Título: Désole
Claim: Francia/Reino Unido
Prompt: Número equivocado
Extensión: 483
Advertencia: Uso de nombres humanos. Francis Bonnefoy para Francia. Arthur para Reino Unido. Malas palabras por parte del segundo.
Notitas: Désole en francés significa "Lo siento". Mister y monsieur significan "señor" en inglés y francés, respectivamente. Y el Alô es la expresión de "¿Diga?" en francés. La antigua jefa es Margaret Tatcher.
También... que es mi primer drabble/fanfic/cosa de estos dos juntos. Y me ha salido de pena.


El primer intento fue titubeante.

Alô? —preguntó una voz grave y ronca, tan poco parecida a la de ese individuo.

—¿Está mister Bonnefoy?

No, no se atrevía a decir Francia en compañía de humanos normales y corrientes. Era una de las pocas cosas en todo el mundo que realmente le incomodaba.

Désole. Creo que se ha equivocado de número.

—Lo siento, lo siento muchísimo. Discúlpeme —dijo rápidamente, colgando con el corazón desbocado, las mejillas a rebosar de vergüenza. Volvió a abrir la libreta de los números de países, a su lado la de las embajadas correspondientes en Londres, todos con más cifras de las que desearía.

No, no podía ser.

Su letra era clara, y los números estaban bien marcados. Se mordió el labio inferior, pensativo.


El segundo intento fue horrible.

De manera casi maníaca marcó número tras número en el teléfono que le regaló de manera imperativa la antigua jefa para que regalara su teléfono decimonónico a algún museo.

Tres pitidos y la misma voz —¡inconcebible!— volvió a pronunciar esa palabra que empezaba a dejarle una sensación molesta, muy molesta.

Alô?

—¿Se encuentra en casa mister Francis Bonnefoy?

—¿No llamó usted hace tres días, preguntando por el mismo hombre? Creo que se equivoca...

—Yo creo que no. He marcado el teléfono que se encuentra en mi agenda, y hace más de treinta años que utiliza el mismo.

—Las costumbres son susceptibles de cambio, señor —gruñó la voz, exasperada—. Y se lo repito: se ha equivocado.

Pip, pip, pip.

Arthur se dejó caer en el sillón, confundidísimo.


El tercer intento fue el de las medidas drásticas.

Harto de no recibir respuestas, decidió cruzar el canal y llegar con un taxi hasta los mismísimos Campos Elíseos. Se quedó en el otro lado de la calle que daba a la verja, y con los prismáticos en mano llamó desde su teléfono móvil.

Y vio una figura que conocía demasiado caminando con suma indolencia hasta allí.

—¡Será cabrón! —Exclamó sin poder evitarlo.

Alô? —Pudo ver incluso cómo movía la nuez de la garganta para fingir la voz.

«Continuaremos su broma pesada, pues».

—¿Está monsieur Francis Bonnefoy?

«Ese monsieur», pensó, «lo he pronunciado de pena.»

—Ah, es usted, el de ayer. Ya le dije que no...

—Entonces —cortó abruptamente—, tengo un mensaje para usted, querido señor. Dice así: «Como no me llames para preguntarme cuándo establecemos la siguiente reunión de la Unión Europea va a ir a mi casa de Londres tu madre, Francis. Ah, es verdad. Que no la tienes.».

Oh, notaba cómo le empalidecía la piel y empezaba a sudar y a mirar a todos lados.

La venganza empezaba a servirse bien, bien fría.

—Y dígale también que salga a recibirme a la puerta de su casa, y ya, que empieza a llover.