Capítulo uno: Reflejos malignos


El Dulce príncipe había revisado los datos dos veces. Había hecho bien sus sumas y estaba bastante seguro de haber dado con los números correctos. Si mezclaba bien sus ingredientes podría finalmente concluir con ese experimento que ha estado dando vueltas noches enteras, quitándole incluso horas de sueño. Los logros científicos que conseguían ese efecto en su mente solían ser muy pocos por lo que apenas podía contener la emoción al saber que ese paso sería el último, el escalón que finalmente decidiría si todo ese tiempo valdría la pena o no. Por no mencionar el reconocimiento de la sociedad científica.

Su mano tembló un poco al tomar el tubo de ensayo con el líquido humeante y comprobar por segunda vez que la medida era buena, pero apretó la mano y lo sostuvo firme al inclinarlo sobre otro más amplio. Con mucho cuidado traspasó el contenido de un sitio al otro, atento para no dejar caer la más mínima gota. El color del líquido cambió de un morado oscuro a verde chillón. Por sus cálculos sabía que esa era una reacción positiva y una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro. Estaba tan feliz que se olvidó de esperar lo necesario a que los químicos se fusionaran totalmente.

La explosión le dio literalmente en la cara. Una nube rosa lo cegó por unos instantes y mientras tosía agitaba la mano libre para apartar el humo. Colocó a ciegas el tubo de ensayo en su estante correspondiente y corrió a abrir una ventana. Se subió los anteojos protectores hasta el nacimiento del cabello y probó sus labios manchados. Sintió sabor a cereza.

Dio un suspiro. Se suponía que debía ser menta. Había fallado.

—En fin... —se dijo encogiéndose de hombros.

Eso era parte de experimentar, ¿no? Error y acierto. A veces era más error que acierto, pero de todos modos se aprendía algo. Hacía años había aprendido a aceptar ese simple hecho. Borró algunos números de la pizarra y los reemplazó por otros. Por lo menos había descubierto otro modo de no hacerlo. Tal vez acabara dando con la solución por mero proceso de eliminación. Ya lo conseguiría, era cuestión de tiempo.

Y hablando de tiempo, ¿qué hora se suponía que era? Miró en el reloj que colgaba en una pared. Se había pasado más de lo esperado y ya pasaba de su hora de descanso. Deseaba proseguir con el experimento hasta conseguir la solución definitiva pero no podía perder más noches. Como gobernante sería inapropiado pasársela bostezando durante el día. A él no le habría importado personalmente pero a su gente...

Ni hablar. Sólo quedaba resignarse y esperar algo mejor para mañana. Guardó todo el equipo utilizado, colgó la bata blanca en un armario lleno de ellos y colocó los anteojos en un espacio superior. Tenía una ducha adyacente especialmente instalada para limpiarle de cualquier residuo de químicos. Sus sirvientes le tenían preparada una muda de ropa recién lavada y planchada junto a las batas, también inmaculadas. No importa que ese día tuviera tiempo de entrar en el laboratorio o no, esa ropa siempre estaría para esperarle.

Cuando salió su sirvienta Mentita aguardaba al lado de la puerta. Sólo ese año había conseguido persuadirla de que dejara de ayudarlo a vestirse.

—Ya es hora de dormir, príncipe —dijo sin ningún tono de reproche, con sonrisa servil.

Dulce príncipe se llevó una mano a la nuca.

—Lo sé. Me pasé más de la cuenta pero estuve así —Hizo un gesto de acercamiento entre el dedo índice y pulgar— de conseguirlo. Si pudiera sólo encontrar la fórmula apropiada estoy seguro de que lo conseguiría.

Mentita no comentó nada. Su sonrisa era la única pista de que lo apoyaba y no dudaba de que lo consiguiera la próxima vez. Claro que simplemente era el Dulce príncipe que prefería pensarlo así. Lo misma podría no haberle oído una sola palabra. Se metió en su cuarto y cambió las vestimentas que llevaba por su ropa de dormir. Deseó a Mentita buenas noches y se puso frente a un espejo de cuerpo completo. Un príncipe siempre debía estar lo más presentable posible, aunque su único acto noble consistiera en poner la cabeza contra la cabeza y cerrar los ojos.

Tomó el cepillo y comenzó a pasárselo por la cabeza hasta que notó algo extraño. Frunció el ceño pero su reflejo no lo hizo. Mientras más desconcertada era su expresión en la realidad, más grande era la sonrisa que le devolvía su reflejo. De hecho la sonrisa era demasiado grande para él. Crecía y crecía más hasta exceder los límites del rostro y extenderse hasta las orejas. Inconscientemente el Dulce príncipe se llevó las manos a las mejillas con un gesto de dolor. Entonces fue cuando vio los colmillos y la lengua viperina. Y el cabello rosa dejó de verse esponjoso para volverse lacio y oscuro.

Por fin, el rostro sonriente se le vino encima.

—¡Bu! —le exclamó su propia cara.

La sorpresa, más que el miedo mismo, impulsó al Dulce príncipe a echarse hacia atrás y tropezar, quedándose en el suelo mientras todo parecido con él desaparecía de su reflejo y tomaba la forma del rey de los vampiros. Riéndose a su costa, por supuesto, y muy satisfecho. De inmediato el Dulce príncipe se alzó irritado.

—Eso fue completamente innecesario —reclamó apretando los puños.

—Sí ¿pero a poco no fue divertido? —dijo Marshall cruzando las piernas en el aire, todavía sonriente—. Siento haber interrumpido tu pequeño ritual de belleza nocturna pero es tu culpa por habérmelo puesto tan fácil.

—Como si pudiera adivinar cuando alguien va a salir de mi espejo —le replicó el príncipe y se cruzó de brazos—. ¿Para qué estás aquí?

—Vaya, ¿ya nos ponemos tan directos? ¿Nos vas a preguntarme cómo fue mi día? —Dio un giro en el aire y le miró apoyando el mentón sobre sus manos con falsa ilusión—. ¿Adónde se fue la buena y vieja diplomacia?

El Dulce príncipe no tenía idea de por qué Marshall disfrutaba darle largas y no le importaba. Estaba realmente cansado y lo último que quería era desperdiciar más tiempo en una discusión inútil.

—Di ahora qué es lo que quieres o llamaré a los de seguridad —le cortó firmemente.

Cerca de él pendía una soga que, al ser tirada, alertaría a los guardianes del castillo para que fueran directamente a su cuarto.

—Eres demasiado melodramático —reprochó Marshall con un puchero, descendiendo hasta ponerse al nivel de sus ojos. Entonces su rostro se volvió serio y resignado, como si no le hiciera gracia visitarlo—. A decir verdad no estoy aquí por placer. He oído que eres el mejor silbador de toda AAA y resulta que yo necesito un silbador. Vamos al grano, ya que tanto lo deseas. ¿Estás disponible o no?

—¿Es una broma? —dijo el Dulce príncipe sin poder creerse tanto descaro. Ese vampiro aparecía de la nada en su residencia, le interrumpía mientras se preparaba para dormir, le daba un susto adrede y encima de todo le pedía un favor—. ¿Y por qué iba a ayudarte?

Marshall Lee giró sus ojos y rebuscó en un bolsillo trasero de sus pantalones.

—Sabía que dirías eso así que pensé que esto podría convencerte —dijo, arrojándole lo que tenía en la mano.

De pura suerte el Dulce príncipe logró agarrarlo antes de que se fuera al suelo. Tenía la forma y el peso de una simple piedra, pero en su interior contenía toda una serie de colores que se entremezclaban entre sí al moverla, generando espectaculares combinaciones. Los colores no estaban en la superficie si no en el interior de la piedra, como si fueran sujetos vivos. Los ojos del Dulce príncipe se abrieron al máximo.

—Esto es...

—Una piedra de la Región Arcoiris —terminó Marshall Lee asintiendo—. Aparentemente es una de esas cosas que ustedes los científicos tanto quieren tener para poder examinar.

—¿Cómo la conseguiste? —preguntó el príncipe viéndola a contraluz. Los colores no fueron traspasados por ella. Parecía sólida y consistente en su coloración, como había imaginado que sería. Había dejado de ver al vampiro.

—¿Y cómo crees? Viajé hasta ahí y pensé que sería un buen pisapapeles —Marshall sonrió ante el ensimismamiento del otro. Sólo para recordarle sus palabras anteriores se acercó y le dio un manotazo a la parte inferior de la piedra. Esta salió volando de manos del príncipe y él la atrapó, poniéndosela enfrente como un pedazo de carne frente a un perro—. Silba para mí y podrás hacer todas las cosas científicas que quieras con ella.

El Dulce príncipe apenas apartaba la vista de la piedra, como si no pudiera creerla. Pero al escuchar sus palabras frunció el ceño y reconoció su existencia.

—¿Y se puede saber para qué requieres mis servicios?

Marshall tensó los labios delgados. No le gustaba ser cuestionado pero a regañadientes admitía que alguna clase de información era necesaria. O por lo menos, que un pedazo no le mataría.

—Si tanto necesitas saber —dijo el vampiro, guardándose nuevamente la piedra y cruzando los brazos sobre el pecho— estoy componiendo una nueva canción y necesito cierto sonido para darle el toque final. Normalmente iría con Fionna pero su voz no me sirve para esto. Tengo su grabadora. Lo único que me falta son tus dulces labios.

El Dulce príncipe miró dubitativo al vampiro. Sabía que debía ofenderse por el sarcasmo derramado por Marshall en la última frase, pero en realidad eso era en lo último que pensaba. Lo único que podía tomar en cuenta era en el brillo interior de esa prisa y el movimiento de los colores como un montón de gusanos amontonados fusionándose entre sí. El precio por volver a tener esa maravilla entre sus manos era silbar unas notas mientras Marshall cantaba. Es decir, soportar a Marshall como una especie de jefe.

Si lo pensaba bien no era un trato muy justo. Pero si lo pensaba mejor... ¿cuándo volvería a presentarse una oportunidad así? En el fondo ni siquiera necesitaba pensarlo.

—De acuerdo, acepto.

Marshall Lee le dio una sonrisa dentuda. Al Dulce príncipe no le gustó habérsela provocado pero ya estaba hecho.

—Buena elección. Ahora debo retirarme —anunció el rey y el príncipe vio sus pies sumergirse en la superficie del espejo. Ni siquiera quedaba la imagen de sus botas tras él— pero mañana vendré a ultimar los detalles. Descansa tu aliento hasta entonces.

El Dulce príncipe no le contestó esa última ironía. Se quedó mirando al rey de los vampiros desaparecer de su cuarto y luego se acercó para comprobar que el reflejo común y corriente de su rostro había vuelto. Dio unos golpecitos sólo para comprobar que era totalmente sólido y se quedó satisfecho.

Ahora con más necesidad que antes tendría que echarse a dormir. No es que fuera un gran secreto el viaje de exploración que hicieron los reyes Dulces hacía tanto tiempo hacia las regiones del Arcoiris y del cual todavía no tenían noticias, no para ningún miembro de la gente dulce al menos. Marshall Lee sólo había visto el interés científico en la piedra.


Para los que no lo vieron o no saben al respecto, en la tercera temporada de Hora de Aventuras hay un episodio donde todos los personajes cambian de sexo. Y como fan del yaoi era imperdonable dejar pasar la oportunidad de jugar en un mundo lleno de príncipes y su propio rey vampiro rockero.