FLORES Y CALABAZAS

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. La persona que ideó la Magia Hispanii fue Sorg-esp.

Esta historia participa en el reto "Especial: OTP" del "Foro de las Expansiones"


Flores

Mónica

En el futuro…

Recostada sobre su cama, Mónica Vallejo observaba el ramo de tulipanes que le había regalado Juanma López durante el tiempo que estuvo internada en el Hospital Mágico de San Mateo. Reflexionaba sobre los acontecimientos que habían sacudido a su familia durante los últimos meses y esperaba que todo comenzara a mejorar de forma paulatina.

Sus ojos se deslizaron hasta la mesita de noche. Cinco minutos antes, su hermano Darío había entrado en la habitación para llevarle una botella de agua y un montón de revistas de las temáticas más variadas. Mónica le hubiera abrazado con todas sus fuerzas de haber podido, pero aún estaba convaleciente después de ser operada de apendicitis y se sentía un poco débil.

Estaba claro que Darío pretendía congraciarse con todos. Meses atrás, se había escapado de casa para irse a malvivir con unos tipos que supuestamente eran sus amigos y que habían terminado dándole una paliza tremenda cuando se negó a hacer fechorías junto a ellos.

Mónica sabía que todos se habían llevado un buen disgusto, especialmente sus padres. A ella todo el follón le había pillado en Estados Unidos, puesto que había optado por terminar sus estudios de economía en aquel país. Más de una vez quiso volver a casa para apoyar a la familia en unos momentos tan delicados, pero sólo lo hizo después de que Darío diera con sus maltrechos huesos en el hospital.

Las cosas no mejoraron demasiado después de que le dieran el alta. El hermano gemelo de Darío, Ricardo, se negaba a perdonarle por haberse largado de aquella manera y Mónica había presenciado más de una disputa entre ambos. Esperaba que lo que le había pasado a ella hiciera que las cosas cambiaran un poco. Y es que Darío, el rebelde inconsciente, le había salvado la vida.

Cuando Mónica sufrió el ataque de apendicitis, en casa sólo estaban los gemelos y su hermana Sara, quien era demasiado pequeña para tomar las riendas en una crisis como aquella. Ricardo solía dárselas de serio y responsable, pero a la hora de la verdad se había bloqueado y fue Darío el que se ocupó de todo. Incluso se desapareció con ella hasta San Mateo, donde fue debidamente atendida.

Puesto que su madre era sanadora, Mónica estaba acostumbrada a visitar el hospital de vez en cuando, lo cual no significaba que le gustara ni un pelo. En eso había salido a su progenitor, quien no se cortaba un pelo a la hora de decir que odiaba San Mateo. Durante el tiempo que estuvo ingresada, recibió los mejores cuidados y contó con cierto favoritismo por ser hija de quién era, pero había estado deseando volver a casa.

Y allí sí que se encontraba bien. Su cama era muy cómoda, su habitación tenía ese aroma a vainilla que tanto le gustaba y se sentía realmente tranquila y a gusto. En cuanto estuviera un poco más repuesta y se asegurara de que Ricardo y Darío dejaban de tirarse los trastos a la cabeza, sería feliz.

Mónica volvió a mirar los tulipanes. En San Mateo había recibido muchas flores, pero aquellas eran sus preferidas. Eran preciosos y se notaba que habían sido tratados por un profesional de la herbología puesto que se mantenían más frescos que el resto de plantas que le regalaron, pero también la hacían sentir extraña.

Santiago y Rodrigo, también gemelos y también hermanos suyos, estuvieron presentes cuando Juanma le llevó los tulipanes. De forma bastante inteligente señalaron que, siendo el chico herbólogo, lo más normal era que esas flores jaspeadas significaran algo y se tomaron la molestia de investigarlo.

Tienes unos ojos preciosos. Eso significaba el tulipán jaspeado. Ni más ni menos.

Juanma jamás la había piropeado. De hecho, durante buena parte de su adolescencia se habían llevado como el perro y el gato. Se habían peleado tantas veces que Mónica llegó a perder la cuenta. Un día incluso había hecho que a su díscolo enemigo le aparecieran rabo y orejas de conejo. Y, curiosamente, todo mejoró después de aquello. Juanma le ofreció enterrar el hacha de guerra salvando la vida de su mandrágora en clase de Herbología y ella no pudo no aceptar.

Desde entonces su relación se había estrechado y se llevaban bastante bien. Mónica consideraba que era un buen amigo y por eso le sorprendió aquel mensaje oculto en los tulipanes. ¿Era posible que Juanma quisiera algo más que tener un detalle después de su operación?

Nunca había tenido la sensación de que él estuviera interesado en ella de una manera más romántica que amistosa, así que se encontraba bastante sorprendida. Tal vez no había sabido leer a Juanma, aunque en los últimos meses apenas se habían visto, desde que se fue a Estados Unidos.

—Mónica, ¿estás despierta?

Era su madre abriendo la puerta y hablando en susurros. La joven se incorporó un poco y asintió.

—Pasa, mamá.

Isabel entró al dormitorio. Traía entre manos un bonito ramo de lavandas y margaritas blancas.

—Mira lo que acaba de traer un mensajero. Son para ti.

Venían con una tarjeta, pero Mónica supo de quién era antes de leerla.

—¿Y bien? —Inquirió su madre, observándola con curiosidad.

—Son de Juanma —Mónica respondió con naturalidad, aunque algo se le removió por dentro—. También me llevó flores al hospital.

Isabel guardó silencio un instante. A continuación, conjuró un jarrón con agua y colocó el nuevo ramo al lado de los tulipanes.

—Es un detalle muy bonito por su parte.

—Le llamaré para darle las gracias.

Isabel asintió y se dispuso a salir del dormitorio nuevamente.

—Si necesitas algo, sigo abajo.

—Lo sé. Gracias, mamá.

Una vez a solas, Mónica cogió su teléfono móvil y buscó a Juanma entre sus contactos. Sin embargo, antes de pulsar el botón de llamada sintió curiosidad y buscó en Internet el significado de las flores que le había regalado esa vez.

La lavanda significaba devoción. Las margaritas blancas amor puro, tierno e inocente.

El corazón le dio un vuelco cuando comprendió lo que Juanma le quería decir.


—Rafa dice que tenemos pendiente una fiesta. Con todo lo que ha pasado, no hemos podido celebrar tu vuelta a casa.

Mónica puso los ojos en blanco. Aquella tarde se encontraba bastante mejor, aunque no lo suficiente como para abandonar la cama. Irene estaba sentada a su lado, tocándose el pelo compulsivamente. Era algo que hacía desde que se conocieron cuando sólo tenían siete años. Irene fue la primera amiga que hizo en la schola de magia y desde entonces eran inseparables.

—Como si Rafa necesitara motivos para hacer una fiesta.

Comenzaron a reírse. Rafael Aguirre era hijo de unos amigos de sus padres y Mónica también lo conocía desde que eran pequeños. Desde siempre había sido nervioso e inquieto y solía decir que la vida estaba hecha para pasárselo bien. Curiosamente, y pese a lo que pudiera parecer, también era un empollón de mucho cuidado.

—Esta vez tiene razón. Desde que volviste de Estados Unidos no hemos podido ni tomarnos un café, así que ya sabes la que te espera cuando te pongas mejor —E Irene agitó los hombros al tiempo que elevaba la voz ligeramente—. ¡Marcha!

Mónica volvió a reír. La verdad era que había extrañado bastante a sus amigos y le apetecía un montón salir con ellos. Irene adoraba bailar, Rafa se apuntaba a un bombardeo y los demás eran muy divertidos.

—Veo que tienes colección de floripondios —Irene señaló con un gesto los jarrones que adornaban el escritorio.

Mónica se mordió el labio inferior. Había pasado mucho tiempo dándole vueltas al asunto de las flores. Pese a sentirse ligeramente aturdida, llamó a Juanma para darle las gracias por el detalle. Él no se había comportado de forma extraña y sólo por eso pensó que en realidad no estaba interesado en ella.

—Son de Juanma.

—¿López? —A Irene nunca le cayó en gracia su compañero y eso se le notaba—. ¿Y por qué te manda flores ése?

—Pues porque somos amigos, ya sabes.

—He ahí uno de los grandes misterios de la naturaleza.

—Juanma es un buen tío.

—López es un cretino. ¿O ya no te acuerdas de todas las veces que se metió contigo?

Habían tenido esa misma conversación en varias ocasiones y nunca sacaban nada en claro. Aunque se llevara bien con Juanma, no compartían círculo de amistades y por ese motivo Irene no tenía forma de saber cómo era en realidad.

—Era un crío. Después del incidente de las orejas de conejo, empezó a ser más simpático. Aprobé Herbología gracias a él, ¿o tienes memoria selectiva?

Irene puso morritos. Todas las conversaciones anteriores solían terminar en ese punto, cuando nadie podía rebatir que, efectivamente, López se había portado bien con ella.

—Pues sigo sin entender por qué te manda flores.

—Creo que quiere decirme algo.

—¿Algo como qué?

Mónica sabía que podía contarle cualquier cosa. Aunque Juanma le cayera fatal, jamás traicionaría la confianza existente entre ambas y por eso le habló de sus sospechas.

—Que le gusto.

La cara de Irene fue un poema.

—No me mires así.

—¿Cómo quieres que te mire después de lo que me has dicho?

—Como si no se estuviera acabando el mundo.

—Le gustas a Juanma López, Moni. Sí que se está acabando el mundo.

Tuvo que soltar un bufido. Mira que era exagerada.

—Te repito que es un buen tipo.

—No me digas que también te gusta.

No tenía dudas al respecto. Negó con la cabeza e Irene suspiró aliviada.

—Pues menos mal, tía. Ya me estaba preocupando.

—No seas así, Irene. No quiero que Juanma…

—Ya —La interrumpió con cierta frescura, acomodando mejor el cojín que tenía en la espalda—. Yo tampoco querría que me dijera nada.

—Tampoco es eso.

—¿Qué es, entonces?

Juanma era un buen tipo, sí. Le caía bien y le tenía cariño, eso también. Y por eso le preocupaba tanto el hecho de gustarle.

—No quiero que lo pase mal.

Irene alzó las cejas como si no comprendiera sus tribulaciones. De hecho, parecía encontrarlas absurdas. Pero no lo eran.

—Eso no está en tus manos, Moni. No creo que López tenga narices para declararse, si es que le gustas en realidad, pero si lo hiciera y tú le rechazaras, no sería tu culpa. Si no te gusta, no puedes hacer nada.

Mónica asintió. Su amiga tenía razón, pero no podía dejar de preocuparse por Juanma. Ojalá las flores no significaran nada. Ojalá nunca tuviera que romperle el corazón a nadie.

—Es verdad —Fijó la vista en los tulipanes y suspiró. Seguidamente su actitud cambió cuando encaró a Irene—. Ni se te ocurra decírselo a nadie. No quiero que os metáis con él.

—¡Ey! ¿Te crees que tenemos trece años? Ya somos mayorcitos para reírnos de ese imbécil.

—Hablo en serio.

—¡Qué sí, mujer! —Irene le pasó un brazo por los hombros y la achuchó un poco—. Y tú ponte buena pronto, anda. Necesitamos marcha.

Mónica asintió. Ella también necesitaba desconectar y pasárselo bien. Ya tenía suficientes problemas encima como para añadir alguno más a la ecuación.


Dos días después, el ramo fue de camelias blancas, rojas y rosas. Amor puro, admiración y anhelo.

Una semana más tarde, fueron claveles rojos. Corazón que suspira.

Mónica ya no tenía dudas. Si unos días antes deseaba que Juanma jamás le confesara sus sentimientos, a esas alturas de la historia quería aclarar las cosas con él. Y puesto que se encontraba muchísimo mejor y ya era capaz de llevar una vida prácticamente normal, esa mañana se puso ropa cómoda y fue al barrio mágico de Madrid para visitar la tienda de su amigo.

Aún no sabía cómo enfocaría la conversación, pero iba decidida a aclarar las cosas de una vez. Juanma no podía seguir haciéndose falsas ilusiones. Debía comprender que sólo quería ser amiga suya. Aunque doliera, la verdad siempre era mejor que cualquier mentira, incluyendo las piadosas.

Juanma había alquilado un local que se había pasado muchísimos años en desuso. Había convertido un agujero inmundo en un lugar lleno de vida en el que las plantas de toda clase y condición crecían sanas y hermosas. El brujo tenía un talento innato para aquellos menesteres y además disfrutaba como un niño con su trabajo.

Cuando Mónica entró en la tienda no había nadie detrás del mostrador. Por suerte o por desgracia, Juanma no tardó en aparecer. Traía puesta una bata blanca manchada de tierra y venía despeinado, como si se hubiera estado peleando con un sauce boxeador.

Era un tipo normal y corriente. Ni muy alto ni muy bajo. Ni muy guapo ni muy feo. Tenía el pelo y los ojos oscuros y la nariz un tanto achatada. Lucía bastante desaliñado y Mónica pensó que seguramente muchas chicas encontrarían eso adorable, pero ella no. Pareció sorprendido al verla y le sonrió. Incluso cuando se comportó como un imbécil, encontró esa sonrisa muy bonita.

—Hola, Mónica —Su voz sonó bastante normal, como si no le hubiera estado mandando flores. Aunque también se puso un poco colorado—. ¡Ya estás mejor! Me alegro mucho.

—Sí, gracias. Hoy es el primer día que me dejan salir sola —Se acercó al mostrador y notó cómo le rehuía la mirada—. Quería darte las gracias por las flores y…

Antes de que pudiera añadir nada más, Juanma la interrumpió. Se llevó una mano a la cabeza y se la frotó, logrando que sus pelos quedaran aún más desastrosos.

—¡Oh, eso! No ha sido nada.

—Yo creo que sí.

Era evidente que Juanma la había entendido. Se quedó muy quieto un instante, hasta que dio dos pasos a su derecha y carraspeó de forma un tanto exagerada.

—¿De verdad estás bien? Tengo refrescos si quieres. O agua. Y puedo traer unas sillas…

—Juanma.

—También tengo algo para picar por si tienes hambre y…

—Juanma. Tenemos que hablar.

Le vio apretar los dientes y escuchó su suspiro resignado. Se acercó al mostrador y apoyó ambas manos sobre su superficie. Se le notaba nervioso y Mónica esperaba poder encontrar las palabras adecuadas pero, ¿cómo rechazarle sin ser hiriente?

—¿Te gustaron las flores?

—Son muy bonitas.

—¿Sabes lo que significan?

Mónica asintió. Juanma se puso aún más rojo y volvió a apartar la vista para no mirarla.

—Entonces… No hay mucho que decir. Supongo que debí decírtelo a la cara, pero yo… Nunca he sabido… —Un nuevo carraspeo. A Mónica le pareció que estaba absolutamente indefenso en esa situación y le dio mucha pena—. Las palabras no son lo mío y pensé… Bueno, pensé que con las flores podría… Ya sabes.

Llegaba la parte más difícil. Estaba claro lo que Juanma intentaba decirle y por un instante se quedó bloqueada. Le hubiera gustado compartir sus sentimientos, pero no era así. Sólo lo veía como a un buen amigo.

—Juanma, yo…

No necesitó decir más. Mónica fue plenamente consciente del momento en que las esperanzas del chico se vinieron abajo. Su rostro, que hasta un instante antes mantuvo una sonrisa nerviosa, se quedó serio. Incluso se puso pálido. Y la expresión de sus ojos experimentó un cambio radical: se llenó de desolación.

—Lo siento mucho.

—Ya —Su voz fue apenas un murmullo. Acertó a mirarla, rojo como la grana e incluso un poco tembloroso y volvió a carraspear—. Entiendo.

—Eres mi amigo y…

—No pasa nada —Dio dos pasos atrás y fingió que consultaba la hora—. Perdona, Mónica. Tengo que hacer… Cosas.

Estaba claro que quería librarse de ella y le pareció bien. Acababa de llevarse un buen chasco y cualquiera en su situación necesitaría intimidad.

—Te llamaré luego, ¿vale?

Sólo para asegurarse de que estuviera bien. Nada más.

—Claro, claro —Otro carraspeo—. Me alegra que estés bien, en serio.

Mónica asintió y abandonó la tienda sin decir nada más. Cuando la puerta se cerró a su espalda, comprendió que romperle el corazón a alguien era peor de lo que se había imaginado.


Mónica Vallejo y Juanma López son dos personajes que a tiempo real ni siquiera existen. Sus padres suelen aparecer en mis fics bastante a menudo y una de ellas, Isabel Fernández de Lama, es creación de Sorg-esp. En breve subiré la segunda parte, aunque no creo que sea hoy.