La relación mentor – pupilo nunca fue tan profunda.

Remember us and all we used to be

Introducción.

"Dos años antes de Los Juegos 74 del Hambre"

Era una tarde lluviosa la que se elevaba sobre el Distrito 12. Las gotas golpeaban las calles, convirtiendo la tierra en barro, por lo que los habitantes apuraban el paso para cubrirse antes de que la tormenta explotase por completo y complicase la visión al momento de avanzar.

Eso no era un problema para Haymitch Abernathy. El frío lo había arrastrado a buscar algo de calor para su estómago, por lo que había decidido abandonar su solitario hogar en la Aldea de los Vencedores, para buscar algo de alimento que lo ayudase a combatir la helada de la noche que se avecinaba. En su hogar, las alacenas estaban vacías, no por falta de dinero, sino de voluntad. Desde el asesinato de su familia, Haymitch no se había molestado en fingir que era alguien deseoso de seguir con vida. No ansiaba visitas, ni tampoco nadie parecía estar dispuesto a concedérselas, por lo que obviamente, no buscaba comida hasta que realmente lo necesitaba para sí mismo. Un agujero oscuro y silencioso; así podría definirse su casa. Y su vida.

El hombre avanzaba con rapidez por la calle, ignorando el viento que lo golpeaba y las gotas que se dedicaban a pellizcar su piel. Sus ojos buscaban algún local que continuase abierto que estuviese dispuesto a atenderlo; cuando el olor dulzón golpeó sus sentidos, haciendo que su atención se la llevase una vidriera repleta de pasteles decorados de una manera delicada y unos panes cuya textura crujiente era tangible a simple vista. La panadería. ¿Cómo no lo había pensado antes?

Ingresó de manera decisiva, sacudiéndose las gotas de lluvia del cabello, escuchando como la campanilla de la puerta resonaba indicando su llegada. Una mujer de rostro severo estaba asomada por el mostrador, y pareció feliz de ver entrar a Haymitch, cómo si el clima hubiese espantado a toda la clientela de la fecha.

- Buenas tardes, señor… ¿Qué podría…?

- Sí, sí, lo que sea... De buenos no tienen nada – respondió él en un tono bastante quejumbroso, haciendo alusión al clima. Echó una mirada a los panecillos que reposaban tras la mujer, frunciendo un poco el ceño, y los señaló de manera desganada – Deme una bolsa de esos y…

No pudo terminar de elaborar su pedido, porque la mujer chilló de repente, cómo si alguien le hubiese propinado una patada por debajo del escritorio. Pudo comprender la situación cuando un fuerte olor a quemado llegó a su nariz desde una puerta trasera al local, que se encontraba abierta.

- ¡No puede ser que otra vez haya desperdiciado el trabajo, niño inútil! – exclamó la panadera y, sin decir nada, se fue como un torbellino por la puerta trasera, dejando a Haymitch en una total confusión. Iba a irse, refunfuñando sobre la mala atención, cuando la voz de la mujer le llegó desde lejos - ¡Deja eso, yo me encargo! ¡Ve a atender!

Los pasos se acercaron de manera apesadumbrada, y fue entonces cuando un muchacho ingresó al local. Sus facciones indicaban que era muy joven; probablemente recién estuviese en sus primeros años de la adolescencia. Poseía un cabello rubio, enmarcando unos profundos ojos azules que demostraban su frustración. En sus manos, aparentemente fuertes, se podían ver las marcas de unas cuantas quemaduras. Se encontraba repleto de harina, lo que indicaba que había estado amasando justo antes de cometer el descuido.

- ¿Si? ¿Qué desea? – preguntó el chico.

Haymitch no respondió de inmediato. Sus ojos analizaron al joven de pies a cabeza y se detuvo en su mirada, admirando sus orbes azules con atención. Un carraspeo, proveniente del chico, lo hizo volver a la realidad, de modo que desvió la mirada hacia los panecillos.

- Los panecillos… para hoy si eso es posible, ¿O tengo que esperar a que deje de llover para que me los den?

El chico lanzó un bufido y rodó los ojos, aparentemente exasperado. Tomó una pequeña bolsa transparente y comenzó a rellenarla de los alimentos correspondientes, murmurando algo para sí mismo, que hizo que Haymitch pensase que probablemente estuviese maldiciendo para sus adentros. Se volvió y arrojó de manera tosca la bolsa sobre el mostrador, donde apoyó sus manos.

- ¿Algo más? – preguntó, de manera que parecía estar fingiendo ser gentil, alzando las cejas.

- ¿Un poco más de educación, tal vez? – espetó el adulto, imitándolo en la acción de apoyarse en el mueble, inclinándose hacia adelante y clavando su mirada en la del joven.

Estando tan cerca, Haymitch podía ver a la perfección sus facciones, desde sus pestañas claras hasta las escasas marcas en su piel joven. Éste hizo una mueca desdeñosa, empujando la bolsa hacia el hombre, quien sin quitarle los ojos de encima, intentó tomar el paquete de manera impulsiva, sujetando su mano en lugar de los panecillos, a los cuales el chico sujetaba con fuerza. En aquellos segundos que le parecieron varios minutos, Haymitch sintió una extraña sensación interior que no supo identificar, parecida al vértigo que podría sufrir uno al saltarse un escalón de improvisto. Apartó su mano solamente cuando el chico tiró de la propia al escuchar los pasos de su madre regresando al local, por lo cual el adolescente bajó la vista con un rubor bastante notorio en sus mejillas que recordaban a las de un infante. Haymitch aprovechó aquel instante para tomar la bolsa y enderezarse, intentando no soltar algún comentario mordaz que hubiese podido cortar el ambiente.

- Veo que has podido ser capaz de meter un panecillo en la bolsa sin que termine en el suelo – soltó la mujer, echándole una mirada al chico y luego otra que pretendía ser de disculpa a Haymitch.

El hombre forzó una sonrisa, viendo como el joven le echaba una mirada de soslayo antes de apresurarse a desaparecer por la puerta sin siquiera decir una palabra. Lo siguió con la mirada hasta que ya estuvo fuera de su campo de visión, volviendo a prestarle atención a la panadera, quien parecía estar esperando a que pagase, por lo que se apresuró a sacar el dinero del bolsillo y dejárselo sobre el mostrador antes de lanzarle un saludo más parecido a un gruñido que a otra cosa, dándose la vuelta para dirigirse hacia la puerta de entrada. Al llegar a ella y tirar del picaporte, se volvió a mirar a la madre del muchacho.

- No sea tan dura con el chico – le aconsejó en un murmullo seco, antes de irse de allí haciendo sonar la campanilla.

Los pasos de Haymitch hacia su aislada casa en la Aldea de los Vencedores fueron rápidos, precisos y no se molestó en mirar atrás, mientras el temporal se desataba con fuerza. Ingresó a su hogar, dejando los panecillos sobre la mesa que se encontraba frente a la chimenea, siempre apagada desde que tenía memorias en aquella casa. Sin embargo, en aquella ocasión la encendió, viendo las llamas alimentarse de las maderas del mismo modo que la incertidumbre se apoderaba de él. No comprendía bien que era lo que había sucedido en la panadería, pero prefirió no pensar en ello. Por eso mismo, hurgó en busca de una botella de licor, a la cual utilizó para perder la conciencia y olvidar aquellos ojos azules que le habían llamado tanto la atención como para colarse en sus pensamientos.

Cuando recobró la conciencia, pudo notar que la bolsa de panecillos se encontraba fundida con las cenizas de la chimenea ya extinta.

••••

Gracias por leer la introducción, pronto estaremos subiendo el primer capítulo. Vamos a dar crédito a mi amiga Cane, que ayudó en gran parte a escribir este fic (la pueden encontrar acá .com/ o a mi acá .com/ ).