Disclaimer: Junjou Romantica y todos sus personajes pertenecen a sus respectivos autores.
Era así, resistente, hiriente, quemante, el hielo.
Lo vio caer en el vaso, esa tarde de verano, después de un largo día de clases, recordando en l confusión los eventos del día. Los cubos de hielo tocaron el agua, la refrescante solicitud de auxilio no se hizo esperar; fuera en la cocina, fuera en el cubículo de la universidad, fuera en el área denominada como "cafetería" por el personal del hospital, tal vez habría escuchado, si él estuviera depositando los hielos en el vaso, se habría detenido, probablemente no, era un día cansado, eso era todo. El hielo volverá a ser agua, es natural, por qué pensar en absurdos, no sienten, y si lo hicieran, no es acaso su función.
Las grietas aparecieron a una velocidad, que le pareció, impresionante. Desvió la vista hacia la calle, un vaso con agua era la cereza del pastel, lo último para hacer un día agotador o tal vez, solo tal vez, coronar una serie de días; pero él no estaba a cargo, "¿qué desea ordenar, señor?", desde cuando esa costumbre se escapó de la cómoda y segura rutina. Miró a su acompañante a los ojos, o eso pretendía, no encontró la mirada depositada en él, en el vaso con agua o en la amable mujer joven que les atendía. Los ojos de su acompañante se deslizaban en una mirada que parecía acariciar el pavimento, él estaba cómodo, seguro, tranquilo y estable.
Desde cuando los restaurantes de comida extranjera, más maquillados que aquellos restaurantes familiares del principio, se convirtieron en la rutina. Los comensales habituales, las vistas habituales, las calles, vasos con agua que desquebrajan hielos.
En cualquier caso como aquel, sin duda; era el tercer hielo que caía en aquel que sería su vaso, necesitaba un hielo más para irse de aquel lugar que le resultaba ajeno y añejo, y no era un queso.
"Gracias", sostuvo su mano, casi por inercia busco la respuesta, miro en su rostro, encontró sus ojos azules sorprendidos y hermosamente brillantes, más brillantes que el reflejo del agua. El cabello castaño se deslizo suavemente en los pliegues del hombro. Por un momento se olvidó de los hielos o tal vez más que antes, pensó en los hielos.
Aquella respiración era la misma, no tenía cambio alguno, el brillo azul sería a causa de las luces y el vaso de agua en la mesa, los hielos, ya eran tres hielos en su vaso.
Por qué el hielo se desquebrajaba cuando flotaba en el agua, la estela blanca que dejaba al tratar de escapar, al defenderse de aquel calor, lo estaba matando, no era un cambio de estado, no pasaría a ser liquido sabiéndose hielo, era hielo, era frío, quemante, hiriente, era sólido… había sido solido hasta que un restaurante extranjero pensó en usar agua al tiempo en días de verano.
No era un grito de auxilio, no era necesaria la asistencia, era un hecho natural, el hielo dejaría de ser, el vaso sería refrescante, sería visible a todos, tan evidente como lucían las gotas en el vaso de su acompañante.
No había soltado su mano, era tersa como recién salida de un tratamiento humectante. Aquellos ojos de cielo despejado al medio día ya no estaban sorprendidos, no habían pasado por el temor ni se habían deslizado hacia el desprecio, eran inmutablemente indiferentes, como el agua que no parecía tener intensión de acelerar el cambio en su vaso.
Quería detenerlo, pero él no era más que un cubo de hielo echado a su suerte. Y lo sabía, que el azul del cielo era lo que más había amado, era su cielo y hasta encontrar el medio día despejado en un día de verano, Nowaki tenía el mar en el nombre, la intensidad azul escapaba por sus ojos, el cielo en cambio tenía la suavidad de un spa.
