Prólogo
Jamás está muy lejos
Su declaración arremetió en mi vida como el choque entre dos planetas, sus palabras llegaron como el sol luego de una gran tormenta, mi corazón sintió alivio como la tierra seca en un día de lluvia.
Había olvidado cómo se sentía desear que el tiempo volara.
En cada minuto había un siglo y el mañana parecía inalcanzable.
Solo era capaz de ver una cosa.
…Y así, mi destino se dibujaba nuevamente. Con trazos fuertes y definitivos…
Intenté anotar todo lo que recordaba. Cada momento, cada sensación y cada mirada.
Se me hizo un mundo intentar describir su sonrisa, mas no quería perderla. Aún la tenía fresca en mi memoria, como un pedazo del lienzo original, pero luego, no sería más que una lejana bruma.
Había empacado un par de cosas, casi todos recuerdos de mi vida que quería conservar por siempre. Mis maletas se hallaban listas, frente a mi puerta.
Le había dicho a mi madre que me había ganado una beca para estudiar en el extranjero y que estaría ausente un par de años. Ella era una de las pocas personas que me conocía realmente y creyó cada palabra que salió de mi boca.
Mi padre, al contrario, lo supo al instante. No pude descifrar qué pasó por su mente pero sus ojos comenzaron a humedecerse y, acercándose a mí, me estrechó en un atribulado abrazo.
-Prométeme una cosa-pidió observándome con detención.
-Claro-aseguré con un nudo en la garganta.
-Pase lo que pase, volveré a verte.
Una tímida sonrisa se escapó de mis labios. Asentí con la cabeza, no pude decir nada.
-¿Papá?-lo llamé instantes más tarde.
-¿Si, Bella?
-Prométeme que pase lo que pase querrás volver a verme.
Cerré el cuaderno, repleto de anotaciones que serían, en adelante, mi guía.
El teléfono comenzó a sonar, sacándome de los recuerdos en los que me había inmerso. Sentí la noche fría y más oscura de lo habitual.
Si contestaba, él vendría por mí enseguida.
Aferrada aún al cuaderno, me dirigí a la ventana de mi habitación. De vez en cuando un auto pasaba y sus luces entraban, iluminando mi cuarto.
El teléfono siguió sonando y pronto los latidos de mi corazón comenzaron a correr al ritmo del timbre.
Vi mi reflejo en la ventana. Mis ojos brillaban y un ligero rubor encendía mis mejillas.
-¡Vamos, Bella!-me animé.
Mis pies, con nerviosismo, iniciaron, con lentitud, el camino hasta el teléfono.
