Disclaimer: El universo de Sherlock no me pertenece, es propiedad de su creador, Sir Arthur Conan Doyle y de la BBC. Este fic es una adaptación de "Un cuento de Navidad" de Charles Dickens

Capítulo 1: Sin espíritu

Era el día antes de Navidad, y todos en Baker Street disfrutaban y decoraban el lugar, todos eran felices excepto nuestro querido Detective Consultor.

— ¡Estúpido Lestrade! —gritó a los cuatro vientos nada más entrar, echo un torbellino, a la sala de su hogar.

— ¡Sherlock! —reclamó John, lanzando una significativa mirada al pequeño Hamish de tres años— ¿Cuántas veces te he dicho que no digas esas cosas frente a él?

—Las aprenderá y usará algún día, el tiempo no importa—chasqueó Sherlock con desidia, dejando su bufanda y gabardina en el perchero—. Son todos unos inútiles.

— ¿Papá? —llamó Hamish a Sherlock, acercándose a él con una enorme guirnalda verde.

Sherlock gruñó, se dio la vuelta, brincó la mesa y aterrizó –aún vestido con su traje usual- sobre el sofá, dando la espalda a su familia, Hamish, con los labios temblorosos, bajó la guirnalda al suelo y corrió a refugiarse en brazos de John.

— ¡Sherlock! —volvió a gritar John alzando a un triste Hamish en brazos— ¡Es tu hijo!

Sherlock murmuró algo inentendible contra el respaldo del sofá, John rodó los ojos y sonrió al niño.

—Sólo es una rabieta, vamos a seguir decorando—le animó.

Horas después, el piso olía a Navidad, Sherlock diría que olía a adornos viejos, pino y comida navideña y que una festividad no tenía olor propio, pero es Sherlock después de todo. Sin embargo no lo dijo, seguía despotricando contra Scotland Yard y sus inútiles agentes. De entre todo su berrinche John había logrado sonsacar algunos datos, al parecer, un criminal –que Sherlock llevaba siguiendo desde hacía unos días- había escapado por un agujero en el cerco policial y había huido del país.

—De que sirve resolver un misterio si luego Lestrade viene y comete esos errores tan…

— ¡Sherlock! —gritó John desde la cocina intuyendo una nueva palabrota. El buen doctor casi lanza una al sentir a su celular sonar con el tono programado para la clínica—. Bueno, tampoco es que soy muy constante en mi trabajo—suspiró—. Sherlock, debo irme, por favor, cuida de Hamish—pidió, mientras se enfundaba un grueso abrigo.

—Si trabajaras sólo conmigo…—empezó Sherlock levantando la cabeza para quejarse.

—Acabaría loco—completó John, ganando un bufido de parte de su esposo—. Regresaré pronto—prometió.

—Papi, ¿Y los especiales de la televisión? —preguntó Hamish abrazando su sábana de colores.

—Se que dije que los veríamos juntos, pero, me llamaron del trabajo—explicó John agachándose a la altura de Hamish—. Míralos con papá, a él le hace falta una buena dosis de espíritu navideño—comentó con un guiño y luego le dio beso en la frente.

—No conspiren en mi contra—siseó Sherlock.

Hamish rió y corrió a sentarse junto a Sherlock en el sofá. John dio una última mirada a su familia y salió de la sala.

—Mira papá—llamó Hamish jalando la chaqueta de Sherlock para obtener su atención—. El cascanueces—señaló con orgullo al televisor, finalmente era un niño grande y entendía aquellas bonitas historias de Navidad.

Sherlock no respondió, se sentía tan molesto, tan iracundo, ¿Cómo podía la gente ser tan incompetente? ¿Es que no les molestaba? El detective continuó con sus divagaciones durante horas, ignorando los comentarios de Hamish sobre las diversas historias que pasaban en la televisión.

—La historia de San Nicolás—gritó Hamish, quizás demasiado alto para el gusto del detective, quien se dio la vuelta y observó el televisor con molestia.

—Magia—espetó—. No existe nada como un cinturón que te hace invisible, ni unos renos voladores, ni duendes, ni un trineo, nadie hace millones de regalos en un año, solo y sin ningún tipo de máquina que le apoye ¡Es físicamente imposible toda esa historia! —exclamó sin control—. Todo es un invento para fomentar el consumo en estas fechas, para que la gente vaya y compre regalos sin ningún control.

— ¡Llegué! —gritó John al entrar a la sala.

—Ya lo había notado—Sherlock alzó una ceja al notar rígido a Hamish— ¿Pasa algo?

— ¡Papi! —lloró Hamish saltando del sofá, corrió hasta las piernas de John y las abrazó con fuerza—. Papá dice que nada es real.

—Sherlock, ¿Qué le dijiste? —inquirió John alzando a un lloroso Hamish.

Sherlock no contestó, molesto por los continuos regaños de John, ¿Es que nadie entendía que estaba enfadado?

—Dijo que San Nicolás no existe, que la gente compra los regalos y…—Hamish rompió a llorar desconsolado.

—Eres increíble—espetó el doctor abrazando a su hijo—. No entiendo siquiera como pudiste…

— ¿Qué? —quiso saber Sherlock mientras se levantaba, por fin, del sofá— ¿Qué le ocurre?

—Has... Sherlock, has destruido su ilusión, su… Olvídalo, lo llevaré a la cama—John sacudió la cabeza y salió de la sala, murmurando algunas palabras tranquilizadoras al niño.

—Papá es malo—acusó Hamish entre sorbos.

—Si, muy malo—cedió John—. No era su intención.

— ¿Es verdad lo que dijo? —cuestionó Hamish con los ojos anegados en lágrimas.

John carraspeó incómodo, siempre le tocaba a él arreglar los desastres ocasionados por su marido, pero eso no se quedaría así, no señor, tendría unas cuantas palabras con el berrinchudo Detective Consultor.

—William Sherlock Scott Holmes—empezó, nada más bajar las escaleras.

Sherlock alzó la cabeza del cojín de la bandera británica con languidez.

—No se como pudiste hacer eso, es… es, Sherlock eso no se le hace a un niño.

—Tarde o temprano lo sabría.

John se apretó el puente de la nariz, rogando por paciencia a una deidad superior.

—A su tiempo, no ahora, y menos por su padre.

—Detalles—suspiró Sherlock rodando los ojos.

— ¡Es tu hijo por dios bendito!

—Sabías que no iba a ser un padre "normal" —se defendió Sherlock fulminando a John con la mirada.

—Pero no a este extremo. No, Sherlock, no estuvo bien—los ojos del menor centellearon confusos, molestos. Su dueño finalmente se levantó del sofá, pasó junto a John y se encerró en su habitación, pasando el cerrojo a la puerta.

John escuchó la llave en la cerradura y suspiró, bien, si Sherlock no quería entender que no lo hiciera, él no podía estar detrás de él todo el tiempo, no podía estar explicándole cada detalle ni cada acción que escapaban a su raciocinio, ni obligándole a controlarse a si mismo. El doctor subió hasta la habitación de Hamish, dispuesto a velar el sueño de su hijo.

Sherlock golpeó con la cabeza la puerta de su habitación, la habitación que compartía con John, ¿De verdad había sido un estúpido? No, imposible, sólo había sido racional y certero. John debía de regresar pronto, siempre lo hacía tras una pelea, y disculparse, si, él no había echo nada malo. Con cautela destrabó la puerta, esperando el regreso de su esposo.

Las horas pasaron y Sherlock continuó esperando a John tras la puerta, no podía creer que el doctor fuera tan orgulloso como para no regresar y disculparse por sus acusaciones y regaños infundados. Bien, tomaría algo e iría a dormir, necesitaba dormir después de ese largo y fallido caso, mas sin embargo sólo encontró un ponche navideño caducado en el mini refrigerador –instalado ahí tras descubrir lo útil que era para guardar cosas como crema batida- de la habitación.

Bebió el líquido con avidez, estaba sediento y hambriento, pero no lo demostraría, no saldría de su habitación hasta escuchar una disculpa decente por parte de John. Finalmente, agotado se dirigió a la cama, casi era medianoche y necesitaba dormir.

Una ráfaga fría arrancó a Sherlock de su plácido sueño, logrando que abriera los ojos con molestia para ubicar la fuente de aire.

Tomar ese ponche caducado fue una mala idea, pensó Sherlock al ver una extraña aparición a los pies de su cama.

Un Mycroft versión fantasma, de varias tonalidades de gris, y semitransparente, le veía, sonriendo con tristeza, vestido con su elegante traje de siempre y rodeado por pesadas ¿Cadenas?

Ahora si estaba más que dispuesto a empezar a gritar y alertar a John, ciertamente si ese ponche era capaz de causarle esas alucinaciones, su estado era grave.

Sin embargo ganó la pizca de curiosidad que brillaba en el cerebro del detective.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Vengo a advertirte.

—Dilo ya para que puedas ir a espantar a Lestrade, ¡oh! Espera, estas vivo, así que no eres un fantasma y estos tampoco existen, por deducción lógica tu sólo eres una imagen que mi cerebro...

—Calla por una vez en tu vida y escúchame—exclamó el fantasma.

Sherlock alzó una ceja y guardó silencio.

—Estas cadenas que me rodean están construidas, eslabón por eslabón por todos los sentimientos que he guardado y la frialdad que he demostrado en vida —declaró solemnemente el fantasma—.Y ahora me arrepiento de ello.

—Y deberás cargarlas toda la eternidad —continuó Sherlock ahogando un bostezo—. No son tan pesadas, es sólo que no me hiciste caso con lo de la dieta.

Mycroft golpeó el suelo con su fantasmagórico paragüas, lanzando chispas verde fosforescente por toda la habitación.

—Esta noche vendrán a visitarte tres espíritus—dijo mientras se acercaba a la ventana—. Escúchalos, has lo que te ordenen, o tus cadenas y lamentos serán peores que los míos—Mycroft abrió la ventana, dejando entrar una ráfaga de frío aire invernal y saltó al vacío.

—Tonterías—masculló Sherlock envolviéndose en su sábana—. Siempre molesto Mycroft, olvidó cerrar la ventana.

Justo cuando el reloj de la mesita de noche de Sherlock daba las 12 se fue la energía eléctrica en Baker Street, sumiendo todo en la oscuridad más absoluta.

Solo había un punto de luminosidad, pequeño, y provenía del cuarto de nuestro querido Detective Consultor.

N/A: Y me inundó el espíritu navideño ^^ así que traigo esta locura de fic ^^ espero la disfruten.

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