Los personajes son de Meyer...
Bueno, esto es fruto de un día deprimida, así que espero que les guste.
La muchacha abandono el edificio con una amplia sonrisa en su delicado rostro. Su corazón estaba hinchado de felicidad y orgullo. Pensaba en lo que haría al llegar a casa y decírselo a su marido… ya quería ver la expresión en su hermoso rostro.
Apretó el paquete que llevaba en sus manos contra su pecho protectoramente. Se sentía llena de dicha, era el mejor día de su vida y no había nada que pudiera estropearlo.
Emocionada, sacó el móvil del bolsillo de sus vaqueros y marco un numero rápidamente.
—¿Si? ¿Quién habla?—pregunto una voz femenina, sonaba como si aún estuviera adormilada.
La morena, sin embargo, no le dio importancia y soltó un chillido de excitación.
—Positivo—respondió solamente la muchacha. Hablaban como en códigos, siempre de esa manera. Habían diseñado sus pequeñas charlas raras desde el Colegio, y no lo iban a dejar ahora que ya eran mujeres casadas.
—Ahhh—grito su amiga emocionada, gritando dramáticamente como siempre solía hacerlo.
—Si… estoy tan feliz—respondió Isabella, dando un suspiro soñador.
—Yo también, felicítalo de mi parte—dijo esto ultimo con algo de reticencia, como si le costara decir esas palabras. La muchacha no le dio importancia, su amiga andaba rara desde que había conocido a su ahora esposo, siempre desconfió de él, pero Isabella sabia que solo era porque temía ser desplazada, sino… ¿Qué otro motivo tendría? Edward era un amor, muy dulce y la trataba como una princesa.
Aunque pensándolo bien… también andaba algo raro.
La muchacha se encogió de hombros, seguro que era porque estaba buscando un regalo de Bodas o algo así, él siempre buscaba motivos para regalarle algo. Sin embargo, su mente no dejó pasar el detalle que siempre que Edward le regalaba algo era para hacerla callar o que no preguntara cosas que lo pondrían en evidencia.
—Sí, no veo la hora de darle la noticia, sé que se emocionara mucho—respondió, pasando por alto el tono de su amiga. Ella no se iba a comer la cabeza en algo tan trivial como eso, o al menos no ahora que estaba tan contenta.
—Claaroo—alargó la palabra de manera ridícula, con un pequeño tono de enfado en la voz. Isabella se encogió de hombros, mientras cruzaba la calle aceleradamente.
—Vamos, vamos… no estoy para esas cosas, Alice, quiero ser feliz por este día. Alégrate y deja de desconfiar—respondió de forma jovial, moviendo las manos como si su amiga estuviese frente a ella. Sin embargo, no pudo dejar de notar que su voz era algo borde.
—Aún no confío en él, el día en que te tome en serio quizás soporte dos palabras de su parte—respondió amistosamente, sin embargo Isabella notó que aún seguía enojada y preocupada. Un calor en el pecho le advirtió que estaba a punto de llorar. Tenia unos amigos increíbles, que se preocupaban mucho por ella.
—Hay, Alice, sé que te preocupas por mi, pero déjalo por hoy ¿Si?—pregunto, con los ojos aguados. Su amiga era tan dulce con ella. Ahh… estaba tan sensible últimamente.
Su amiga dio un suspiro dramático.
—Ok, lo haré. Cuídate ¿vale? Jasper me hace señas, creo que quiere que le cocine—dijo Alice, pero su tono de voz había cambiado a uno completamente embobado y adorador.
Su amiga amaba a su esposo, que no podía evitar poner cara de adolescente enamorada cada vez que se lo nombraba.
—Vale—respondió, para segundos después escuchar el pitido que indicaba que la llamada había finalizado.
Dio un pequeño suspiro cansado, mientras miraba el teléfono con una sonrisa tierna en su rostro.
Isabella era una muchacha muy bonita de ojos chocolate tan expresivos como hermosos, su piel cremosa hacía un lindo contraste con sus cabellos castaños tan lacios y suaves como la seda. Sin embargo, lo que le daba un aire atractivo e inocente eran sus mejillas, que siempre se sonrojaban a la menor provocación. Era tan inocente como pura que las personas que conocían el secreto de su marido sentían pena por esa muchachita enamorada.
La muchacha, con una sonrisa en el rostro, comenzó a dar zancadas hasta llegar a una hermosa Mansión que se alzaba impotente frente a ella.
De grandes rejas negras y un aire medieval desde fuera, la Mansión tenia mas de treinta habitaciones con jacuzzi, piscinas en el patio trasero y varias salas, tanto de Juegos como de Gimnasio. Era una de las casas mas grandes de la provincia, mientras que su dueño el heredero uno de los hombres mas atractivos.
La joven entró, aun cohibida de tanta elegancia. Ella era sencilla, no le gustaban las cosas ostentosas, pero si eso hacia feliz a su marido ella no tenia porque preocuparse ni hacer escándalo.
Entró a la casa, dando un pequeño chillido de excitación, mientras tiraba sus zapatos y se lanzaba directamente a la cocina.
Haría una buena comida ella misma, prepararía las cosas para que cuando su marido llegara a casa se llevara una sorpresa, ya que según él sabia ella ahora tendría que estar en Francia.
Puso música alegre y comenzó con su trabajo.
…
La sangre golpeteaba en su pecho, rápido como su corazón. Estaba asustada y nerviosa, pero no sabia porque. La mesa estaba preparada, unas velas la adornaban, quedando lado a lado en el medio.
Puso el paquete en el lugar donde Edward tendría que sentarse y colocó los demás adornos a su alrededor, para que fuera obvia la noticia.
Ella ya no veía la hora de ver el rostro de su Edward, estaba segura que se alegraría mucho.
Un poco mareada por el olor de las velas, se paro cerca del recibidor y apago las luces. Miró su reloj.
Las 9:50. Bien, ya tendría que estar aparcando.
Dio un suspiro nervioso y se miro su atuendo, alisando con manos temblorosas su vestido color violeta que tanto le había gustado al verlo en aquella tienda.
Se acomodo sus cabellos y espero.
1…2…3…
Se escucho el sonido del motor del deportivo de su esposo. El corazón de Isabella dio un brinco.
4…5…6…
Se escucho el sonido del portón.
7…8…9…
El resonar de las llaves al abrir la puerta.
10…
Isabella quiso morir en aquel instante.
Su marido llegaba con una mujer rubia colgando de sus brazos. Ahora se daba cuenta que no había escuchado las risas estúpidas de aquella muchacha falsa.
—¿Estas… seguro que tu mujer no está?—pregunto la rubia, soltando una sonrisa picara y mirando con ojos engatusadores a su… marido.
—No, fue a Francia y no llegara hasta dentro de una semana—respondió sin darle mayor importancia, besando a la mujer con añico.
—Ah… que bueno, ya estaba extrañándote—aún no se daban cuenta de la presencia de Isabella, pero sin embargo ella seguía allí, sin poder reaccionar. Tenia los ojos abiertos como platos y miraba la escena ante ella sin poder creerlo.
—Te dije que mi matrimonio no cambiaria lo nuestro—respondió, indiferente y mirando ahora a la rubia con el ceño fruncido.
—No me gusta—respondió la otro, haciendo un falso puchero para luego sonreír con coquetería.
—Pues te lo aguantas, el trato era ese—respondió cortante, mirándola fríamente.
—Aww, no te me enojes—dijo ella en cambio, mirándolo por debajo de sus muy maquilladas pestañas.
Isabella entonces pareció reaccionar, sin embargo no pudo evitar que las lagrimas siguieran cayendo por sus ojos.
—¿Eddy?—preguntó con un hilo de voz, sin poder creérselo. ¡Era su marido! ¿Cómo… pudo hacer algo así?
La copa que llevaba en la mano se rompió, cayendo al piso y derramando el liquido rojo del vino. Esto le dio muy mala espina.
Asustada, herida y nerviosa, corrió hacia las escaleras, subiendo de dos en dos y dejando escapar pequeños sollozos.
Era una estúpida. Había caído como una tonta… todas aquellas cosas que él le había dicho eran mentiras, todo el amor que había visto en sus ojos había sido un reflejo.
Falso.
Todo era una cruel mentira.
—¡Espera!—le pareció escuchar, pero sin embargo no paró y corrió mas fuerte.
Una vez que subió las escaleras, milagrosamente sin caerse, se dirigió con prisa hacia su habitación. O la que había sido suya.
Sacó rápidamente sus ahorros del bolso que aquel hombre le había regalado. Podía decir que ese dinero si era de ella, porque lo había juntado para su universidad. Aquella que había abandonado por estar con él.
¡Que se joda! Pensó furiosa y sintiéndose vacía, como un objeto.
Sacó rápidamente la llave de su anterior departamento, y dio gracias a Dios no haberlo vendido como así quería hacer Edward.
Con las cosas en sus brazos, corrió hacia las escaleras nuevamente. Sin embargo, un paso antes de llegar una mano le detuvo súbitamente, haciendo que sus cabellos hondeasen con brusquedad.
—Espera… hay una explicación para esto—dijo su marido con voz firme.
Isabella alzo sus ojos llorosos para encontrarse con los suyos, verdes e indiferentes.
Idiota. Pensó con amargura.
—Déjame en paz—trato de que la voz no se le rompiese, y con cuidado intentó deshacerse de su "abrazo" brusco y que le estaba empezando a lastimar.
Sus manos fuertes apretaron aún mas sus pequeños brazos.
Lanzó involuntariamente un quejido de dolor. El muchacho la soltó como si su tacto le quemara. Ella trató de hacerse para atrás.
—No, tú eres mía—dijo con voz fuerte y posesiva, mientras volvía a tomarle de los brazos.
Isabella alzo su cabeza, irguiéndose orgullosa. Ella se iba a hacer respetar como mujer, no era el juguete de nadie.
—Te odio—susurro con la voz cargada del mismo sentimiento. El sonido fue casi inaudible, pero sin embargo llegó al oído de su marido. El muchacho quedo tieso como una roca unos momentos.
—¡No! Tú no te vas a ningún lado—bramó, viendo que la morena quería irse nuevamente.
—Tú no me dirás que hacer ¡Vete con tu… amante y déjame en paz!—escupió las palabras, herida y con las mejillas mojadas por las lagrimas.
El muchacho de un tirón brusco la atrajo hacia sí y trato de besarla. Isabella, viendo sus intenciones, le dio un puntapié y se giró con brusquedad.
—¡Yo hubiese dado mi vida por ti, tú grandísimo cabrón…!—sin embargo, las palabras fueron interrumpidas por el súbito tropiezo que dio la muchacha.
—Ahhh—grito, tratando de cubrirse… sin embargo fue tarde.
La joven cayó por las escaleras, golpeándose todo el cuerpo y sacudiéndose como si en el suelo estuviera alzándose un terremoto.
Edward se estremeció al oír aquel sonido del cuerpo colisionando con el suelo. Su corazón dio un vuelco de preocupación.
Ella después de todo era su esposa, aquella que le comprendía… su compañera.
Bajo a grandes zancadas hacia donde se encontraba el delicado cuerpo de su esposa. Estaba tendido como si fuera una muñeca rota y eso le dolía. Si le pasaba algo no se lo perdonaría jamás.
—No, No, No, No—se repetía asimismo, ella no podía estar muerta. Ella no.
Tocó con delicadeza el rostro de Isabella.
—Te amo—le dijo en un susurro desesperado. De repente se congeló. Había sentido algo caliente entre sus dedos.
Sacó lentamente la mano, para encontrársela ensangrentada. Trago saliva.
Giro la cabeza de su esposa y vio que estaba sangrando. Con dedos temblorosos toco su nuca, buscando el latir de su corazón.
Todo a su alrededor paró, para volver con súbita fuerza y hacerlo marear.
Estaba muerta…
Sintió un nudo en la garganta, mientras las lagrimas caían libremente por su rostro.
Giro su cabeza, para encontrarse el motivo de que su esposa estuviera en casa. Había un cartel grande, que con letras elegantes rezaba.
Felicidades… futuro papá.
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Att: Kamy Black M.
