-Lo prometiste...todo será diferente.

Ya casi se cumplían 15 años sin ella. Sin su otra mitad y sin la única persona que alguna vez se preocupó por él. Cuando ella le explicó la idea, no estaba del todo seguro a qué se estaba refiriendo, pero Alexia no era una chica de pura habladuría. Cuando quería algo y se proponía a lograrlo, lo obtení . En eso se diferenciaban los 2, ella era constantemente insistente y él solía perder el interés con facilidad. Pero ya no, no ahora que él era más como ella.
-Solo espera y verás. -le dijo Alexia en ese instante.

-Tu lealtad será recompensada, querido hermano.

Alfred sonrió. Su voz le tranquilizaba el alma, con ella a su lado todo estaba bien y lo mejor era que nadie podría quitarles ese momento tan especial e íntimo porque se encontraban completamente a solas.

-El virus...

-El virus T-Verónica está casi perfeccionado, hermano. Solo espera un poco más. -le dijo la rubia mientras se acomodaba el vestido. ¿Esperar un poco más? Para él era la nada misma en comparación con esos eternos 15 años que los separaban del reencuentro que tendrían al fin.

Sirvió dos tazas de té, pero solo una llegó a ser consumida.

-Es como un sueño, Alexia.

-Nuestro sueño recién comenzará cuando todo esté listo.

Alfred rió histéricamente. Era lo que había estado esperando: hace 15 años atrás una pequeña pero brillante Alexia le había dicho exactamente lo mismo antes de comenzar con la eterna hibernación. Él asintió confiando plenamente en sus palabras y no se opuso a pesar de que su corazón comenzaba a desmoronarse por dentro. Ella lo compensaría por la soledad pasada todos estos años, de seguro tendría un plan para ambos en ese Nuevo Mundo.

-Todo saldrá tal y como lo planeamos.

-Tal y como lo planeado. -repitió él aun riendo.

-El nombre de la familia Ashford volverá a recuperar la gloria que nuestro padre se encargó de sepultar.

-Todos conocerán nuestro poder...

-El mundo entero. -agregó Alfred con satisfacción. Ella sonrió y su hermano la miró con ternura. Esa sonrisa suya era única, era privada, estaba solo reservada para él. Nadie tenía el privilegio de verla sonreír. La Reina del Mundo debía ser intachable e implacable para los demás, pero para él seguía siendo su amada y ella se lo demostraba constantemente con esas sonrisas tan maravillosas que le regalaba.

Nadie más era digno de ella, nadie sacrificó tanto por una persona, nadie lo comprendería. Solo se tenían entre ellos, no podían confiar en nadie más y lo llegaron a entender cuando descubrieron que habían nacido gracias al experimento de Alexander. Una total deshonra para la familia Ashford, pero su padre enmendó su error al ser utilizado como conejillo de indias.

-Estamos unidos de por vida. -dijo Alfred en voz baja.

-¿Qué es ese ruido? -preguntó su gemela.

-Suena como...

-¡Rápido! ¡Ve a ver! -gritó su hermana. -Nadie puede interferir con mis planes.

-Lo sé, hermana mía. -dijo Alfred levantándose del sillón con dorado y rojo.

-¿Alfred? -¿Si, Alexia?

-Ve con cuidado, mi rey.

El rubio se sintió invencible y más poderoso que nunca. Si ella estaba allí con él, nadie podría detenerlos. Al salir de la habitación, la taza de Alexia continuaba vibrando por la agitación de la habitación y cayó al suelo derramando todo el líquido sobre la alfombra. Ya no había vuelta atrás.