Disclaimer: Nada de esto me pertenece. Es de sus respectivos creador, J. K. Rogwling y la Warner. Ellos son ricos y yo estoy tan pichichi intentando rellenar huecos en sus historias. No me llevo con esto ni un duro, sólo la satisfacción del orgullo de la hibris que hizo caer a los dioses.


James Henry Potter había crecido sabiendo que sus padres lo querían incondicionalmente.

Que era un niño querido y que nunca le iba a faltar de nada. Su infancia fue perfecta. Hogwarts era sólo el siguiente paso natural. Llegó convencido de que se iba a comer el mundo.

Peter Andrew Pettigrew había crecido sintiéndose inferior.

Inferior a sus compañeros, inferior a sus primos, inferior a todo. Inferior a su padre, el que miraba por encima del hombro a su madre la bruja, el que mascullaba cuando los accio volaban por la casa, el que le machacaba llamándole vago. El que se marchó cuando Peter tenía cinco años. Su infancia empezó el día que su padre le rompió un brazo y salió por la puerta para no volver. Hogwarts fue el primer chispazo de orgullo. Se parecía lo suficiente a su madre como para ser admitido. Sería más fuerte que su padre. Más fuerte que el muggle que no entendía nada, que no le entendía, que le había hecho daño.

Remus John Lupin había crecido guardando un secreto, secando las lágrimas de pena de su madre y de rabia de su padre y con la maleta siempre preparado, listo para desaparecer en la noche.

Creció sin pertenecer a ningún sitio y sin atreverse a echar raíces. Su infancia se la comió el lobo y no llegó ningún cazador para acabar el cuento. Howgarts era algo demasiado bonito como para ser real. Dejó atrás las lágrimas de su madre, la sorda rabia de su padre, preparado para enfrentarse a un fracaso más, para conocer de nuevo las mieles de la normalidad que le iban a ser negadas. Se equivocaba. Pero tardó en creerlo.

Sirius Orion Black III creció sabiendo el deber de su apellido, las genealogías de todos aquellos que lo precedieron y sintiendo el peso de incontables e intachables Black sobre sus hombros.

Creció sabiendo y temiendo la magia negra y el destino al le habían dicho que no podían escapar. Maduró demasiado rápido y se pasó el resto de su vida fingiendo despreocupación. Pero la infancia no vuelve. Hogwarts era la libertad. El huir de su madre, la de las manos largas y la varita rápida, y de su padre, pagado a su cinturón y a los malos modos. De huir de Grimmaud Place, de sus espías en las paredes, detrás de los cuadros, tras las esquinas. De la sangre, que brotaba roja y negra, de las heridas de su cuerpo y de su alma.