¡Mientes!

Llovía. El cielo era de un azul oscuro. Las nubes negras cubrían la luz de la luna; aquélla luz que ella necesitaba le era privada por los oscuros algodones.

—¡Dime que todo es una mentira! —sus cabellos húmedos cayeron sobre su demacrado rostro.

—No lo es… —su voz sonó fría y distante, pero sobre todo seria. —. No te engañes ni te mientas. Esa siempre ha sido la verdad: nunca te amé. —Miró directamente a los ojos a la chica que tenía frente a los suyos; sus esmeraldas reflejaban tristeza, pero sabía que por dentro ella agonizaba de dolor.

—¡Mientes! —gritó —¡Todo este tiempo no pudiste haberme estado mintiendo, engañando!, ¡simplemente no te creo! —explotó. No podía, más bien, no quería creer que su amor había sido una farsa.

—Deja de lastimarte, y acepta las cosas como son, —su voz seguía inescrutable. —ahora sabes la verdad. ¿Acaso no es mejor que yo te la diga, a que te la digan por ahí? ¡Por favor, Sakura!, te estoy haciendo un favor al decírtelo, deja de lamentarte. —sus palabras eran tan distantes, tan crueles y frías, pero a la vez tan cortas; y éstas le atravesaban el corazón como dagas certeras a la chica de cabellos rosáceos.

—No, no lo es… —sus ropas ya estaban empapadas de agua por culpa de la lluvia. Pero le parecía que lo que realmente la habían empapado eran sus propias lágrimas. —Sasuke, ya no quiero saber por qué… —Levantó su mirada para mirar fijamente las orbes negras del moreno.

Estaba a un metro de ella, pero le parecía que eran kilómetros la distancia entre ambos. Sin embargo él ya había tomado su decisión, y no se retractaría. El farol iluminó los rasgos de la joven; su piel estaba pálida. Seguro se resfriaría a la mañana siguiente.

—Puedes hacer lo que quieras, puede irte o amar a quien quieras… —su voz era sollozante y lastimera. —… Pero sólo quiero que me digas una cosa con toda honestidad, digo, si me vas a dejar, supongo que tengo derecho a saber una última cosa, ¿no? —de repente, su voz sonaba un tanto extraña, y su rostro tenia una mirada desconocida para él.

—Adelante, pregunta lo que quieras… —concedió, pero su mente ya se daba idea por donde iba aquella petición. Pero tal como le había dicho, contestaría con toda honestidad.

—¿De verdad nunca me amaste? —preguntó sin rodeos.

—No, siempre lo hice —murmuró en voz baja. —Pero las cosas han cambiado, y eso ya no puede ser.

—De acuerdo, —expresó decididamente —entonces supongo que terminamos bien. —se burló de la frase que había dicho ella misma.

Él se sorprendió ante la oración que había dicho la flor de cerezo, pero cuando quiso una explicación, ella ya había caminado lejos.

12 de mayo 2010