Summary: Cuando Bella embarcó en el Titanic nunca pensó que podría perder la vida en él, pero tampoco pensó que allí conocería al amor de su vida. -¿Me prometes que volveremos a estar juntos en otra vida? –Te lo prometo.
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, el Titanic fue construido por Thomas Andrews y sólo la creación de la historia me pertenece. Todo es hecho por pura diversión y sin fines lucrativos.
N/A: ¡Hola! Cuánto tiempo sin pasar por aquí… Hacía mucho que tenía esta historia en la cabeza así que al final me he lanzado. No va a ser muy larga, quizá unos diez capítulos, pero espero que las guste tanto como a mí escribirla.
Prólogo
Portsmouth - 6 de Abril de 1912.
Un ligero quejido se oyó a mis espaldas.
Charlie se sentó en una de las sillas del comedor, arrastrándola con desgana por el suelo de madera. Oí el sonido sibilante del líquido al caer en un vaso de cristal. Al instante, mi mente pudo imaginar su color cereza y el amargo ardor que dejaba en la garganta tras su paso.
Suspiré y cerré los ojos cansada de la situación. Una mano fría, casi congelada, me tocó el hombro en señal de apoyo. Los ojos dorados del hombre frente a mí, algo más claros que el caramelo fundido, se posaron sobre mí y luego sobre mi padre, detrás.
-¿Cáncer de hígado? –repetí, aún sorprendida.
-Me temo que sí, señorita Swan –confirmó el caballero de cabello rubio y piel de porcelana.
Era alto, elegante, y demasiado atractivo para rozar los treinta y cinco años. Siempre vestía como el hombre distinguido y serio que era, con un pantalón y chaqueta del mismo color y una camisa que contrastase los tonos. Pero lo que más le identificaba era el maletín de cuero negro que siempre colgaba de su mano. Su carácter era completamente profesional, e incluso cercano con sus pacientes. Y tenía dinero. Mucho dinero. Era uno de los cirujanos más prestigiosos de Inglaterra y toda su fortuna la había conseguido con el sudor de su frente, pasando horas y horas en el hospital. Las malas lenguas lo llamaban con desprecio "nuevo rico". Yo tan sólo decía que tenía lo que se merecía.
La alta sociedad de Portsmouth decía que estaba casado con una mujer estéril, y que la muerte de su hermana y su marido les había obligado a acoger a sus sobrinos gemelos. Posteriormente, se comentaba que habían adoptado a tres niños más, de forma que su intento frustrado de tener hijos pudiera alimentarse de alguna forma, aunque fuera excesiva.
"-No entiendo como un hombre tan varonil y apuesto puede estar casado con una mujer estéril –criticaba la señora Stanley con sus amigas del mismo estatus social, entre ellas la señora Mallory-. Nuestro deber es darle hijos a nuestros maridos, eso es lo que define a una verdadera mujer. Y por si fuera poco, adopta a cinco niños, ¡cinco bocas que alimentar!, y encima ni siquiera son de su misma sangre…"
Una retahíla de críticas escondidas tras abanicos y falsas sonrisas. Más tarde, corrieron rumores de que los hermanos compartían entre ellos mucho más que una simple relación fraternal y que, aunque no compartiesen lazos biológicos, era totalmente incestuoso e impuro.
Yo, la verdad, no conocía a ningún miembro de su familia a parte de él, pero tampoco me importaba lo que pensasen cuatro harpías u hombres que se hacían llamar "caballeros" y que tan sólo conocían el dinero gracias a antiguas herencias.
-Lamento decirla que todas las pruebas que le hemos realizado a su padre llevan a la misma conclusión –me informó observando algunos papeles. Después, dirigió la mirada hacia la recientemente delgada figura de Charlie-. Es muy probable que ésta condición se haya desarrollado por su afición al alcohol, señorita Swan.
-¿Qué puedo hacer, Doctor Cullen? –le pregunté sintiendo una leve presión en el pecho.
-Sería bueno que se olvidase de beber por un largo tiempo –me respondió sonriendo con ironía-. Pero aparte de eso, es probable que si no tomamos una solución rápidamente la salud de su padre pueda correr peligro.
Esperé a que continuara hablando.
-Ha ocurrido tan rápido que no nos ha dado tiempo a detectarlo antes, pero aunque las células malignas han ocupado prácticamente todo el lóbulo derecho podría haber una solución. Es radical, pero al menos podría sobrevivir siempre y cuando olvide ciertos vicios.
Era cierto. Mi padre comenzó a beber cuando murió mi madre, Renée, unos tres años antes, por un accidente en carruaje. Ellos habían discutido esa noche y Renée decidió marcharse a una de las casas que teníamos en el campo para pensar. Por azar del destino, uno de los caballos se alteró y cambió la ruta hacia las vallas que cerraban la carretera. Al final, los caballos se detuvieron, pero el carruaje salió despedido por las vallas y se hundió en el lago. Charlie nunca dejó de culparse por ello.
A partir de entonces comenzó a beber para olvidar su tristeza por la marcha de mi madre, comenzando por dos copas y terminando por seis botellas al día. Nosotros, que siempre habíamos pertenecido a la alta sociedad, nos endeudamos hasta perder todos nuestros bienes y estar prácticamente arruinados. Yo había encontrado un trabajo como institutriz, ya que desde pequeña había sido amante de la literatura, el arte y las ciencias. También era en gran parte gracias a mi mejor amiga, Angela Weber, que les había propuesto a sus padres la idea de que yo fuera la profesora de sus hermanos pequeños. Ellos, que me conocían desde que tenía dos años y habían sido grandes amigos de Renée y Charlie, aceptaron encantados y accedieron a ayudarme en todo lo que pudieran.
-Olvidemos la cortesía, Bella. Tú sabes que yo llegué aquí meses antes de que muriera tu madre, pero ella se fue hace mucho tiempo y ya es hora de que Charlie despierte y regrese del lado de los muertos al de los vivos, junto a su hija. Quizá deberías hablar con él cuando esté sobrio.
Afirmé lentamente con la cabeza. Sería difícil encontrar tal momento.
-No sé por qué me sorprende tanto su enfermedad. Mi abuelo, su padre, también tuvo problemas en el hígado. Si mal no recuerdo, era cirrosis.
-Entonces es muy probable que haya sido la causa principal del cáncer. Bella, la única solución posible es que le extirpemos el lóbulo derecho del hígado a tu padre.
Parpadeé, confusa. Antes de que pudiera hablar, él terminó su discurso.
-Pero no podrá ser en Portsmouth, Bella. Me han ofrecido un puesto de trabajo en otra ciudad, y no he podido rechazarla. Ya lo he hablado con mi familia y todos están de acuerdo. De hecho, ya tenemos las maletas hechas y…
-Espera, espera –le interrumpí de un modo muy poco educado-. ¿A dónde te marchas?
-Dentro de dos días subiré a bordo del Titanic con destino a Nueva York.
-Pero, Carlisle, tú sabes que si puedo confiar en alguien para dejar la vida de mi padre en sus manos, ese eres tú.
Él suspiró y bajó la mirada al suelo, reorganizando sus ideas en la cabeza.
-Lo sé, Bella, pero ya lo tengo todo preparado. Allí contamos con nuevas tecnologías y la ciencia está más desarrollada. Quizás incluso sea más probable que la operación de Charlie concluya con éxito.
-¿Me estás diciendo que me vaya a Nueva York? – le pregunté con una ceja alzada-. ¿Y qué, además, lo haga subida en el lujoso Buque de los Sueños?
-Sé que el precio de la operación ya es bastante cara de por sí como para sumarle un viaje en un transatlántico, pero los precios en tercera clase son muy económicos. Incluso, en lo que se refiere a la intervención quirúrgica, yo podría abaratarla cuantitativamente.
Cubrí mi rostro con las manos, frotándome después las sienes como si eso me solucionase de golpe todos los problemas.
-Bella, será sólo hasta que operemos a tu padre. Después, puedes volver en cualquier otro barco. Estoy seguro de que alguien podrá prestarte el dinero.
Sí. Estaba segura de que si le contaba la situación a Angela, ella me dejaría el dinero, pero no quería ponerla en un compromiso ni a ella ni a sus padres. Aún así, se trataba de la salud de Charlie, y de que quizá, algún día, volviera a ser el que era tres años atrás.
-Está bien, está bien –acepté tras unos minutos de duda-. Conseguiré el dinero.
-De acuerdo –el Doctor Cullen metió los papeles dentro de su maletín de cuero negro-. Entonces, te veré a bordo del Titanic.
El apuesto hombre de cabello rubio me sonrió paternalmente, con ternura, y no pude evitar devolverle el gesto.
-Adiós, señorita Swan.
-Buenas noches, Doctor Cullen.
Y su alta figura desapareció tras la puerta de mi pequeña e insalubre vivienda.
Me di la vuelta, observando al hombre que tan sólo dos semanas antes pesaba cuatro kilos más. Su mano izquierda parecía pegada al vaso de cristal, que nuevamente volvía a rellenarse con aquel líquido anaranjado.
Si cabía alguna pequeña esperanza de que Charlie volviera a ser el hombre paternal y protector de años atrás, ésta se encontraba a bordo del Titanic.
Y yo estaba decidida a embarcarme en él.
Con todas sus consecuencias.
