1000 años después del Crepúsculo
Capítulo uno: La inútil
Muchas situaciones como esta me han llevado a preguntarme por qué soy una Vulturi. No me gusta matar a los vampiros por malignos que sean, ni siquiera me gusta beber sangre humana por lo que he intentado seguir el ejemplo de mi hermano fallecido hace más de novecientos años pero siempre caigo en el frenesí que causan las venas azules palpitantes de aquellos desafortunados, aunque claro si soy una Vulturi no debería seguir el ejemplo de cazar animales. Mi hermano era Edward Cullen, enemigo nato de mi amo, Aro. Lo asesinamos en un combate junto con su familia, solo conservamos a la niña, Reneesme. Asesinamos a un par de lobos también, no me molesté en averiguar los nombres porque eran irrelevantes pero sé que uno se llamaba Jacob. Me dolió perder a mi único hermano biológico pero estaba bajo el don de Chelsea y eso rompió nuestros lazos durante la batalla volviéndonos enemigos mortales. De vez en cuando caía en la cuenta de que imaginaba sus suaves ondas cobrizas revoloteando por los aires lo que me hacía extrañarlo aún más, pero eso no era todo. Los Cullen se habían convertido en una leyenda, a cada nuevo integrante Vulturi le contaban la historia en forma de amenaza para que ese desafortunado individuo no se les pusiera en contra.
Mi vida desde que murieron los Cullen fue inútil. Había pequeños roces de manos con mi compañero Alec pero no pasaba de un beso o dos. Alec no me hacía suspirar y no habíamos tenido relaciones nunca lo que significaba que yo era aún virgen, supongo que lo había sacado de mi hermano. En fin, basta de cursilerías, hablemos del ahora. Reneesme siempre me preguntaba por su pasado y me habían prohibido contárselo así que no tenía más opción que callar. No podía decirle que era su tía, sería de locos, hasta ahora ella me tomaba como su amiga que sabía su pasado.
Alec interrumpió mis pensamientos monótonos colocando una mano alrededor de mi cintura y atrayéndome a él. El beso fue más de lo que mi cerebro pudo soportar, sus labios se movían con insistencia y pasión en los míos, mis brazos rodearon su cuello firmemente mientras mis piernas rodeaban su cintura. Nos separamos para respirar y sus ojos carmesí penetraron en los míos, derritiéndome. Me besó la punta de la nariz y eso me hizo cosquillas por lo que la arrugué, gesto que le hizo soltar una carajada.
-Te amo, Gaby-. Susurró y mi sonrisa se desvaneció. Esa combinación de palabras me había cogido de imprevista dejándome absolutamente muda. Mi boca se abrió formando una perfecta O y mis ojos se llenaron de incredulidad.- ¿Tú no me amas?- Sacudí la cabeza tratando de salir de mi estupefacción. Asentí mirando sus labios, sucumbiendo ante ellos. Este beso fue más dulce, sus labios se posaron con ternura en los míos poco antes de que una sonrisa se asomara en la comisura de sus labios. Solo tenía clara una cosa: yo no amaba a Alec. Jamás lo haría, pero no podía decírselo porque partiría su corazón. Yo era muy débil y esta era a prueba perfecta de lo lejos que había llegado mi cobardía. Suspiré pesadamente y me obligué a devolverle la sonrisa. Desenrosqué mis piernas para pararme, el calor que emanaba de su cuerpo tranquilizaba al mío y precisamente eso era lo que me gustaba de él; me hacía sentir protegida y querida. Mis manos se posaron en su pecho y lo aparté asintiendo con la cabeza para luego alejarme por grande y largo pasillo.
Me detuve ante la puerta de mi habitación en donde había un letrero que rezaba "Gabrielle", así todo el mundo que desconocía mi recámara me pudiera ubicar con facilidad, usualmente ocurría con los iniciados. Acaricié la puerta color verde aceituna y luego de aproximadamente mil años hasta te empieza a gustar el color. Giré el pomo de la puerta y observé la cama con edredón rosa que me parecía inservible pero Aro parecía importarle un comino con tal de que nos sintiéramos como en casa. Me apoyé en el marco de la puerta por dos segundos antes de sentarme en el tocador que estaba al frente de la cama. Miré mi reflejo en el espejo detallando cada centímetro de mi rostro buscando alguna señal rara. Mi cabello rojizo estaba alborotado pero aún así caía en onduladas curvas, mis pómulos altos resaltaban mis brillantes ojos carmesí y mis labios perfectamente normales formaban una fina línea rosada. Mi precioso vestido vino tinto hecho a la medida, rodeado por un delgado cinturón negro que se ajustaba a la parte alta de mi cintura, estaba un poco desacomodado. Me lo ajusté y me acaricié la pálida y blanquecina piel con gesto ausente. Luego miré mis exagerados tacones rojo sangre que me apresaban el tobillo con múltiples cintas, yo diría que un tanto elegante para un día de verano común y corriente.
-¿Gabriella?- Susurró una voz infantil y chillona al otro lado de mi puerta cerrada.
-Ya te dije que mi nombre es Gabrielle, Jane-. Corregí en un tono muy educado tratándose de hablar con la señorita .
-Es lo mismo, ¿puedo pasar?
-¿Hay de otra?- Respondí en tono seco mientras su cabeza se asomaba por la puerta entreabierta. Su cabello rubio estaba finamente recogido en una cola de caballo y sus pómulos estaban sombreados con un suave café lo que resaltaba sus enormes ojos carmesí de niña pequeña. En la comisura de sus labios chorreaba una línea de sangre muy fina, me pregunto por qué no me invitaron a comer. Jane vio mi expresión y sonrió.
-Supongo que no-. Se aproximó a mí y se sentó en la cama jugueteando con el edredón rosa.- Vengo para hablarte de mi hermano, querida Gaby.
-¿Otra vez? ¿No quedaste satisfecha? Deberías cortejarlo si tanto te gusta-. Rodé mis ojos mientras de su garganta salía un rugido que me hizo sonreír, en unos segundos su expresión se suavizó y se tornó serena sonriendo de nuevo.
-¿Se te olvida que hablamos de tú hombre?
-Vampiro-. Puntualicé y Jane me miró con cara de "¿de qué me perdí?"- Vampiro, no hombre-. Rectifiqué y vi que su sonrisa volvió mientras asentía.
-Sí, sí. Supe que ya se te declaró-. Al decir esto último parecía una abuelita chismoseando y si pudiera sonrojarme ya hubiera adquirido el color de un tomate maduro. Suspiré y asentí cerrando los ojos. Ella suprimió un gritillo ahogado y me acarició la mejilla con ¿pesar?- Lo sé, mi hermano nunca fue bueno con eso pero adivina, lo convencí de que lo hiciera, ¿no es genial?- Así que fue ella...
-No, no lo es-. Escupí las palabras como si fueran veneno.- No amo a tu hermano Jane, es un tipo de enamoramiento pero estoy casi segura de que es solo eso-. Abrí mis ojos expectante y Jane no había cambiado su expresión ni un ápice.
-Vas a hacer sufrir a mi hermano-. Afirmó levantando una ceja. Por un segundo juré que iba a usar su don sobre mí pero juntó sus manos aplaudiendo.- Ya era hora de que alguien le abriera los ojos a ese imbécil-. Sonrió malignamente y me quedé perpleja.- Bien por ti, quisiera tener tú oportunidad. ¿Cuándo le cortarás el sueño?- Mi corazón se estrujó al oír esas palabras y me dieron ganas de llorar, aunque ya sabía que en realidad no podía. Negué con la cabeza y exhalé fuertemente.- Muy tarde, ya escuchó toda nuestra conversación, lo lamento-. Escuché un revuelo de aire en el pasillo de afuera de mi puerta y me percaté de que no me había dado cuenta de la presencia de Alec en el corredor. Había escuchado cada una de mis palabras y también las de Jane. Debía estar muy herido y todo por mí culpa. Casi todo lo que ocurría ahora era mí culpa.
Abrí la puerta con un manotazo y seguí el rastro de Alec. Lo llamé innumerables veces pero su rastro me condujo a las afueras del castillo, desapareciendo en el mar. Me dejé caer entre los árboles del bosque más cercano y no escuché a Jane que se acercaba tranquilamente por detrás.
-Deberías ir a los calabozos, encontramos a uno de la pandilla de los metamorfos y pensé que deberías conocerlo-. Entendí que se refería a la misma pandilla de metamorfos de ese día en que habíamos acabado con la familia de mi hermano. Me levanté de un salto y comencé a sollozar; no podía llorar pero aún así pestañeaba más seguido de lo normal. Jane me pasó un brazo por los hombros y alzó su mentón señalando a la dirección por donde se había ido Alec.- Lo superará-. Presioné un labio contra otro y cerré los ojos.
