¿Por qué?
He aquí el momento preciso en que se daba cuenta que tal vez estaba confundiendo las cosas. Estar casi todo el día en casa tocando el piano o el violín antes le hubiese servido para quitarse el lío mental que tenía pero no servía de nada esta vez.
- ¿Enserio…desde cuándo?
Eso era lo que la austríaca se preguntaba desde hace unos días.
Todo había comenzado por una típica salida a respirar un poco de aire y ver que sucedía afuera de su casa cuando fue interceptada como siempre por la albina prusiana, Jülchen.
- Oh vaya, pues la señorita salió, ¡Kesesese! – rió – hace tiempo que no te veía.
- Hace tiempo que estaba aliviada. – respondió la asaltada –
- Anneliese lo único que haces es estar encerrada, aburrida.
- Tú eres una molestosa insolente. – molestándose –
- ¡Kesesese! Solo con los austríacos.
Jülchen se acercó a Anneliese y jugueteo con su cabello despeinándolo, algo que no iba aceptar. Tomó su mano fuertemente para que la dejara pero algo paso por su mente y cuerpo como una descarga eléctrica, ambas se quedaron quietas mirándose fijamente sus ojos .
El trance duró unos segundos que para Austria fueron eternos. Se soltó con brusquedad.
- ¡Obaka! ¡Aléjate de mí! – se volteó enojada -
Ella volvió nuevamente a su casa dejando a la prusiana pasmada la cual no hizo nada ni siquiera contestó con una broma como siempre lo hacía o seguirla…sencillamente no hizo nada.
- Solo es una tonta bruta – pensó Anne para sí misma. - una tonta que quiero. – apretó sus puños. –
Después de haber estado casada con Hungría por un tiempo nunca pensó que sentiría ese sentimiento tan fuerte hacía otra persona, menos esa persona.
Pasaron los días, por parte de Jülchen también todo estaba revuelto, la señorita podrida era la última persona a quien se le hubiese ocurrido sentir algo mas que afecto.
Ocurrió lo inevitable nuevamente.
Estaba caminando por la acera esperando no encontrarse con la albina y no repetir la sensación que le había causado la vez anterior, simplemente le molestaba recordarlo quizá solo porque no quería aceptar la verdad sobre los sentimientos que le florecían en el corazón, además, eran incompatibles.
- Deja de pensar en ella Anne, lo mejor es que sigamos como siempre…peleándonos. – dijo en tono bajo mientras caminaba -
- ¿Quieres que siga peleando contigo?
La castaña austriaca se volteó rápida y asustada por la intromisión de Prusia.
- ¿Por qué dices eso? - habló nuevamente Jülchen –
- ¡¿Acaso me estabas siguiendo!? ¡Obaka!
- ¿Puedes callarte un momento y dejar de gritarme por lo menos una vez?.
Anne se quedó callada mirando los ojos carmesí de la peliblanca, se escuchaba tan normal como nunca lo había sido en todo el tiempo que había estado con ella.
- Sé por lo que estás pasando ¿sabes? Y creo que para ambas debemos dejarnos las cosas claras aunque no nos guste.
- De…de que estas hablando Obaka – san. – dijo sonrojada y mirando hacia otro lado -
- Lo sabes muy bien.
La prusiana estaba seria y a la vez apacible, estaba hablando enserio.
- Yo tampoco quiero estar pensando siempre en esto, debemos olvidarlo, yo…solo peleaba contigo porque quería que estuvieses lejos de mi.
- Jülchen…
- Por eso desde un principio te traté mal. – dijo con la mirada baja –
- Ya veo. – contestó también bajando la mirada –
- Es complicado que alguien tan asombrosa como yo este enamorada…y de la persona menos pensada.
Así ambas se quedaron en silencio, ninguna sabía que decir, todo era tan confuso.
- Debemos seguir tal cual – respondió la Austriaca dándole la espalda –
- Así será señorita podrida.
Asi fue como ambas siguieron fingiendo hasta ahora pero en realidad se herían y se hieren, negándose y haciendo como si hubiesen olvidado todo lo que habían sentido, ¿ las palabras son solo palabras no? Se las lleva el viento, ¿Por qué?.
