Las formas de pronunciarlo.

1.

Todo cambió cuando estuvieron solos en su habitación. Los augurios que había hecho para la ocasión rehuyeron al cerrarse la puerta. Las palabras ensayadas frente al espejo; el idealismo de libertad. Todo se disipó. Quedó aislado en un sitio intempestivo: en el ruido estridente del recuerdo, los golpes contra el casillero, las canciones como un eco en los pasillos, los insultos, lo contraataques clarividentes (sarcasmo aristocrático) pero sobre todo en el choque (el choque que irónicamente había conjurado ese encuentro), el sonido de la saliva impactándose en ese primer beso impuesto e imperfecto.

Kurt pensó en invitarle a sentarse, en ofrecerle algo de beber. En cambio se le aproximó con lentitud curiosa, se le quedó mirando mucho, con esa intensidad que en sus ojos mediáticos no era descarada ni prosaica, más bien desmedidamente sincera: Estaba alucinado con los detalles.

En el sosiego sin precedentes, en su territorio y sin granizado en la cara, Dave era otra cosa. Otra cosa grande y asustada. Desarmada. Tenía las manos en los bolsillos de su chaqueta, los pies demasiado juntos. Sus movimientos eran hoscos como los de un animal y tenía una mirada pequeña, inesperadamente expresiva.

-¿Te puedo pedir un favor?

Dave parpadeo siendo arrastrado fuera de la inspección asidua que le hacía a la habitación irritablemente híbrida de Kurt. Lo miró: Kurt tenía las manos detrás de la espalda y una sonrisa inexplicable, una de esas que apenas se ven, pero se sienten vibrantes bajo el cuerpo. Sus rasgos eran casi perfectos como de costumbre, sus movimientos tenían una evolución insospechada… Hizo girar los ojos sin poder evitar pensar en lo ridículo que era estar ahí parado. No tenía la más remota intención de causarle daño y sin embargo le sorprendía con la misma fuerza la ingenuidad de Kurt. ¿No tenía miedo? Estaban solos y él era dos veces más grande que él. La gente cuerda sabía reconocer los límites del riesgo, Kurt definitivamente no. ¿Es mucho decir que Dave pensaba que Kurt estaba absoluta y aterradoramente chiflado?

-Ya me disculpé.-repuso Dave secamente, dándole otra vuelta violenta a sus candados internos, como para asegurarse de que Kurt, con su locura, no pudiera traspasarlo.

-No te llamé por eso.

Dave entornó los ojos, lo sabía. Kurt no era rencoroso, Kurt era limpio y directo, y solamente quería ayudarlo. Frunció el ceño deseando que se lo dejara de restregar en la cara, que dejara de aclararle sin malicia que era muchísimo mejor ser humano que él. Bufó como un toro, un hondo sentimiento de frustración invadió su cuerpo.

Se quería largar.

-Yo sé leer a la gente.-estableció Kurt rompiendo (sólo un poco, poquito) la tensión del ambiente, con una desenvoltura que en su voz traslúcida pisoteaba interminablemente lo establecido.-¿Me tienes confianza?-La mueca de Dave se acentuó febrilmente.-Di mi nombre.-solicitó en voz baja.

Dave sintió como la incomodidad era reemplazada hábilmente por mordiente irritación. La proposición era absurda y desorbitadamente presuntuosa. Pero también, y lo peor, una intuición acertada. Una provocación. O no. Sacudió la cabeza como un perro. Con Kurt todo podía llegar a ser abismalmente confuso.

No pronunció su nombre, por supuesto, pero parecía (no estaba seguro) estarlo pensando insaciablemente, no en ese momento, antes (Su nombre. Kurt. Su nombre completo. Kurt Hummel.) No desde que entro a la habitación, desde... Se quedó sin aliento. Se vio expuesto. Sintió que Kurt se inmiscuía a través de él con mayor destreza de la que imaginó. No pudo hacer nada el respecto, ni siquiera gritarle que dejara de ser tan condenadamente arrogante.

Kurt le observó atentamente la desolación, la rabia contra su consciente pedantería. Se mordió despacio el labio inferior. Sabía que no decirlo era exactamente lo mismo que gritarlo. Pero gritar un nombre... un nombre se podía gritar de muchísimas maneras.

Temió empeorar las cosas.

-Detente. Sé que soy soberbio. Para.-se apresuró a decir.

Se miraron a los ojos, llanamente, por primera vez, y Dave notó como su corazón comenzaba a bombear estrepitosamente un miedo feroz. Por un momento no supo qué hacer. Afortunadamente para él, el miedo siempre había sido su incentivo por excelencia. El incentivo de su desenfreno. Se acercó sin meditarlo, con fuerza, lo agarró por la mascada violentamente, pero con la punta de los dedos (pero titiritando) pero con un ímpetu precavido y vaporoso que rara vez empleaba; un ímpetu de advertencia.

-Deja de creer que me conoces tan bien, que puedes ver a través de mí. Sólo compartimos un detalle.-la mandíbula a punto de estallarle a causa de la presión.

Kurt no se inmutó demasiado, recordó la vez que lo había despojado del adorno de los novios; cuando su dedo rodó por su pecho sin mayores explicaciones. No obstante, aquello era distinto. Lo sintió temeroso y un poco desencadenado de sus murallas, atravesando delicadamente la pared gruesa que los separaba, que era transparente y siempre les había invitado a mirarse pues tenía las cualidades de un espejo. También tenía miedo, pero los miedos que Kurt sufría eran mucho más genuinos y sutiles: palideció ligeramente.

-El detalle implica demasiadas cosas, Karofsky.

Dave exhaló una embriaguez de rabia sobre su cara y Kurt se estremeció de horror. Cerró los ojos. Sumergido en la oscuridad y sin esperarlo precisamente se imaginaba la sensación de un puño contra su rostro, la sangre corriendo sobre sus labios o sus labios siendo asaltados de nuevo. Era un riesgo inminente, no del momento, sino de todos los días: Una reacción inmediata a su excéntrica existencia. Siempre estaba a la deriva por razones obvias, desnudo ante el mundo y sus amenazas, pero más de uno debía saber que Kurt se había hecho exento, había aprendido a vivir sin pronósticos, en el seno de la incertidumbre misma sin entrar precisamente en pánico. Ésa era su aliciente, ésa era la cúspide de su lucidez demencial, su atractivo correspondiente. Exótico y singular.

Dave se planteó las opciones, dedujo sus agallas y al hacerlo quedó totalmente alucinado, profundamente admirado. Kurt Hummel. Joder. Como lo detestaba...

Tanto que hizo un trazo perfecto con la mirada, indagación inicua sobre sus rasgos afinados, sus bordes suaves, la confección delicada de su piel, sutilmente aniñada. Pero sobre todo encima del rubor descomunal de las mejillas en esa palidez de muerto.

Contradicción.

De haber sido un poco menos escéptico habría sido dominado por su autenticidad difícil, por su mutabilidad en los inviernos fríos, por su coacción con el resto de las miradas; habría caído de rodillas muerto de deseo. Pero como para él no era posible que alguien tuviese las mejillas de aquel tono si no era través de medios artificiales, enloqueció de ira; lo aborreció aún más, si era posible, con el arrullo con el que no chillaba de necesidad su nombre.

-¿Me tienes miedo?- dijo entre dientes.

Kurt hizo un mohín de incomprensión, una línea muy delgada apareció entre sus gruesas cejas. Negó despacio, se contuvo ante la posibilidad de desmayarse, comenzó a temblar tenuemente. No abrió los ojos.

-No.

Dave se impacientó Téneme miedo, Hummel, tiró ligeramente de su mascada y para Kurt fue demasiado. Estuvo a punto de trastabillar, tragó saliva sonoramente.

-Yo sé lo que piensas. Que me regodeo ante todos de mi forma de vida, pero la sufro inmensamente por dentro.-dijo abriendo los ojos. Tan cerca.-No es más fácil vivir a tu modo, te lo aseguro.

Y sí, ambos estamos muy jodidos.

Dave se quedó anonado. Su mirada se transformó. El odio a su extravagancia, a su valentía descarada, a la reconciliación consigo mismo por fin alcanzó los confines de su confidencia. Soltó la mascada y extendió la mano en dirección a su rostro...

Iba a arrancarle el maquillaje de mujer, iba a golpearlo, iba a violarlo..., iba a acariciarlo por comprenderlo como nadie más lo había comprendido. Iba a confundirlo para arrancarse su confusión. Kurt suspiró a la anticipación y su aliento cremoso, tóxico de voz tóxica, remojó la palma de su mano extendida. Los dedos de Dave se adormecieron junto con sus labios al contacto de la espesura. Una presión de sangre trepó hasta la punta de su pene y en su mente el odio y la confidencia y el deseo se volvieron una sola cosa.

Sí. No.

El aire de la habitación mutó, sus olores se entremezclaron en un suplicio anémico, cáustico de entendimiento mutuo, de confusión mutua.

-Creo que no es buena idea.-susurró Kurt, pero no se movió ni un ápice y temblaba, cómo temblaba. El temblor deformaba sus ojos. No sabía qué estaba pasando exactamente con él, pero lo que fuera estaba excediéndolo de forma dramática.

-Kurt.-susurró finalmente Dave, Cállate. Y en su voz su nombre tuvo una resonancia totalmente distinta. Impactó en las paredes despiadadamente, volvió a los oídos de Kurt a dislocarlo, a sorprenderlo, a sumirlo en la incertidumbre que él pensó ya había inhibido.

No me lastimes, pero no lo dijo, aguardó el contacto serenamente (ésa valentía de mierda), estando seguro que todo terminaría con ello, que el rumbo de su relación se definiría en ese instante. Él colapsaría y Dave colapsaría. Con suerte ambos. Rogando porque así fuese. Que el tiempo se detuviera.

Ya estaban a escasos momentos del contacto, sus respiraciones desquiciadas, una sobre la otra, sintiendo previamente el calor de la piel contra la piel. Pero entonces una orden improcedente, enérgica y venenosa se hizo y el tiempo volvió a sus carriles, el tiempo desbocado, presa del furor de la casualidad.

-Aléjate de él.

.

Continuará.