Aquí está el capítulo mejorado, me tomó poco tiempo, solo cambié las palabras esas... ¡Qué vergüenza!

Estos personajes no me pertenecen ni intento utilizarlos con intención de copiar nada. Son propiedad de Nintendo.


YO NO DIRÍA QUE ES UN PROBLEMA

Dentro de este bar de ambiente, la música penetra con fuerza mis oídos y me molesta un buen rato, pero me da igual que el volumen esté tan alto que hasta me duelan los tímpanos y el suelo tiemble. Ahora mismo lo único que quiero es beber hasta que no me acuerde ni de mi nombre ni de si estoy en pelotas o no.

Cojo el vaso cilíndrico de whisky con hielo y hago un movimiento circular con la muñeca para que el licor se enfríe con el hielo. Lo acerco a mis labios y bebo un buen trago, notando como baja por mi garganta y me quema, pero me da igual. No debería estar bebiendo, la semana que viene tengo un examen, pero también me da igual.

Me pongo el baso medio vacío en la frente para notar el frío hielo, intentando que la cabeza deje de latir.

Quizá debería dejar de pagar el agua y la luz unos cuantos meses para pagarme un psicólogo.

- ¿Pero qué dices…?

- Pues eso, que como hombre solo te interesa una cosa. – Dijo la morena cerrando los ojos y mirando hacia otro lado.

- A ver, no es que me interese solo una cosa, pero… es importante.

- ¡Claro! ¿¡El sexo es importante!

Me notaba sonrojado. Mucho. Todos en el bar me miraban como si fuera un pervertido. Tal vez lo sea pero… diablos, no hacía falta mirarme tan detenidamente, no es culpa mía.

- ¿Podemos hablar fuera? ¿O me has invitado a comer para esto?

- Tal vez lo haya hecho. – Susurró mi ex-novia mirándome de reojo mientras se levantaba. - ¡La cuenta, por favor! – Y me volvió a mirar.

"Será tacaña", pensé.

Estaba segurísimo que lo hizo sabiendo la exagerada timidez que tengo.

Pagué y salí corriendo del bar hasta la otra punta de la calle, aunque en cierto modo, tal vez también hubieran escuchado el grito de mi novia de ojos verdes.

Ilia salió del bar y me indicó que la siguiera, caminando directamente hacia el parque donde tuvimos nuestra primera cita, cuando nos conocimos, gracias a Mido, un amigo mío de la Universidad. Ah… si las chicas me tomaran en serio desde un principio esto no pasaría.

Recuerdo que caminaba nervioso de un lado para otro entre las sobras de los árboles, en un lugar solitario sin el ruido de los niños, que estaban aun en el colegio. Los rayos de sol se filtraban entre las hojas y de vez en cuando me daba en mis ojos azules, dándome una sensación de calor si los cerraba. Si no los cerraba me quedaba ciego por unos segundos, viendo figuras oscuras por doquier. Terrorífico.

Me había limitado a jugar con una mariquita, amarilla y negra, que caminaba tranquilamente por mi mano porque… ¿quién no se ha liado a jugar con una mariquita alguna vez?

Estaba pasando la mariquita entre mis dedos, sentado en la arena y la espalda apoyada en un árbol muy grueso y grandes raíces, cuando aparecieron ante mí unos zapatitos azules de unos pies muy pequeños. Poco a poco, fui subiendo la mirada hasta la cara de la chica. Era morena y tenía los ojos verdes, con una sonrisa en la cara de oreja a oreja. Llevaba puesto un vestido azul cielo con lo que parecían capas u olas del mar o… lo que fuera, llevaba un vestido de tirantes azul.

Me levanté y agité la mano para que la mariquita se fuera, pero no se despegaba de mi mano, así que tuve que darle un empujoncito con el dedo índice y el pulgar…

- Hola. – Dijo con una sonrisa.

- Ho-Hola. – Dije con la mano en la nuca. ¿Qué? Soy muy tímido, aunque no lo parezca.

- Eres Link, ¿no? ¿Vamos? – Puso el pequeño bolso azul delante junto con los dos brazos.

- O-O.K. Por cierto, eres Ilia, ¿no?

- Sí.

Caminando por el solitario parque, no pude evitar darme cuenta de que… iba toda vestida de azul, y que le sacaba una cabeza de altura.

Y yo, con las manos en los bolsillos de mis tejanos oscuros tirando a negro y una camisa con botones de color verde, miraba hacia al cielo, azul y despejado.

- Y bueno… dime, ¿cuál es tu color favorito? – Dijo con los brazos detrás, caminando sin doblar las rodillas.

- El verde… ¿y el tuyo?

- ¡También! Pero… no lo habrás dicho por mis ojos, ¿no…?

- En realidad, no.

- Ah… - Dijo mirando al suelo. – Y… ¿tu comida favorita?

- Mmm… - Puse la mano izquierda en mi barbilla. – Los espaguetis n.n. Me vuelven loquísimo.

- ¡Es mi comida también! – Dijo dando palmadas.

- Ah… ¿te gustan los animales?

- No, los aborrezco. – Dijo mientras hacía una mueca.

- ¿Los… aborreces…?

- Síp ^_^ - ¡Y lo dijo tan así, tan ligera!

- Bueno, no pasa nada…

Seguimos caminando por el parque, dando vueltas de un lado para otro sin salir de aquel jardín tan grande. Mis manos seguían en mis bolsillos, y la mirada de la chica hacia el suelo.

- ¿Podemos sentarnos? – Dije. – Hay un banco ahí.

- Claro n.n

- O.K. – Me sonrojé y nos sentamos en el banco.

- Te sonrojas muy a menudo. – Dijo la chica.

- S-Sí. Es que soy bastante tímido.

- ¡Que mono!

- Eso no ayuda… - Susurré.

- ¿Qué?

- Nada, nada… ¿Cuántos años tienes? Pareces muy joven.

- Gracias, tengo veintitrés, ¿tú?

- Ventidos.

- ¿Eres más joven?

- Tú tienes veintitrés… yo veintidós… síp, yo diría soy más joven. ¿Tienes algún problema con eso…?

- ¡No, que va!

- O.K…

Cuando nos sentamos, Ilia puso sus manos en las rodillas, con el bolso entre ellas. Yo apoyé los codos en el respaldo del banco de madera y escuché un suspiro de ella.

- Oye… puesto que es una cita para conocernos… - Comenzó ella. - ¿Te puedo hacer una pregunta muy, pero que muy personal?

- ¡Claro! – "Veré si puedo responderla luego…", pensé. – Seguro que no es tan personal.

- Bueno, tú… eres…

- ¿Sí…?

- ¿Virgen?

- o/O. Vale, sí que era personal.

- ¡Lo siento, lo siento! – Exclamó.

- Tran-tranquila… - Tartamudeé. – No… no lo soy.

- ¿¡En serio!

- S-Sí.

- Bueno, yo tampoco. Estamos a la par.

- Y-Ya… - Aun no me recuperaba del shock. Sinceramente, creía que de mis puntiagudas orejas iba a salir humo.

El resto de la cita pasó sin más complicaciones, hablamos de cosas tribales como los gustos o los partidos políticos que preferíamos. Me divertía bastante a pesar de que a veces era un poco tontita y se tropezaba constantemente, pero era muy cómico. Aunque creo que la mayoría de las veces que me daba la razón o que tropezaba era para arrimarse más a mí o hacer ver que teníamos mucho en común. En fin…

Hablando, paseando y habiendo ido a tomar algo, ya era bastante tarde, los niños ya se iban el parque, llorando y gimiendo porque no querían irse.

- Oye… - me dijo la chica. – Me gustas mucho.

- A mí… a mí también me gustas. o/o E-Entonces… ¿Quedamos otro día?

- ¡Claro!

- Pero, oye… una cosita que quería comentarte…

- Dime.

- Es que… bueno, yo…

- ¿Que? – Preguntó esperando una respuesta.

- Es que, a mí… me gusta… bueno, me gusta el…

- Mmmm o/o Ya sé lo que quieres decir, a mi también.

- No, em, verás, es que, digamos, me gusta con un poco de exceso.

- Emmm… ¡vale, vale! – Dijo mientras reía a carcajadas. – Bueno, ya hablaremos otro día!

Y se fue riendo.

Y así pasaron los días, las semanas y los meses, y cada vez que le comentaba mi adicción… se reía. Como si fuera mentira o una simple broma.

Las veces que iba a su casa a comer y, mientras cocinaba, le besaba el cuello y acariciaba su pequeño cuerpo… no significaba nada para ella.

Cuando llegamos al parque, ella se da la vuelta y quedamos cara a cara, la suya con el ceño fruncido y mía tan o más roja que un tomate.

- Tenemos que hablar. – Esa frase, os lo digo en serio, da miedo.

- ¿Qué?

- Tenemos que cortar. Porque…

Y comenzó una lista interminable de cosas que yo no tenía culpa, casi ninguna de ellas relacionada con mi "pequeño", nótese el entre comillas, problema. Pero no sé cómo, las chicas hacéis que parezca que la culpa es de los hombres… frases tan elaboradas que hasta a veces yo me las creo.

- …y estos son los motivos por los que te dejo.

Aquellas dos últimas palabras, "te dejo", se repiten aún en mi cabeza, a pesar de que hace ya tres semanas que me dejó.

No la quiero tanto como para esto, pero aun así duele saber que es LA QUINTA CHICA que me deja. Ah… esto es taaan injusto…

- Hola, ¿me puedo sentar? – Dice una chica rubia casi de mi misma altura mientras se sienta enfrente de mí.

- Emmm… - La observo sentada. – sí, supongo.

- ¿Estás borracho? – Su voz es melodiosa, pero no muy aguda. Levanto la cara e intento verla, pero solo veo borroso.

- Sí, bastante.

- ¿Por qué?

- Mi novia me dejó.

- Ay… pobrecito… - ¿Soy yo o he notado una pizca de sarcasmo?

- Sí, bueno. Mejor me dejas solo con mi soledad.

- Oh… los hombres sois tan débiles que no sabéis vivir sin una mujer, pero luego solo las maltratáis. Déjame decirte que sois unos inútiles todos.

- Mira, si te soy sincero, estoy demasiado borracho para poder seguirte.

- Y encima no aceptáis la verdad. Es patético, déjame decirte.

- No, no, si yo te dejo…

- ¿Me estás vacilando? – Dice con voz cabreada mientras se levanta bruscamente.

- Ya te he dicho que estoy borracho. Lo siento si digo alguna jilipollez innecesaria.

La chica rubia se va y me deja solo, tal y como yo había querido desde un principio.

Es triste que, con tantas chicas que he salido y con más aun que me he acostado nunca me haya enamorado. Es triste que el mes que viene sea navidad y nadie la vaya a pasar conmigo.

Noto el escozor de las lágrimas en los ojos, pero no me permito llorar. No por el royo ese de los hombre no lloran nunca y esas cosas, yo voy totalmente contra eso, simplemente es que cansa mucho y estoy demasiado borracho como para poder irme a casa si lloro.

La chica se vuelve a acercar, parece que le va a salir humo de las orejas. O puede que ya esté echando humo, puesto que no veo una mierda…

- No malinterpretes. – Dice al instante de sentarse. – Mis amigas me han obligado.

- Ah, bien, eso está bien.

- ¿Estás bromeando?

- Estoy borracho, que es diferente.

- ¿Cuántas te has tomado?

- Tres. – Y me comienza a dar un dolor de cabeza enorme.

- ¿Y ya estás así?

- Es que no suelo beber. No me gusta.

- ¿Y por qué lo haces?

- Para tranquilizarme.

- ¿Por qué?

No pude responder. El dolor de cabeza se intensificó demasiado y creo que perdí el conocimiento. O eso o realmente no me acuerdo de si hice algo. Diosas, espero que no…


Durmiendo tranquilamente en un cómodo y suave sofá, sonrío un poco a pesar del dolor de cabeza. Resaca, seguramente. Abro los ojos y no sé donde estoy, o qué hago aquí, pero estoy cansado y a gusto, con una manta.

- Veo que ya despiertas…

- Sí… ¿dónde estoy?

- En Marruecos, secuestrado con los demás.

- Ah… ¿¡QUÉ!?

- No grites, tonto. Estás en mi casa, en los Estados Unidos.

- Ufff… vaya, me había asustado. ¿Por qué estoy aquí?

- Te quedaste dormido en medio de la conversación, y te veías demasiado asqueado.

- Ah… - Y es entonces cuando noto las sábanas demasiado suaves… - ¿E-Estoy desnudo? – Digo tapándome lo más que puedo.

- No esperarás que te hubiera dejado tocar mi sofá con tus ropas harapientas…

- N-No son harapientas, solo son viejas.

- Voy a buscarte un baso de agua.

Un incómodo silencio nos envuelve nada más terminar. Yo vuelvo a acurrucarme bajo las mantas blancas y el sofá rojo, observando la alfombra del suelo. La casa es muy grande, pero ahora estoy más concentrado en otra cosa. Estoy desnudo en el sofá de una mujer… pero no cualquier mujer, la más hermosa que haya conocido nunca. Me suena de algo, pero no me importa mucho eso ahora.

Vuelve con un gran baso de agua y mientras bebo me fijo en que su cabello rubio liso le llega hasta la cintura y unos ojos azules como el cielo miran por la gran ventana que da a un gran balcón. Me parecen tan hermosos y atormentados… la forma de su nariz es perfecta, y sus labios son carnosos pero no muy grandes. La boca comienza a hacérseme agua con ganas de besarlos. Y su cuerpo… las mejores cuervas que he visto nunca, con unos shorts azules que poco dejaban a la imaginación y un camisón ajustado. Me dan unas ganas irremediables de acariciarlas con mis manos y notar como se mueve debajo de mí… o encima.

¡BASTA! Me estoy acalorando.

Sin darme cuenta, me encuentro queriendo saber más de la chica que está sentada al lado mío mirando al cielo en aquel gran piso, que yo diría que es tres o cuatro veces más grande que el mío.

- Dime… ¿vives con alguien en este piso tan grande? – Oh, no. Tal vez esté casada.

- ¿Por qué te interesa saber? – Dice mirándome fijamente.

- Curiosidad.

- No, vivo sola.

- Es una casa muy grande.

- Es un piso.

- Ah… - Cualquiera nota la diferencia con resaca. - y, ¿a que te dedicas?

- Psicóloga.

- Psicóloga…

- Eso dije.

- Me gustaría pedirte un favor. – Digo mientras me siento en el sofá. La manta solo me tapa ahora de cintura para abajo.

- ¿Crees que estoy dispuesta a hacer favores a desconocidos? – Sonrío al ver que somete todo mi torso a una rigurosa inspección con su mirada azul.

- Bueno… - Bajo un grado mi tono de voz. - me llamo Link. Y si ya me conoces…

- No realmente… - Susurra aun mirándome.

- ¿Tú te llamas…?

- Zelda.

- Mmm… - Ese nombre también me suena… ¡Oh, Diosas! ¿¡No será Zelda Hyrilian!? - Esto… ¿apellido…?

- Hyrilian.

- Ostiás.

- ¿Qué? – Parece que la chica acaba de salir de su estado de estupor cuando yo he entrado en el mío.

- ¿E-Eres Ze-Zelda Hyrilian?

- Eso es.

- Oh, Diosas…

- Así que sabes quién soy…

- S-Sí.

No puedo creer que esté en la casa de una de las mujeres más fuertes y valientes del país. Me siento un poco como más bajo que el polvo al lado suyo, ella es una gran montaña.

Zelda Hyrilian, obligada por su padre, el presidente de los Estados Unidos a casarse con un falso vende casas que se creía era un buen partido, que resultó ser en realidad un violador que actualmente está encarcelado.

Algunos rumores dicen que también la obligó a ella a… bueno, no me extraña que me haya hablado ayer como me habló.

- Y ese favor del que hablabas antes…

- ¡NO! ¡NADA! ¡NINGÚN FAVOR! Ya has hecho mucho por mí. – Digo agitando los brazos de un lado para otro.

- Bueno, como quieras. – Me mira fijamente, como si intentase meterse dentro de mi cabeza. – Si es porque crees que te odio por ser hombre y eso… no te creas. No los odio a todos.

- O.K... – Me intento levantar, pero el dolor de cabeza me lo impide y vuelvo a caer sentado. – Pero ayer dijiste…

- Creía que eras un borracho. Puedes quedarte hasta que puedas irte. Llama a tus padres y diles que estás bien, deben estar preocupados.

- No… no lo creo.

- ¿Y eso?

- Murieron cuando yo era muy pequeño.

- Vaya… lo siento.

- No te preocupes, yo no lo hago. No los conocí.

- Debe ser difícil.

- No tan difícil como… - Me muerdo el labio inferior y deseo volver a meter las palabras en mi garganta tan rápido como las digo. – Perdón.

- Lo que pasé yo, ¿eh? – Dice cruzándose de brazos y cruzando las piernas. – No necesito lástima.

- Lo sé, eres mi ídolo. Bueno, es que dieron tu historia por la televisión cuando yo tenía muchos problemas y… bueno, seguí adelante gracias a ti.

- ¿Gracias a mí?

- Sí. Me insultaban constantemente por eso de no tener padres y tener que trabajar para pagarme el instituto. Pero estoy bien, seguí adelante.

- De acuerdo… bueno, ¿qué favor?

- Nada, en serio…

- Me has caído bien. – Dice mirándome fijamente. – Di qué favor me quieres pedir antes de que lo reconsidere. – Me mira con picardía y me dice. - ¿Un autógrafo…?

- No, bueno, si quieres sí, pero te iba a pedir que me dieras una cita para mirarme una cosa de la cabeza gratis.

- ¿Quieres hacer una consulta gratis?

- Puesto que no me llega el dinero y lo necesito… sí.

- Emm… de acuerdo. A ver que problema es tan importante como para pedirme esto… tengo curiosidad. - Dice con diversión. – Acomódate.

Me estiro mejor en el sofá, poniendo las manos sobre mi estomago y la cabeza apoyada sobre el cabezal, los pies en el otro y la miro esperando su aprobación. Ella se acomoda en el sillón, poniéndolo antes de cara al sofá. Cruza las piernas y parece que brillan con la poca luz que entra por el balcón.

- Y bueno, ¿qué te pasa? – Pregunta con aire profesional.

- Tengo una extraña adicción al sexo. – Digo mirando al techo.

- Vale, eso es directo… - Susurra. – Aunque mirándote, yo no diría que es un problema.

- Para las chicas con las que he salido, sí lo era. – Digo dejando pasar el piropo.

- ¿Cuantas chicas te han dejado por ese… problema?

- Cinco, la última hace tres semanas.

- Vaya. Wow. Son bastantes. Dime, ¿Has dicho que eres huérfano?

- Sí.

- Entonces, ¿no te adoptó nadie?

- Nop, no sé por qué.

- Ya veo… - Dice meditando. - ¿Tienes amigos…?

- No muchos. Dos, nada más.

- Ahá… y, ¿Vas mucho con ellos?

- Nah… ellos tienen sus novias.

- Ahá. Los del orfanato… ¿te llevabas bien con ellos?

- No mucho. Todos estaban hechos polvo por no tener padres y bueno… yo era el debilucho.

- ¿En serio? – Dice medio aguantándose la risa.

- Oye, oye… eso es muy poco profesional.

- Perdón. Entonces… de las novias que has tenido, ¿procesabas sentimientos muy profundos por ellas?

- Bueno, eran como amigas, pero un poco más profundo.

- Entonces, ¿no te has enamorado de nadie?

- Pues parece que no… ¡vaya vida más triste!

- No, no. Yo tampoco me he enamorado y ya tengo mis treinta añitos.

- Pero seguro que hay muchos chicos esperando conocerte.

- Ya… bueno, creo que ya sé por qué eres adicto a eso.

- ¿¡YA! – Digo apoyándome en un codo.

- Sí, es un caso fácil. – Dice levantándose y acercándose a mí. Se pone de rodillas y acerca su rostro al mío.

- ¿Y es…? – Digo totalmente sonrojado.

- También sé por qué te sonrojas tan a menudo.

- A-Ah… ¿y bien?

- Falta de cariño.

Click. ¿Eing?

- ¿Qué?

- Pues eso. – Dice alejándose y apoyando sus manos sobre los muslos. – Falta de cariño.

- Pe-Pero eso que tiene que ver con el sexo…

- A ver, dices que ellas eran tus amigas, y que aun así te has acostado con ellas, ¿no?

- Bueno, sí, pero…

- Pues eso. Es tu forma de demostrar tu cariño. Vaya forma de hacerlo, aun así… - Susurra.

Me mira con esos ojos azules y yo no sé qué decir. Tengo mi boca entreabierta de la sorpresa, la verdad no me esperaba una respuesta como esa. Pensaba que me diría que soy un enfermo y que necesito ayuda especializada como me habían dicho las demás "novias" que tuve, que ahora resulta que solo eran amigas a las que quería demostrarles mi… cariño. Vale, esto es raro.

- Creo… creo que voy a tumbarme.

- Ni que fuese un shock… - Me ayuda a tumbarme y apoya un brazo sobre mi pecho.

- Buff… - Digo mientras me tapo la cara con la mano.

Siento la calidez de la mano de Zelda sobre mi pecho y lucho por no moverme. No se qué pueda pasar si me acerco a ella.

Pocos segundos después, noto una sensación extraña de que me están observando y doy un respingo al notar que el calor que sentía en el pecho se desplaza por todo mi torso que me hace suspirar.

No veo nada, pero noto que Zelda se mueve y agarra la manta con la misma mano, separándose de mi piel bronceada solo unos momentos, para retirarla y dejarme expuesto. Cuando noto su mirada sobre mí, me sonrojo un poco, pero puesto que sé lo que va a pasar no me preocupo mucho. Ya lo he hecho demasiadas veces para sentir vergüenza.

- ¿Es una invitación? – Pregunto, mirándola con un ojo.

- Pensaba que ya se daba por sentado.

Una pequeña risa se escapa de mi garganta cuando me apoyo sobre mis codos en el sofá y me inclino hacia los labios carnosos de Zelda. Estoy a puntito de besar a la mujer más hermosa del mundo…

Me siento… nervioso, cuando fundo mis labios con los suyos, tan suaves y carnosos. Ella deja de tocarme para ponerme las manos en la parte posterior de la cabeza y acercarme más a ella, profundizando así el beso, tornarlo un poco más violento.

- Wow, - Digo cuando me separo unas milésimas de sus labios. – eso es duro.

- He estado queriendo hacértelo desde que te he desnudado.

- Vale, nunca creí que escucharía eso de ti. – Le cojo por la nunca y poso un pequeño beso en la esquina de su boca. – No seas muy dura, aun tengo un poco de resaca.

Sin responder, vuelve a presionar sus labios contra los míos en un beso duro. Parece que no le importa que yo tenga resaca y, sinceramente, a mí tampoco. Abro un poco la boca y lamo sus labios, pidiendo paso, y su boca se abre inmediatamente. El interior de su boca es calida, y tiene un sabor parecido al de un caramelo de limón.

- Besas bien… - Susurro entre besos. - ¿Limón…?

- Lo estaba planeando.

- Gran besadora maquiavélica…

Y vuelvo a besarla, esta vez apoyando mis manos en sus pálidas mejillas.

Pero ya he pasado demasiado tiempo solo admirando sus labios. Moviendo la mano izquierda, la pongo descaradamente sobre uno de sus senos y lo aprieto un poco, escuchándola gemir, un gemido que muere en mi boca. Con la palma, voy jugando con el pezón que tanto se le marca, y noto que ella se separa un poco, por lo que automáticamente saco la mano de su parte sensible.

- Ah…

- ¿Te he hecho daño? – Pregunto.

- Que extraño, – Dice medio jadeando. – y yo que creía que eras un patoso…

- En casi todo, sí. ¿En esto? No mucho.

- ¿Tantas veces lo has hecho?

- ¿Te he comentado que soy adicto al sexo?

- No sabes lo bien que me viene eso.

Con una mano, Zelda coge un puñado de mi cabello en un puño y me acerca a ella en un beso hambriento, mientras con la otra mano acerca la mía a su seno. Abre los ojos y mira directamente a los míos, viendo el deseo y la lujuria en ellos.

Noto la mano de ella apoyándose en mi cintura, su calor, y suelto un gemido ronco cuando la apoya sobre mi hombría.

- Joder…

Mientras ella suelta una pequeña risa y me acaricia, bajo mi mano hasta su cintura por debajo de la camisa, agarrando el short azul y se lo quito poco a poco, mientras acaricio la suave piel de sus muslos y su pierna.

Los dos gimiendo en la boca del otro, siento como ella se separa un poco de mí y me obliga a estirarme boca arriba.

Cuando voy a preguntar, ella pone el dedo índice en mis labios, sellándolos. Acerca sus labios rojos y algo hinchados a los míos y deposita un beso en la comisura de mis labios, luego va dejando tras de sí un camino de besos húmedos por mi mandíbula, cuello, hasta el lóbulo de la oreja.

Mientras ella se entretiene allí, arrastro mi mano hasta su cintura y la meto dentro de su ropa interior, acariciando con los dedos sus labios internos, previa y totalmente húmedos. Sonrío cuando noto la suavidad. ¿Depilada?

Noto la humedad de sus besos sobre mi pecho, deslizándose hacia abajo, mientras su mano ha dejado de acariciar mi dura erección. Noto como ya comienzan a deslizarse gotitas de presemen.

Con sus manos me acaricia los pezones y yo busco más adentro en su humedad, acariciando y jugando con su clítoris con dos mis dedos. Noto la suavidad de sus labios bajando por mi pecho, seguido por el estómago, mientras yo sigo acariciándola. También noto como abre más sus piernas para darme más espacio de movimiento.

Nos separamos un momento, o más bien me separo yo un poco de ella. No estoy acostumbrado ni me gusta recibir estas atenciones… "gratis". Sin segundas líneas, sin algo incondicional que viene con el cargo.

- ¿Qué pasa? – Pregunta.

- Nada.

Bajo del sofá y me arrodillo sobre la alfombra roja de felpa, delante de ella. Me muerdo el labio inferior por un lado, y Zelda levanta una ceja. Pongo una mano en su hombro y la empujo hacia atrás. Una vez e el suelo, le quito la gran camiseta y ahora tan solo la cubre la ropa interior. El enganche del sujetador está en la parte delantera de su torso, y no me cuesta desatarlo y exponer sus pechos delante de mí. Son exuberantes y sus pezones rosados, y no puedo evitar descender mi boca hasta ellos para besarlos, morderlos y lamerlos, iniciando una agradable y excitante tortura.

- Ah, se siente bien… - Gime y se retuerce bajo mío.

Mientras lamo sus pechos, su mano se posa sobre mi cabeza y hace algo que me enternece al momento, nunca me lo habían hecho antes… me detengo un momento cuando noto sus manos acariciando con cariño mi cabello desordenadamente rubio.

- ¿Qué pasa? – Pregunta mientras levanto mi cabeza y la miro.

La miro a los pálidos ojos azules, dándome cuenta de la preocupación que veo en ellos, y me doy cuenta de algo que me impacta: esto, para mí, no solo es un acto carnal.

Para mí, esto no se trata de satisfacer los deseos de un cuerpo, sino… otra cosa, no sé qué es, exactamente. Solo sé que "esa cosa que estoy sintiendo" está haciendo que esto se convierta en el mejor sexo que he tenido nunca, necesito satisfacerla como no lo he necesitado con ninguna otra mujer, y me siento tan bien como no me he sentido en años. Me siento… feliz con ella aquí, debajo de mí. Gimiendo y disfrutando mis caricias.

Habiendo descubierto esta nueva faceta de mi corazón, me pongo de rodillas y deslizo la única prenda que aun estaba adherida a su cuerpo, dejando a la mujer que me ha hecho sentirme… así, tan desnuda como yo.

Sujeto sus piernas por la parte interior del muslo y, suavemente, la abro para un examen con mi mirada azul sobre su húmedo y brillante centro, humedad que yo he provocado. La miro y la veo sonriendo.

- ¿Te gusta lo que ves?

Respondo acercando mi boca a su humedad y, abriendo sus labios interiores, le doy una pequeña caricia con mi lengua a un clítoris hinchado.

- Ah… lo tomaré como un sí.

Abro más sus labios y juego con su clítoris un poco más, haciéndola gemir y retorcerse. Cuando lamo su centro, noto todo el líquido que ha desprendido. Su sabor es dulce y agrio a la vez y manda unas pequeñas ondas eléctricas hasta mi virilidad, haciéndome, si se puede, ponerme más duro.

- Sabes bien… - Y vuelvo a lamerla.

Introduzco mi lengua dentro de ella, mientras acaricio con dos dedos de una mano el clítoris mientras que con la otra la abro más. Ella gime aun más, susurrando palabras qu no logro a escuchar y otras más fuertes como "¡Oh, Diosas, oh!" y cosas así. Pero no le presto mucha atención.

Sustituyo mis dedos con mi lengua y mi lengua con mis dedos. Lamo su clítoris mientras introduzco dos dedos, hasta tres, dentro de sus labios húmedos, encorvándolos dentro de ella hacia arriba.

Sigo lamiendo y, cuando comienza a mover cada vez más violentamente sus caderas, intentando oprimirse más contra mi boca, sé que está a punto de correrse, y yo no quiero terminar aun.

Me aparto de ella, notando mis labios húmedos y brillando gracias a sus jugos.

- Wow, ¿Por-Por qué has… parado?

Sonrío mientras la miro, la veo sonrojada por la excitación, sus ojos llenos de deseo y lujuria con tanta intensidad que me golpea como un puñetazo en el estómago, y noto un extraño sentimiento en mi estomago… como si hubiera mariposas.

- No-No quiero ter-terminar aun…

Mierda, yo también estoy excitado. Mucho. Y muy sonrojado. ¿¡Por qué diablos me estoy siendo tan tímido!?

Ella me mira y sonríe, notando mi sonrojo repentino, me empuja suavemente con su mano derecha, suave y amable, hasta que estoy apoyado en mis brazos y mis piernas están a cada lado de su cuerpo. Me besa y comparto su sabos con ella dentro del beso.

Mientras besa mi pecho prestando especial atención donde mis oscuros pezones sobresalientes y desciende, noto con asombro la suavidad y amabilidad de su tacto sobre mi cuerpo… todas mis anteriores amantes me trataban como si no fuera más que un simple polvo del cual echarían de su cama tan rápido como terminaban, y así lo hacían.

Zelda tiene toda la maldita razón, al principio me acostaba con ellas porque era la única manera de que alguien me acariciase de manera cariñosa. Las primeras veces que me acosté con mujeres, me dolió que me echaran de sus camas tan rápido conmigo, cuando intentaba abrazarlas o… que me abrazasen. Nadie nunca me ha abrazado protectoramente. Al principio me dolía. Luego simplemente dejó de importarme. O eso creía. Sentir a Zelda es…

- ¡Ah! – Exclamo mientras aprieto la gran alfombra roja de felpa en un puño.

Una pequeña sacudida de mi cuerpo me aleja de esos sentimientos tan tristes, y miro como Zelda se ha arrodillado frente a mí. La sacudida causada por un lametón de una traviesa lengua sobre mi hombría.

- Te veía triste de repente.

- Y no se te ocurre otra que hacer eso.

- ¿Te importa a ti?

- Mientras seas tú quien me consuele, me da igual cómo.

Me asombro yo mismo con mi respuesta, deseando absorber mis palabras de nuevo a mi boca, mientras noto una mirada también asombrada encima de mí.

- Lo-Lo siento… - Digo mirando hacia otro lado y una mano en la boca, tapando los temblores. ¿¡Por qué diablos voy a llorar ahora!? Cierro los ojos y noto el picor de las lágrimas detrás de mis ojos.

- Ey, no pasa nada…

Y, como dejando eso de lado, vuelve a lamer mi virilidad. Abro los ojos de golpe, los noto vidriosos, pero me olvido de ellos e intento concentrarme en la lengua que lame todo mi tronco, de la base a la punta rosada, y de la punta a la base. Suspiro y gimo aun más.

Una mano acaricia mi muslo de arriba abajo, hasta la rodilla. Y así, de repente, introduce mi erección en su boca, y yo noto la humedad caliente descendiendo sobre todo mi sexo. Un pequeño grito se escapa de mi boca cuando noto mi hombría completamente dentro de su garganta, y cuando ella ríe… noto la vibración en mi parte más sensible.

- Ah… así, así… que bueno… - Susurro metiendo mis dedos entre sus cabellos dorados, acariciando su cabeza.

- También sabes bien… - Y vuelve a bajar la cabeza.

Noto su boca subir y bajar por mi hombría mientras una mano me acaricia los testículos y a otra me da caricias de las que yo siempre quise.

Finalmente se escapa una lágrima de mi ojo derecho y no puedo evitarlo. Placer, lujuria, deseo, tristeza, cariño, las caricias de Zelda y su boca sobre mí, avidez de amor… demasiadas emociones juntas y de mi garganta se escapa un sollozo entremezclado con un gemido placentero.

Ella, por su parte lo nota y levanta la cabeza. Me mira enternecida mientras yo intento taparme y me sonrojo aun más, si se puede. No quiero parecer débil delante de ella, tampoco es que sea débil pero… la presencia de ella me hace sacar esto de mí, no sé por qué. Y está comenzando a fastidiarme mucho.

- Lo-Lo siento. No me suele pasar. Es igual, no me hagas caso.

Absorbo con la nariz y sacudo de mi cabeza para dejar de lado estos absurdos sentimiento y me concentro. Sin darle tiempo a responder, la tumbo sobre la alfombra de felpa y la beso, introduciendo mi lengua directamente en su boca, lamiendo sus mejillas por dentro, saboreando y compartiendo ambos sabores: el mío y el suyo. Su lengua se mueve al mismo son que la mía.

Y mientras la beso, me introduzco dentro de ella de un solo golpe, rápida y satisfactoriamente.

- ¡Ah…!

No sé quien de los dos lo ha dicho, pero ¿acaso importa? No realmente.

Comienzo ya con un ritmo lento y duro, saliendo de ella lentamente y penetrando en su humedad de golpe, con una mano en su cabello, apoyando el codo en la alfombra, con miedo a pillarle este pelo dorado tan hermoso, y la otra sujetando su muslo, suave y fuerte moviéndolo al mismo son que mis embestidas, acariciando mi cadera contra él.

Mi frente apoyada en la suya, los dos pronunciamos susurros silenciosos. La mayoría de las mujeres siempre gritaban y me decían cuan bueno era tenerme penetrándolas una y otra y otra vez. Zelda tan solo me mira con placer y deseo en sus ojos, sus brazos rodeando mi cuello. Suspiros y algún que otro gemido se escapa nuestras bocas en esta danza placentera, mientras ella mueve las caderas al ritmo de mí compás, que cada vez se va haciendo más rápido.

- L-Link… - Susurra mientas me acerca más a ella y hace que apoye mi barbilla sobre su hombro.

Los dos nos moveos en armonía, mientras el silencio nos roda y nos abraza, el placer demostrado en nuestros constantes suspiros y respiraciones agitadas.

- Ze-Zelda… - Susurro mientras aumento el ritmo de las embestidas.

Zelda comienza gemir más fuerte, acercándose a su clímax. Siento las contracciones dentro de su humedad, abrazando mi palpitante erección, notando como mis testículos se aprietan. Oh, Diosas, se siente tan bueno… separo mi cabeza de su hombro y poso mi boca en la suya, un beso hambriento, nuestras lenguas en contacto, participando en un baile tan placentero como satisfactorio.

El vaivén de nuestras caderas, sexos en contacto, aumenta un poco segundos actos de corrernos juntos.

- ¡Link!

Exclama mientras arquea la espalda en medio del orgasmo.

- ¡Zelda!

Exclamo en una última penetración, dura y rápida.

Las convulsiones se apoderan de nuestros cuerpos y nos corremos juntos, abrazados, acariciándonos mutuamente y exclamando nuestros nombres hasta el cielo.

Nos quedamos respirando, o mejor dicho, intentando recuperara el aliento que mutuamente nos hemos robado. No es que me queje.

- Wow… eso ha sido… wow… - Dice ella, estirada y sus brazos a cada lado del cuerpo.

- Lo entiendo… creo… - Digo tumbado a su lado en la misma posición.

- Lo… lo entiendes… - Y se ríe.

Cierra los ojos y yo la miro, veo su sonrisa, su bello rostro, sus largas pestañas, su cabello rubio… y entonces, solo entonces, entiendo que me había pasado. Me he enamorado de ella.

- Oye… - Me dice.

- ¿S-Sí?

- Ha sido genial. El mejor de mi vida.

Entiendo lo que viene ahora. "Ha sido genial y todo eso, perotienes que largarte". Así que, sin que ella me diga nada, comienzo a levantarme, con mi alma más pesada que nunca, mi corazón palpitando con tanta fuerza que me duele. Si quiere que me vaya, no voy a llorar. No sería de personas adultas. Tan solo éramos dos personas en un polvo de última hora, no debería haberme hecho ilusiones.

- Ey, ey… - Dice mientras me sujeta del brazo, obligándome a estirarme de nuevo. - ¿A dónde diablos te crees que vas?

- Bueno, yo creía que…

- Soy psicóloga. – Me corta. – Sé exactamente qué estabas pensando. Pero yo no soy como las demás chicas con las que has estado… ¿o sí?

- ¿Cómo…? ¿De qué hablas?

- No sé cómo, pero creo que no quiero que te vayas nunca, mi borrachín.

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿¡Por qué!?

- Y yo que sé a todo. La cuestión está en… ¿sientes algo por mí?

- Eso… eso…

Son poder evitarlo, las lágrimas que he estado guardando durante todo este tiempo caen sobre mis mejillas y me impiden ver bien, absorbo por la nariz y la miro con los ojos bien abiertos para poder verla.

- Vale, vale…

- Lo siento, realmente necesito esto… nunca hago esto delante de la gente… desde hace años que no lloro… - Tartamudeo restregando mis puños en mis ojos.

- No te estaba diciendo que te detuvieras.

Apartando mis brazos de en medio, Zelda se acerca a mí y me abraza por la nuca, acercándome a ella, apoyando mi frente en su hombro. Rodeo su cintura con mis brazos y juntamos más nuestros cuerpos sudorosos por el reciente esfuerzo. Y ella me hace lo que nunca me ha hecho nadie… me sostiene mientras lloro y me susurra cosas cariñosas en el oído.

- Ya pasó… ya pasó… estoy aquí…

Lo sé, sé que está aquí y, por primera vez, puedo confiar en alguien para llorar, sintiéndome protegido. Oh, Diosas, mientras lloro en su hombro, ella me sostiene y comienza a llorar y me doy cuenta de que ella también se está apoyando tanto en mí como yo en ella. Entre sollozos susurro.

- Ya pasó… ya pasó… estoy aquí…

Lloramos un rato más y nos separamos, juntando nuestras frentes y sonriendo como dos tontos. Aunque no dos tontos cualquiera. Dos tontos enamorados.

- ¿Sabes qué, borrachín? De verdad no quiero que te vayas nunca.

- No… no me llames borrachín…

- Ay… - Susurra. Me acerca más a ella y, a centímetros de mis labios susurra. – Pero no un borrachín cualquiera… mi borrachín.

Realmente me da igual como me llame… mientras la mirada de amor que me envía me la envíe a mí y solo a mí.

- Te quiero… - Susurra antes de besarme con sus labios de seda.

Ya también quiero confesar que siento lo mismo que ella, pero… tal y como evoluciona el beso… creo que puedo decírselo luego.

CONTINUARÁ...


Ok, creo que quedó más suave... a lo mejor me he dejado alguna palabra, pero es que me daba A MÍ, que la he escrito, vergüenza. ¿Cómo demonios pude escribir esto? TT_TT