Los libros de Harry Potter no me pertenecen, son de J.K Rowling y de quienes sean sus derechos. Escribo esto por puro gusto personal, y para alegrar a otros fans, y no quiero ni busco nada a cambio. Gracias.
Advertencia: Esta historia contiene yaoi, es decir, amor entre hombres, criaturas sobrenaturales, tortura, y escenas de índole sexual. Las fechas de nacimiento de Hugo y Rose han sido variadas para concordar con la historia.
Nota: Hola de nuevo. ^^
Siento haberos hecho esperar tanto por esta historia, pero el largo camino hasta conseguir un argumento bien atado, aunque duro, ya ha acabado. ¡Yupi! ^^ Finalmente, después de mucho pensar, logré la vertiente que tanto me había costado encontrar, y las muses han decidido acompañarme. Quién sabe ha sido gracias a las vacaciones. XD De todos modos, espero que disfrutéis de esta historia tanto como yo. Gracias por seguir leyéndome, y no olvidéis decirme vuestra opinión, siempre me ayuda a mejorar, y ojala que nos sigamos viendo mucho tiempo más. Bye ^^
Sumario: Harry Potter, el mejor auror del departamento de desapariciones, es asignado a dos casos dispares, en un momento en que necesita toda su atención en uno de ellos. ¿Cuando ambos casos empiecen a fundirse en uno, será capaz de impedir que sus sentimientos se añadan a la mezcla?
Y ahora, os presento:
El Cuerno del Unicornio
Capítulo 1- Doble
Draconius Lucien Malfoy, barón. Edad, veintisiete. Nacido el… Se saltó los datos más obvios, todos aquellos detalles ya los conocía. Desaparecido el siete de Diciembre cuando acudía a una cita con su prometida, Pansy Parkinson. La última vez que se le vio fue en la pastelería Sweeter. Hora de la desaparición, entre las 5 y las 7.
Más abajo había una lista de las personas que lo vieron ese día. Algunas notas sobre posibles sospechosos, y los motivos más plausibles de dicha desaparición. El más alto en la lista, el secuestro. Siendo que Malfoy era heredero de una de las fortunas más grandes del país, era algo más que plausible.
Un caso relativamente sencillo.
No necesitaban de su ayuda. Y el jefe de su departamento debería haberlo pensado antes de encasquetárselo a él. Sobre todo porque sabía lo ocupado que ya estaba.
Sí, claro, era el mejor auror del departamento de desapariciones. Y era obvio que Lucius Malfoy, con su posición política y enorme fortuna, exigiría que el caso de su hijo fuera asignado al mejor.
¡Pero Merlín, tenía casos mucho más urgentes que un engreído incapaz de defenderse!
Ahora mismo estaba trabajando las veinticuatro horas en las desapariciones de niños que había habido últimamente. Todas sucedidas durante las últimas luces de la tarde, y siempre cerca de zonas boscosas. Ninguna de las cuales parecía ofrecer pistas concretas sobre el paradero de los infantes, razones de los secuestros, ni identidad del culpable.
Lo único que parecía obvio era que habían partido voluntariamente. No había encontrado rastros de violencia física, ni mágica. Ni siquiera el rastro de un simple hechizo de sueño. Lo que solo dejaba que los niños hubieran ido por propio pie.
Y ya había habido ocho desaparecidos. Todos menores de cinco años. El pánico empezaba a calar en los padres, que temían sus hijos fueran los siguientes. Sobre todo gracias a los exagerados artículos de Rita Seeker, que por una vez estaba diciendo mayormente la verdad. ¿Cómo iban a estar tranquilos los padres, si los pequeños continuaban desapareciendo sin que nadie lograra hacer nada al respecto?
Harry no podía permitir que las cosas continuaran así.
Solo de pensar lo que les podrían estar haciendo… Uno no permanecía casi diez años en los aurores, sin ver algunas cosas realmente horribles. Y Harry estaba decidido a parar aquello, fuera como fuera.
Lo último que necesitaba era un aristócrata mojigato, demasiado estúpido para evitar un simple secuestro económico, restándole un tiempo que no podía tirar.
-¿Ya has averiguado algo?- la voz de su mejor amiga interrumpió sus pensamientos. Hermione acababa de entrar por la puerta con una enorme carpeta en los brazos, y la mirada ligeramente preocupada. El severo traje beige que llevaba delineaba elegantemente su cintura, y junto a los brillantes zapatos marrones, le daba un aire de seriedad erudita… a lo habría hecho, si su impeinable pelo rizado, no se empeñase en querer escapar graciosamente de la coleta.
La verdad, es que viéndola así, nadie diría que ya era madre de dos preciosos bebes, Hugo y Rose. Rose todavía era muy pequeña, apenas podía gatear, y seguramente a estas horas estaría con su abuela, la señora wesley, que siempre estaba encantada de ayudar con los nietos.
Pero Hugo ya tenía cuatro años, y había empezado el colegio hacía unos meses.
-No, nada nuevo.- suspiró cansadamente, y sacó el paquete de tabaco del bolsillo de la camisa. Necesitaba una calada.
Había cogido la mala costumbre de uno de sus antiguos compañeros en un caso, y había seguido con ella por que la nicotina le relajaba, y le ayudaba a concentrarse mejor. Aunque sabía que no era muy saludable que dijéramos.
Hermione se lo repetía a menudo. Y que ahora no lo estuviera haciendo, viéndole encender con soltura la punta del pitillo, solo demostraba lo preocupada que debía estar. Hugo entraba en el rango de edad de las víctimas. Eso era más que suficiente para inquietar a cualquier padre.
Como para darle la razón, Mione también suspiró, la preocupación en su mirada intensificándose. Entreabrió los labios, pareció que diría algo… pero acabó por cerrarlos.
-En serio Harry, deberías recoger un poco tu despacho. – cambió de tema abruptamente, obviamente tratando de pensar en otra cosa, y sacudió la cabeza como quejándose de un hijo desordenado.
Harry casi sonrió.
Sí, bueno, estaba un poco…desordenado. Aunque si tenía que ser sincero… vale, estaba hecho un completo desastre. Pero no solía tener tiempo de preocuparse de ello.
El minúsculo espacio estaba invadido por docenas de carpetas referentes a casos pasados aún sin archivar. Y bloques de papeles, fotografías y redacciones relacionados con los casos que llevaba actualmente, esparcidos aquí y allá por todas las superficies útiles. La mayoría eran sobre todo declaraciones de los padres y de las últimas personas que vieron a los niños desaparecidos, fotos de los pequeños y de las personas de su entorno.
Las piezas más importantes del puzle las había clavado al corcho que ocupaba parte de la pared. Fotos y retazos de información que podía estudiar desde su silla. Algunos apuntes aquí y allá escritos rápidamente sobre lo poco que había podido esclarecer, reptaban entre el desorden del tablón. Pero a pesar de todo, nada parecía tener sentido.
Era como un rompecabezas del que dependían vidas. Y no parecía estar cerca más cerca de resolverlo que cuando empezó.
Frunció el ceño mientras tomaba una calada. Tenía que estar escapándosele algo.
Hermion depositó la carpeta sobre la pila de papeles que ya invadía su escritorio, haciéndola temblar precariamente. Pero la estructura aguanto, como Harry sabía que haría. No había acumulado tantos informes, sin haber desarrollado en algún momento, dones de constructor.
Ron solía decir, que si algún día esa montaña caía, la ola de formularios los ahogaría a todos.
Milagrosamente, se las había apañado para acumular la torre más grande de papeleo de todo su departamento. Odiaba hacer trabajo de oficina.
-Estas son las declaraciones de todas personas que vieron a Malfoy ese día.- Hermione indicó distraídamente la carpeta que acababa de dejar, su mirada había ido a posarse en el tablón, en las caras sonrientes de niños que quizás ya estaban muertos.
Harry suspiró, sabía lo que debía estar pasando por la cabeza de su amiga. Nadie que tuviera hijos estaba tranquilo estos días.
Esta tarde tenía una cita con una de las profesoras de los niños, que decía haber visto algo anómalo el día que el infante desapareció, lo que significaba que tendría que sacrificar horas de sueño para poder leer todo aquel papeleo sobre el caso de Malfoy, que no deberían haberle asignado a él en primera instancia.
Hermione apartó la mirada de las fotos y la clavó en él, como habiendo llegado a una conclusión.
-Si es mucho trabajo para ti, yo podría ocuparme de leer el informe, y escribirte después una lista de los datos que podrían servir de algo.- se ofreció. Ella, igual que él, estaba furiosa con su jefe por ceder a las exigencias de Lucius Malfoy, sin tener en cuenta la importancia del caso que Harry llevaba a ahora. Y aunque se había ofrecido a ocuparse del caso de Malfoy por sí misma, Auxbrey se había negado. "Una familia del renombre de los Malfoy necesitaba al mejor". Pero eso no significaba que no pudiese ayudar a su amigo, restándole un poco de trabajo.
Harry sonrió.
-Gracias Mione, sería de mucha ayuda.
Ella le devolvió la sonrisa.
-¿Para qué estamos los amigos?- sin embargo en seguida la seriedad retornó a su rostro, preocupada.- ¿Quién podría querer hacer daño a unos niños?
Dejó el cigarrillo en el cenicero, y tomó las manos de su mejor amiga entre las suyas, la mirada fiera, determinada, que aparecía en sus ojos, asegurándole que haría lo que fuera, lo que hiciera falta, para averiguarlo y acabar con aquello.
-No te preocupes, atraparé a ese tipo.
Ella le devolvió la mirada con el mismo brillo de seguridad y confianza.
-Lo sé.
El colegio de Greenpeach se encontraba a las afueras de Londrés, cerca de uno de los pocos bosques antiguos que quedaban en el país, y hasta hace poco un colegio normal de magia para niños de entre dos y diez años.
Muchos padres que no podían permitirse tutores particulares, o que no querían enviar a sus hijos a colegios muggles, optaban por enviar a sus hijos a colegios como este. Donde podían recibir una educación que los preparara para sus años en Hogwarts, cuando realmente empezarían a estudiar magia práctica.
Una buena elección, si no fuera por qué un niño había desaparecido de allí hacía casi una semana.
El pequeño Will de solo cinco años, había estado jugando en los columpios a la hora del recreo cuando sucedió. Nadie había visto nada.
Harry frunció el ceño.
Acababa de aparecerse en el camino de tierra frente a la puerta principal del colegió.
El centro Greenpeach estaba alojado en una antigua casa de madera colonial, con sus tablones pintados de blanco, y un claro a su alrededor que parecía condensar toda la luz de la tarde.
La casita se había construido dentro de la propia linde del bosque, y los enormes árboles que la rodeaban parecían combarse graciosamente hacia ella, protegiéndola de los elementos, y creando una estampa de embargo, ahora había muy poco de cuento en el lugar. Aquí había sido secuestrado un niño.
Observó los columpios en los que debía haber estado jugando el pequeño Will la última vez que le vieron. Estaban al aire libre, sin ninguna valla que delimitara esta zona de lo que era el propio bosque. Aparentemente, cualquiera podía haber entrado y llevárselo. Incluso podía haberse ido por su cuenta. Si no supiera ya por la primera vez que estuvo aquí, que todo el patio estaba rodeado por barreras mágicas anti muggles, protecciones para que los niños no salieran, y alarmas varias contra extraños y gente mal intencionada.
Lo único extraño que había encontrado, fue una leve distorsión mágica en la red protectora. Alguien había manipulado los hechizos con la habilidad de un experto. Para no haber alertado a nadie, quien quiera que hubiera ejecutado el trabajo debía haber tenido una paciencia, habilidad y conocimientos, que estaban fuera del alcance de los sospechosos habituales en estos casos.
Y el rastro mágico había sido demasiado débil para sacar nada de él.
Tiró de la cuerda de la campanilla de la entrada, aún meditabundo. Y la puerta se abrió casi inmediatamente.
-Buenos días señor Potter, me alegro de que haya podido venir. –sonrió amablemente, sus ojitos castaños mirándolo detrás de las enormes gafas.
La profesora Clarisa Panbrich era una mujer pequeña, de aspecto nervioso y bondadoso. La clase de mujer de sesenta años, que uno identificaría con la amable tía que siempre tiene caramelos en el bolso. Su pelo blanco estaba recogido en un moño en lo alto de su cabeza, sin duda intentando hacerla parecer más alta. Su túnica compuesta de una amplia variedad de trozos de telas dispares cosidos entre sí, decidió, debía buscar recalcar un poco su presencia. La idea casi lo hizo sonreír.
-Buenos días señora Panbrich. El placer es mío. – devolvió la sonrisa, amablemente. Y extendió la mano para saludarla. – La carta que recibí de usted, decía que tenía alguna información sobre su alumno desaparecido.
La señora asintió gravemente.
-Sí, sí. Por supuesto. Pase, hablaremos en mi despacho.
El despacho de la señora Panbrich, resultó ser exactamente como habría imaginado de una señora como ella.
Tonos pastel, muebles cómodos repletos de almohadones bordados, un amplio ventanal que daba al patio, y dibujos hechos por sus alumnos pegados aquí y allá por las paredes.
Después de haberse acomodado los dos en el amplio escritorio que presidía el lugar, (Harry dudaba de haberse sentado jamás en una silla tan mullida por hechizos y cojines) y haberse visto obligado a aceptar una taza de té. La buena mujer, finalmente, extrajo una carpeta llena de pegatinas infantiles de uno de los cajones de su escritorio.
-Verá señor Potter, después de haber hablado con usted la semana pasada, recordé algunas coincidencias curiosas, que además se han seguido repitiendo estos últimos días. – abrió la carpeta y la giró para que pudiera ojear el contenido.
- ¿Dibujos de los niños?- inquirió.
La carpeta parecía contener un par de docenas de dibujos infantiles, de mayor o menor habilidad.
A veces los niños, si un evento los traumatizaba lo suficiente, solían ser incapaces de hablar de ello. Sin embargo, estos hechos podían reflejarse fácilmente en sus dibujos. Solían tratarse de representaciones de escenas del acontecimiento, o cosas relacionadas con ello, como miedos, monstruos… pequeños retazos de pesadilla que ningún pequeño debería ver.
Pero estos dibujos no tenían sentido.
No eran tristes, ni tenían los característicos tonos apagados, con profusión de negros y rojos, que solían ser comunes. En su lugar, parecían imágenes totalmente normales para un niño. Colores alegres, manchas blancas… todas las imágenes tenían un cierto parecido. Las mejor hechas, mostraban claramente un animal de cuatro patas, un caballo blanco con cuerno.
-Sí, señor Potter. Son dibujos de los niños. Todos hechos por niños que estaban en el patio ese día.
Harry levantó la mirada de los curiosos trazos infantiles. Sabía que los recreos en este colegio se hacían a dos turnos. Y que por tanto, solo la mitad de los alumnos podían haber visto algo aquel día. Sin embargo cuando se les preguntó, ninguno admitió haber visto nada.
Esto parecía decir lo contrario.
-Cuando les pregunté, todos admitieron haber imaginado un unicornio blanco que dibujar, pero ninguno por qué se les ocurrió algo así. No lo copiaron de otros niños. Es imposible que así allá sido. Miré. Este dibujo lo hizo Allan, tiene diez años.- señaló uno de los dibujos mejor hechos, con el unicornio asomando entre unos matojos verdes, que podían haber sido arbustos. – Y este lo hizo Gabby, solo tiene dos.- La bola blanca con cuatro rayas a modo de patas, y otra más coronándola como cuerno, aunque confusa, una vez sabiendo lo que era, resultaba fácilmente reconocible.
La señora Panbrich señalo ambos.
-Van a cursos demasiado alejados, y nunca han jugado juntos. Ni siquiera se conocían más que de vista. Y sin embargo ambos dibujaron lo mismo un día después del secuestro de Will. Pueda que no sea más que una tontería, pero creí que debería saberlo.
Harry recogió los papeles en la carpeta y se puso en pie con ella en la mano.
-No se preocupe señora Panbrich, ha hecho usted muy bien en avisarme de esto. ¿Le importa si me llevo los dibujos?
-No, no, por supuesto, puedo tenerlos el tiempo que necesite.- se apresuró a asegurarle amablemente.
-Y si no le importa. ¿Podría escribirme una lista con todos los niños que han estado dibujando unicornios la última semana?- inquirió mientras se ponía apresuradamente el abrigo que había colgado sobre el respaldo de la silla.
-Sí, sí, claro, sin problema. ¿Se lo envió por correo?
-Sería de gran ayuda. Muchas gracias señora Panbrich.- le estrechó de nuevo amablemente la mano, y se dejó conducir a la puerta, mientras pensaba en cuál de los otros siete colegios estaría más cerca.
Tenía mucho que estudiar.
Cuando regresó a Grimaud Place casi a las dos de la madrugada, apenas si se preocupó en quitarse las botas y el abrigo antes de derrumbarse sobre la cama.
Estaba agotado.
Había pasado el día visitando los otros seis colegios en los que había habido desapariciones. Solicitando los dibujos de los niños que habían estado presentes en el área de juegos cuando sucedieron, esperando a que se los trajeran, comparándolos con los que ya tenía, y solicitando los permisos apropiados para llevárselos.
Había encontrado una inquietante cantidad de dibujos de unicornios, en todos, y cada uno, de los colegios.
Aún no sabía lo que podía significar, y no se encontraba en ningún estado mental decente para ponerse a pensar en ello ahora. Sabía de sobra que ahora no iba a ser útil para nada. Así que medio casi queriendo arrastrarse, logró ponerse el pijama, y estaba por meterse en la cama, cuando se dio cuenta del sobre que alguien había dejado en su mesilla.
Correo.
Seguramente Kreacher lo había dejado allí.
Lo abrió cansadamente. Era la lista que Hermione había prometido enviarle sobre el caso Malfoy. La ojeó brevemente, prometiéndose leerla por la mañana, y se deslizó con un suspiro de gusto entre las sábanas recién planchadas.
A veces tener un elfo doméstico era toda una alegría. Aunque nunca diría algo así delante de Hermione.
Extráñemente, lo último que flotó por su cabeza antes de dormirse, fue una de las líneas del informe que le había enviado su amiga.
Visto por última vez a la salida de la pastelería sweeter, tomó el camino que bordeaba la arboleda de Kingstone.
Árboleda…
Bosque.
Continuará.
