Van a matarme por esto, yo lo sé.

Capítulo

1

-¡Qué te jodan, Cas! –gritó Dean agitando los brazos por encima de su cabeza.

El cazador no estaba muy seguro de cómo todo se salió de control pero, a decir verdad, había sido una semana muy tranquila. Tuvieron con Sam un caso enredado en un pueblito apartado en Iowa; terminaron por atrapar al hombre lobo que había estado aterrorizando a los pobladores desde hace meses y salieron apenas algo magullados tras haberle dado fin a ese monstruo.

Regresaron al búnker y lo que primero hizo Sam es salir con esa camarera de un restaurante local a la que acababa de conocer. Dean hizo una broma respecto a alces enamorados, y cuando Castiel llegó el rubio sintió esa extraña sensación de confort y tranquilidad que siempre lo invadía al tener al ángel cerca.

Nada fuera de lo normal. Al menos hasta esa mañana en que Sam dijo, con simpleza, que esa noche seguramente no llegaría a dormir. Dean lo fastidió con eso de su nuevo "enamoramiento" cuando el menor de los Winchester le soltó:

-Bueno, por lo menos lo acepto –como si no hubiese dicho nada.

-¿Qué quieres decir? –gruñó Dean, bebiendo su taza de café para ocultar lo nervioso que se había puesto.

-Dean, por favor –Sam, que había estado rebuscando en la nevera, se volteó para mirarlo-, no finjas que no sabes de lo que hablo.

El rubio soltó una risa y bajó la taza, enarcando una ceja. Se hacía el desentendido pero sabía bien a lo que su hermano se refería. Castiel… Cas, era el nombre del mayor dilema de su vida. Porque acostarse con unas cuantas chicas, o enamorarse de Lisa, había sido sólo una etapa en su vida. Pero ese ángel… había cambiado todo en él. Quería verlo como a un amigo, convencerse de que era raro pensar de "esa" manera en un ángel cuyo recipiente, además de eso, era masculino.

Sin embargo, después de lo ocurrido con la Oscuridad, una parte obstinada de él se había rendido. Esa coraza que había formado cayó, y para sus adentros, aceptó que desde la primera vez que Castiel había puesto esos ojos azules en él, su alma le había pertenecido.

-Dean… -le había canturreado Sam, sentándose frente a él en la mesa.

-¡Enserio, no sé de qué hablas! –casi chilló Dean, porque una cosa era aceptar que estaba perdidamente enamorado de Cas y jodidamente caliente por un ángel del señor, pero otra era decírselo a su hermano menor.

-Cas, hablo de Castiel –gruñó Sam, poniendo su "cara de perra" con los labios apretados en ese gesto de exasperación.

-¿Castiel? –Dean soltó una risa por demás exagerada-. ¿Yo… enamorado de Cas? ¡Demonios, Sam, perdiste la cabeza! Creo que a Cas le faltaría algo más para ser de mi tipo –simuló unos grandes pechos en su torso para enfatizar sus palabras.

-Estas en negación –afirmó Sam, encogiéndose de hombros y siguiendo con su desayuno-. Estoy seguro de que él… para él sería más sencillo aceptarlo… -añadió entre dientes.

Dean se puso de pie llevando sus platos al fregadero.

-¿Castiel enamorado de mí? –rió, aunque algo se revolvió en su pecho. Algo que no había sentido hace mucho.

Esperanza.

Sam soltó un bufido ante el tono incrédulo y casi despectivo de Dean. Sólo estaba tanteando terreno. Cas era evidente pero hace poco había aceptado abiertamente en una sencilla conversación con Sam, sus sentimientos hacia Dean.

-¿Por qué te suena tan descabellado? –el menor se volteó sobre el espaldar de su silla para mirar a Dean.

-Sólo digo que… -trató de explicar pero no le llegaron las palabras. Sentía su razonamiento algo fundido con la sola idea de que Cas le fuera recíproco-… que estaría perdiendo su tiempo, Sammy. Me gustan las mujeres. Mujeres –aclaró.

Y esa conversación habría quedado. Pero esa tarde Cas apareció en el búnker, mientras Sam había salido a "encontrarse" con la camarera de aquel restaurante. El ángel buscó a Dean, sin encontrarlo ni en la habitación ni en la biblioteca; hasta que fue al garaje del búnker. Todos los autos clásicos allí estaban guardados bajo lonas, salvo el Impala, en cuyo motor el rubio estaba trabajando.

-Hola, Dean –saludó Cas, con ese tono neutral suyo y esa voz rasposa capaz de erizar hasta el último poro en la piel del rubio.

-¡Joder, Cas! –maldijo Dean dando un brinco.

Pero una vez el ángel se disculpó y salió a flote el tema de Lucifer todo pareció recuperar su curso normal en las conversaciones de ambos; salvo porque Dean evadía la mirada azul del ángel, y se pasaba una mano por la nuca nerviosamente. No era nada fácil estar conversando con la persona que amaba, pretendiendo que no quería tomarlo por esa estúpida gabardina y…

-Iré por unas cervezas –Dijo, finalmente cuando ya no pudo meter las narices en el motor del auto y tuvo que mirar a Cas de frente-. ¿Quieres una? –exclamó deslizando sus pasos rápidamente por el corredor sin mirar al ángel que quedó detrás, con una expresión de confusión total.

Cas no tenía ni la menor idea de qué ocurría con el cazador desde que todo ese asunto de la oscuridad terminó. Pero lo notaba más tenso, más distante. Como si le fastidiara su presencia, y eso le dolía. Quería a Dean, no sólo como a un amigo, y eso se lo había comentado hasta a Sam. Así que verlo actuar como si lo detestara y lo evadiera era quizá tan doloroso como haber perdido su gracia cuando Metatrón lo engañó.

Pero no podía hacer nada, en especial porque se sentía culpable por haber dejado salir a Lucifer. Y no quería arruinar su amistad con Dean por un sentimiento que, estaba seguro, no era recíproco.

Paseó alrededor del Impala, mirando los asientos de cuero mientras Dean aún seguía en la cocina.

Cas no tenía ni idea que el rubio estaba demorándose y no precisamente por la cerveza.

-Malidición… -gruñó Dean, tras haber sacado las cervezas de la nevera. Las dejó sobre la mesa y apoyó ambas manos allí agachando un poco la cabeza y cerrando los ojos. Las palabras de Sam retumbaban en su cabeza como nunca antes. ¿Y si Cas de verdad lo quería? ¿Si ser sincero era lo único que necesitaba para tener a quién más amaba?-… eres un puto marica, Winchester. Y encima cobarde –se dijo a sí mismo, con ira.

Tomó el par de cervezas y arrastró sus pasos lentos de vuelta a la cochera. Podía continuar hablando de Cas sobre Lucifer, y nada malo ocurriría; pero podía beber esa cerveza, tantear terreno, quizá hacer un movimiento indiscreto… quizá ¿besarlo?

Se sintió un idiota, pero atravesó el umbral de la cochera con una sonrisita pícara que enmascaraba todo lo demás. Arrojó la cerveza al ángel quién la atrapó con facilidad.

La plática sobre el Diablo continuó hasta que se terminaron otro par de cervezas y Cas siguió a Dean hasta la biblioteca. El rubio apoyó la espalda baja en una de las mesas, y el ángel se sentó. Alguno de los dos tomó algo de la botella de ron de cristal y pronto ambos estaban algo mareados.

-¿Enserio, Cas? ¿Agente Beyoncé? –las carcajadas de Dean resonaron por todo el búnker.

-Fue un nombre improvisado –afirmó Castiel, con su seriedad rígida.

-¿Qué seguirá? ¿Agente Madonna?

-¿Qué tendría de malo? –Castiel frunció el ceño y esto hizo que el rubio riera aún más.

De alguna forma el tema de Lucifer terminó en burlas sobre famosos que Cas ni comprendía, y de pronto Dean estuvo hablando sobre la camarera de Sam. Aquello sacó el tema de esa mañana y… entonces todo se fue a la mierda.

-¿Qué tiene de malo que Sam salga con alguien? –preguntó Cas, confundido.

-Nada. Sólo que insinuó que yo… que me sentía enamorado de alguien –rodó los ojos como si fuera la peor estupidez de todas.

-¿Y qué habría de malo en eso? –Castiel ladeó la cabeza, sin comprender.

Dean sintió su propio rostro arder, y su estómago dar un vuelco. Había ido ya demasiado lejos hablándose sobre eso a Cas, así que decidió ser el idiota de siempre.

-Cas, estoy jodido. Maldito. No creo que a ninguna mujer merezca estar con alguien así –respondió tratando de sonar despreocupado, por lo que no miró la expresión dolida del ángel.

Se hizo un silencio algo tenso. Castiel lo miró fijamente.

-¿Por qué repites eso? Yo te salvé del infierno, me he sacrificado por ti, porque lo mereces –afirmó, con ingenuidad-. Daria mi vida por. Caí por ti, y lo haría otra vez porque tú lo mereces -lo decía como un gesto de cariño, pero remover viejas heridas, viejas culpas fue un trago amargo para Dean.

-No quiero hablar de eso, Cas –el rubio se removió, incómodo, y dejó el vaso de ron sobre la mesa antes de intentar retirarse a la cocina.

-¿Por qué? –Cas se puso de pie detrás de él.

"Porque me lástima que te hayas destruido por salvar a alguien como yo" fue lo que pensó Dean.

-Porque yo no te pedí que hicieras nada de eso –gruñó el cazador, en su lugar.

-Lo hice porque…

-¡Por qué eres un idiota, Cas! Y no necesito que me recrimines el hecho de que hayas caído y sangrado por mí. Si hubiera una forma… -Dean se volteó para mirarlo al rostro-… una sola forma de hacer que vuelvas al cielo, lo haría.

Esas palabras punzaron en el corazón de Cas. Lo interpretó como que Dean no lo quería allí, y de verdad no lo hubiese culpado.

-La hay –respondió el ángel, ofuscado-. Con todo esto de la oscuridad… el cielo sabe que traté de ayudar; algunos… algunos de mis hermanos me han dicho que puedo… volver –dijo con voz entrecortada.

Dean asintió un par de veces y retrocedió sin retirarle la mirada de encima. Estaba seguro que Sam se equivocaba; alguien que consideraba la posibilidad de irse de su lado, no podía al mismo tiempo amarlo.

-¿Volver? Allí arriba –dijo, aun procesándolo. Castiel se cruzó de brazos, y asintió.

-Puedo hacerlo, cuando quiera, o eso es lo que me informaron algunos hermanos míos –habló despacio, como esperando que Dean dijera algo, tratada de hacer que se quede, le soltara por lo menos algo tan sutil pero desesperado como aquel "te necesito" dicho justo cuando lo iba a matar, controlado por Naomi-. Pero también puedo… -añadió-… después de solucionar todo con Lucifer, puedo quedarme…

-¿Quedarte?

-Como humano. Como cazador. No tengo a donde más ir, creí que lo más apropiado sería –los ojos azules de Cas se alzaron hacia Dean y el cazador se sintió taladrado por esa mirada.

No podía pedirle a Cas que perdiera sus alas otra vez por él. La culpa lo encegueció.

-¡Estás loco! ¡¿Humano?! ¡Serías patético! –espetó-. ¿Cuándo te enteraste de eso? –preguntó el cazador casi automáticamente. Miles de ideas pasaban por su mente en ese instante.

-Hace ya un tiempo –musitó Castiel, bajando la mirada.

-¿Y me lo dices ahora? –gruñó el rubio.

-Tú y Sam son mis amigos, no pienso dejarlos. No pienso dejarte –el ángel se encogió de hombros en un gesto resignado.

-No necesito un guardaespaldas. Puedes agitar tus alas y volver allí arriba. ¡No necesito un ángel roto para mi colección de culpas!

Eso fue cruel y Dean lo supo al instante en que vio la expresión de Cas endurecerse.

-¡Bien! –Exclamó Castiel dejando caer sus propios brazos a los costados de su cuerpo-. Si lo que quieres es que me vaya. Lo haré –casi amenazó, retrocediendo sin retirar sus ojos de encima del cazador.

-¡Entonces vete! –Dijo Dean casi como una forma de retarlo a cometer una locura-. ¡Vete! –el alcohol habló por él.

Pero Cas entendió que lo estaba echando, que no le importaba ni un ápice a Dean Winchester y que ahora lo estaban echando del único lugar al que podía llamar "hogar".

-Dean…-intentó acercarse al humano.

-¡No! –gritó éste, apartándose-. ¡Vete de aquí! Cas, afrontémoslo, no perteneces aquí –lo dijo al sentir que estaba atando a Cas, obstruyendo su única oportunidad de recuperar su lugar en el cielo.

-No pertenezco a ningún lado sólo estoy tratando de…

-¡De mentirte! ¡De convencerte que te necesito! Eso fue alguna vez, ahora puedes volver al cielo. ¡Hazlo! –Exclamó el rubio, pero la mano de Cas lo tomó por el antebrazo-. Yo no te necesito –se sacudió la mano del ángel, quién finalmente retrocedió.

-Si de verdad es así –la voz le tembló-. Adiós, Dean –y desapareció.

Dean se quedó un momento de pie en la biblioteca, mirando al vacío, tratando de asimilar que Cas se había marchado como si nada. Un peso oprimió su corazón y se odió a sí mismo; tomó con un manotazo las llaves de su nena de encima de la mesa y con unas cuantas zancadas fue al garaje.

-¡Que te jodan, Cas! –gritó dando un puntapié al neumático de su nena antes de entrar en el asiento del copiloto. Iría a terminar de beber y de sentirse miserable en un bar donde no lo encontrara Sam.

Aceleró a fondo y los neumáticos dejaron una marca negra en el suelo del garaje. Tomó la carretera que serpenteaba en la noche, esperaba que conducir lo calmara como siempre lo había hecho.

….

Sam Winchester estaba hasta atrás de ebrio. Esa noche no había sido su noche de suerte, pensó, antes de bajar del taxi que lo llevó hasta el bunker. Se tambaleó por el camino de entrada y la mano le tembló al abrir la puerta. Sentía su cabeza flotando, así que arrastró con cuidado sus pasos por las escaleras hacia la biblioteca.

Se disponía a tomar rumbo a su habitación. Había sido una noche terrible. Llevaba dos meses saliendo con esa mujer, y esa noche, después de una bonita cena, de caminar por las calles tranquilas del pueblo y de ir rumbo al apartamento de ella, entre besos y caricias, descubrió que se trataba de un demonio. La mujer le había pedido un momento antes de entrar al apartamento.

Sam esperó fuera y entonces cinco hombres con ojos negros salieron a su encuentro en el pasillo. Logró apenas librarse de tres de ellos; otros dos escaparon en una nube de humo espesa. Viéndose perdida, la mujer trató de escapar, pero el cazador logró matarla con su cuchillo. Después de eso terminó bebiendo en la mesa sucia de una estación de combustible, preguntándose por qué todas sus relaciones terminaban con una muerte, un demonio, o ambas.

Una vez lo suficientemente ebrio volvió al búnker y allí estaba, a las tres de la mañana, cuando escuchó un estrépito metálico retumbar en la cocina.

-¿Dean? –Se asomó, pero descubrió que se trataba de Cas, cuyas manos temblaban mientras buscaba algo en las alacenas-. ¿Castiel? ¿Qué haces aquí a estas horas?

El ángel se sobresaltó y volteó a verlo. Se lo notaba turbado; sin la gabardina y con la camisa medio salida de los pantalones tenía aspecto desalineado.

-Estaba yo… sólo… -balbuceó y se tambaleó Sam pudo percibir el aroma a licorería que traía Castiel encima-… ya me voy, lo siento.

-¡Ey, oye, espera! –lo tomó por el brazo con fuerza, mirándolo con el ceño fruncido-. ¿Estuviste bebiendo?

-Sí, es sólo qué… ya debería irme –Castiel trató de soltarse de la mano de Sam.

-¿Por qué tanta prisa? –rió el menor de los Winchester, aflojando su agarre.

-Dean. Yo… quería decírselo… hoy, pero dejó muy en claro que no me quería cerca –afirmó el ángel, afectado por el alcohol.

-Dean es… es él –Sam lo soltó. Siempre había creído que su hermano tenía poco tacto pero nunca creyó que fuera lo suficientemente cruel para echar a Cas del búnker sin razón alguna y además orillarlo a beber de esa manera-. Tú, por otra parte, necesitas un buen café –soltó a Cas y se dirigió a las alacenas, pero se tambaleo.

-No, Sam. Déjalo, estoy bien –le restó importancia el moreno, pero su voz pastosa y su postura tensa decían lo contrario. Trató de detener a Sam y se tambaleó lo suficiente para que el más alto tuviera que sujetarlo por los hombros para que no cayera de bruces.

-¿Cuánto has bebido? –rio el menor de los hermanos Winchester. Cas se encogió de hombros de una forma tan graciosa que Sam soltó una carcajada, notando de cerca, que los ojos del ángel estaban rojos-. ¿Tanto amas a Dean?

Castiel asintió y alzó la mirada. Sam se le quedó mirando. Ambos habían tenido una terrible noche, estaban tensos, y eran buenos amigos; la misma idea pasó por sus mentes entorpecidas por todo el licor.

-Castiel yo…

-Sam…

Pero ninguno completó sus propias palabras o llegó a enterarse de lo que el otro había querido decir. En un abrir y cerrar de ojos los labios de ambos estaban fundidos en un beso fogoso, casi desesperado. Castiel estaba con los brazos alrededor del cuello de Sam y el más alto lo estrechó contra sí.

Los labios se movieron, unos sobre los otros, y el cuerpo de Sam presionó a Cas haciéndolo tropezar contra la mesa de la cocina. Entre manos torpes y mordidas el ángel se dejó hacer; las manos de Sam lo alzaron por los muslos haciéndolo sentar en la mesa. Las piernas del ángel lo rodearon por la cintura.

Los labios de Sam bajaron por el cuello de Castiel haciendo que cerrara los ojos y se estremeciera. Acarició la espalda del más alto por encima de su camisa, y las manos del cazador se colaron bajo su camisa arrugada. Las caderas de ambos se mecían en un encuentro acompasado y el ángel soltó un jadeo al sentir la dureza de Sam frotándose en círculos contra la suya.

-Sam, Sam no… espera –lo detuvo apenas cuando las manos del cazador se colaron hasta la cremallera de su pantalón-. Eres mi amigo y…

-Lo entiendo –asintió el más alto-. Es sólo… algo de una noche ¿bien?

-De acuerdo –le sonrió Castiel, y Sam volvió a atacar su cuello. Esta vez le arrancó la camisa, y empezó a besarle los hombros-. Pero no en la cocina…

Sam soltó una risa y lo asió por las piernas; Castiel se sujetó con piernas y brazos, dejando que el cazador lo hiciera girar por la cocina hasta tenerlo contra uno de los muros. Se tomaron su tiempo para besarse allí también, y por el pasillo Sam terminó perdiendo su camiseta y cinturón.

Entraron en la habitación del cazador. Sam, con algo de brusquedad soltó a Cas en la cama y lo empujó por el pecho para que se acomodase. El moreno hizo lo mejor que pudo; mientras el otro ponía algo de música, él se retiró sus pantalones poniéndose de rodillas en la cama. Sam volteó a mirarlo y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

Se inclinó para besarlo. Conforme se iban acomodando en la cama Castiel se ocupó deshacer los pantalones de Sam y de la ropa interior de ambos.

El único pensamiento que tenían en ese momento era que; si la camarera había sido una demonio demente, y Dean era un imbécil que no soportaba a Cas, sólo había algo que se podía hacer.

Castiel movió sus caderas en círculos, sentado a horcajadas sobre las caderas de Sam, cuya erección se frotaba en el trasero del ángel. El cazador llevó un dedo a la entrada del ángel y empezó a prepararlo; pronto fueron dos, y finalmente se lo estuvo follando con tres dedos, abriéndolos un poco en esa estreches tibia. Los ojos azules trabados en los suyos y esas sonrisas bobas producto del alcohol eran reconfortantes.

-¿Estás seguro? –las manos de Sam apretaron las caderas del ángel, retirando los dedos de su interior, cuando éste alineó su entrada con la polla dura del cazador.

-Seguro –asintió Castiel, tomando una respiración profunda antes de descender sobre la erección del cazador-. Ah… mmm… Sam… ah… -se tensó mientras cada centímetro del otro se abría paso en su cuerpo.

-Estás sexy, joder –gimió Sam, sin despegar sus ojos del ángel. Arremetió con un solo movimiento para entrar por completo en Cas, quién se dejó caer con las manos enredadas en el cabello del contrario-. Oh… muy sexy –se retiró despacio y volvió a entrar. Castiel gimió contra su cuello.

Las embestidas fueron tranquilas, cuando Castiel finalmente estuvo acostumbrado se separó un poco de Sam para besarlo y después impulsarse en sus rodillas siguiendo el ritmo de las estocadas de las caderas contrarias. Cada penetración iba directo a su próstata y pronto las piernas le temblaban al igual que los labios. La mano de Sam se ocupó de su erección haciéndolo ver estrellas de placer.

Licor y sexo, era una buena combinación.

La habitación se llenó del sonido de sus cuerpos chocando, y Castiel enarcó la espalda.

-¡Ah, Sam… no te detengas, no pares! ¡Ah! –apretó los dedos de sus pies, sabiendo que el orgasmo se avecinaba.

-¡Castiel! ¡Ah!

La mano de Sam aceleró los movimientos; sus caderas subían y bajaban, las de Castiel describían círculos hacia adelante y hacia atrás. El placer se convirtió en algo insoportable, los movimientos en un frenesí enloquecido. El cazador enarcó la espalda bajo el ángel, su polla se sacudió, corriéndose chorro tras chorro dentro de Castiel; éste tembló, palpitó alrededor de la polla de Sam, y se corrió con un espasmo asombroso manchando el pecho del más alto.

….

Condujo toda la noche sin rumbo fijo. El sol asomaba por el horizonte cuando volvió a búnker. Estacionó a su nena en el garaje y mientras atravesaba la biblioteca rumbo a la cocina sintió un sabor amargo ascender a su boca. Ayer había sido un idiota con Castiel.

Encendió la cafetera y mientras buscaba algo de jugo de naranja en la nevera se preguntó si Cas realmente habría vuelto al cielo. Se sirvió una taza de café pero no la probó; apoyó ambas manos en la mesa y agachó un poco la cabeza cerrando los ojos.

Estaba cansado.

Tantos años de esconder lo que sentía no habían servido para nada. No estaba seguro de cómo manejar el hecho de que amaba a Castiel pero si de algo estaba seguro es que iba a decírselo. Jamás había sido bueno en eso de los sentimientos así que lo primero que se le vino a la cabeza fue pedirle consejo a Sam.

Después de todo la chaqueta de su hermano estaba tirada en el suelo y no habían prendas de chica por allí. Así que suponía que debía haber regresado con esa camarera al búnker y ella ya se había marchado.

Dejó que el café se enfríe un poco y avanzó con pasos algo cansados por el corredor hacia la habitación de su hermano. La puerta estaba semi abierta por lo que no se molestó en tocar. La empujó, notando que de hecho, había alguien en la cama de Sam, cubierto hasta por encima de la cabeza con las mantas.

-Sam… ey, necesito decirte algo. Es sobre Cas… yo… -dijo pero sus palabras murieron en su boca al notar la gabardina de Cas en el suelo. Antes de que pudiera siquiera darle un infarto la puerta se abrió detrás de él. Volteó en redondo-. ¿Sam?

Su hermano menor, con el cabello mojado por la ducha que había tomado, acababa de entrar con una toalla alrededor de la cintura.

-¿Sam?... –preguntó una tercera voz, proveniente de la cama. Dean volvió a mirar en esa dirección, donde Cas había aparecido bajo todas las cobijas, desnudo, con el cabello revuelto y los ojos azules somnolientos.