Por quién doblan las campanas - Jim Mizuhara

Personajes: Boris & Yuriy

Contenido: Yaoi

Disclaimer: Ya saben.

Observaciones Generales: Hola, estimados lectores y lectoras! Después de una ausencia razonable en la que no actualicé, traigo esta pequeña historia (sip, es un intento barato de redimirme xD). Espero que lo disfruten y tengan más paciencia para la actualización de aquel par de fics, porque no conseguí actualizarlos por motivos de fuerza mayor.


Los pasos rápidos resonaban por las desérticas calles de la gélida ciudad de Moscú. El sonido de los zapatos a veces iba deprisa, otras veces parecía trastabillar en las imperfecciones de la calzada. Los jadeos reverberaban contra las paredes que parecían estrecharse más con el frío y la oscuridad que se cernía sobre la ciudad. El hombre se volteó diversas veces para mirar a sus espaldas, intentando distinguir algún bulto entre la neblina, sin éxito.

El sujeto, finalmente, terminó tropezándose por unos botes de basura, cayendo con fuerza al suelo. Con desesperación fue arrastrándose más hacia la oscuridad, tratando de ocultarse de las sombras que lo perseguían; la nieve comenzó a crujir de leve, eran pasos que se aproximaban de él con ligereza y resolución. Lo que era una sombra se convirtió en bulto, y éste en un hombre. estaba perdido, no tenía escapatoria.

Los platinados cabellos resplandecieron a la luz de un farol cercano, dejando ver un perfil que de pronto desapareció en las tinieblas. El individuo, sintiendo dolores por el golpe sufrido al caer, intentaba ponerse de pie sin éxito alguno. Sus ojos bien abiertos escudriñaban si alrededor, desesperado al no hallar al sujero de cabellos platinados; respiraba más agitadamente, aunque deseaba reprimir el gesto para no denunciarse. Poco o nada sirvió esto, ya que, para su sobresalto, la silueta del hombre se materializó en su frente, tapándole abruptamente la boca.

– Shhh… no vamos despertar a quienes duermen, .¿No es así?. – murmuró el peliplatinado, hurgando algo entre su gabardina.

El aterrorizado hombre intentaba liberarse de aquellas fuertes manos que lo aprisionaban, sin éxito alguno. En aquella espesura nocturna nadie los vería, era imposible que alguien diera voz de alarma.

Las orbes del peliplatinado relucían en la semioscuridad, dilatadas, hipnotizadoras. El individuo no podía dejar de observar aquellos ojos sometedores como los ojos de un demonio, trasluciendo una frialdad paralizante. Bajo la mirada casi viperina del peliplatinado el hombre dejó de moverse, hundido en alguna especie de inmovilidad; el peliplatinado aflojó la presión en torno del sujeto, esbozando una sonrisa escalofriante.

– Muy bien… no adelanta insistir. Es estúpido evitarlo – murmuró con una voz casi infernal el peliplatinado, acariciando las mejillas de su víctima.

Movió la cabeza de un lado a otro, sin despegar la mirada del hombre caído, y el otro imitó sus movimientos, sumiso.

– Es hora de dormir – murmuró el peliplatinado, acercándose al oído del infeliz, segundos antes de escuchar una pequeña detonación, casi imperceptible, que estremeció su cerebro. Su visión antes perfecta se desvaneció abruptamente, apagando su mirada; no pudo emitir una palabra, apenas un ligero suspiro.

La bala había entrado limpiamente por un lado de la cabeza, haciendo trizas al salir por el lado opuesto. El peliplatinado, satisfecho, guardó su pistola provista de silenciador en un bolsillo de su gabardina, cuidando después de arrastrar el cadáver del hombre detrás de una montaña de basura. Sin lugar a dudas encontrarían al hombre asesinado, aunque nadie había visto ni oído nada.

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Boris Kuznetzov era un hombre común con un escabroso secreto. Ganaba la vida sacándosela a otros, mediante un jugoso y antecipado pago borraba a cualquiera de la lista de los vivos; careciendo de parientes y amigos conocidos, vivía solitario en un pequeño departamento ubicado en los suburbios de la ciudad. Los aposentos eran limpios y tenía todas las comodidades que podría desear, satisfaciéndose a veces algunos pocos caprichos. Era una persona frugal.

Al contrario de los otros que ejercían la misma profesión, Boris nunca tenía mal aspecto. Le gustaba vestir bien y sin llamar la atención, poseía un guardarropa bastante discreto y clásico; tenía una especial debilidad por los sobretodos, los cuales sumaban una docena en el armario. No le agradaba exponerse demasiado al público, sin embargo eso no le impedía visitar restaurantes y bares, lugares donde era bien atendido y él hacía gala de una exquisita educación. Evitaba cualquier tipo de relación con las personas, especialmente las más íntimas, consciente de que eso apeligraba su seguridad. Su seguridad era prioritaria, nada era más importante.

Casi se metió en problemas un centenar de ocasiones, pero las veces que se enredó en las mallas policiales fueron apenas tres. La primera fue fichado con nombre y datos falsos, la segunda consiguió robar su ficha y la tercera, no consiguiendo robar, pagó para que incendiaran el depósito de la policía. De modo que, con una ficha falsa metido en un archivador lejos de donde residía, podía vivir con relativa tranquilidad. Para colmo, en las tres ocasiones lo apresaron por perturbación de la paz pública, mientras que rastreaban como locos la ciudad en búsqueda del misterioso asesino que se esfumaba sin dejar pistas.

Había adquirido su pistola por un catálogo de armas, fascinado por el lustre niquelado que poseía, además del silenciador adaptado; conjuntamente compró poca munición, a sabiendas que una cantidad mayor despertaría sospechas. Era un arma temible y a la vez bastante portátil, el ruído de los disparos era mínimo. Se sentía bien al tenerla consigo, de modo que era capaz de meterse en un lugar abarrotado de gente con la pistola metida bajo la camisa.

La noche anterior recibió un breve comunicado, através de un número de celular que constantemente cambiaba, citándole en un poco concurrido bar a altas horas de la noche. Boris enarcó las cejas, exhibiendo una pequeña sonrisa de satisfacción, algo dentro de sí le indicaba que sería más una tarea; ahora eran horas de reunirse con el desconocido, para tales efectos se vistió de modo muy discreto, llevando consigo su inseparable pistola. Llevó consigo su sobretodo negro, teniendo en cuenta la molesta llovizna que azotaba los tejados.

Un pequeño y azulado farol colgaba del sitio convenido. Los rostros huidizos de los cinrcunstantes no parecían sentirse a gusto ante la imponente presencia del peliplatinado, cuyos cabellos reverberaban con la tenue luz y las gotas de lluvia adheridas a ellos. Sacudiéndose de modo poco interesado se encaminó derecho a una mesa donde un indivíduo bebía una copa, atendiendo a una seña. Con otro ligero movimiento de la cabeza el camarero se acercó, vertiendo whisky en el vaso de Kuznetzov. El otro no parecía tener una prisa especial en concretar nada, fumaba su puro con cierta condescendencia, arrojando volutas de humo que prontamente se disolvían en la atmósfera ahogada del recinto.

– .¿Cómo se llama el cliente?. – preguntó Boris al final, impaciente con el silencio.

– Yuriy Ivanov – replicó el hombre, en un tono casi espectral – se trata que él…

– No me interesan las historias – interrumpió el peliplatinado, dando un sorbo a su bebida – los problemas son de los otros, mi objetivo es distinto.

– Hum… eres muy serio, Boris – replicó el hombre, sonriendo con ironía – debo creer que eres infalible también, .¿Verdad?.

– Hasta el momento, sólo tuve que usar dos balas, como máximo, para liquidar un cliente – respondió Kuznetzov, devolviendo la sonrisa – ahora hablemos de lo que interesa.

– Dinero, por supuesto – agregó el individuo – la mitad ahora, y la otra cuando termines.

– Negativo – mencionó Boris – todo o nada.

– .¿Crees que soy idiota lo suficiente para pagarte todo y que luego te fugues?. – inquirió el sujeto, frunciendo el ceño.

– No, pero si me pagas la mitad y te largas, podría comprar otro par de balas para ir detrás de ti – respondió Kuznetzov, aburrido.

– Indomable… eso me gusta, Boris – gruñó el hombre, revolviendo el contenido de su vaso – entonces te pagaré todo.

El hombre que solicitaba los servicios del peliplatinado deslizó, de modo casi informal, un cheque. Kuznetzov miró aquello de reojo y, poniéndole inmediatamente la mano encima, lo volteó y devolvió al extrañado sujeto.

– Regla número uno: el cheque está firmado con su nombre, y a mí no me interesa saber los nombres de aquellos que requieren mis servicios – replicó Boris, molesto – y regla número dos: .¿Cree que soy estúpido lo suficiente para aceptar un cheque?. Sólo acepto el pago en dinero vivo, o caso contrario en una transferencia bancaria.

El hombre pidió otro trago antes de tomar su celular y oprimir algunos números. Con una voz casi inaudible se comunicó con alguien, murmurando una secuencia de números; por su parte, el peliplatinado bebía el contenido restante de su copa, pasando nerviosamente los dedos por su pistola escondida.

– Está listo – dijo el hombre, al cabo de un tiempo – hice un depósito en tu cuenta bancaria.

– Iré a verlo – murmuró Boris, levantándose – no te muevas de allí.

En un terminal automático ubicado en una esquina poco concurrida de la calle Kuznetzov sacó un extracto de su cuenta, verificó los datos y concluyó que el depósito había sido realizado conforme lo convenido. Con el talonario en las manos Boris regresó al bar, donde el hombre de aspecto desagradable y con un puro en la boca lo esperaba.

– Muy bien – replicó el peliplatinado, asintiendo - .¿Dónde y cuándo?.

– Yuriy frecuenta un bar muy concurrido en el centro de la ciudad, preferentemente los fines de semana. Lo más probable es que lo encuentres allá el sábado, alrededor de las 22 horas. Es una persona muy astuta e imprevisible. Esta es la dirección del bar, y esta es una fotografía suya – murmuró el sujeto, pasándole un sobre conteniendo los papeles.

– Dé por hecho el trabajo – señaló Boris, guardando el sobre sin siquiera mirarlo.

Ambos hombres se apretaron las manos. El peliplatinado abandonó el local, casi pudo oír un suspiro de alivio proveniente de los comensales del lugar. Faltaban apenas tres días para el sábado y Boris estaba ansioso para tirar del gatillo.

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Los tres días fueron intensos para Kuznetzov. Memorizar la dirección donde debía ir fue fácil, sin embargo la fotografía era otro asunto; las facciones angulosas y el tono del cutis, asociado al tono rojizo de sus cabellos y sus penetrantes ojos azules, constituían un verdadero enigma para el peliplatinado. A Boris no le gustaba hacer su trabajo de forma tan vulgar como los otros, prefería un abordaje distinto, lo cual daba una cierta clase a la tarea que desempeñaba. Analizaba profundamente el rostro de la víctima, intentando hallar algún nexo que pudiera explorar, alguna debilidad de la cual pudiera aprovecharse, algún secreto que lo denunciara.

Boris entablaba una relación con la víctima antes de liquidarla. Como una víbora que hipnotiza a sus presas para luego acabar con ellas, el peliplatinado hablaba sobre cosas que despertaban el interés de las víctimas, ofreciéndoles una cantidad de informaciones sobre su misma persona que lo hacían ver como un vidente. Nada parecía escapar ante la mirada avizora del peliplatinado, quien siempre estaba un paso adelante. Después que la víctima tragaba el anzuelo, engatusarla hasta llevarla a un lugar desierto era fácil.

El sábado llegó y Boris lo tenía todo planeado, se había imaginado en infinitas situaciones con su víctima y planteado todas las posibilidades, además de haber calculado cualquier imprevisto en su plan. Se sentía muy seguro de sí mismo cuando fue llegando a una iglesia cercana, iluminado por diáfanas luces amarillas; su traje, de un tono lavanda algo ceniciento, le daba un aspecto casi inocente, un factor imprescindible para no ser blanco de miradas inoportunas. El sacerdote, quien iba saliendo de la sacristía, se sobresaltó con la presencia de Kuznetzov en el atrio, examinando con aparente interés los objetos. Los ojos del eclesiástico se abrieron mucho al ver que las puertas estaban cerradas, todas ellas se clausuraron.

– .¿E-En qué puedo ser útil?. – tartamudeó el sacerdote, acercándose con cautela.

– Padre, necesito que usted bendiga algo por mí – contestó Kuznetzov, con una sonrisa casi diabólica.

Con la misma sonrisa extrajo del bolsillo de su traje un par de balas, relucientes de nuevas. El sacerdote, más que asustado, apenas tuvo valor para tomar aquellos objetos de las manos del peliplatinado.

– .¿Por qué… quieres que bendiga esto?. – titubeó el clérigo, temeroso.

– .¿Creerá usted, padre, si le digo que hoy recibí un mensaje divino para eliminar a dos personas?. – replicó Kuznetzov, paseándose alrededor del sacerdote – hay tiempo de plantar y tiempo de segar, .¿No es así como ustedes predican?. Pues hoy es el día de la siega. Vamos, haga lo que he pedido.

La mano del clérigo, con un estremecimiento involuntario, se hundió en la pila de agua bendita, sumergiendo en ella las dos balas. Murmuró una breve y nerviosa oración, a la vez que cerraba con fuerza los ojos, mientras el solícito peliplatinado esperaba. Tan pronto el sacerdote sacó la mano del agua, Boris arrancó de ella las balas, los metió en el cargador y dos segundos después el sacerdote se desplomó sobre la pila, hundiendo la mitad de su cuerpo en el agua, mientras los hilillos de sangre corrían y coloreaban el agua de un rojo intenso. El peliplatinado suspiró profundamente, sentía la adrenalina del momento excitando hasta el último de sus nervios y disfrutaba de ello. Era hermoso para sus ojos el inerte cadáver flotando sobre el agua, iluminado por los vitrales que representaban la Crucificación, mezclándose el olor a sangre con el de los cirios encendidos, como un ritual macabro que acababa de realizarse.

Consummatum est – murmuró el peliplatinado, al tiempo que salió por una puerta lateral, asegurándose que no abrirían las puertas tan temprano.

Kuznetzov fue caminando con tranquilidad por las calles, manoseando el arma escondida bajo el saco de su traje. Había gastado una bala para terminar con el sacerdote, sobraba otra, que además era consagrada; el significado casi supersticioso que aquello tenía dejaba pensativo al peliplatinado, nunca antes había matado un sacerdote pero como habían pagado bien por el servicio no se negó, sin embargo no acostumbraba nunca ejecutar dos servicios en un mismo día. Aquella sería la primera vez, el bar donde debía presentarse estaba a escasas cuadras de distancia.

Había un verdadero contraste entre el agradable y descontraído ambiente del bar donde estaba ahora y la grave seriedad del recinto religioso. Boris tuvo una pequeña excitación al ver a su próxima víctima. El individuo a quien tenía que asesinar era exactamente como él había pensado, los movimientos y expresiones del pelirrojo correspondían con fidelidad a sus expectativas. Apenas tenía que darse al trabajo de hipnotizarlo con algún asunto de su interés y luego llevarlo de aquel lugar lleno de gente.

Durante algunos segundos los ojos de Boris y Yuriy se encontraron, mirándose en la improbabilidad del momento. La mirada analítica del peliplatinado escrutaba con intensidad a su víctima, como si intentara penetrar en sus pensamientos, mientras que el pelirrojo le lanzó una mirada casi abstraída, aunque bastante convincente para dar la idea que percibió la presencia de Boris allí. Casi al mismo tiempo desviaron los ojos, el pelirrojo lo hizo de forma involuntaria y Kuznetzov por mera precaución, no pretendía que Yuriy se sintiera observado. Boris se sentó en una mesa cercana al pelirrojo, pidió un cóctel y se dispuso a esperar el momento deseado, la mitad del camino estaba hecho pues Yuriy estaba solo, no parecía tener a nadie acompañándolo.

No hubo el momento esperado, porque Yuriy hizo una expresiva seña para que Boris se acercara. La sangre le heló en las venas al peliplatinado, aquello no hacía parte de sus planes en absoluto, sin embargo trató de actuar de modo natural y se acercó con aire inquisitivo; Ivanov sonrió abiertamente, como sintiéndose feliz por ver a un viejo conocido.

– .¿Te importarías de acompañarme?. – indagó el pelirrojo, inclinándose más hacia Kuznetzov.

– Por supuesto que no – replicó Boris, forzando una sonrisa. Podía casi suspirar de alivio, aquellas orbes azules no demostraban ninguna desconfianza.

– Mi nombre es Yuriy – se presentó, extendiendo con ostensividad una mano – y tú, .¿Cómo te llamas?.

– Boris – replicó secamente el peliplatinado. Iba mal, no conseguía ser más natural frente a su víctima.

– Boris – repitió Yuriy, entre sus labios parecía disolverse ese nombre como un néctar – déjame pedir algo para nosotros.

El tiempo que Ivanov tomó para llamar al camarero y hacer los pedidos Boris lo utilizó para seguir con sus análisis. Observó detenidamente la vestimenta del pelirrojo, sus ajustados pantalones negros que resaltaban algunas cosas de manera bastante impúdica, la camisa azul con algunos botones desprendidos que dejaba ver, de forma provocativa, partes de su tórax bien formado, el reloj de oro que llevaba y una pequeña cadena, también de oro, que cruzaba su cuello de manera casual; todas esas características hicieron comprender al peliplatinado algo que se le escapó, no lo había planeado y debía improvisar sobre la marcha ahora.

– Entonces, Boris, .¿Estás solo?. – inquirió el pelirrojo, utilizando un tono demasiado sugestivo.

– Así es. Y no tengo intenciones de conocer a nadie por ahora – contestó, con una sonrisa mucho más natural que antes.

– Que desperdicio… eres una persona interesante, .¿Sabes, Boris?. No hace cinco minutos que estamos aquí y yo siento que tenemos muchas cosas en común – replicó el pelirrojo, dándole un sorbo a su copa – como, por ejemplo, el gusto por los relojes de oro.

– .¿Eh?. ah, sí, claro – respondió Boris, escondiéndolo bajo la manga de su camisa - .¿A qué te dedicas?.

– Digamos que me dedico a gerenciar una pequeña industria del entretenimiento – replicó Yuriy evasivamente – y vengo aquí a las noches para pasar buenos ratos. .¿Y tú, qué haces, Boris?.

– Soy dueño de una compañía de pompas fúnebres – dijo Boris sin pensarlo.

– .¿Pompas fúnebres?. – cuestionó Yuriy, sorprendido y extrañado – vaya, no pareces ser eso en absoluto, esa gente por lo general parece que necesita usar uno de sus propios productos, tal es su aspecto… tú eres muy fuerte y sano para estar metido con cadáveres.

– No puedo quejarme, siempre tengo clientes – replicó Boris, haciendo que Yuriy estallara en una carcajada.

– Oh, sí, sí… bueno, cambiando de asunto, .¿Qué tipo de entretenimiento te interesa?. – mencionó el pelirrojo, apoyando ambos codos sobre la mesa.

– No soy muy dado a los entretenimientos – murmuró Boris, a la vez que revolvía el contenido de su vaso – más que esto no creo que haga.

– Oh, vamos, tú pareces ser adepto de diversiones poco convencionales – opinó Ivanov, entrecerrando significativamente los ojos – quizás hasta tengas una chispa de sadismo pugnando por salir…

Hasta ese punto Boris no supo más argumentar. La conversación tendía a desviarse por caminos totalmente sinuosos y que podía concluir de forma inesperada, sin embargo el peliplatinado captó las intenciones del pelirrojo, lo suficiente para proseguir en su cometido, apenas debía tener cuidado con sus respuestas para no pisar en falso.

– Bueno, en realidad a veces me distraigo en cosas particulares – respondió Boris con un titubeo – pero son cosas mías, no me gusta que nadie se inmiscuya en ellas.

– No seas malo, Boris – susurró el pelirrojo, sonriendo – deja que participe yo también un poco de ellas…

– .¡N-No es nada de lo que estás pensando!. – exclamó el peliplatinado, sonrojado de furia.

– Yo no pensé en absolutamente nada – replicó Yuriy, en tono casi ofendido – de todas formas, y como muestra de mi confianza, te invito a ir a mi departamento al salir de aquí, .¿De acuerdo?.

– De acuerdo – afirmó Boris, alterado con el resbalón que casi tuvo. Si procedía con cautela, en menos de media hora todo estaría acabado.

– Dime, Boris, .¿Cuáles son tus preferencias?.

– .¿Preferencias?.

– Sí, preferencias. Preferencias sexuales.

– .¿P-Por qué preguntas eso?. – replicó Boris con voz ahogada.

– Pues por nada, apenas curiosidad – dijo Yuriy, con una curiosidad mucho mayor estampada en los ojos.

– Yo… no tengo preferencias – sentenció Kuznetzov, quien más una vez no pensaba antes de hablar.

– .¿No tienes preferencias?. .¿Eso significa qué?. .¿Qué cualquiera te da igual, o que no ejerces la función?. – las preguntas del pelirrojo eran tan incisivas que Boris sentía perder el control de la situación.

– No me interesan esas cosas – replicó Boris, intentando poner un fin a aquel asunto.

– .¡Ajá!. Un celibatario, como sospeché. De modo que vives sin eso – respondió Yuriy, pensativo – no tengo idea de cómo sería pasarse la vida así, pero de algo no tengo dudas… el vigor y las ansias de satisfacerse de un celibatario deben ser fenomenales…

Kuznetzov movía nerviosamente las piernas, intentando disimular la tremenda erección que sentía. El modo como Yuriy se expresaba, el tono de sus palabras y sus afirmativas comenzaron a excitarle de tal manera que lo hizo enojarse consigo mismo. Bajo ninguna circunstancia él debía dejarse dominar por las sensaciones en el ejercicio de su trabajo, pero allí estaba el primer cliente que le estaba haciendo perder la razón. Y las palabras de Ivanov sobre el vigor y las ansias… .¡No, él no podía pensar en eso!. Debía asesinar a Yuriy, no divagar sobre otras cosas.

– .¿Puedo contarte algo, Boris?. – dijo Yuriy, con una sonrisa muy maliciosa – el brillo de tus ojos me excita muchísimo, a tal punto que algo entre mis piernas palpita y quiere salir…

– .¿No te parece mejor marcharnos de aquí e ir a tu departamento?. – propuso el peliplatinado, el resplandor azulino en la mirada de Yuriy era de pura felicidad. Boris sintió que tomaba de nuevo las riendas de la situación.

Pagaron la cuenta y se retiraron por calles que se hacían más oscuras y desérticas conforme andaban. El prominente abultamiento entre las piernas de Yuriy era evidente, y Boris no conseguía disimular el hecho de que también estaba excitado. Ahora no consideraba más la posibilidad de matar al pelirrojo tan pronto, quizás debería ir con él a su departamento, entregarse uno en brazos del otro y después matarlo. Estaría triplemente recompensado por el dinero recibido, los momentos de intenso placer que Yuriy prometía y la visión de su cadáver envuelto entre las sábanas, sería mucho más de lo que acostumbraba pasar.

".¡Este es el momento!." le apremiaba el subconsciente a Boris, quien jamás se equivocaba en lo relativo a la ocasión exacta de ejecutar a sus víctimas. El peliplatinado deslizó subrepticiamente los dedos por su pistola, sintiendo el frío metálico del arma extendiéndose por sus dedos, estremeciéndose un poco al tocar el gatillo. Antes que Yuriy volteara la cabeza para mirar lo que sucedía, él ya habría disparado, con un pulso firme y perfecto. Estaban en una calle estrecha y perfectamente oscura, nadie los molestaría y él podría llevar a cabo su siniestro trabajo.

Kuznetov se sobresaltó cuando el pelirrojo lo estiró de forma brusca, arrastrándolo hasta una calle sin salida. Prefirió dejar su arma en su sitio, esperando una pequeña distracción por parte del pelirrojo.

– Estamos a solas, Boris – susurró Yuriy, su voz ansiosa denotaba una gran excitación. Casi no podían verse uno al otro, pero el pelirrojo sujetaba de los hombros a Boris, dándole pocos movimientos de los brazos.

– Estamos… a solas – murmuró el peliplatinado con voz monótona. ".¡Estamos a solas, mátalo, Boris!."esa frase retumbaba dentro de la cabeza de Kuznetzov, con una intensidad tal que parecía ser estruendosa. El aliento del pelirrojo parecía estar más cerca.

– Tengo algo para confesarte… desde el momento en que te he visto sentí una gran atracción por ti, pareces ser la persona ideal. Nada me complacería más que te vayas conmigo hasta mi departamento y que yo te pertenezca, que hagas conmigo todas tus fantasías más ocultas… deja que yo te lleve al paraíso, Boris, y que me proporciones tanto placer como yo te lo daré…

– .¡N-No puedo, Yuriy!. – balbuceó el peliplatinado, completamente fuera de sí. Su cuerpo entero se estremecía ante la propuesta, furioso porque no tenía alternativa de escoger, la posibilidad de poseer aquel suave y pálido cuerpo entre sus brazos y hacerle estremecer de placer, mientras sus hermosos ojos azules se apretaban a cada embestida y de sus labios surgieran los más bellos gemidos de deleite, todo eso estaba fuera de cogitación; cumplir su deber era más importante antes que dejarse llevar por la propuesta que lo llevaría a la perdición.

– .¡Puedes, claro que puedes!. .¡Sabes bien que estás más excitado que nunca y que no rechazarás! – exclamó Yuriy – sabes que deseas con locura acariciar mi piel por entero, gozar de todas las infinitas sensaciones que yo puedo darte y dar rienda suelta a tus instintos… tú puedes, Boris, sólo necesitas acercarte más…

El peliplatinado sabía perfectamente lo que sucedería después, pero no deseaba resistir ahora. Ambos unieron sus labios en un sincronismo perfecto, dejándose invadir cada quien con más ardor sus bocas, extrayendo con ansiedad un placer extraño, más gobernado por los deseos lujuriosos que por el amor mismo. Se abrazaban con fuerza, acariciándose de forma algo nerviosa mientras se ahogaban en su unión asfixiante; se detenían pocos segundos para recobrar el aire y volver a besarse cada vez más demoradamente y con una paciencia que los llevaba al límite de su excitación. Sus cuerpos unidos hacían casi inevitable el roce de sus entrepiernas, ambos percibían por el otro la erección que en aquellos momentos anhelaba salir. En el perturbador estado que se encontraba Boris, un pensamiento casi fugaz le recordó su tarea aún inconclusa, de modo que recostó con brusquedad al pelirrojo contra el muro y, separándose de sus labios, sacó con presteza su pistola.

– .¡¿Boris, pero qué…?!.

– .¡Cállate, Yuriy!. – sibiló el peliplatinado, alterado – ni una palabra más.

– .¿Q-Qué quieres, dinero?. Llévate todo, pero déjame en paz – suplicó el pelirrojo con expresión asustada.

– Eres un cobarde, Ivanov… no, no quiero tu dinero, apenas quédate quietecito y te aseguro que dolerá menos – replicó Kuznetzov, con aquella mirada endemoniada que siempre tenía en esos momentos.

– Me vas a matar, .¿no es eso?. Tú sabes que no quieres hacer tal cosa, apenas deseas pasar un rato agradable… ven conmigo y yo prometo ser tuyo, harás conmigo lo que quieras – gimoteó el pelirrojo, cerrando con fuerza los ojos al sentir el frío de la pistola en su sien.

– Lo siento, Yuriy, pero no puedo. Necesito cumplir con mi cometido – murmuró Kuznetzov, su voz parecía casi piadosa - .¿Tienes algo para decir antes que te mate?.

– Sí – replicó Ivanov entre dientes – desde el momento que llegaste al bar supe que serías tú quien iba matarme. Andan detrás de mí hace meses y fue muy estúpido de tu parte esconder tu pistola en la cintura, pude ver que lo tenías allí todo este tiempo.

– .¿Ah, sí?. – replicó Boris, sorprendido por la revelación – bien, eso de poco sirvió porque ahora es hora de dormir…

Boris oprimió del gatillo. No disparó. Oprimió una, dos, cinco y diez veces, sin obtener resultado alguno. El peliplatinado, estupefacto, no lograba dar crédito que su pistola tan nueva fallaba en una hora crucial como aquella.

– .¿Estás buscando esto, maldito?. – preguntó Yuriy con sarcasmo.

No, aquello no estaba sucediendo. El cargador del arma de Boris estaba en las manos del pelirrojo, y metida en ella la única bala no detonada. El peliplatinado tardó un segundo en percatarse que, mientras Yuriy lo besaba, recorrió sus manos por su cuerpo hasta dar con su pistola y, con un hábil movimiento, sacó el cargador. Pistolas vacías hacían menos daño que cargadas.

– .¿Pero qué…?.

Kuznetzov no tuvo tiempo siquiera para completar la frase. Recibió una soberana bofetada en pleno rostro, propinado por Yuriy con el puño cerrado alrededor del cargador; el peliplatinado cayó al suelo, totalmente aturdido por el golpe, mientras sentía la tibia y desagradable sensación de la sangre extendiéndose por su nariz y boca. Tardó algunos segundos en restablecerse, se incorporó lentamente y miró a su alrededor, el pelirrojo había desaparecido. Escupió al suelo la sangre que se acumulaba en su boca.

– Maldito bastardo…

Era la primera vez que Boris Kuznetzov fue engañado por su propia víctima. Nunca antes se dejó llevar por la conversación de otras personas y allí estaba Yuriy, el único que lo había ganado en su propio juego. El peliplatinado se rascó la cabeza, confuso, mientras intentaba comprender cuál parte de su plan había fallado, la fatídica respuesta estaba en el resultado de su intento: sencillamente, Ivanov usó la misma jugada con mejores resultados y siempre un paso adelante que él. Le hizo creer que estaba dominando la situación cuando en realidad perdió antes mismo de presentarse. Una sonrisa macabra se dibujó en las facciones de Kuznetzov, finalmente halló un desafío a su altura… y también una valiosa pista.

En el suelo, abandonado, estaba una tarjeta con la dirección de Yuriy Ivanov.

Continua...