¡Hola! Bueno esta es mi primera historia y... No sé que más decir ._. Este fic es para el reto navideño del foro "¡Siéntate!" de InuYasha: "Más sidra, por favor: ¡La fiesta es en Siéntate!" (link en mi perfil) :D Es el primer fanfiction que escribo en mi corta vida así que les pido piedad...

Disclaimer: Todos los personajes y su historia perteneces a la princesa del manga, Rumiko Takahashi :3 Yo solo soy un panda que escribió una historia con ellos.


Ángel de Navidad

Solo faltan tres días para navidad, Kagome, debes pensar en qué vas a darle a Inuyasha.

Tres días, pensó la sacerdotisa del futuro mientras deshojaba una flor en la cima de un árbol. Tres días para navidad. Tres días para encontrar el regalo perfecto para su "amigo" canino. Tenía todo comprado y envuelto para los demás: Shippō, Sango, Miroku y hasta Kaede tenían un regalo asegurado. Solo faltaba el hanyō, pero ¿Qué se le podía dar a un mitad bestia? Era difícil, considerando que ninguno de ellos conocía la navidad. Buenas intenciones, familia, unidad, cariño… Pero los presentes eran necesarios también.

El regalo de Inuyasha le importaba más que ningún otro. Debía ser algo especial, algo magnífico, algo inolvidable. Algo que cambiara su visión de ella al menos un poco. Kagome sabía que era imposible que olvidara a Kikyō, pero quería estar lo más cerca de él posible en estas fiestas. De eso se trataba, de estar con tus seres más queridos.

De repente, sintió una presencia a unos metros de donde estaba. Una presencia no maligna, más bien pacífica. Era diferente, y no poseía un fragmento de Shikon. Parecía venir del pozo, sin alejarse de ahí. La pelinegra se bajó del árbol y corrió hacia allá. Había una espesa neblina grisácea envolviendo la estructura, que surgía en el centro y se extendía hacia los alrededores. Esta extraña aparición dejó paralizada a Kagome, quedando de alguna extraña forma fijada en su lugar.

Una exaltada voz con su silueta roja la sacó de estado.

—¡Kagome, despierta! ¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó exclamando su hanyō favorito—. Sentí un aroma extraño viniendo de aquí, podría tener que ver con Naraku.

La neblina había desaparecido, el pozo estaba normal, y tenía a un preocupado Inuyasha a su lado.

—No, Inuyasha, no fue Naraku —respondió pacientemente Kagome—, su energía es distinta.

Inuyasha no se veía más tranquilo.

—Entonces algún yōkai debe estar cerca, nunca había sentido ese olor antes —al decir esto, intentó desenvainar a Colmillo de Acero, pero Kagome lo detuvo posando una mano sobre la empuñadura.

Inuyasha se quedó ahí de pie cuestionándose la expresión en el rostro de la chica que últimamente apreciaba más que de costumbre, y esta a su vez, sintió miedo por él.

Esta presencia no era de ninguno de los dos mundos.


—¿Con que jamás la habían sentido? —decía Kaede sentada junto al fuego, más tarde en su cabaña mientras cocinaba la cena—. Eso es posible, pero según dices tú, Kagome, no hay yōkai en tu país.

Esta vez, Miroku, Sango y Shippō acompañaban a la pareja, analizando las posibilidades de una nueva amenaza.

—Hablo enserio, no sé lo que pudo haber sido, solo estoy segura de que no era nada de ese tipo —intentaba explicar Kagome a la sabia anciana.

—Tal vez Inuyasha tiene razón y sí tiene algo que ver con Naraku —sugirió Miroku—. Por lo que sabemos, él es experto en apariciones inesperadas.

La adolescente se estaba frustrando.

—Lo sé, soy experta en presenciar sus apariciones extrañas —les recordó—, pero Naraku… él no estaba ahí, y apuesto a que dondequiera que esté, tampoco sabe de esto.

Todos contemplaron preocupados su desesperación, sin poder hacer nada al respecto. Finalmente, Kaede habló.

—Pues hasta que no haga más apariciones, no podemos saber nada —concluyó sirviendo el arroz en los respectivos tazones—. Así que por ahora será mejor dejar el tema.

Kagome y sus amigos asintieron, y empezaron a comer.

—Por cierto —comenzó esta tomando un poco de arroz y degustándolo—, debo volver a mi época mañana, y no podré regresar en un par de semanas.

Esto tomó a toda la habitación por sorpresa, en especial a Inuyasha y a Shippō.

—Kagome, si es por tu familia que podría tener que ver con la neblina… —intentó detenerla Sango, pero la pelinegra la interrumpió.

—No es por eso, es por navidad —aseguró Kagome, aunque en el fondo guardaba un discreto miedo por su familia y amigos al otro lado del pozo—. Las fiestas comienzan en dos días y tengo cosas que hacer.

—¿Navidad? —preguntó Shippō, saboreando su comida en cada bocado—. ¿Es algo de donde tú vienes?

—Así es, es una celebración que se hace cada año, donde nieva, se come pavo y se dan regalos. Pero lo más importante, es compartir con las personas que te importan, y recordar a los que se fueron.

—Oh, ¿Y nosotros también podemos tener navidad? —preguntó el kitsune, ilusionado.

—Solo esperen… —dijo Kagome sonriendo.

Miroku y Sango estaban igual de emocionados e interesados que Shippō, ellos también querían celebrar la navidad. Sin embargo, Inuyasha no se veía afectado.

—Bah, esas tontas ocasiones de tu época son solo excusas —se mofó dejando su plato en el suelo—, debemos ir por los fragmentos. Mientras más rápido, mejor.


En la noche, Inuyasha y Kagome estaban recostados en medio del pasto, contemplando las estrellas, sin ninguna razón aparente. Cada uno estaba perdido en sus propios pensamientos hasta que el hanyō habló.

—Kagome, ¿Es tan necesario que vuelvas a tu era mañana? —preguntó calmadamente.

—Por supuesto que sí, la navidad es la parte más importante del año, después de eso se despide este año y viene uno nuevo —contó la colegiala, volviéndose a la semi-bestia a su lado.

—¿Año nuevo?

—Va después de la navidad y se renuevan energías, fuerzas y comienzas con una nueva meta para el año. Siempre se hacen fiestas y se ven fuegos artificiales.

Él la miró confuso.

—¿Qué son los fuegos artificiales?

Kagome sonrió. A veces olvidaba lo poco que sabía de su hogar.

—Son luces de colores que se envían al cielo, que hacen explosión sin llegar a tocar a nadie y se ven por diversión. También le gusta a muchas parejas, dicen que es… romántico.

De repente Inuyasha se puso serio y levantó la vista hacia las estrellas, pensando en cuánto se podrían parecer estas al espectáculo del que hablaba Kagome, y si serían más hermosos que las luces que el cielo ya tenía.

—¿Crees que… podría verlos contigo?

Ella siguió sonriendo y asintió.

—¿Veremos los fuegos artificiales juntos? Espero que no intentes besarme —dijo soltando una risita.

—Yo no fui el que besó al otro… —dijo él mirando a otro lado.

—¿Y por qué correspondiste entonces? —preguntó ella levantando las cejas.

—Eso no… —intentó exclamar el hanyō pero la humana lo interrumpió.

—Y me abrazaste y prometiste que te quedarías un poco más como…

—¡Eso no tiene nada que ver!

Aún así, Inuyasha se sonrojó.


Un pino, luces navideñas, adornos y una estrella. Todos estos objetos y más decoraban la casa Higurashi, que se preparaba para la fiesta más importante del año. Sōta vestía a Buyō con una especie de suéter verde y rojo, mientras que Kagome decoraba el árbol y su madre Naomi revisaba la receta para el pavo de navidad. El abuelo buscaba amuletos de buena suerte para el nuevo año y aunque era extraño y casi inútil, también aumentaba el espíritu navideño.

—Cariño, ¿Ya decidiste qué le regalarás a Inuyasha? —preguntó Naomi mientras hacía una lista con los ingredientes que necesitaría.

Su hija sonrió intentando quitarle importancia, y fallando en el intento.

—No realmente —respondió rendida.

—Pues piensa rápido, porque esta tarde haremos las últimas compras para la noche.

Kagome suspiró.

Mientras tanto en la época feudal, Shippō e Inuyasha se peleaban como siempre, correteándose por toda la aldea. El kitsune lanzaba todo tipo de bromas al hanyō y este le respondía con ágiles movimientos de parte suya y de su espada. Un trompo volaba por aquí, viento cortante por allá, y un par de aldeanos asustados corrían a sus hogares.

Pero la pelea se detuvo cuando los dos vieron un remolino acercarse a ellos.

En la aldea, Miroku se paseaba por las calles buscando a su querida Sango. Claro que olvidó a su "querida" cuando dos hermosas y jóvenes señoritas pasaron a su lado. Mientras el pervertido monje les coqueteaba y las damas se sonrojaban, una bellísima y talentosa exterminadora castaña caminaba por el borde del río.

Desde el momento en que Kagome mencionó la navidad, a Sango le interesó la idea de una manera inexplicable. Entendía perfectamente sus palabras cuando hablaba sobre el estar con tus seres queridos. Era lo único que deseaba últimamente, un tiempo de calidad con Miroku y sus amigos para pasarla bien y recordar a toda su familia, amigos y compañeros. Lentamente fue a sentarse en una roca y se quedó mirando a su reflejo en el agua, contemplando los cambios que tuvo su rostro a través de los años. Pasó de admirar la transparencia del líquido a imaginar el mejor regalo de navidad que podría darle a Miroku, si este estuviese a su lado en vez de dárselas de donjuán por la aldea.

Sin embargo, con Inuyasha y Shippō el panorama era más incómodo que depresivo. El remolino se acercó y cuando el polvo levantado se desvaneció, las hojas se alejaron volando y la vista de todos se aclaró, se pudo distinguir bien qué, o mejor dicho quién era. El torbellino reveló un chico alto y moreno, con un traje corto y verde, y una cola que se agitaba con el viento. Esta presencia hizo a Inuyasha gruñir y a Shippō intentar calmarlo.

El lobo yōkai se mantuvo de pie con la frente en alto sin tomar en cuenta al mitad bestia.

—¿Qué crees que hacer aquí? —gritaba Inuyasha, intentando abalanzarse a él, apartando de su camino a Shippō.

—Tranquilo, pulgoso, solo vine a ver a mi prometida, ¿La has visto por aquí? —solicitó Kōga mirando a su alrededor, buscando a su amada.

Inuyasha se acercó a él, conteniendo su furia.

—Kagome volvió a su hogar, y la próxima vez que la llames "prometida" te partiré en dos, lobo sarnoso —espetó, perdiendo la paciencia.

El apodo del demonio canino provocó un gruñido del hombre lobo, a lo que siguió otro gruñido por parte del primero, y terminó convirtiéndose en una pelea que continuó asustando a los aldeanos.

Esta vez, Shippō se fue del lado de Inuyasha para intentar convencerlo de abandonar la contienda. Este, obviamente, se rehusaba, e intentaba atraparlo con sus Garras de Acero. Kōga esquivaba todos sus movimientos, y terminó el hanyō siendo perseguido por el demonio licántropo. Shippō, en un arrebate de valentía, fue capaz de frenar a Inuyasha y llevarlo dentro del pozo, donde Kōga supuestamente no los vería. Pero no pensaron en el gran olfato del lobo y, mientras el canino intentaba salir del agujero, el zorrito mágico lo detenía. Al acercarse el yōkai, Shippō temblaba de miedo e Inuyasha estaba aún más furioso que antes. Lo extraño fue cuando de repente, los dos seres se encontraban en las nebulosas entre la época feudal y la actual, y un segundo después se encontraban de vuelta en el pozo, sin sentir el olor del Kōga cerca.

Shippō, asustado, interrogó a Inuyasha.

—¿Qué acaba de suceder? —el zorrito se alteró—, ¿Dónde está Kōga?

Inuyasha parecía entender parte de la situación.

El kitsune se subió a su hombro y al salir del pozo, vieron a su alrededor las paredes de un viejo santuario extenderse a unos metros del agujero. Shippō no entendía lo que estaba pasando, e Inuyasha no le encontraba el sentido al hecho de que el zorrito también pasara a través del pozo y llegara a la época actual. Deslizaron la puerta del santuario y encontraron un mundo nuevo ante los ojos del pequeño yōkai que inmediatamente saltó, corrió y voló por todo el jardín de los Higurashi.

Justo a tiempo, pensó Inuyasha.


Ya anochecía, y la mesa estaba puesta para cinco personas en la casa de Kagome. La joven había estado una hora encerrada en su cuarto mirando la figurilla de un duende en frente suyo, lamentándose por no haber podido encontrar el presente adecuado para dar a su canino favorito. Había revisado todas las tiendas de Tokyo y nada le parecía lo suficientemente valioso, por lo que terminó eligiendo el duende para complacer a su madre.

Naomi anunció que la cena estaba lista, y Kagome bajó mostrando la mejor sonrisa que pudo fingir. Lo único que deseaba ahora era que apareciera el mitad demonio que siempre la hacía enojar, reír y sonrojarse.

Pero algo la sorprendió. Había un puesto demás en la mesa. ¿Podría significar otro invitado?

Si su querida madre había invitado a Hōjō a cenar tiraría el pavo por la ventana.

La puerta de entrada se abrió, y apareció su hanyō con un pequeño acompañante a su lado. Naomi sonrió, y Kagome no sabía si alegrarse, o apenarse por su miserable regalo de navidad. Pero la visión del kitsune la aterró. El yōkai había logrado cruzar el pozo. Si él pudo… ¿Los demás también podían?

La madre de Kagome puso un puesto más en la mesa para el inesperado invitado y después de un pequeño discurso sobre la verdadera importancia de la navidad de parte de la señora Higurashi, y varias miradas furtivas entre Kagome e Inuyasha en las menciones de las palabras "los que más te importan", estuvieron listos para comer. Naomi sacó el pavo del horno y lo dejó sobre el mueble de la cocina para cerrarlo y sacarse los guantes.

Ahí fue cuando todos oyeron un extraño ruido proveniente del santuario.

Kagome se levantó de la mesa y se dirigió a la puerta.

—Iré a ver qué sucede —dijo e intentó salir, pero Inuyasha sin decir una palabra la detuvo y abrió la puerta.

Cuando el medio demonio salió al patio con la humana a sus espaldas, los dos vieron a Sango y Miroku mirándose confundidos.

Kagome ya no sabía qué pensar.

—¿Kagome, es este tu país, o en dónde estamos? —fue lo primero que dijo Miroku al verla.

Los hicieron pasar y la madre de Kagome acomodó dos puestos más en la mesa, que se estaba llenando. La pareja recién llegada aún no entendía qué estaba sucediendo, pero Sango tenía una idea. Porque tal vez era lo que estaba esperando.

Pero ahora estaba sentada en un lugar extraño, con Miroku a su lado, quien estaba tan perdido como ella. La razón por la que habían terminado aquí era un misterio. Vieron una extraña neblina alrededor del pozo y preocupados, saltaron en busca de la respuesta al enigma. De una manera u otra, después de pasar unas inusuales nebulosas color púrpura, acabaron saliendo otra vez del agujero para encontrarse con una habitación cerrada. ¿Tenía que ver con la neblina? ¿Era esto un plan de Naraku?

Sea como fuere, el panorama no se veía tan mal. La familia de Kagome parecía ser bastante amable, y el pavo se veía delicioso. Tal vez la navidad era aún mejor de lo que creía.

Hasta que alguien apareció en la puerta.

En el umbral de la casa Higurashi, viendo a todos fijamente, estaba Kōga.

Inuyasha fue el primero en reaccionar.

—¿Qué hace aquí el lobo sarnoso? —exclamó levantándose de su silla.

—¡Qué tienes que ver tú aquí, perro pulgoso! —preguntó furioso el yōkai, entrando al hogar.

Inuyasha intentó acercarse a Kōga para empezar una pelea, pero Kagome lo detuvo con un "¡Siéntate!". El hombre lobo, al fijar la vista en su supuesta prometida corrió de inmediato hacia ella, tomándole de las manos y mirándola con una dulce sonrisa en su rostro. El hanyō no se quedaría simplemente viendo esto, y comenzó una discusión como siempre, peleando por el amor de Kagome. Claro que el canino nunca admitiría que era por eso.

Ahí fue cuando apareció en la puerta entreabierta una joven, de cabellos castaño claro ligeramente anaranjados, ojos verdes, dos coletas y ropas de pelaje blanco.

Kōga soltó a la sacerdotisa enseguida y se dio vuelta para verla de frente.

—¡Ayame! —exclamó el lobo al ver a la chica a quien le había dado su palabra en matrimonio—. ¿Cómo llegaste aquí?

La mujer lobo se acercó a su prometido, lo que hizo al último sonrojarse levemente.

—Te seguí, por supuesto —dijo sin darle importancia—, sabía que vendrías a ver a Kagome.

Kōga tartamudeaba, tal vez el ánimo de navidad le estaba haciendo reconsiderar su idea de tomar a la pelinegra como su esposa.

—Este no es asunto tuyo, Ayame —balbuceaba el lobo—. Vete a casa, no conozco este lugar y parece ser peligroso.

Ayame estaba a punto de explotar.

—¡Ni pienses que te dejaré para que puedas coquetear con esa chica, no me tengas por tonta!

Kōga también estaba perdiendo su paciencia.

—Te dije que volvieras a casa.

—Te dije que no lo haré.

Y así la discusión pasó a pertenecerle a los líderes de los clanes de lobos.

Intentando detenerlos, Miroku intervino acercándose a Ayame, lo que provocó la furia de Sango y de Kōga. La exterminadora alejó al monje de la otra pareja y le dio una larga reprimenda. Los lobos continuaron con su discusión, y Kagome solo podía tratar de calmar a Shippō que ya se estaba desesperando, mientras que el resto de la familia Higurashi se preocupaba del casi-infarto que le da al abuelo al ver a tantos yōkais y seres pasados en su propia casa.

Inuyasha, cansado del desesperante ambiente de pelea, hizo lo mejor que sabía hacer para atraer la atención de los demás.

Desenvainó su espada.

—¡Viento Cortante! —gritó blandiendo a Colmillo de Acero hacia el punto menos conveniente de toda la cocina: el mueble donde se encontraba el pavo.

La técnica bien dominada hizo efecto y como se esperaba, todo el sector exacto en el cual yacía la cena de navidad ardió con el truco. Esto sí logró dejar a todos en silencio por unos segundos.

El enojo en ese momento por parte de todos fue tan grande, que ninguno pronunció ni una sola palabra. Solo fue Kagome la que respondió a ese gran estímulo.

—¡Siéntate! —y el hanyō se fue al suelo con la mirada desorbitadamente furiosa de la chica.

Todos se acercaron sigilosamente a Inuyasha, quien solo pudo quedarse en el suelo a esperar lo que viniera. Para la fortuna del mitad bestia, Sōta, quien le había tomado un especial cariño a su amigo orejas de perro, interrumpió el próximo ataque con un truco que tenía bajo la manga. O, mejor dicho, bajo la mesa.

—¿Quién quiere Ramen? —preguntó lo suficientemente fuerte para desconcentrarlos a todos y alejarse de Inuyasha para buscar la comida.

Ya que con comida todo se arregla, no tardaron mucho en acabar con las discusiones y ser completamente tentados por el delicioso olor a fideos proveniente del "Plan B" del hermano de Kagome. Después de la divertida cena, llena de bromas y conversaciones extrañamente amigables entre todos, de la sobremesa se pasó a la entrega de regalos. La familia se entregaba preciosos presentes que habían estado esperando por un año. Las otras visitas también recibían regalos improvisados, que para alguien de la época actual no sería gran cosa pero para ellos era toda una maravilla. El problema fue el momento en que Inuyasha empezó a notar que no había ningún regalo para él. Kagome lo llevó a otro lugar más alejado del estar para explicarle la situación.

Inuyasha se hizo el desentendido.

—¿Qué sucede, Kagome, por qué me traes aquí? —preguntó fingidamente desconcertado el hanyō.

La pelinegra suspiró frustrada.

—Lamento no haber podido conseguir un regalo adecuado —dijo ella con la mirada cabizbaja—, te lo compensaré.

Le entregó la figurilla del duende. La miserable figurilla. Inuyasha bufó.

—Pues tendrás que conseguir algo mejor que esto —dijo observando al ser mitológico—. Los regalos de los demás eran bastante más interesantes que esta cosa.

Kagome, aunque normalmente se hubiera enojado y castigado a su amigo con la palabra que empieza con "S", solo lo miró a los ojos, sin una chispa de impaciencia.

—Lo sé —reconoció disculpándose—, buscaré algo mejor para la próxima.

Sin embargo, Inuyasha sonrió y le dio un fuerte abrazo.

—Gracias —susurró.

Al volver a la sala, el ánimo seguía pacífico, pero en algún sentido se había dividido. Sango y Miroku, al igual que Kōga y Ayame, parecían tener una seria conversación. Aún así, mantenían sonrisas en sus rostros. ¿Sería camuflaje, y algo malo estaba pasando? ¿O en verdad estaban haciendo alguna clase de arreglo que el espíritu navideño y una extraña magia trajeron consigo? La familia de Kagome estaba conversando con Shippō, quien se mostraba tan tierno e inocente como siempre. Lo único que Inuyasha y Kagome hicieron fue sentarse a observar la tranquila escena. De repente, vieron a Miroku ponerse de pie, tomar a Sango en sus brazos, abrazándola tiernamente y dándole vueltas en el aire. Ella solo reía. La familia y los otros dos pares los miraban felices y al mismo tiempo desconcertados, pero la razón de ese abrazo no importaba en realidad.

Sango estaba feliz.

Inuyasha contemplaba el momento de la pareja con una extraña expresión en su rostro que debatía entre la molestia, la felicidad y la envidia. Kagome sabía exactamente qué hacer para mejorar la tierna demostración de cariño aún más, y sin pensarlo dos veces llamó a Shippō y susurró algo en su oído. El zorrito mágico pareció entender perfectamente y fue a cumplir con el cometido que su amiga adolescente le había pedido. Escaló el árbol con cuidado, donde a su lado estaban la talentosa exterminadora y el monje libertino. El kitsune alcanzó la altura suficiente para estar por encima de sus cabezas y, siguiendo las órdenes de Kagome, sacó una ramita de muérdago de la verdosa estructura y la sostuvo sobre ellos.

En una plática en voz baja que Sango y su amiga del futuro tuvieron mientras cenaban, esta le contó sobre la tradición del muérdago y la prosperidad en el matrimonio si la pareja compartía un beso bajo esta planta.

—¿Qué está haciendo Shippō? —preguntó Inuyasha al oído de Kagome.

Ella soltó una risita, con la vista centrada en su plan.

—Dicen que si una pareja se besa bajo un muérdago, la relación perdurará y conllevará al matrimonio —espetó con una mirada tierna hacia sus amigos.

—Bah, tonterías —se mofó el medio demonio, incrédulo.

—Pues muchas veces ha funcionado —dijo Kagome, sin quitar la vista del par.

—Pues yo prefiero terminar bajo un muérdago con Kōga que contigo —respondió bufando.

Y cayó de cabeza al suelo con una palabra de la chica.

Sango y Miroku se besaron esa noche bajo el muérdago de Shippō.

De la misma manera, en un momento llegó a ser claro que la constante mirada entre Ayame y Kōga tenía un significado en particular. Él se veía menos impulsivo que de costumbre.

—Qué pasará después exactamente, no sabría responderte —explicaba el lobo a la chica en frente de él—. Por ahora mi único objetivo es derrotar a Naraku y vengar a mi clan.

—¿Y qué hay de ella? —preguntó Ayame, dirigiendo una disimulada mirada a Kagome—. Creí que querías hacerla tu esposa.

Kōga balbuceó.

—Esos… planes futuros —intentó expresarse mejor, pero no lo logró—, se han alejado bastante de mi cabeza últimamente.

Ayame logró mostrar una sonrisa.

—Solo espero que no olvides el arcoíris —le pidió humildemente.

Kōga se permitió una sonrisa de las grandes.

—Nunca.

Shippō, sin necesidad de Kagome para decirle lo que debía hacer, sacó otro muérdago del árbol y, con uno de sus trucos, logró flotar sobre ellos para sostener la rama sobre el par. Kōga y Ayame levantaron la vista para ver lo que planeaban el zorrito mágico y su amiga. Ninguno de los dos entendió qué hacía esa extraña planta sobre ellos.

Sin embargo, la magia del momento los ayudó a entender.


El árbol del tiempo se veía normal. La marca de la flecha de Kikyō seguía en su lugar. El pozo estaba tan seco como siempre. La neblina había desaparecido. No la habían vuelto a ver desde navidad, cuando la fiesta terminó y los yōkai, los humanos del pasado y el hanyō volvieron a su época. Ahora Inuyasha estaba sentado junto al agujero que actualmente se utilizaba para desechar huesos de monstruos. Según le había contado Kagome, esta noche era el tan esperado Año Nuevo y él debía estar ahí para ver los fuegos artificiales.

A su lado, con una canasta llena de huesos de yōkai, estaba la anciana Kaede.

—¿Sucede algo, Inuyasha? —preguntó al acercarse al pozo.

—Yo debería preguntar eso —respondió, fijando sus ojos ambarinos en la bolsa—, ¿Qué son esos huesos?

Kaede le quitó importancia, dejando los restos caer dentro del agujero.

—Un pequeño demonio que apareció en la aldea hace una hora, no fue gran cosa.

Inuyasha vio las osamentas caer y desaparecer en la oscuridad.

—Debieron haberme llamado —protestó el hanyō—, habría acabado con él en menos de un minuto.

Kaede dejó la canasta a un lado.

—Sabemos valernos por nosotros mismos, Inuyasha —dijo la sacerdotisa, viéndolo tranquila—. Lo hemos hecho por más de cincuenta años, cuando tú no eras exactamente un colaborador.

Inuyasha bufó.

—De todos modos, ¿Has descubierto algo nuevo sobre la neblina? —preguntó pensando en el extraño suceso de navidad.

La anciana se fue a sentar a su lado.

—No todas las veces sabemos qué sucede con exactitud —explicó mirando al cielo—, creo que esta vez quedará como un misterio. Aún así Sango, Miroku y Shippō dijeron haber adorado la visita al mundo de Kagome.

—Sí —suspiró él, con la figurilla de duende en sus manos—, fue lindo.

Mantuvo su mirada en la figura.

—¿Irás esta noche a su casa? —quiso saber la anciana, después de todo lo que le había contado la reencarnación de su hermana mayor—. Ella me habló mucho sobre esa celebración que tienen y cuánto te necesita ahí.

Inuyasha intentó no sonrojarse.

—Estaba esperando a que anocheciera —dijo ocultando su rostro, porque su intento no estaba funcionando y el calor comenzaba a asaltar sus mejillas—, ya que se supone que empieza en la noche.

Kaede se levantó.

—Pues te dejaré para que vayas —se despidió, tomando su bolsa y caminando hacia la aldea—, pásalo bien con Kagome.

El mitad bestia se quedó mirando el regalo de navidad de su pelinegra, hasta que lo guardó en su bolsillo y partió a su época.

En la noche, la celebración del nuevo año fue extremadamente divertida. Todos bailaban y brindaban por nuevas bendiciones y momentos aún mejores. Inuyasha ya no se sentía incómodo en el mundo de Kagome, sino que parecía encajar perfectamente. Pero no era provocado por eso, no era su mundo, no era su familia, no era la excelente diversión del lugar, no eran las esperanzas y deseos, no eran las serpentinas y cotillones, no era el tintinear de las copas de champaña, ni siquiera eran las hermosas luces llamadas estrellas que esa noche alumbraban el cielo… era ella.

En el momento en que estaba conversando con Sōta sobre el práctico uso de sus orejas caninas, llego su "amiga" y lo llevó al jardín, donde todos empezaron con la cuenta regresiva.

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

—¡Feliz Año Nuevo! —era lo que se escuchó exclamar en todo Tokyo cuando fueron las doce de la noche del primero de enero del nuevo año.

Como dictaba la tradición, todos compartieron abrazos y felicitaciones. El primer abrazo de Kagome fue a su hanyō favorito.

—¿Ahora vienen los fuegos artificiales? —cuestionó Inuyasha dejando ir a la chica, al no ver ninguna luz en el cielo todavía.

—En cualquier momento aparecerán —rió Kagome y fue a abrazar al resto de su familia.

De repente, una luz rojiza destacó entre todas las estrellas del cielo nocturno.

—¡Ahí están, Inuyasha! ¿Los ves? —dijo acercándose a él.

Inuyasha vio la luz explotar en el cielo y, en un arrebato de miedo por la aparente cercanía de los destellos, se puso en posición de ataque.

—No te preocupes por ellos, son inofensivos —lo tranquilizó la pelinegra—. No están lo suficientemente cerca.

Eso bastó para calmarlo.

Cuando las primeras luces pasaron y la familia se quedó hipnotizada con los fuegos artificiales, Inuyasha y Kagome se alejaron un poco de ellos, más cerca del santuario.

—En fin, ¿Tienes idea de dónde provino ese misteriosa neblina? —le preguntó la sacerdotisa del futuro, igual de curiosa que él hace un rato.

Él sonrió.

—Algunos misterios se quedan como misterios —citó a la anciana Kaede, todavía asombrado por los destellos de colores que destacaban por sobre las estrellas y hacían explosión en distintas figuras.

Kagome le devolvió la sonrisa y miró el cielo junto a él.

—Habrá sido un ángel de navidad —suspiró, sin quitar la vista de los fuegos artificiales—, de esos que llegan una vez al año para darte maravillosos recuerdos.

—Pues el ángel está haciendo un buen trabajo —dijo el mitad bestia, volteándose a ver a su tal-vez-más-que-amiga.

Kagome también se volteó a mirarlo a los ojos, aún sonriente.

—¿Crees que el ángel permitiría otro buen recuerdo?

Inuyasha se acercó más a ella y la tomó por la cintura.

—Tal vez, pero me dijiste que no intentara besarte —dijo con sus ojos brillantes—, aunque imaginé que terminaríamos así.

Kagome no estaba segura de qué hacer ahora.

—¿Qué tal si para mañana actuamos como si nada? —propuso Inuyasha.

Ella rió y asintió.

Sōta, que discretamente los había seguido escalando de alguna manera hasta el techo del santuario, sacó un muérdago de su bolsillo y lo sostuvo sobre las cabezas de la pareja para acelerar el momento.

—¿Y tú cómo llegaste ahí? —preguntó la hermana del niño.

Sōta soltó una risita.

—¿Permitirías un testigo? —volvió a preguntar Kagome, lo que hizo a Inuyasha reír.

—¡Solo bésense! —interrumpió el pequeño.

Y eso hicieron.

Debió haber sido otro milagro del ángel de navidad.


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