Pues sí, se suponía que estaba escribiendo otra cosa, pero parece que con Sam y Dean, que se me crucen ideas es la historia de mi vida, ésta en particular me ha gustado mucho escribirla y ha resultado bastante fácil, quizás porque la idea (buena, mala o regular) me surgió después de ver el capítulo y desde entonces no me he podido desprender de ella. El fic está casi completo, son viñetas de mil palabras , escritas en segunda persona pero espero que podáis reconocer "la voz" del que narra en cada una de ellas. Como siempre, gracias por leer y si encima me dejas opinión, pues mejor :) estoy donde sabéis, Aeren
Título: Fell On Black Days
Autor: aeren76
Rating: NC-17
Fandom: Supernatural
Pairing: Dean Winchester/Sam Winchester
Disclaimer: Por supuesto, ellos no me pertenecen y esta historia es pura ficción.
Palabras: ~8.100~
Resumen: (AU a partir del 9.13 The Purge) Cuando Sam descubre lo que Dean ha hecho para salvarle, siente que su mundo se destruye a su alrededor. Sam y Dean tienen que luchar con las consecuencias de la decisión del mayor de los Winchester.
Warnings: Angst/sexo explícito/violencia (al mismo nivel que en la serie)/ muerte (por el momento) de uno de los personajes principales/Incesto/ Dub-NonCon
Notas de Autor: Gracias por el trabajo de beteo a hermione_drake y a aura_dark sois las mejores, que los sepáis.
«Whatsoever I've feared has come to life. Whatsoever I've fought off became my life»
1
«No, yo no lo haría». Lo dice tan bajo que parece que le duele a él más que a ti. Te callas, porque no sabes qué decir. Cualquier cosa, lo que sea, sólo lo empeoraría todo aún más y están tan cansado que te limitas a dejarle ir.
El eco de los pasos de Sam todavía no se ha perdido en los pasillos del búnker mientras permaneces de pie intentando controlarte. El mundo se reduce durante un segundo, contrayéndose y expandiéndose a tu alrededor con vertiginosa rapidez, oscuridad y de nuevo luz. Miras a tu alrededor sintiéndote patético, más pequeño e insignificante que nunca, como cuando tu padre te traspasaba con aquellos ojos grises, esos que Sam ha heredado, fríos e inmisericordes, recordándote tu lugar, tu única misión en el mundo. Tu fracaso. Sam.
Te obligas a sentarte de nuevo en el banco de madera, la botella frente a ti, el vaso empañado lleno hasta la mitad, el ansiado olvido a sólo unos centímetros. Sabes que beber no es lo más inteligente que puedes hacer, pero tampoco es que en tus treinta y cinco años hayas hecho nunca nada a derechas, ¿qué importa una idiotez más? En este momento lo único que quieres es que ese nudo que tienes alojado en el fondo del estómago se disuelva, sólo quieres que los pulmones dejen de vibrar de esa forma extraña, como si no fuesen capaces de hacer su puto trabajo, quieres, necesitas, que las manos dejen de temblar del modo en que lo hacen.
El reflejo desfigurado de tu cara te sonríe burlón desde el fondo de la botella, un ojo aquí, un labio allá, estás tan roto por fuera como por dentro, Dean. El latido en la base del cuello parece crecer con cada inspiración, como si el cráneo no fuese lo bastante fuerte para contener el cerebro dentro de los huesos. Por un segundo crees que la cabeza va a explotarte, el dolor, el horror de lo que has cosechado te espanta, porque aunque sus palabras te hieren como si te estuviesen hundiendo un puñal en el vientre, no eres capaz de reunir el valor suficiente para culparle. Sabes que mereces todo lo que te ha dicho. Lo mismo que sabías que esto iba a llegar tarde o temprano, nunca has estado a su altura, lo sabes, dentro de ti lo has sabido siempre. Sólo has servido para atraerle una y otra vez a un mundo que él desprecia del modo en que ahora tú le repugnas. Lo que no te explicas es por qué ha tardado tanto tiempo en aceptarlo, en decir en voz alta lo que piensa de ti, lo poco que vales. Aprietas los dedos sobre las sienes y gimes, el sonido, estrangulado y ronco, te produce una nueva sensación de vergüenza, siempre fuiste débil. Amargo, el whisky te burbujea como ácido sobre el paladar. Quieres vomitar, ahogarte en tu propia miseria, desaparecer.
En tus oídos resuena un zumbido, al principio es sólo un rumor persistente, lo has tenido ahí durante tanto tiempo que a veces ni lo notas, hoy no puedes ignorarlo, crece y crece, tanto y tan fuerte que para cuando quieres darte cuenta estás de rodillas en el suelo, el brazo te arde, es como si la sangre en tus venas se estuviese carbonizando, crees que te estás quemando desde dentro, te sorprendes de no poder oler tu propia carne achicharrándose, te anticipas a la náusea que sabes que vendrá y haces otro intento por hacerte un poco más pequeño. Piensas en Alastair, por un segundo puedes verle de pie enfrente de donde estás ahora, hecho un ovillo, es tan oscuro y poderoso como le recuerdas y está sonriendo de nuevo, levantando la mano, llamándote, incitándote, llevándote hasta el fondo, hasta lugares de tu conciencia que ni siquiera sabías que poseías. «Eres mío, Dean, mi protegido». No quieres cerrar los ojos porque sabes lo que sentirás, sus manos, su lengua, los dientes clavados en el cuello mientras te obliga a sentir el mayor placer, el peor. Gruñes y ahogas una nueva arcada, no quieres eso, nunca lo quisiste y, sin embargo, durante un tiempo te entregaste gozoso a la más abyecta perversión, fuiste el mejor. Con la visión borrosa luchas por ponerte de pie, pero no puedes, es como si la carne se te despegase de los huesos, quieres gritar, pero no sabes si tienes cuerdas vocales, por un instante no sabes si puedes distinguir la habitación a tu alrededor, el frío suelo de piedra es casi un consuelo cuando apoyas la frente sobre él, jadeando de forma fatigosa.
El dolor sigue alargándose, es como si acabases de morir de nuevo y estuvieses allí abajo otra vez, te preguntas si lo real es que jamás saliste del infierno; a lo mejor, todo, «todo» es una nueva tortura de Alastair, a lo mejor nada ha sucedido más allá de tu mente. Casi lo deseas, cualquier cosa mejor que ver los ojos de Sam analizándote, desmembrándote, recordándote que no vales nada. Nada. Nada. A lo mejor es que ya no recuerdas cómo ser humano.
Gimes y te arrastras, buscando a ciegas, y entonces el mundo parece recobrar de pronto su color, el tiempo y el espacio son de nuevo consistentes a tu alrededor. Es tan ridículamente sencillo que casi no puedes creerlo. Te sujetas la muñeca contemplando el modo en que la sangre resbala, espesa y copiosa, caliente e hipnótica. Tienes el borde del cristal clavado en medio de la palma, casi te ríes por la ironía, tiras, con las yemas resbalosas, todavía de rodillas sobre el frío suelo, rodeado de vidrios rotos. La punzada es tan intensa que eclipsa el resto de emociones, te muerdes un labio y lo hundes un poco más, hurgas dentro, mientras el sudor te gotea por la frente, la nariz y el cuello; sin embargo, mientras te cortas la carne, nada importa:, Sam, el Cielo y el Infierno, tú mismo. Al menos, ahora tienes una respuesta, menos es nada.
