Llegue yo! xD y ahora les traigo una historia que no me pertenece en ningún momento es una adaptación. Por eso los creditos son del tío Rick (ya que toman los personajes de su autoria) y de Lynne Graham: ').
CAPITULO 1
- No estaba seguro de que quisieras verlo ... - Con el tono incómodo de alguien que estaba disculpándose de antemano por una posible ofensa, el primo de Nico, Percy, dejó sobre el elegante escritorio un periódico sensacionalista.
Un solo vistazo a la sonriente pelinegra que lucía sus curvas orgullosas bajo los estridentes titulares y Nico Di Angelo se quedó helado. Era Reyna Ramírez, la mujer cuyas mentiras tanto han contribuido a la destrucción de su matrimonio. De acuerdo con las noticias de la sociedad del día anterior, había llegado aún más bajo, revelando con todo lujo de detalles todo lo que se atrevió a hacer para conseguir sus quince minutos de fama. En tan desinhibido relato, la ex modelo de publicaciones para hombres confiesa haber inventado la historia de su noche de pasión con el multimillonario italiano Nico Di Angelo.
-¡Deberías demandarla! -instó Percy con la vehemencia y la poca sofisticación de un recién licenciado en Derecho con ganas de demostrar su potencial.
Sería un esfuerzo inútil, reflexionó Nico torciendo su boca amplia y sensual en un gesto lleno de sarcasmo. Sabía que no obtendría ningún beneficio arrastrando a los tribunales a esa golfa barata y con ella, su propia reputación, arruinada hacía ya algún tiempo. Lo que era más, su divorcio era un punto de ser definitivo que Rachel, su inminente ex esposa, lo había declarado culpable con una rapidez y una falta de confianza que había dejado lívido a cualquier marido. Implacable con cualquier explicación, Rachel asumió el papel de la víctima y habia abandonado el hogar conyugal animada por su amargada y ambiciosa hermana, Charlotte. Se había negado a escuchar sus continuas declaraciones de inocencia y había optado por dejarlo, a pesar de estar embarazada del que era su primer hijo.
-¿Nico...? -intentó Percy recuperar su atención rompiendo un silencio que cualquier otro empleado de Nico habría reconocido como una señal de aviso.
No sin esfuerzo, Nico suprimió un gruñido de protesta mientras trataba de recordarse a sí mismo que si un muchacho tan poco cualificado como su primo estaba trabajando para él, era únicamente por caridad. Percy necesitaba desesperadamente añadir algo de experiencia laboral a su limitadísimo curriculum; Nico había comprobado que era inteligente pero poco práctico, concienzudo pero con poca inspiración, bien intencionado pero sin tacto alguno. Mientras otros levantaban el vuelo, Percy seguía caminando con lentitud, a veces de un modo enervante.
-Te debo una disculpa -continuó diciendo el joven evidentemente empeñado en soltar lo que había preparado-. Yo no creí que esa Ramírez te hubiera tendido una trampa. Todos pensamos que realmente habías tenido una aventurilla con ella.
Con la confirmación de la poca fe que tenía en él ese sector de la familia, Nico se tapó los ojos oscuros y tristes.
-Pero nadie te culpó de absolutamente nada -se apresuró a decir-. Rachel simplemente no reunía las condiciones...
-Te recuerdo que Rachel es la madre de mi hijo. No quiero oírte hablar de ella si no es con el respeto que se merece -murmuró Nico con su frialdad habitual.
Percy se sonrojó y se deshizo en disculpas. Consciente de que su primo había acabado con su paciencia con tanta estupidez, Nico le pidió que lo dejara solo. Se puso en pie y se acercó al imponente ventanal que ofrecía unas espectaculares vistas de Londres, pero su mirada estaba enfocada hacia algo más interno y sus pensamientos eran sin duda más amargos que la belleza panorámica.
Su hijo, Alexander, estaba creciendo sin él en una modesta casa donde no se hablaba italiano. La ruptura y posterior separación de Rachel había sido cualquier cosa excepto civilizada; Nico había tenido que luchar con uñas y dientes para conseguir ver siquiera a su adorado hijo. Todo el mundo lo había culpado de adulterio debido a las sórdidas declaraciones de Reyna Ramírez y desde un primer momento, sus abogados le habían dejado bien claro que sería imposible arrebatarle la custodia del niño a una esposa de reputación intachable como Rachel.
A Nico todavía le hervía la sangre al pensar que ella, que había arruinado su matrimonio con su falta de confianza, hubiera obtenido la tutela del pequeño sin esfuerzo alguno. Era consciente de que en su situación se había convertido para Alexander en poco más que un visitante ocasional y tenía miedo de que el pequeño se olvidara de él entre visita y visita. ¿Cómo podría un niño tan pequeño recordar a un padre ausente durante un mes? Y desde luego Rachel no estaría dispuesta a hablarle del padre que ella misma le había privado de tener. Ahora al menos se daría cuenta de que no contaba con la autoridad moral que ella misma se había otorgado.
Aquel prometedor cambio le daba fuerzas para continuar y echar a un lado tan inquietantes pensamientos. De pronto sintió una satisfacción poco común en los últimos tiempos, aunque no tardó en considerar la posibilidad de que Rachel no viera la noticia de la confesión de Reyna Ramírez. Su esposa era una intelectual que dedicaba poca atención a los asuntos de actualidad y rara vez leía los periódicos.
Automáticamente, llamó a su secretaria y le dio instrucciones de comprar una nueva copia de la relevante publicación para después mandársela a Rachel acompañada de una carta ofreciéndole sus respetos. ¿Mezquino? No lo creía. Su orgullo herido lo impulsaba a atraer la atención de Rachel sobre la prueba de su inocencia. Era consciente de que iba a arruinarle el día. Rachel estaba acostumbrada a vivir protegida y una mujer tan ingenua como ella se sentía herida con facilidad. Era de esas personas a las que cualquier problema les quitaba el sueño y sin duda se atormentaría cuando se viera obligada a enfrentarse a la evidencia que demostraba que había juzgado mal a su marido. Quizá la justicia natural estuviera por fin de parte de Nico, pero nada podría compensarle el sufrimiento.
-Hades, haz el favor de salir... -le suplicó Rachel al pequeño terrier de tres patas que se escondía bajo el aparador. Hades, cuyo nombre hacía mención a un dios griego mas exactamente a dios del inframundo que era algo a opinión de Rachel fascinante, permaneció inmóvil. Le habían negado la oportunidad de hincar los dientes en la pierna del reparador de lavadoras y por tanto, le habían impedido cumplir con su deber de proteger a su dueña de un intruso. Se suponía que los perros no se enfurruñaban, pero Hades solía enrabietarse como un niño cuando se veía privado del placer de echar a los hombres de la casa. Alexander soltó una risotada y se dispuso a gatear bajo el mueble en busca de su compañero de juegos. Pero Rachel se lo impidió, aquellos enormes ojos oscuros como la noche se abrieron de par en par y empezó a dar manotazos para librarse de los brazos de su madre.
Cuando vio que no lo conseguía, gritó contrariado: -No -Le dijo tranquila pero tajantemente.
Después de una reciente humillación sufrida en el supermercado, no le había quedado otro remedio que llegar a la conclusión de que tenía que aprender a controlar los ataques de genio de su hijo. « ¿No?» Alexander miró con evidente perplejidad a la mujer de pelo rojo y grandes ojos verdes llenos de ansiedad. Piper, su niñera, utilizaba con frecuencia aquella desagradable palabra, y también su padre. Pero sabía que su madre lo adoraba y detestaba negarle nada. De hecho a sus dieciocho meses tenía todos los instintos de un tirano que había descubierto que únicamente necesitaba algunas respuestas básicas para obtener el triunfo en cualquier situación: cuando le frustraban algún plan, sólo tenía que agarrar un buen berrinche hasta que le dieran lo que quería. Así que empezó a respirar hondo preparándose para gritar y patalear.
Con apenas su metro sesenta de delgada estatura, Rachel se limitó a dejar al pequeño en el parquecito, pues ya había comprobado más de una vez lo difícil que resultaba sujetarlo cuando el mal genio se apoderaba de él. Después del día en que se le cayó de los brazos, había decidido que en esas situaciones lo mejor era soltarlo.
-¡Este niño está muy mimado! -le había dicho su hermana Charlotte en aquella ocasión, y lo había hecho con tan evidente desagrado, que la tierna y maternal Rachel se había sentido herida.
-Exigente el pequeñajo,¿no? -Había comentado con desaprobación William Solace, su amigo y compañero del departamento de botánica-. ¿No has pensado en enseñarle un poco de disciplina?
-Tienes que ser firme con él -le había recomendado Piper después de que Rachel insistiera en que le explicara por qué el niño no se comportaba de ese modo con ella.
Alexander puede llegar a ser muy terco. Rachel hizo el pino junto al parque. Una distracción a tiempo podía hacer maravillas para cortar sus rabietas. Y así fue,el pequeño se quedó a medias en el llanto para echarse a reír sorprendido ante las piruetas de su madre. Rachel lo levantó en brazos y lo estrechó con fuerza mientras parpadeaba para eliminar las lágrimas de sus ojos. Todo el amor desesperado que había sentido una vez por Nico había sido transferido a su hijo. Estaba convencida de que sin Alexander se habría vuelto loca de dolor tras el fin de su matrimonio. Las necesidades del niño la habían obligado a enfrentarse a la dura realidad y a inventar una nueva vida para los dos.
Pero el sufrimiento que le había provocado la traición de Nico seguía clavado dentro de ella y tenía que vivir con él día tras día. Siempre había sentido las cosas de un modo muy hondo y ya de niña había tenido que aprender a ocultar la intensidad de sus emociones tras una aparente tranquilidad. De otro modo hacía que los demás se sintieran incómodos. El ruido de un coche acercándose a la casa por el camino de grava anunció el regreso de Charlotte. Hades asomó la cabeza por debajo del aparador, dio un solo ladrido mirando con nerviosismo a la puerta y volvió a esconderse.
Un segundo después, se abrió la puerta para dar paso a la mujer alta y peliroja que habría resultado preciosa de no ser por la dureza de sus ojos verdes y por su mandíbula siempre apretada en un gesto de descontento. Indiferente a la entrada de su tía, seguramente porque Charlotte jamás le prestaba atención si no era para quejarse de su inmaduro comportamiento, Alexander bostezó y dejó caer la cabeza sobre el pecho de su madre.
-¿No debería estar echándose la siesta? -preguntó Charlotte irritada al ver al pequeño.
-Estaba a punto de subirlo a su dormitorio -Rachel subió las escaleras preguntándose si el mal humor de su hermana habría sido ocasionado por otro disgusto profesional, lo que le recordó que ella misma tampoco se encontraba en una buena situación económica.
Habría sido cruel sermonear a Charlotte sabiendo que tenía que luchar con fuerza para sobrevivir sin champán, caviar y todo ese tipo de lujos. Rachel también se sentía culpable porque era consciente de que su negativa a aceptar ningún apoyo económico de Nico más que el estrictamente esencial para mantener al niño era la razón principal de sus números rojos. Había puesto su orgullo por encima del sentido común y ahora estaba pagando las consecuencias. Al menos la casa en la que vivía era pequeña y barata de mantener. Por supuesto, Charlotte era de la opinión de que parecía una casa de muñecas; pero en los oscuros días que había pasado sola, a punto de dar a luz y luchando por soportar la vida sin Nico, aquella pequeña casa se había convertido en una especie de refugio.
Además, estaba situada en una bonita zona de campo cercana a Oxford, en cuya universidad Rachel trabajaba tres días a la semana como tutora en el departamento de botánica. Con sus dos dormitorios, tenía el tamaño perfecto para una madre y su único hijo; pero se quedaba algo corta cuando surgía la necesidad de alojar a otro adulto. No obstante, Rachel estaba encantada de tener allí a su hermana y sólo esperaba que tuviera en cuenta la posibilidad de buscarse un lugar más amplio en un futuro cercano. ¿Por que quién habría pensado que la boutique de Charlotte acabaría teniendo que cerrar? Su pobre hermana lo había perdido todo: su moderno apartamento en la zona cara de la ciudad, su coche deportivo... por no hablar de la mayoría de sus sofisticados aunque volubles amigos.
-¡Ni te molestes en preguntarme qué tal me ha ido la entrevista! -Advirtió su hermana cuando Rachel volvió de acostar al pequeño-. Esa vieja bruja prácticamente me ha acusado de mentir en el curriculum. Pero yo ya le he dicho lo que podía hacer con su asqueroso empleo.
-Vamos -trató de decir Rachel algo desconcertada-... Seguro que no te acusó de mentir.
-No ha hecho falta... ha empezado a preguntarme cosas en francés y yo no sabía qué demonios me estaba diciendo —Narró Charlotte furibunda—Yo sólo había puesto que tenía conocimientos de francés, ¡No que fuera bilingüe!
Aunque no tenía la menor idea de que su hermana mayor hubiera estudiado francés en su vida, intentó calmarla con palabras de consuelo y comprensión. Pero Charlotte no apreció tal intento.
-¡La culpa de que me hayan humillado así la tienes tú!
— ¿Yo? —preguntó Rachel desconcertada.
-Todavía estás casada con un hombre increíblemente rico y sin embargo nosotras nos morimos de hambre -explicó con tremenda amargura-. Siempre estás quejándote del poco dinero que tienes y haciendo que me sienta culpable... Estoy buscando trabajos que están muy por debajo de mi nivel, mientras que tú te pasas el día sentada en casa cómodamente mimando a Alexander como si fuera un príncipe.
Rachel estaba horrorizada por el profundo resentimiento que estaba mostrando su hermana y se sentía responsable: -Charlotte, yo...
-Siempre has sido muy rara, Rachel. ¡Echa un vistazo a tu vida! -continuó diciendo con igual desprecio-. Vives aquí en mitad de la nada, con un perro monstruoso y tu precioso hijo y jamás haces nada ni vas a ningún sitio que merezca la pena. Tienes un trabajo aburrido, una vida aburrida, siempre has sido la persona más aburrida que conozco. ¡No me extraña que Nico tuviera una aventura con aquella pelinegra tan sexy! ¡Lo que es un misterio es que alguna vez se casara con alguien tan insignificante como tú!
Rachel observó consternada el final de tan terrible diatriba y la salida explosiva de su hermana. Enseguida se apresuró a almacenar todas aquellas palabras en el subconsciente mientras acariciaba a Hades, que se había echado a temblar por efecto de unos gritos a los que no estaba acostumbrado. Trató de recordarse que Charlotte estaba pasando un mal momento que habría sacado de sus casillas a cualquiera.
Nadie sabía mejor que Rachel lo duro que era construir una nueva vida sobre las cenizas de la pérdida y la destrucción. Y recitaba especialmente difícil para Charlotte, que nunca había tenido que renunciar a nada, acostumbrada a unos privilegios que siempre había disfrutado sin preguntarse por qué.
Sin embargo Rachel había crecido creyéndose una persona afortunada. Sus padres biológicos habían fallecido en un accidente de coche cuando ella era sólo un bebé, pero pronto la había adoptado la acomodada familia Date. Su única hija, Charlotte, tenía por aquel entonces tres años y la pareja había decidido adoptar otra hija para que a su niña nunca le faltara compañía.
Nadie la había tratado mal en la familia Dare, pero Rachel sabía que no había respondido a las esperanzas del matrimonio de que se convirtiera en el alma gemela de Charlotte. Entre ellas nunca había habido nada en común y la diferencia de edad nunca había hecho más que intensificar su disparidad.
Consciente de su fallo, Rachel había crecido con la sensación de ser una continua fuente de decepciones para la familia. Los Dare habían esperado que Rachel se convirtiera en una señorita femenina como Charlotte, a la que le habían encantado la moda, los caballos y el ballet antes de interesarse por los hombres y la intensa vida social. Sin embargo Rachel siempre había sido tímida, introvertida y resultó ser también la más torpe de la clase de ballet. Los caballos la habían aterrado sólo un poco menos que los hombres, lo que la había hecho huir de las fiestas como de la peste. Se había convertido en un ratón de biblioteca desde el momento en el que había aprendido a leer; y sólo se había sentido segura de sí misma en el mundo académico, donde su inteligencia siempre había sido recompensada con notas inmejorables.
Sin embargo los logros conseguidos en ese terreno no habían hecho más que incomodar a sus padres, que encontraban anormal que una joven de su edad estuviese tan interesada en estudiar. Su madre había fallecido de un ataque cardiaco cuando Rachel tenía diecisiete años y su padre había muerto cuando ella estaba en la universidad, después de varios meses de una seria crisis económica. Para Charlotte había sido todo un golpe tener que vender la casa y las antigüedades de los Dare, que siempre había creído que acabarían siendo suyas algún día.
Rachel no había sabido cómo consolar a su hermana por tal pérdida. El estridente timbre de la puerta la sacó de aquel repaso de sus fracasos como hija y hermana adoptiva. Un mensajero le entregó un paquete y se volvió a marchar rápidamente.
-¿Qué es? -le preguntó Charlotte mientras ella miraba atónita la elegante tarjeta en la que enseguida había distinguido la letra de su marido.
-No lo sé -Rachel frunció el ceño confundida al ver el periódico, ya que había dado por sentado que sería un regalo para Alexander.
La confusión se tornó en ira en cuanto reconoció a la exuberante pelinegra que prometía contar todos sus secretos en la página cinco. Mientras pasaba las hojas se le iba haciendo un nudo en la garganta y un sudor frío le empapaba las manos. ¿Por qué iba Nico a ser tan cruel de mandarle un artículo sobre Reyna Ramírez? siguió buscando la página que le importaba haciendo caso omiso a la insistencia de su hermana para que le dejara ver el periódico.
Por fin encontró el titular «SOY RICA GRACIAS A LAS MENTIRAS» y leyó el artículo a doble página sin pestañear siquiera.
Con una increíble falta de vergüenza, Reyna confesaba que la historia de su fugaz aventura con Nico no había sido más que una efectiva mentira elaborada con el propósito de hacerse famosa y de que la invitaran a las fiestas de sociedad. La noche de pasión desenfrenada que la modelo había relatado sólo dos años antes había sido pura invención. Rachel se quedó petrificada, una especie de aturdimiento se había apoderado tanto de su cuerpo como de su cerebro.
¿Reyna Ramírez se lo había inventado todo? ¿No había sido más que una cruel mentira? De pronto tenía la sensación de haberse quedado hueca. Nico no la había traicionado, él no había mentido y ella... ¿Y ella? Ella había preferido pensar lo peor de él y se había negado a aceptar sus explicaciones. Le había dado la espalda a su marido y a su matrimonio. Aquella agonía la estaba devorando viva. Era como caer en un abismo.
-Me equivoqué... Juzgué mal a Nico...
-¿Que hiciste qué? -preguntó su hermana casi gritando, al tiempo que le arrancaba el periódico de las manos con evidente impaciencia. Rachel se pasó la mano por la frente cubierta de sudor. La culpabilidad hacía que le retumbaran las sienes y tenía la sensación de no poder afrontar la enormidad de su error. Aquella confesión la había golpeado como golpeaba una piedra contra un cristal haciéndolo pedazos. El mundo que había reinventado se le derrumbaba. En una décima de segundo, había pasado de ser una mujer que creía haber actuado correctamente abandonando a su marido infiel a convertirse en una que había cometido un tremendo error con el que había hecho daño al hombre al que amaba y a su querido hijo.
-¿No irás a creerte esta basura? -inquirió su hermana en tono despreciativo-. Ahora que los medios no le hacen ni caso, Reyna Ramírez haría o diría cualquier cosa para que su nombre volviera a los titulares.
-No... Su historia coincide exactamente con lo que Nico me dijo en su momento, pero... -su voz fue perdiendo fuerza hasta quebrarse con la llegada del llanto que ella luchaba por contener-. Pero yo no quise escucharlo...
-¡Claro que no lo escuchaste! -la interrumpió su hermana-. Eras demasiado sensata como para escuchar sus mentiras. Sabías que, antes de casarse contigo, era un reputado mujeriego. ¿Acaso no intenté yo avisarte?
Mucha gente había intentado prevenir a Rachel para que no se casara con Nico Di Angelo; de hecho nadie parecía haberse alegrado de su unión. Ni la familia de él ni la de ella. Todos se habían sorprendido de su decisión y habían dudado de que hubiera muchas posibilidades de que tan extraña pareja tuviera éxito. Hasta los que se suponía que les deseaban lo mejor le habían dicho a Rachel que era demasiado tranquila, demasiado reservada y estudiosa y demasiado poco apasionada para un hombre tan sofisticado como Nico. Ella había escuchado todos aquellos preocupados consejos que habían conseguido hacerla sentirse insegura incluso antes de la boda.
Sin embargo al final del día, Nico sólo había tenido que chascar los dedos para que ella acudiera corriendo contra viento y marea. Lo había amado más que a su propia vida y se había sentido desprotegida e indefensa ante el poder de aquel amor.
—De todos modos, ahora ya estás prácticamente divorciada -le recordó Charlotte duramente-. Nunca deberías haberte casado con él. Erais totalmente incompatibles.
Rachel no dijo nada, tenía la mirada perdida en el vacío, inmersa en un torbellino de sentimientos. Nico no la había traicionado en los brazos de Reyna Ramírez. La chabacana pelinegra se había colado en el yate de Nico, recordó Rachel. Haciéndose pasar por una estudiante, Reyna había conseguido que uno de los invitados de Nico la contratara para servir de acompañante a su hija en el crucero y al mismo tiempo ayudarla a practicar inglés. Y cuando aquellas detalladas confesiones habían salido a la luz, nadie se había sentido en posición de confirmar o contradecir tales afirmaciones. Nadie excepto Nico...
Rachel sintió una náusea. Había castigado a su marido por un pecado que no había cometido, en lugar de tener fe en el hombre con el que se había casado. Nico era inocente, lo que significaba que toda la agonía por la que ella había pasado en los dos últimos años había sido exclusivamente por su propia culpa. Aquélla era una realidad muy dura de aceptar de repente, pero Rachel tenía la suficiente humildad para aceptar su error y dar el paso más importante, disculparse por el daño que le había infligido a Nico. Sabía perfectamente qué era lo que debía hacer.
-Necesito ver a Nico... -murmuró enseguida.
-¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho? ¿Para qué demonios necesitas ver a Nico?
Rachel se encontraba en estado de shock y a pesar de estar actuando con el piloto automático, la aplastante necesidad de ver a Nico la guiaba como una antorcha en mitad de un túnel oscuro. Hacía casi dos años desde la última vez que lo había visto, pues desde entonces los abogados se habían encargado de todo el proceso legal y una niñera era la que recogía a Marco para llevarlo con él.
La acomodada situación económica de Nico le había permitido no tener que tolerar ningún encuentro personal con su mujer después de la separación.
-Tengo que verlo -mientras hablaba, Rachel estaba ideando torpemente la manera de desplazarse a Londres. Como aquel día le tocaba trabajar, Piper estaba a punto de llegar para cuidar a Alexander y se quedaría allí hasta las seis de la tarde -¿Vas a salir esta noche?
-No... No lo he pensado -respondió Charlotte sorprendida por el súbito cambio de tema.
-No sé a qué hora conseguiré ver a Nico. Seguramente no sea una de sus visitas más esperadas, así que supongo que volveré tarde -le explicó con ansiedad-. Puedo pedirle a Piper que se quede un poco más y acueste a Alexander ¿Podrás tú cuidarlo hasta que yo vuelva?
-Si vas a ver a Nico, cometerás el mayor error de tu vida -vaticinó Charlotte con vehemencia.
-Tengo que disculparme... es lo menos que puedo hacer.
En el tenso silencio que se hizo en la habitación, apareció una luz que iluminó a Charlotte: -Quizá no sea tan mala idea. Podrías aprovechar la oportunidad para decirle que estás completamente arruinada...
-¡Jamás podría hacer eso! -saltó Rachel de inmediato.
-Entonces yo no podré cuidar de Alexander -contraatacó su hermana sin titubear.
La rabia y la vergüenza luchaban dentro de ella: -Está bien... mencionaré el tema y veré si puedo hacer algo...
Su capitulación provocó una sonrisa en Charlotte: -Muy bien... entonces sólo por esta vez, haré de niñera. Esperemos que Nico se sienta muy generoso cuando te vea humillarte ante él.
Nada más enterarse de la llegada de Rachel, Nico solicitó hacer un descanso en la reunión. Al verla de pie en la recepción, se quedó parado en el descansillo de las escaleras. En mitad de la enorme sala, Rachel parecía diminuta e insignificante. La falda y el suéter marrón que llevaba estaban deformados y probablemente tenía otros dos o tres conjuntos iguales. Rachel odiaba ir de tiendas y comprar las cosas de tres en tres la ayudaba a espaciar aquella obligación al máximo. Lejos de la atención que él le había prestado, había abandonado rápidamente el estilo que él le había inculcado y había regresado a su falta de elegancia. Llevaba las uñas sin pintar y el pelo rojo y sedoso recogido con un vulgar prendedor de plástico.
Con aquella indumentaria, no era el tipo de mujer que hacía que los hombres se volvieran a mirarla por la calle. Y sin embargo tenía una belleza luminosa que ni la más aburrida vestimenta podía ocultar. Paseó la mirada por la porción de hombro que dejaba entrever el suéter y después recorrió aquel delicado y femenino perfil. Una oleada de deseo le hizo reaccionar apretando los puños con fuerza.
En otro tiempo la había considerado dulce y leal hasta la muerte. Su calidez y su modestia lo habían cautivado, y su sinceridad y su bondad habían influido enormemente en su cínica visión del mundo. No había nada falso en ella. Nico había creído a ciencia cierta que había encontrado un tesoro. Había creído que su matrimonio funcionaría mientras tantos otros fracasaban. Él era un hombre para el que el fracaso era terreno prohibido y había elegido a la que sería su esposa con extremado cuidado. Pero Rachel no había resultado ser digna del anillo que él había puesto en su dedo. Apartó la mirada con justificada ira, pero enseguida su cerebro enfrió el fuego de su sangre. ¿Por qué motivo había interrumpido la importante reunión que estaba manteniendo? Por un momento se había dejado llevar por las buenas maneras, decidió dándose media vuelta. Después de todo, él no la había invitado a que se presentara en su oficina a mitad de la jornada con la idea de recibir su intención.
Nico tenía que admitir que aquella reacción ante la confesión de Reyna Ramírez era muy típica de ella y él mismo podría haberla previsto. Conocía bien a Rachel. De hecho, en otro tiempo se había preciado de sobresalir en todo lo que ella era un verdadero desastre. A pesar de su aparente tranquilidad, Rachel podía reaccionar con una increíble impulsividad a la que la arrastraban sus indisciplinadas emociones. Siempre había estado completamente ciega a las oscuras motivaciones que podían impulsar a otros a actuar, por lo que era incapaz de protegerse contra la manipulación.
Era capaz de luchar a muerte para encontrar un acto redentor hasta en el ser humano más deplorable. Pero Nico no tenía la intención de redimirse ante ella. Tampoco deseaba verla y aquella repentina visita le parecía una insensatez que podría dejarla en ridículo. Era una torpeza aparecer allí el mismo día en que se había publicado la confesión de Reyna Ramírez.
¿Acaso Rachel no tenía el más mínimo sentido común? A menudo había creído que no. Si la prensa se enteraba de que estaba allí, aparecerían hordas de paparazzi. Así que, sin querer dedicarle más tiempo, Nico reanudó sus pasos, esa vez de vuelta a la reunión. Rachel tomó asiento sin sospechar que habían estado observándola detenidamente. Se sentía incómoda e inquieta con las miradas furtivas que atraía. Había intentado ponerse en contacto con Nico por teléfono desde el tren, pero había sido en vano pues el número del móvil que ella tenía estaba ahora «fuera de servicio». Tampoco llamando a la empresa había tenido mucha suerte, ya que le había resultado imposible hablar con él personalmente. Así que sólo le había quedado la opción de presentarse allí, donde la habían informado con frialdad de que el señor Di Angelo estaba muy ocupado, por lo que se preparó para una larga espera con el consuelo de que al menos Nico estaba en el edificio y no de viaje como habría podido suceder.
Esa misma tarde a las cinco, Nico concluyó la reunión y le pidió a su secretaria que acompañara a Rachel hasta su despacho. Después de tres horas de espera sin que nadie le diera el menor atisbo de esperanza, se sintió aliviada de que alguien la sacara de aquella imponente recepción. Pero se convirtió en un amasijo de nervios ante la perspectiva de volver a ver a Nico después de tanto tiempo. No sabía qué iba a decirle, no tenía la menor idea de cómo salvar el abismo que se había abierto entre ellos. Su supuesta infidelidad había creado una enorme barrera entre ella y sus emociones, pero ahora esa barrera había desaparecido y con ella la noción de cómo debía comportarse. Rachel atravesó el umbral de la puerta azorada e insegura. Nico dominaba sin esfuerzo todo lo que lo rodeaba con su metro noventa y su cuerpo de atleta.
Rachel tuvo la sensación de que el oxígeno de la habitación se había esfumado impidiéndole respirar. Se le había quedado la boca seca y el corazón amenazaba con escapársele del pecho. Encontrarse con los ojos negros y profundos era como chocar contra una alambrada eléctrica. La avergonzaba que incluso en una situación tan crucial como aquélla, se sintiera arrastrada por la atracción que ejercía a ese hombre sobre ella.
-Bueno ... -murmuró Nico, un hombre por sus operaciones en el mundo empresarial, había descrito como frío como el hielo y mucho más peligroso. Su ligero acento italiano le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda como una descarga ... ¿Qué te trae a la ciudad?
