Otoño

Bokuto, Konoha


Las hojas secas están estancadas y dispersas por todo el camino a su casa. No hace mucho frío pero, de todos modos, sus manos están ocultas en sus bolsillos. Tiene moretones de tanto practicar y es que su inquieto capitán parece tener energía inagotable, y le ha dicho que él es un tipo normal con una energía limitada, pero no hay caso.

Pensar en él de pronto lo hace sentirse extraño, no de una mala forma ni tampoco como la más cliché. Sólo le hacer recaer en todo lo que él es, en el mundo que representa para él y para el equipo. En su fortaleza, en su ingenuidad, en sus formas. Y cuando se da cuenta de aquello quiere reírse del ridículo escenario. Porque Bokuto está esperándolo más adelante, con una sonrisa y unos ojos aún más brillantes que antes. En sus manos carga con unas bolsas que, sabe, son de bollos de carne.

Suspira, espantando el reciente sentimiento y se adelanta para alcanzarlo. Alcanzarlo. Esa palabra por sí misma puede hacerle notar la diferencia entre sus mundos. La distancia que los separa de estar en un mismo camino para siempre. Se siente angustiado, esa sensación que le produce pesadez en el pecho. No sabe qué hacer.

—¿Quieres? —le ofrece, brillante como una estrella fugaz. La mención de ella le hace volver a meditar. Que sí, es como una estrella fugaz, que pasa rápido y así de rápido se va.

—Claro —acepta él. La pena que le está consumiendo no parece darle tregua. Se siente abatido.

—Sabes —empieza a decir—, quiero que vayamos a la misma universidad. Aunque tú eres inteligente y puedas ir a cualquiera y yo no. Aun así.

Tan ridículamente cliché, pero le agrada, porque la pena que sentía se fue por donde vino. Asintió, mientras tomaba una bolsa en sus manos y seguía su camino.