombre– no tienen edad suficiente para esto y lo único que conseguirán será ponerse en peligro.
Uno de los hombres se percató de la ausencia de su amigo. Lo buscó con la mirada y lo divisó unos metros detrás, hablando con tres niños. Se acercó, olvidando por un momento que la muchedumbre se alejaba a paso veloz. A un par de metros alcanzó a escuchar como el hombre reñía a los pequeños y les ordenaba volver a la seguridad de su casa.
–Niños, él tiene razón– dijo llegando a su lado y arrodillándose para quedar a su altura– aun soy muy jóvenes para enfrentarse a algo así– observó como la boca de los tres se abría para replicar– no dudo que sean fuertes y valientes– se adelantó con una sonrisa, haciendo que el ego de los niños ascendiera– pero por ahora no cuentan con la madurez mental para enfrentarse a esto. Regresen a casa, acuéstense en sus camas y olvídense de todo esto– pidió amablemente.
–Pero queremos ir– intentó por última vez el niño de ojos verdes.
–Lo sé, conozco el dolor y la impotencia que sienten– comprendió el hombre– pero por ahora lo mejor que pueden hacer es lo que le dije. Ya cuando sean mayores habrá tiempo de cazar a todas las brujas que quieran pero por ahora váyanse a casa.
Se levantó y observó con alivio como los tres asentían con resignación. Sonrió y después de revolverles el cabello a los tres señaló con el dedo la entrada al pueblo. Los niños caminaron cabizbajos y sólo cuando contempló como se separaban para ir a sus respectivos hogares se giró y corrió para alcanzar a los demás. Su compañero ya se encontraba con ellos.
–¿Pudiste convencerlos?– preguntó con indiferencia.
–Sí– respondió– no tenias que hablarles de ese modo, después de todo son solo niños que ya han sufrido bastante.
–Me conoces muy bien como para saber que no siento compasión por nadie Utonio– reprochó fulminándolo con la mirada.
El aludido simplemente bajo la mirada y negó con la cabeza. Él y su amigo eran personas completamente diferentes. Su amigo era rencoroso y violento, siempre lo había sido pero la desaparición y muerte de su joven hija, la única que había sido capaz de darle la alegría y sacarlo adelante cuando su esposa murió en aquel incendio, lo había convertido en un hombre frio y sin sentimientos. Utonio lo comprendía, aquel hombre había sufrido bastante con la muerte de los dos seres que más amaba pero aun así no podía concebir que fuera tan duro con esos niños.
Ellos, al igual que algunas personas del pueblo, la estaban pasando mal, posiblemente eran los más afectados porque eran solo unos niños. Sus vidas ya nunca volverían a ser iguales, habían perdido toda la inocencia que se tenía a esa edad. En sus ojos se podía presenciar el odio que tenían para el mundo y que clamaba a gritos por salir, y Utonio temía que si continuaban así terminaran igual de rencorosos que su amigo. No era la vida que les deseaba.
Suspiró y se apresuró a seguir a los hombres. No tenía ganas de continuar con eso pero no tenía de otra o eso era lo que él quería pensar. Su opción de quedarse en casa tranquilamente se había visto frustrada cuando los hombres llamaron a su puerta para exigirle que se uniera a ellos si no quería ser acusado de traidor y quemado en la hoguera junto con la bruja. Había aceptado por pura cobardía, eso lo sabía y le pesaba en el alma encontrarse en esa situación. Él no era ni quería ser un asesino aun cuando una de las vidas que esa bruja se había llevado fuera la de su mujer y eso le trajera constante dolor.
Se reusaba a querer jugar a ser Dios y tomar la vida de alguien más. No le importaba si era o no un ser maligno, para él no dejaba de ser una persona que había hecho malas elecciones o que simplemente no había escogido ser aquello y había nacido con esa maldición. Y privar a alguien de la vida, se lo mereciera o no, para él era algo imperdonable.
––––––––
–Mamá ya vienen– lloró una pequeña al ver como varios puntos rojos se acercaban a su casa.
–Aléjate de la ventana– sentenció su madre.
La pequeña así lo hizo y corrió hasta donde estaba su madre junto con sus hermanas. Tan pronto llegó su hermana menor la tomó el brazo y recargó el rostro en su hombro para continuar llorando.
–No… no es justo– lloraba la pequeña– tú no hiciste nada.
No se atrevía a alzar la vista y aunque lo hiciera las gruesas lágrimas que inundaban sus ojos le hubieran impedido ver aquel rostro tan dulce que su madre poseía.
–Lo sé hija– dijo tiernamente, limpiándole las lágrimas con delicadeza– pero ellos no creen eso…
–Habla con ellos– bramó la mayor de las tres– podríamos salir las cuatro y decirles que es un malentendido, tú eres inocente.
La madre se limitó a negar con la cabeza. No tenía caso que le diera a sus hijas falsas esperanzas, sabía que esos hombres no la escucharían. No estaba dispuesta a correr el riesgo de poner a sus hijas en peligro, eran lo más preciado que tenía y haría lo que fuera para ponerlas a salvo, aun si eso implicaba morir sola y a manos de aquellos hombres.
–No tiene caso Blossom– dijo aparentando mucha tranquilidad– no escucharan. Se encuentran furiosos y cuando lo están no son capaces de escuchar. Y no importa que ellos piensen que soy culpable, ustedes saben que no es verdad y con eso me basta.
Les dedicó una sonrisa que no hizo más que entristecer a las pequeñas menores de diez años al saber que no la volverían a ver. La mujer les dedicó una caricia en las mejillas y después su semblante cambio. Se dirigió a la mayor de ellas, quien se esforzaba por retener sus lágrimas.
–Necesito que se vayan– le habló con firmeza– huyan y no importa lo que escuchen no regresen, ni siquiera volteen hacia atrás– esperó a que la niña asintiera para proseguir– Blossom sé que esto será difícil para ti porque solo tienes nueve años pero necesito que cuides a tus hermanas hasta que lleguen al pueblo más próximo, está a tres días de aquí, siguiendo el sendero. Procura que nadie las vea o sabrán lo que son, cuando llegues busca a una mujer de nombre Keane. Es una vieja amiga mía, también es bruja y no dudara en hacerse cargo de ustedes.
–Ven con nosotros– habló por primera vez la de en medio, sus lágrimas ya se desbordaban por sus mejillas pero intentaba mantener la compostura por su hermana menor que seguía aferrada a su brazo.
–No puedo, saldrán a buscarme y las descubrirán.
No podía darse el lujo de permitir eso. Los últimos tres años que había pasado en aquel pueblo se había esforzado por mantener la vida de sus tres hermosas hijas oculta. Una parte de ella en su interior siempre supo que algún día descubrirían que era una bruja y sabia que si el pueblo conocía la existencia de sus hijas no dudarían en lanzarlas en la hoguera o hacerles algo peor. Por eso desde que se habían instalado en aquella alejada cabaña les había prohibido a sus hijas tener cualquier tipo de contacto con cualquier persona del pueblo.
Suspiró y se esforzó por formar una sonrisa que ante los ojos de sus hijas pareciera creíble. Les dio un rápido abrazo y después las soltó. Se apresuró a ir a la cocina y tomó un pequeño morral que estaba lleno de comida.
–Rápido vengan– dijo cuando escuchó los gritos más cerca.
Las tres la siguieron hasta el otro extremo de la choza. La mujer abrió la puerta que daba paso al tétrico bosque que rodeaba la casa. Se volvió a arrodillar y miró por última vez a sus tres hijas. Les dedicó una última caricia en la cabeza y después se levanto, le tendió el morral a la mayor.
–Váyanse ya– dijo empujándolas fuera de la casa y cerrando la puerta a sus espaldas.
La menor se soltó llorando desconsoladamente y quiso volver a entrar a la casa pero una de sus hermanas la detuvo por el brazo. Giró su cabeza hacia ella y observó que se trataba de su hermana mayor.
–Tenemos que irnos– dijo ella con una voz seca impropia de una niña de su edad.
Tiró del brazo de su hermana y, junto con la otra, comenzó a correr hacia el sendero antes dicho por su madre. Las lágrimas se arremolinaban en sus ojos y rogaban por salir pero se contuvo de hacerlo. Se pasó el brazo por su rostro y continuó corriendo. No podía mostrarse débil ahora, sus hermanas dependían de ella y necesitaba ser fuerte por ellas.
Recorrieron a penas kilometro y medio cuando un grito desgarrador llego a sus oídos. Se detuvieron completamente sorprendidas y asustadas. Aquel grito provenía de su madre. Rápidamente los ojos de las tres se llenaron de lágrimas y desobedeciendo se giraron para encontrarse con una gran columna de humo en el lugar en donde antes había estado su hogar.
–Mama– susurró la de en medio con la voz quebrada, negándose a aceptar lo que sus ojos llegaban a divisar.
–¡No!– exclamó la menor liberándose.
Salió corriendo hacia donde se veía su casa completamente en llamas.
–¡Bubbles!
–No te escuchara, tenemos que ir tras ella– se apresuró a decir Blossom antes de salir corriendo por el mismo rumbo que había tomado su pequeña hermana.
Bubbles corría lo más rápido que sus piernas le permitían. Escuchaba que sus hermanas la llamaba pero no se detenía, tenía que llegar en donde su madre y tratar de ayudarla. No podía dejarla ahí sola, nunca se lo perdonaría. Cerró los ojos y apretó el paso, sorprendiéndose de todo el tramo que había recorrido minutos antes en compañía de sus hermanas.
De pronto se estrelló con algo duro y cayó al suelo. Abrió los ojos de golpe y divisó con horror la silueta de un hombre sosteniendo una antorcha en lo alto. Estuvo por gritar pero nada salió de su garganta, el miedo se instaló en su pecho. Su corazón palpitaba con extrema velocidad y las lágrimas que antes habían sido de tristeza ahora eran de terror.
Retrocedió un par de centímetros, ayudándose con los talones y las palmas, del hombre.
Utonio bajo un poco la antorcha y divisó a la pequeña niña rubia. Su corazón se comprimió al ver la expresión aterrada que inundaba el rostro de la pequeña. Quiso decir algo para tranquilizarla pero en ese momento unos arbustos que estaban a un par de metros se movieron y de ellos salieron otras dos niñas. La primera en salir fue una morena que se dejó caer a un lado de la rubia para ayudarla a ponerse de pie, y la segunda era una pelirroja que se posicionó enfrente de ambas con ademán protector.
Blossom fulminó al hombre con la mirada, deseando que este se intimidara y huyera despavorido del lugar.
Pero nada de eso ocurrió. Utonio observó con curiosidad como las tres pequeñas lo miraban a esperas de que hiciera algo y no pudo evitar preguntarse qué era lo que hacían tres niñas indefensas a esas horas de la noche en el bosque y con la situación que tenía lugar a sus espaldas.
Otro grito desgarrador llego a oídos de los cuatro y el hombre pudo ver como las tres se estremecían y en sus rostros se reflejaban los sentimientos de dolor y tristeza. Un rayo de compasión atravesó su pecho al comprender quienes eran esas tres niñas.
–Tienen que irse rápido de aquí– dijo Utonio sacudiendo la antorcha para que esta se apagara.
Las tres lo miraron sorprendidas, habían esperado que el hombre gritara y llamara a sus compañeros.
–No tienen mucho tiempo para irse– habló apresuradamente el hombre– parece que alguien las vio y no tardaran en ir a buscarlas. Si regresan al bosque lo más probable es que las encuentren, vengan conmigo.
La morena ayudó a su hermana menor a ponerse de pie y observaron a la mayor. Si alguien tenía la última palabra era ella. Blossom miraba al hombre con un semblante serio y completamente desconfiado. No se sentía segura de ir con él y exponer a sus hermanas para que las entregaran en bandeja de plata a los hombres que habían quemado a su madre. Más sin embargo había algo en aquel hombre, tal vez fuera la sincera preocupación que se veía en sus ojos, que hizo que aceptara.
Utonio sonrió y se giró para mirar a su alrededor. Distinguió entre las sombras las antorchas de muchos de sus compañeros que corrían de un lado a otro en busca de las pequeñas. Observó un punto en el que no se podía ver ninguna luz y caminó precavido hacia él, siendo seguido por las tres niñas.
–¡Por acá!– se escuchó una voz a los lejos.
Bubbles se aterró con aquel grito y apretó el brazo de su hermana morena. Cerró los ojos y escondió el rostro en su hombro.
–Buttercup tengo miedo– dijo en un susurro.
–Todo estará bien– intentó sonar confiada la recién nombrada.
Levantó la vista y se encontró con los ojos de su hermana mayor. Fue un rápido intercambio de miradas entre dos niñas pero con ese simple gesto ambas comprendieron que en ese momento tenían que ser fuertes por la pequeña que solo tenía siete años.
Utonio no se percató de eso, estaba más ocupado en ver como todas las antorchas corrían hacia el punto en el que se había escuchado el grito. Cuando vislumbró que no parecía haber otra luz que se acercara estaba por indicarles a las niñas que lo siguieran cuando de pronto alguien lo llamó.
–¡Utonio!
Se giró sobresaltado y observó que una silueta que sostenía en lo alto una antorcha se acercaba con rapidez hacia él. Desvió la mirada y observó a las niñas completamente aterradas al pensar que las habían descubierto. Buscó por todos lados un lugar en donde se pudieran ocultar y fue cuando vislumbró un árbol caído y apoyado sobre el tronco de otros dos que creían pegados.
–Por aquí– dijo caminando hacia el lugar.
Los troncos de los árboles creaban un reducido y oscuro espacio que se veía demasiado pequeño para albergar a tres niñas pero no había otra opción. Las tres hermanas se las arreglaron para acomodarse dentro y después Utonio arrancó algunas ramas y con ayuda de un arbusto ocultó el lugar.
–Quédense aquí dentro hasta que regrese.
Se alejó del escondite y se tiró al suelo, fingiendo buscar algo.
–Vamos Utonio– dijo la voz de su amigo llegando a su encuentro.
–Ya voy, es solo que tire la antorcha– se excusó el hombre.
Por medio de un pequeño agujero Buttercup pudo observar como el hombre que las había ayudado se ponía de pie y era jalado por su amigo. Siguió a ambos con la mirada hasta que salieron de su campo de visión. Volvió la vista hacia sus hermanas; la pequeña tenía ambas manos sobre su boca para impedir que algún sollozo fuera a salir y apretaba con fuerza los parpados mientras que la mayor mostraba una expresión completamente perdida y acariciaba el rubio cabello de la menor en un intento por calmarla.
Buttercup quiso hablar, decir cualquier cosa para que sus hermanas supieran que todo iba a estar bien pero en el momento en que sus labios se abrieron Blossom detuvo su mano y se llevó la mano a los labios para indicarle que no dijera nada. Segundos después un grupo de hombres pasaron justo enfrente de donde estaban ellas.
Se detuvieron y las niñas pudieron escuchar los jadeos y las quejas de la mayoría de ellos. Permanecieron en silencio, escuchando las quejas de todos ellos hasta que uno optó por que regresaran al pueblo. Los demás parecieron estar de acuerdo y una vez que los hombres se hubieron alejado las niñas pudieron soltar un suspiro de alivio, aunque aun así no salieron de su escondite.
Se quedaron un par de minutos más ahí, acurrucadas en la oscuridad y sin pronunciar palabra alguna. Las tres estaban sumergidas en sus pensamientos y por mucho que desearan romper la tensión que se comenzaba a formar ninguna se atrevió a decir nada.
Paso una hora y el frío les comenzó a calar. Bubbles, la pequeña de las tres comenzó a tiritar y eso obligó a sus hermanas mayores a apretarse más en un intento por brindarle calor. Sabían que debían de irse, que en ese momento deberían estar recorriendo el sendero pero el miedo que sentían dentro les impedía pensar siquiera en la posibilidad de salir de su pequeño escondite.
Pasaron los siguientes minutos y el sueño comenzó a querer vencerlas. Los párpados de las tres comenzaban a pesar y pronto se volvió imposible para alguna de ellas mantenerse despierta, así que se sumieron en un corto sueño que se vio interrumpido en el momento en que unos ruidos se comenzaron a escuchar afuera. Alguien comenzó a quitar las ramas que las cubrían y de un momento a otro no hubo nada que las cubriera. Observaron con temor a la persona que las había descubierto y una expresión de alivio cruzó por sus rostros cuando vieron que se trataba del hombre que las había auxiliado.
–Lamento la tardanza– se disculpó él, mientras que las ayudaba a salir.
Cuando las tres estuvieron fuera el hombre les dedicó una rápida mirada y la pena por ellas aumentó, solo eran unas niñas, posiblemente menores que los chicos que había visto antes. Suspiró y observó con atención a la que parecía la mayor de ellas.
–¿Tienen a dónde ir?
Blossom dudó por unos segundos pero terminó por asentir.
–Bien– se notó aliviado Utonio– les traje esto, la noche será fría– añadió dándole un cobertor a Buttercup.
Ella asintió en señal de agradecimiento y procedió a cubrir a la menor, que continuaba tiritando de frio.
–Sera mejor que se vayan ya, no tarda en amanecer. Tengan mucho cuidado y en verdad espero que no les pase nada– en su voz se notaba la compasión que sentía por ellas.
–Estaremos bien– hablo Blossom– muchas gracias por su ayuda, le aseguro que no lo olvidaremos.
Las otras dos asintieron en señal de acuerdo y Utonio no pudo hacer más que sonreír. Le sacudió el cabello a las tres y las apresuró a marcharse. Las tres obedecieron y salieron corriendo en la dirección que sabían las llevaría al sendero. Utonio las observó hasta que se perdieron de vista, después suspiró y comenzó su regreso a casa con miles de pensamientos dando vueltas por su mente y deseando que tanto las niñas como los chicos de su aldea pudieran superar los horribles acontecimientos que les había tocado vivir.
Aunque eso no parecía ser muy probable ya que esa noche cinco de los seis niños tuvieron un mismo pensamiento. Venganza. Se vengarían de aquellos que les habían arrebatado todo lo que tenían, no importaba cuanto tiempo tuvieran que esperar o que tuvieran que hacer, solo sabían que harían lo necesario para vengarse.
Aquí me detengo. Espero que el primer capitulo haya sido de su agrado y que se animen a dejarme algún comentario sobre como mejorar.
Muchos saludos y gracias por tomarse la molestia de leer la historia.
