Disclaimer: Nada del universo de Mononoke me pertenece. No gano dinero con este fic.
N. de A: Bien, se lo que dije acerca de no escribir más sobre este fandom pero mientras trabajaba en otro proyecto esta idea vino a mi y me pareció cruel negarle la existencia. Así que esto es un gustillo.
Los Kitsunes pueden hacer aparecer esferas blancas redondas o de forma similar a la cebolla, llamadas hoshi no tama ("Esferas de estrella"). Algunas historias las identifican como joyas o perlas mágicas.
Los pueblos se sucedían unos a otros en un continuo anónimo para Odajima. Ya había dejado de aprenderse los nombres, juzgándolo como un gasto cognitivo innecesario, puesto que la mayoría de las veces solo se hospedaban un día en el lugar para reemprender la marcha al siguiente. Las ocasiones en que se demoraban más se relacionaban o bien con una contingencia climática o con la necesidad de vender parte de los suministros del mercader para generar dinero y así proseguir el viaje.
En esos momentos se encontraban en la residencia de una familia que, a juzgar por la dimensión del hogar y los coloridos tapices que decoraban las paredes, alguna vez había sido acaudalada. Sin embargo, la situación social y financiera del país se reflejaba en la decadencia de un gran número de familias pudientes y ésta no era la excepción, por lo que el jefe del clan procuraba regatear con ferocidad hasta el último de los elementos que su compañero procuraba venderle.
Cuando situaciones así se producían Odajima prefería mantenerse al margen. No solo confiaba plenamente en las capacidades del boticario para negociar sino que tenía otro propósito que lo motivaba a no entrometerse. En ese lapso de tiempo en que el otro estaba entretenido, podía admirarlo a sus anchas.
Desde que habían intimado por primera vez, Odajima no podía evitar verlo con otros ojos. Si bien siempre le había parecido agradable a la vista, solo en la actualidad podía dar cuenta de lo verdaderamente atractivo que era. Pensaba en él como una alquimia de fortaleza masculina, gracia femenina y crudeza animal. Era fuerte y decidido como un guerrero, su vestimenta, pintura y movimientos poseían la elegancia de una geisha y sus características de Kitsune, sus orejas y fauces de algún modo, en lugar de restarle belleza no hacían más que acentuarla.
De este modo, mientras Kusuriuri hablaba con estudiada pericia acerca de las propiedades diuréticas del topacio, él permitía que su vista viajara por los distintos puntos de interés que había ido seleccionando a lo largo de su viaje. Siempre optaba por el mismo camino. Al observarlo de perfíl, le agradaba seguir el puente de su naríz pintado de carmesí, detenerse un momento en la curvatura morada que componía la eterna sonrisa de sus labios, continuar por la infinita linea blanca de su cuello y perderse en aquel trozo de piel que la exagerada caída del cuello de su kimono ofrecía a cualquiera que quisiera echar un vistazo. Ese pequeño trozo de piel blanca siempre hacía que tuviera dificultades para levantarse cada vez que las negociaciones finalizaban.
"Odajima-sama"
Esa insignificante porción de piel, hablaba de una vulnerabilidad que no existía, permitía fantasear acerca de una suavidad engañosa y de deseos prohibidos.
"Odajima-sama"
Si uno no se andaba con cuidado podría fácilmente perderse ahí para jamás regresar.
"Odajima-sama"
El samurai fué traído a la realidad por la voz de su compañero.
"Nos vamos" . Kusuriuri lo observaba divertido. Evidentemente las negociaciones habían terminado hacía unos minutos y él continuaba en la misma posición.
"Ah, si". Odajima se puso de pie con dificultad maldiciendo internamente a su compañero y al dichoso cuello de su kimono.
Una vez lejos de la residencia, ya bordeando el camino que los llevaría a la posada donde pasarían la noche, el boticario se permitió hablar.
"No comprendo por qué estás tan distraído últimamente"
Como si no lo supiera. Pensó el guerrero indignado. Por supuesto, que su distracción se debía a su maldítamente seductora presencia. Pero claro, el fingía no darse por enterado.
"¡OYE, TÚ..!" Había comenzado a hablar pero se contuvo justo a tiempo.
¿Qué iba a decirle?
Si le decía la verdad, lo tomaría por un tonto. No era una jovencita enamorada. Le demostraría que era perfectamente capaz de controlar sus impulsos. Así que simplemente se limitó a tomarlo por los hombros y a ajustarle de un tirón el kimono de modo que la porción de piel ya no fuera su perdición.
Si, así estaba mejor.
Satisfecho consigo mismo, caminó resuelto delante de un consternado boticario quien quedó de pie en el camino procurando darle sentido a lo que acababa de pasar.
