Llevo ya algún tiempo escribiendo esta historia pero hasta ahora no me he decidido a colgarla, más que nada porque no sabía si la iba a continuar y recientemente me he dado cuenta de que no podía dejarla. Después de releerme la saga de Meyer me percaté que del que menos se habla sobre su vida humana es Emmett y es mi personaje favorito por lo que no pude resistirme. Actualmente tengo pensado dividir esta historia en dos partes: la primera narra su vida humana hasta que es transformado y la segunda a partir de su transformación hasta más o menos la aparición de Bella.
Disclaimer: Stephenie Meyer es la dueña de Twilight, yo simplemente me entretengo en mi tiempo libre en provocar que los personajes hagan algunas que otras tonterías y procurarle un pasado a Emmett Cullen.
Hell was never so good
Prólogo
El destino es inapelable, inexorable; crees que puedes huir de él, crees que acabará pasando de largo, pero no lo hace. Las personas simplemente viven atadas a su ya establecido sino, tratando de evadir por todos los medios este último conocimiento para simplemente, vivir una vida lo más próspera posible.
Es bastante cómico como el destino trunca las vidas de la gente, al igual que había truncado la mía. Puedes levantarte un día; mirar por la ventana de tu modesta habitación como cualquier otro, repetir un día más tu rutina hasta entonces apenas alterada, ¿Quién va a decirte lo que pasará unas horas después? Nadie. Y aunque fuese el caso, ¿Lo creerías?
Es impredecible, algo de esperar tratándose de una parte de la vida. Un día puedes estar en lo más alto y al día siguiente caer en picado sin explicación alguna; en eso al fin y al cabo yo tenía bastante experiencia. ¿Qué tenía de diferente aquel día con respecto a los demás? No lograba averiguarlo. Pero de algún modo allí estaba yo, tumbado en la hierba contemplando a duras penas como el destino iba a cobrar su cuenta conmigo.
Un rugido escalofriante rompió la tranquilidad del bosque y supe que ya no tenía ninguna escapatoria. A mi lado, una escopeta descansaba en el suelo. Muchos temen a un hombre armado, sin embargo nada había podido hacer el arma por mí, al menos no sin la suficiente munición.
Traté de enfocar mi vista a duras penas mientras le enviaba las órdenes necesarias a mi cerebro para que mi cuerpo se moviese, pero este no estaba dispuesto a acatar, quizás por la cantidad de fracturas y heridas repartidas por toda mi anatomía.
Miré hacia arriba mientras tosía forzosamente, un líquido de un rojizo apagado se deslizó desde mi boca tiñendo la hierba, mi sangre. Entorné los ojos con dificultad, el sol brillaba por encima de la cabeza de mi predador proyectando una sombra en dirección a mi cuerpo. Su figura era fuerte, imponente. No es que yo no lo fuera, de hecho podía considerarme un hombre con bastantes dotes físicas; sin embargo nada podía hacer con un oso cuyo peso podía rondar perfectamente los cuatrocientos kilos y su altura se prolongaba hasta sobrepasar los dos metros sostenido en sus patas traseras, como se encontraba en aquel momento.
Tenía muy claro que iba a morir, y sorprendentemente, no tenía ningún miedo como se supone que debería tenerlo. No es que me alentase la idea de morir, pero suponía que el dolor que ocupaba cada rincón de mi cuerpo, entumeciéndolo, limitaba también mi capacidad para pensar, y por lo tanto para tener miedo. Otro de los factores que imaginaba que me hacían no entrar en pánico por la idea era la perspectiva de mi vida. Cierto era que podía haber sido mucho peor, pero no había tenido muchas alegrías a mis veinte años. Quizás no hubiese llevado una mala vida, pero si bastante dura y luctuosa, aún cuando yo me había ocupado de tener toda la diversión que estaba a mi alcance. Eso siempre me había encantado, la diversión.
Tan sólo quería que acabase; que cesara aquel dolor punzante que recorría por completo mi cuerpo. Había intentado oponer resistencia al principio pero según mis heridas se fueron agravando, mis fuerzas se consumieron al mismo tiempo. Aquella no me parecía una bonita forma de morir, o eso había pensado en un principio. Sin embargo este hecho había comenzado a perder trascendencia cuando mis piernas dejaron de ser capaces de mantenerme ¿Cómo se puede hacer frente a un oso cuando ni siquiera puedes tenerte en pie?
Muy a mi pesar el animal parecía no darse por satisfecho con su victoria, desde hacía un rato se dedicaba a jugar con mi cuerpo desmadejado en el césped, mientras yo ya tan sólo aspiraba a que tuviera algo de piedad y decidiera darme por fin el toque de gracia.
De alguna forma trataba de agarrarme a la vida. Seguía respirando de una forma irregular y ahogada, ciertamente no me parecía una buena idea morir, aún cuando no me asustase; por ello seguía intentándolo aunque sabía que era en vano.
Moriría desangrado dentro de muy poco si el oso decidía tomarme tan sólo como su juguete, podía sentirlo mientras mi consciencia se apagaba poco a poco y cada vez más, dejaba de oír los ruidos del exterior, que eran remplazados por el sonido de mi forzosa respiración y los latidos de mi corazón latiendo con tortuosa lentitud, perdiendo el pulso.
Dicen que cuando estás a punto de morir, que sólo cuando la muerte está a punto de caer sobre ti, tu vida pasa por delante de tus ojos a modo de película, y en aquel momento podía dar fe de ello; era perfectamente consciente del escaso tiempo que me quedaba de consciencia. Una vez más el destino era implacable.
Pero, ¿Y si realmente puedes huir de tu destino?
En ese momento exacto no era algo que considerase, por lo que pensé que no estaría mal rememorar mis dos décadas de vida en los contados minutos que me quedaban de vida.
Mi nombre es Emmett Cullen, y puedo asegurar que se puede huir del destino, yo lo hice.
