Si, no todo es Hetalia y LietPol en mi vida. Está escrito para mi amiga Mireyan, esta pareja necesita mucho más amor y látigos.


Franciska no era una persona simple, su mente siempre estaba maquinando, pensando y para conseguir eso quería tener todo controlado.

Necesitabatener todo controlado.

La verdad es que controlar a los testigos era fácil, normalmente nunca hacían nada fuera de lo normal. Los acusados no salían del centro de detención así que no se preocupaba mucho por ellos, igual que tampoco se preocupaba por ese estúpido abogado y su estúpida médium que solo hacían estupideces (o comían comida estúpida en el caso de esta última).

Gumshoe era mucho mas divertido, sin duda.

Todo empezó cuando le puso el localizador, algo que el tipo sabía que llevaba encima y además no le importaba mucho llevarlo. Se lo podía haber quitado cuando hubiera querido pero el muy lerdo seguía con el puesto como si ya fuera un complemento (o a lo mejor pensaba que era otro pedazo de porquería agarrada a su abrigo). Daba igual, se había comprobado que el chisme había sido de gran ayuda (menudo idiota el día que tuvo el accidente con el coche y ella tuvo que ir a buscarle para recoger las pruebas y no para preocuparse por él, que eso quede claro) y no se lo pidió cuando volvió a Alemania, esperando que siguiera funcionando.

Pero resulta que el aparato dejó de hacerlo. El muy lerdo no se acordó de cambiarle las pilas, como ella muy bien le recordó (con unas cuantas amenazas y tres latigazos, claro está). A lo mejor no podía permitirse comprar baterías con su sueldo cada vez más triste, pero eso no era problema de ella. Si tenía que dejar de comer fideos instantáneos durante un par de días, tenía que hacerlo y no se podía hablar del asunto.

De todas formas Franciska Von Karma es una mujer de recursos.

Y ahí estaba ella, a miles de kilómetros en el salón número cinco de su mansión, con la mente atenta a ocho pantallas de televisión. No es que el apartamento de Gumshoe fuera muy grande (un cuarto, el salón con la cocina integrada y el baño), pero necesitaba tener todos los rincones controlados. Menos el retrete, claro. Ella tenía más dignidad que curiosidad.

Y mientras le observaba atentamente, se sorprendía de lo cutre que podía ser esa vivienda tan cutre en ese barrio tan cutre donde vivía el Inspector Cutre.

Por lo menos se intentaba convencer que eso era mejor que ver la televisión y lo peor de todo es que era cierto. Pero no iba a confesárselo a nadie.