Prologo II

Prologo II

CHICAGO, 1918

Sentada en el regazo de mi cama al lado de mi hijo, intentaba evadirme de la realidad haciendo amagos de escribir algo en mi cuaderno. Lo que escribí esa noche fue un misterio para mí, aunque lo más seguro es que estuviese escribiendo la despedida que no saldría de mis labios. Era muy extraño, en aquellos momentos era capaz de enfrentarme al demonio que había empezado a perseguirnos durante meses, pero era incapaz de poder decir adiós a la persona que mas quería en este mundo.
La noche estaba tranquila. Demasiado tranquila. No podía haber un presagio peor. Las noches de tormenta de los relato de terror no hubieran producido en mí lo que esta tranquila noche de septiembre.
Me extrañó mucho el silencio en una ciudad como Chicago. Chicago nunca dormía. El silencio siempre era el mensajero de la muerte. Y la muerte parecía haber señalado esta casa. Hacía meses que la pesadilla había comenzado y Edward y yo solo éramos un juego para ellos.

Éramos las presas de un depredador frío, cruel y satánico. Sabíamos lo que sucedería si nosotros perdíamos el juego. Por lo que tenía que arriesgarme y cambiar las reglas de un juego que nos había sido impuesto.
Solo de pensarlo, un escalofrío recorrió lentamente cada una de las partes de mi cuerpo y aunque esto me dolería, me volví hacia Edward. Él , como el resto de la habitación, olía a ginebra y a morfina. Él prefería estar despierto, aunque algo achispado. Yo no podría soportarlo. Por lo que seguí los consejos de Carlisle y le puse una inyección de morfina junto con el brebaje para dormir. No me había asegurado que con ello no sufriría, pero yo no hubiera soportado oír los sus gritos. Según las leyendas, aquello sería increíblemente doloroso.

Oía, ansiosa cada suspiro que producía cada vez que respiraba. Me agarré el pecho para que me dejase de doler. Me parecía tan hermoso y vulnerable como un ángel con las alas rotas.
Edward decía que yo era valiente. Nunca fue menos cierto. Esperaba que él algún día me perdonase. Él daría el cien por cien y había accedido a aquella locura sin rechistar. Solo por mí. Tenía que confiar en su buen corazón para que algún día me perdonase por no haber cumplido mi parte del trato. Él lo daba todo. Todo su futuro, sus expectativas, sus primeros amores, su fabulosa carrera como pianista y sus ansias por vivir. ¿Y yo que le daba a cambio? Una media vida inmortal y un futuro incierto.

Sencillamente, me estaba guiando por lo que mis sueños me indicaban. Pero algo decía que no me equivocaba.

Ella lo compensaría todo. Ella y su dulce sonrisa. Sus ojos castaños color del chocolate y su largo pelo castaño. Su extraña forma de vestir. Tan separados por el tiempo. Y era él uno para el otro. Y yo tenía en mis manos la herramienta para concedérselo.
Le acaricié su pelo y se me hizo un nudo en la garganta al recordar las discusiones que teníamos a causa de su manía de llevar su pelo despeinado y encrespado.
"Edward Anthony Masen, un caballero no debería llevar esas greñas", le decía mientras le alisaba el pelo y me miraba con el ceño fruncido.
Podía oírle suspirar y ver como sus ojos verdes, tan idénticos a los míos, brillaban malévolamente y sus labios dibujaban esa sonrisa picara que había heredado de mí, y podía intuir al darme la vuelta como se volvía a despeinar. Podía oír su risa tan musical al ver como yo protestaba.
De su pelo, mis dedos pasaron a su cara y mis labios se acercaron a su oreja mientras sentía con estremecimiento como ardía mi piel al contacto con la suya. Puse la mano en su pecho y su corazón latía frenético. Como si intuyese que éstos estaban contados.
-Aguanta un poco más, cariño-susurre-Dentro de poco, esto solo será un mal recuerdo y volverás a tocar el piano-empecé a suplicar-Solo te pido que me des más tiempo.

Su respuesta fue un murmullo inteligible. Estaba soñando con cosas bonitas y su último sueño era tranquilo.

Si las probabilidades eran mínimas ¿Por qué no me desesperaba?, ¿Por qué no me desvanecía en este momento?, ¿Por qué no le clavaba un puñal en el corazón y después me lo clavaba yo? Porque aun había esperanza. El destino podría ser burlado.

Ellos pretendían que Edward fuese lo mismo que ellos.
"Bien, ¿Por qué, no?"; Me pregunte para mis adentros, "Edwardserá lo que sois vosotros, pero jamás le tocareis un pelo. Jamás os pertenecerá", Sonreí para mis adentros.
Pensé con cierta ironía y amargura en esa frase que decía "los dioses castigan a los mortales concediéndoles sus deseos".
Tenía la sensación de que seria castigada por jugar con el destino y arrebatar a mi hijo de los brazos de la muerte….o de algo peor… Pero yo lo soportaría todo con tal de que el tuviese una mínima oportunidad. Merecía vivir de cualquier manera, pero tenía que vivir. Debía vivir.
Jugueteé con la cruz de plata y esmeraldas que hacia dibujos de tréboles- planta de mi Irlanda natal-que llevaba colgada del cuello y durante generaciones habían llevado en el suyo todas las mujeres de mi familia. Si todo salía bien, la próxima que lo llevase, seria la esposa de Edward. Y mientras jugueteaba con el colgante, hice algo que no había hecho desde hacia mucho tiempo a pesar de mis supuestas creencias católicas. Empecé a rezar a cualquier ser supremo que me quisiera oír para que el milagro llegase pronto. Mientras lo hacía miraba el rostro sereno de Edward y empecé a preguntarme a quien le quedaba menos tiempo de vida ¿A Edward o a mí?
Y mientras rezaba, el milagro llego.
Vi como una figura alta y esbelta se acercaba al lecho de Edward y le cogía del brazo. Por un momento el pánico invadió mi cuerpo y mi garganta emitió un grito de terror e impotencia.
El ser se situó rápidamente enfrente de mí y puso su mano en mi boca.
-Shhh-susurro suavemente- Elizabeth.
Empecé a experimentar una sensación de alivio con tan solo oír su seductora voz con acento inglés , sentir sus gélidos dedos sobre mis labios que me hacían sentir una sensación de ardor, oler su perfume tan embriagador y sentir la luz de sus preciosos ojos dorados tiernos y sabios sobre los míos.
El milagro había llegado en forma de ángel protector. Porque aquel ser de cabellos dorados no podía ser humano sino que un dios le esculpió con las piedras mas delicadas y luego de su propio aliento le dio un alma. Lo irónico del caso es que mi ángel era una criatura maldita. Era un vampiro. Aquella era la única solución. Confiar en un vampiro para escapar de otro vampiro.

Había estado allí siempre, desde que yo tenía uso de razón. Tan fiel guardián de mi familia. Mi protector, mi mejor amigo, mi confidente, el hermano mayor y pequeño a la vez, que yo siempre quise tener…y dentro de poco, el padre que Edward nunca tuvo y debió tener.
-Carlisle-susurré su nombre y sentí tan alivio que no pude evitar abrazarle fuertemente. Ya nos conocíamos lo suficiente para tener confianzas y tutearnos.
-Están muy cerca-susurro en mi oído.
No pude evitar estremecerme al comprender a quien se refería y pensé con dolor en que ya no me quedaba demasiado tiempo.
Él pudo notarlo al sentir como mi sangre recorría rápidamente mi cuerpo y me acarició levemente el pelo para tranquilizarme.
Se deshizo de mi abrazo para dirigirse a Edward.
Intentó disimular un gesto de preocupación pero yo estaba demasiado aprensiva como para ignorarlo.
-Parece que has seguido al pie de la letras mis indicaciones, pero…-Olisqueó-¿La ginebra?-Había un ligero reproche en sus palabras.

-Un último trago no le iba a hacer ningun mal-Me encogí de hombros.
Carlisle evito mirarme fijando su mirada en mi hijo. Sabía que no aprobaba lo que estaba a punto de hacer y que no se lo perdonaría en mucho tiempo. Yo era una autentica egoísta y no tendría que llevar la responsabilidad, de algo que había sido mi decisión. Edward había accedido sin vacilación ninguna. Le había engañado y todo lo que me pasase a mí, me lo tendría más que merecido. Esperaba que con el tiempo, el lo comprendiese todo. Solo esperaba que después de todo, él volviera a ser el mismo hombre maravilloso que hubiera estado destinado a convertirse, si no nos hubiéramos mezclado con las leyendas.

Estábamos malditos.
-¿Cuánto tiempo lleva inconsciente?-Preguntó con una voz que intentaba ser profesional pero que pude intuir que se entrecortaba levemente.
-Unas dos horas.
Aunque no me miraba pude ver como en sus ojos se debatían la pena, la frustración y la impotencia. Sus ojos me dijeron todo lo que no salía de su boca.

"Solo tiene diecisiete años y tú le quieres condenar", Parecía que me estaba acusando.
Me apoye en la pared para tener un sustento y de mi boca salieron las palabras lapidarias.
-No hay salvación-Susurré mientras el negaba con la cabeza tristemente-o por lo menos, no la hay desde el punto de vista humano.
Al oírlo sustituyo su mascara de dolor por una de crispación y de rabia y sus ojos se oscurecieron. Tendría que haber estado asustada, pero en aquellos momentos me importaban más otras cosas que ver una expresión de cólera de un vampiro cabezota.
-Preferiría que te pensases eso un poco más y que veas nuestras opciones antes de que condenes a tu hijo a una noche eterna-sentenció.
Fruncí el ceño y entrecerré los ojos. No iba a ceder. Era mucho lo que me jugaba.
-Me parece a mi que ellos no nos van a conceder mucho tiempo que digamos-Repliqué-Y creo que ellos tendrán menos remilgos en hacer lo que tú te niegas-mi contestación rebosaba sarcasmo-Y sí, he barajado nuestras posibilidades y son muy alentadoras-más sarcasmo-Tengo tres opciones. La primera es pegar un tiro a Edward o darle una sobredosis de somníferos-Hablaba desde mi desesperación y Carlisle me miraba como si me tratase de alguna especie de criatura quimérica. Yo misma parecía una autentica Medea. Pero quería darle a entender que prefería a Edward muerto que en las manos de ese ser…Nadie conocía su maldad y su sed de venganza como yo-…Y yo le seguiría acto seguido. La segunda opción es que ellos nos encuentren, nos maten a los dos y se lleven a Edward para convertirle en un monstruo, por lo cual le preferiría muerto-Pude ver a Carlisle estremecerse levemente cuando mencione la palabra "ellos". Tal era el terror que nos infundaban que no osábamos a mencionar su nombre.-Y la tercera opción es confiar en ti y dejar que le conviertas en un vampiro-Enfatice la palabra "vampiro" para que el entendiese que la idea de "monstruo" y "vampiro" para mí no eran lo mismo, o por lo menos desde que tenía uso de razón y Carlisle había permanecido con mi familia y conmigo desde casi el principio de todo-Y que sigas donde yo lo dejé.
-No puedo creer que realmente desees este destino para tu propio hijo-Empezaba a darse cuenta de que yo no iba a ceder ni un ápice.
-Si me hubieras dicho hace unos meses que era lo que deseaba para Edward seguramente te hubiera dicho que me hubiera gustado que fuese juez o medico, no creo que ninguna madre sueñe con que su hijo se convierta en un personaje de Bram Stoker y que su dieta sea hematófaga, pero dada las circunstancias, no voy a andarme con remilgos.
Carlisle puso los ojos en blanco e intento una ultima treta para disuadirme.
-Sabes que si convierto a Edward en lo que yo soy, te tendrás que ir de su lado y nunca le volverás a ver-me repuso muy seriamente.-Esto no es fácil y si quieres que salga bien tendrás que hacer sacrificios, Elizabeth.

"Sacrificios", Si yo sabía el significado de esa palabra, "Perdóname, Carlisle"
Volví a mirar a mi hijo sano y con un sueño tranquilo. Al punto, de mi mente surgió la imagen de un Edward cruel, vengativo, los ojos rojos inyectados en sangre y una sonrisa maléfica en sus labios con una lágrima de sangre en la comisura de su boca. Mi desesperación hizo que mi determinación se fortaleciese. Mi decisión estaba tomada.
Intente luchar con el dolor al comprender que aun no había terminado de decir adiós. Y este iba a ser el que me desgarraría el alma en miles de trozos imposibles de recomponer.
Me enfrente a Carlisle y le susurre para que no viese que se me quebraba la voz aunque el lo notaria.
-Me siento orgullosa de haber sido su madre durante diecisiete años-se me quebró la voz-Si mi decisión no es la correcta, el único que me lo puede echar en cara es Edward. Espero que el pueda perdonármelo.
-Aun estas a tiempo de echarte para atrás-Me recordó Carlisle con la esperanza que yo retrocediese. Era una esperanza vana pero no esperaba que lo comprendiese. Tendría que ser padre para entenderlo -pero si decides que sí, ya será demasiado tarde.

Al ver mi rostro impasible, intentó persuadirme con un último ardid.

-Conoces las reglas también como yo. Sabes que las estoy incumpliendo. Mi deber es conmigo.

-Tu deber es con mi familia, Carlisle y cedo mi derecho a mi protección-Decidí compartir una parte de mis planes y mis motivos con Carlisle. El otro motivo, el primordial, él lo sabría…mucho más adelante. Cuando todo estuviese consumado.

Carlisle esperaba con impaciencia mi explicación. Solté el aire y continué:

-Es poderoso-Sabía a quien me refería-Y tenemos la certeza que ni tú, ni yo, ni nadie que conozcamos podrá vencerle…Por lo menos por ahora…Lo único que se puede conseguir es debilitarle y…

-… ¿Y?

-Tú dijiste que tu amigo vampiro, Eleazar, catalogó a Edward y dijo que era muy poderoso. Increíblemente poderoso. Pero ahora solo es un humano.

-Y si yo le convierto en un vampiro no cambiara mucho la situación. Creo que sabes que los neófitos-Vampiros recien convertidos hasta el primer año-son muy poderosos, pero muy inestables. Eso no es suficiente…

-Estoy enterada de cómo va el asunto-Le repliqué-Si pudiésemos vencerlo tan fácilmente…Sé que no va a ser en un año o dos. Tienen que pasar décadas e incluso siglos…pero algún día, se confiará en su poder y entonces… Solo es cuestión de tiempo. Y por mucho tiempo que pase, Edward siempre será mucho más joven y el tiempo y tus directrices le darán lo necesario para salir vencedor-Le cogí las manos e intenté y transmitirle algo de mi falso entusiasmo-A la larga, ganaremos. Pero tú y solo tú puedes ayudarme. ¿Lo harás, verdad? A pesar de todo.

Carlisle se mordió el labio inferior antes de contestar.

-Siempre me tendrás. Pase lo que pase-Me juró.

Suspiré aliviada.

-Gracias.

Sacó de su bolsillo unos papeles y me los entregó.

Me estremecí. Era el certificado de defunción de Edward Anthony Masen a causa de la epidemia de gripe que se extendía como una pandemia. Me resultó algo macabro utilizar esas circunstancias para justificar mi causa.

Me tapé la boca con la mano, simulando un suspiro.

Carlisle frunció el ceño. Necesitaba otro servicio de él y ese era el que menos le gustaba.

-He hablado con Leslat. Antes de que Edward despierte estará aquí. Está intentando evitar tener que enfrentarse a…-Respiró como si el oxigeno le hiciese falta- Procuraré que él cumpla lo que me prometió. Edward creerá que se estaba muriendo de gripe española y que tuve que tomar esa determinación…y no llegue a tiempo para salvarte a ti-Asentí, avergonzada. Pasase lo que pasase, Carlisle siempre se echaría la culpa de las decisiones tomadas por mí, a su costa. Era un buen protector hasta el final y procuraría que yo saliese lo mejor parada de todo aquello. Siempre comportándose como un caballero.

Aun sin conocer a Leslat, intuía que las cosas con él no serían tan sencillas. Por lo que Carlisle ocultaba, me indicaba que yo no era muy apreciada por él. Aún habiendo nacido en un entorno rodeado de mitos, me impresionaba lo que algunos vampiros eran capaces de hacer. Y Leslat era uno de ellos.

Carlisle se volvió hacia un Edward tranquilo y reposado. Me preguntaba que era lo que soñaba. Y si era consciente que aquel sería su último sueño antes de caer en una noche sin final aparente…aunque no importaba cuan larga pudiese ser ésta. Después, siempre saldría el sol. Había llegado el momento.

-Hazlo-Le ordené.
Los rasgos de Carlisle se endurecieron y su rostro se transformo en una fría estatua y por primera vez sentí miedo en su presencia y me puse a temblar cuando se iba acercando lentamente a Edward.
A pesar de estar inconsciente, pude percatarme que Edward presentía lo que pasaba, ya que le vi estremecerme al acercarse Carlisle a su cuello.
-Carlisle-Le interrumpí-¿Cómo sabrás que esto saldrá bien?-La curiosidad me invadió de repente-¿Cuándo sabrás que…? , Bueno ya sabes…-No me atreví a pronunciar el resto.
Carlisle se interrumpió para mirarme y su rostro recuperó su antigua mascara de compasión y sus ojos dorados brillaban dulcemente al comprender que empezaba a estar asustada.
-¿Cuándo sabré que se ha transformado?-Repitió pensativo mis palabras-Si te digo la verdad hasta yo mismo lo ignoro-sonrió con cierta tristeza al mirarme-Apenas tengo recuerdos de mi transformación y nunca he transformado a nadie-empezó a sentirse avergonzado-No sé como funciona el proceso y solo tengo una ligera intuición de cómo hacerlo.
-¿No sabes como hacerlo?-Pregunté con un breve atisbo de histeria en mi voz-¿No recuerdas nada de lo que rehicieron a ti para transformarte?
Suspiró.
-Solo recuerdo un dolor intenso-Se estremeció al recordarlo-posiblemente dos o tres días no sé…puede que también dependa de la persona, de su salud y de lo que resista su corazón-se precipitó a decir en cuanto oyó un leve gemido salido de mi garganta -todo teorías pero ningún intento hasta ahora. Siento que tu hijo sea un conejillo de indias, pero jamás me había visto en esta situación y lo único que puedo hacer es guiarme por mi instinto-me miro serio otra vez-Por eso te he advertido de todos los riegos que puede haber y si después de lo que te he dicho quieres echarte atrás en tu decisión, lo entenderé.

Empecé a pensar en las posibilidades y la verdad que eran escasas. Pero esas eran las cartas que me habían dado y yo tenía que saber utilizarlas para continuar jugando. Ya era demasiado tarde para retirarme del juego.
Me limite a negar con la cabeza y el comprendió.
La hora de la verdad había llegado.
Estaba tan decidida que me volví de piedra. Ni siquiera me asuste cuando el rostro de Carlisle se volvió frío, sus ojos se oscurecieron, de su boca surgieron unos colmillos blancos, brillantes y cortantes como cuchillos. No me inmute cuando se acerco al cuello de Edward y pude oír con toda claridad como sus colmillos traspasaban la barrera de su piel y produjo un chasquido como si se rompiese un cristal. Ni apenas me conmoví cuando vi. El cuerpo de Edward contraerse, su rostro deformarse por el dolor y su garganta proferir un grito de dolor tan desgarrador que me pareció que lo había emitido un animal herido y en ese momento supe que había desaparecido todo vestigio de humanidad. Todo había terminado… o comenzado. Si de mis ojos salieron lágrimas fue un puro acto reflejo.
Carlisle se separo lentamente de Edward y se mantuvo a distancia. Por un momento vi que sus ojos se habían vuelto carmesíes y tuve un pequeño estremecimiento. A pesar del momento, supe que había presenciado un acto casi divino.
Todo el silencio creado se rompió al escuchar un sonido sordo que parecía proceder del exterior y aunque a mi simplemente me pareció un siseo parecido al soplar del viento, fue suficiente para que el estático rostro de Carlisle se transformase en una mueca de terror.
-Está aquí-Balbuceó-Esta a punto de entrar en la casa. Me miró angustiado. Si no hubiera sido un vampiro seguramente se hubiera echado a temblar. Como él no podía hacerlo yo lo hice por el y empecé a parecerme a una hoja movida por el viento. Todo había sido demasiado rápido
-¿Puedes saber cuantos son?-Me sentí muy estupida. ¿Realmente quería saber cuantos eran? Era algo así como preguntar como íbamos a morir.
-Solo uno y creo que es Él-Dijo secamente.
¡Vaya! Parecía que se estaba tomando muchas molestias para cazarnos y encima creería que me sentiría halagada por haber hecho de nosotros sus presas predilectas. Era una lástima que tuviese que estropearle su juego.
Reí sarcásticamente y me dirigí hacia un armario.
-Ayúdame a mover el armario-le pedí.
Con un solo toque de la palma de su mano movió el armario y sonreí aliviada al ver la puerta. Carlisle me miro sorprendido. No había mucho tiempo de explicarle que la casa de mi difunto marido fue construida en plena guerra de secesión y que para evitar los soldados del sur los matasen, los primeros habitantes de esta casa habían construido túneles que conectaban con el Chicago subterráneo y a partir de ahí poderse moverse para llegar cualquier sitio de la ciudad.
Fui a mi mesilla y allí cogi una llave, un mapa de Chicago y varios papeles que había preparado para Edward. Mis dedos rozaron algo frío y me estremecí al ver una daga.
Mientras abría la puerta vi como Carlisle se ponía una manta en la espalda y luego cargaba con Edward.
Si era verdad lo que decía Carlisle sobre el dolor de la transformación, mi pobre pequeño lo estaba soportando con gran entereza, ya que de sus labios no salía ni un solo gemido. Solo de vez en cuando le veía estremecerse y morderse los labios. Me preguntaba si en el fondo podía intuir lo que estaba pasando.
Me despoje de mi colgante y se lo puse a el en el cuello. Cuando le acaricié la cara con mis dedos pude notar que gran parte de su tibieza había desaparecido y solo había algo cálido y húmedo en sus mejillas. Estas serían sus últimas lágrimas.
Me resistí a separar los dedos de su piel, pero al final lo hice. Aquella seria mi despedida.
-Sabes que tu hijo es el muchacho más valiente que he visto-Me señalo Carlisle.
Sonreí a mi pesar.
-Eso es heredado de su padre.
Me devolvió la sonrisa deslumbrante.
-Yo creo que también de su madre.
Había llegado el momento de ser prácticos. El monstruo podía llegar de un momento a otro.
- Como supongo que tú ya habrás arreglado todo para desaparecer de Chicago y mudarte-aun me sorprendía como se las apañaban los vampiros para cambiar de personalidad y desaparecer sin dejar ni rastro. Supuse que eran siglos de practica-Ahora me voy a encargar del futuro de mi hijo. Todos estos papeles son de la cuenta bancaria que esta a nombre de Edward Anthony Cullen- ¡Que extraño me sonaba ese apellido en mi hijo!- Y en ellos te doy poderes para que tu puedas manejar el dinero hasta que consideres que Edward es lo suficientemente responsable para manejar su dinero.
-Elizabeth no deberías preocuparte por eso. Edward no va a ser un problema económico para mi.- me dijo Carlisle suavemente-Pero solo por curiosidad ¿Cuánto dinero hay en la cuenta?-Pregunto divertido.
Me encogí de hombros.
-Una nimiedad-dije indiferente-creo que dos millones de dólares.
Carlisle me miro muy sorprendido pero se ahorró el comentario.
-Esto es un mapa de la ciudad. Si bajáis por este pasadizo podréis llegar a cualquier sitio de la ciudad por los subterráneos y seréis libres.
Carlisle me miro intensamente durante unos segundo y pareció entender que yo no entraba en mis propios planes de huida. Y protesto.
-¿Tu que harás?-pregunto con voz temblorosa-No puedes quedarte aquí mientras este aquí.-Me agarro fuertemente de la mano-Te vendrás con nosotros y cuando estemos a salvo podrás irte donde quieras. ¡Me niego a dejarte en manos de ese monstruo!-Y empezó a arrastrarme.
Me agite e intente desasirme pero el era mil veces mas fuerte que yo y acabo arrastrándome hacia el pasadizo.
-¡Carlisle suéltame!-Le ordené. No por favor. Si él me salvaba ahora, todo lo que estaba planeando para el futuro se iría a pique. Yo era uno de los elementos fundamentales para que algún día toda aquella pesadilla acabase y si me rendía y me iba con Carlisle, todo habría sido en vano. Mi ausencia en sus vidas, sería la clave de todo-¿Acaso no ves que si nos llevas a los dos iras mas lento y el acabara atrapándonos?-Se paro en seco pero no me soltó la mano- Por favor, escúchame. Aun le llevamos ventaja y necesito que vayas lo más rápido posible.-Intenté no mirar a Edward- Y ahora lo que mas me importa sois vosotros. Yo me quedare aquí y le distraeré como pueda.
-¡Estás loca!-me recrimino-Tú no puedes luchar contra el.-Me miro suplicante mientras yo negaba con la cabeza lentamente-Elizabeth, si te quedas, morirás o puede que algo peor... ¡Por favor!-suplico-No me gustaría que descubrieses que puede haber destinos peores que la muerte.

"Sí puedo luchar contra él, pero por ahora, yo perderé…y espero perder"
Daba igual lo que me dijese. Yo solo tenía un objetivo. Si tenía que pagar con mi vida que ellos dos pudiesen conservar la suya, me parecía un precio más que razonable. Una vida a cambio de dos. ¡Desde luego que era un precio justo!
Decidí ponerme firme. Cogí su perfecto rostro y le obligué a mirarme. En el reflejo de sus ojos podía ver que los míos eran duros y fríos. Iba ser muy cruel pero era necesario.
-Ya esta aquí-Siseé- y no te queda mucho tiempo, por lo que te lo diré muy claro, Carlisle-Me prepare para mi frase lapidaria- Solo puedes escoger a uno. La cuestión es si será Edward o seré yo. Además esta es mi casa y no me pienso mover de aquí. Ya no. Estoy cansada de huir.
Supe que lo había herido hasta lo mas profundo y que al final se había rendido, ya que al final me lanzo una leve mirada de dolor, y a medida que iba avanzando hacia la oscuridad me iba soltando aunque lo hacia muy reticentemente. En el fondo de mi corazón, esperé que con su mente analítica y práctica, descubriese la verdad.
-Carlisle-le llame por ultima vez- ¿Un "Hasta luego", bastará?-Me negaba a decir Adiós. Me parecía muy definitivo.
Sus labios se curvaron en una sonrisa rota. Aquello era lo más hermoso y desgarrador que había visto jamás.
-Sí-Susurro-Con eso bastara.
-Hasta luego-sonreí.
-Hasta luego-me dirigió mientras se alejaba.
Y después la nada.

Un ruido parecido al viento procedente del comedor, me arrancó de mis cavilaciones y empecé a sentir un frió que se me infiltro hasta el tuétano de mis huesos. Entonces comprendí que el ya estaba aquí. No le haría esperar más. Ya estaba preparada.
Me acordé de algo y me dirigí a mi mesilla otra vez. Abrí el cajón y saqué la daga. No estaba muy segura si serviría de algo, pero no pensaba quedarme de brazos cruzados.
Y antes de ir para su encuentro me miré en el espejo. Y el espejo me dio la respuesta. Mi cara reflejaba que mi alma quería salir ya de este cuerpo.

¿Realmente esto merecía la pena? El reflejo del espejo me mostró el rostro de aquella muchacha de ojos color chocolate y rostro dulce y aniñado. Repentinamente, su piel se aclaró hasta convertirse en un color más semejante a las perlas, sus labios eran rojos y sensuales y sus ojos se destiñeron hasta quedar en ellos un brillante color ambarino. Era tan hermosa, que me hacía llorar. Sonreímos a la par. Mi decisión había sido la correcta.

Bajaba las escaleras lentamente, ya que no había prisa, el juego empezaría cuando el lo decidiese. Y a medida que bajaba la sensación de frió aumentaba hasta que cada centímetro de mi piel se quedo insensible. Y entonces le vi estático y oscuro esperándome en la poyata de la escalinata. Sonreía y me estremecí.
Pensé que si Carlisle y Edward eran un reflejo de que existía un Dios bueno, este ángel caído me confirmo que el diablo también existía.
Me pare en seco a dos escalones de distancia de el y le mire desafiante. Parecía que disfrutaba. Busqué instintivamente mi daga y mi corazón empezó a acelerarse y cuando le mire a sus ojos carmesíes, supe que aquello le excitaba.
Sonreí desdeñosa para desafiarle mientras notaba que algo quemaba mis ojos.
¿Sabría Edward que esas lágrimas eran para él?