Disclaimer: Los Juegos del Hambre no me pertenecen. Este fic es para Elenear28 por su cumpleaños, ¡felicidades!
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~ Los grises de Panem ~
1. El agujero
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Huele a galletas recién horneadas cuando la veo.
Papá me dice algo pero no consigo prestar atención, tengo los ojos puestos en el escaparate. Desde fuera, Primrose Everdeen me mira. Juraría que me guiña un ojo. Su hermana rebusca en una bolsa y dice algo que no llego a escuchar.
Puede que sea mi imaginación, pero Katniss está más tensa que de costumbre. El ceño más fruncido, las ojeras más azules, los hombros más tiesos.
Supongo que es porque se acerca la Cosecha. Todo el mundo se pone nervioso en estas fechas.
Estoy tan pendiente de las Everdeen que no me doy cuenta de que todavía es pronto para coger la primera galleta. Se me cae y se parte en varios trozos. Escucho a Tax reírse.
—¿Qué mirabas, hermanito? —me pregunta, con burla.
Lo sabe perfectamente.
Trato de ignorarlo, aunque siento que se me calientan las orejas y no es por el calor que hace aquí dentro. Escuchamos la puerta trasera y papá se agacha para ayudarme a recoger las migajas de galleta. Si es mamá, me llevaré una buena reprimenda por desperdiciar comida.
Vuelvo al mostrador, esperando a que las galletas se enfríen para decorarlas. Y aprovecho para lanzar miradas furtivas hacia Katniss. Está hablando, aunque obviamente no puedo escuchar lo que dice. Parece que mete prisa a Primrose, porque la pequeña hace un gesto con la mano y acerca más su nariz al escaparate.
Mi madre aparece y me regaña por estar sin hacer nada, quiere que vaya a comprar más harina. Me lavo las manos rápido pero cuando salgo las Everdeen ya se han ido.
Me trago la decepción y camino por el pueblo, hasta que un grito me llama la atención.
—¡Catnip!
Miro hacia mi izquierda y veo cómo Gale Hawthorne se reúne con ellas. Katniss sonríe ligeramente y a mí se me encoge el corazón. Porque me alegra que sonría, aunque yo no sea la causa.
~ · ~
Siento que alguien me zarandea bruscamente. Abro los ojos, pensando que ha sido parte de algún sueño, pero vuelvo a sentirlo.
—¿Tax? —pregunto, creyendo que es mi hermano.
Una mano me tapa la boca y un par de fuertes brazos me sacan de la cama. Asustado y aturdido, trato de soltarme y preguntar qué está pasando. Me da tiempo a ver por la ventana que todavía es noche cerrada.
Me conducen a la fuerza hasta la puerta trasera. Veo que otros dos hombres se llevan a mi padre, pero solo distingo su nuca.
¿Qué está pasando? ¿Hemos hecho algo que no le guste al Capitolio?
Me meten un trapo en la boca y lo atan en la parte trasera de mi cabeza. Quiero forcejear, pero creo que solo empeoraría las cosas. He sentido un arma en el bolsillo de uno de ellos. Me agarran cada uno de un brazo y me llevan afuera.
Caminamos durante lo que parecen horas, aunque sé que no es así. Recorremos el pueblo entre las sombras, desde la zona comercial hasta la Veta, pasando por las paredes sin ventanas de las casas y agachándonos cuando se escucha algún ruido sospechoso. Me hacen pasar debajo de la valla que casi nunca está electrificada y andamos por el bosque. Cada crujido hace que se tensen, que aprieten más sus manos y me manden callar si se me escapa algún sonido o respiración fuerte.
Vamos hasta un lago. Entramos en una pequeña cabaña y abren una trampilla. Unas escaleras excavadas en tierra y piedra nos llevan hasta una extraña caverna donde apenas distingo mis pies. Es por eso que tardo en ver el aerodeslizador.
Solo los había visto en la televisión, pero son más grandes de lo que parecen. Y más monstruosos. Son los aparatos que soltaron bombas en la guerra y que se llevan los cadáveres de los tributos caídos en cada edición de los Juegos.
¿Será a donde nos conducen? ¿Habrá otro tipo de selección este año?
Me empujan para que siga andando y me hacen entrar en el monstruo. Siento un pinchazo en el brazo y después todo se queda negro.
~ · ~
Soy el primero en recuperar la consciencia. Cuando abro los ojos, mi familia está a mi alrededor sobre unas camillas y parece que duermen tranquilamente. El aire pesado me hace creer que seguimos en aquella caverna del bosque.
Me incorporo despacio. Varias personas a las que no conozco me vigilan. Me miro el brazo y encuentro una marca donde me clavaron la aguja para dejarme inconsciente.
—¿Dónde estamos?
Un hombre se arrodilla a mi lado y me tiende la mano. Su gesto es serio aunque sus ojos parecen amables.
—Bienvenidos al Distrito 13, soy Boggs y mi misión ha sido ponerles a salvo. Por suerte no ha habido contratiempos.
Frunzo el ceño, sigo sin entender nada, pero un grito ahogado interrumpe lo que sea que fuera a decir. Porque reconozco esa voz.
A mi derecha están las tres Everdeen. Dos de ellas completamente dormidas. Katniss acaba de abrir los ojos y me doy cuenta de que está maniatada.
Corro hacia ella y la suelto, sin importarme lo que estos desconocidos opinen. Ella parece al borde de la histeria. Sus ojos tienen un brillo peligroso y me agarra por el cuello de la camisa. Pero, cuando me mira, se queda quieta de golpe.
—Katniss. Katniss, tranquila —susurro.
Parpadea tres veces antes de volver a respirar. Sujeto sus muñecas y las aparto lentamente de mí. Cuando estoy seguro de que no va a volver a atacarme, me giro hacia Boggs.
—Creo que nos debe una explicación.
—Para eso estoy yo —dice una voz, que suena ligeramente robótica.
Busco el origen y encuentro una pantalla en la pared del fondo. Allí nos sonríe con altanería Haymitch Abernathy, el borracho Vencedor del Distrito 12.
~ · ~
Nos hacen esperar hasta que todos se despiertan. Mi madre pasa un buen rato gritando a los desconocidos que dicen ser habitantes del Trece y mi padre desiste pronto en intentar tranquilizarla. Tax parece muy atontado, tarda en ser capaz de decir algo. Phy, mi hermano mayor, y la señora Everdeen son los últimos en salir de la inconsciencia inducida.
Katniss se abraza a Primrose y mira con recelo a su alrededor, como un gato al que han herido. Probablemente no se ha dejado capturar tan fácilmente como yo. No me atrevo a acercarme de nuevo a ella. No quiero ponerla más nerviosa.
Es entonces cuando por fin Haymitch se digna a hablar.
—Hay algo que pocos saben, pero unas copas compartidas con el capitolino adecuado pueden hacer que la información se filtre. Cada año, el Capitolio designa un equipo para que vigile grabaciones de cada distrito. Después, los doce grupos se reúnen y enseñan listas de chicos y chicas que podrían contribuir a dar un espectáculo, se ponen de acuerdo en qué distrito mandará débiles y cuáles alguien más sorprendente, y rellenan las urnas de cada Cosecha con un solo nombre.
Querría sorprenderme. Querría enfadarme. Pero no lo hago, solo suspiro. No puede horrorizarme más las cosas que son capaces de hacer.
—Este año los tributos del Doce eran Primrose Everdeen y Peeta Mellark.
Trago saliva pesadamente. Siento la mano de papá en la espalda y las miradas nerviosas de mis hermanos. Miro de reojo a Katniss. Le ha empezado a temblar la mandíbula y aprieta tan fuerte a Prim que debe estar haciéndole daño. La pequeña parece a punto de llorar.
—Hace muchos años hice una promesa a un buen hombre. —Haymitch mira a la señora Everdeen y ella deja caer un par de lágrimas silenciosas—. Le dije que protegería a sus hijas. Es lo que he hecho. Y no podía permitir que los Mellark perdieran a otra persona si yo tenía la posibilidad de evitarlo.
Mi padre suspira y hasta mamá lo mira con pena. Su hermana, mi tía, murió mucho antes de que yo naciera, porque era la novia de Haymitch y él hizo cosas que no le gustaron al Capitolio. La pérdida, no solo de su chica sino de toda su familia, lo transformó en el borracho resentido que es. Por eso me sorprende tanto que haya arriesgado tanto por nosotros.
—¿Por qué? —pregunta Katniss, haciéndose eco de mis pensamientos.
—No sé cuánto tiempo más podría haber estado de brazos cruzados viendo a niños morir.
—Otros morirán —susurro, apretando los puños.
—Puede, pero será genial ver la cara de los capitolinos cuando vean que los tributos y sus familias han desaparecido.
~ · ~
Todo se vuelve confuso. Nos hablan de la verdad tras los Días Oscuros, nos explican por qué el Trece ha estado escondiéndose, nos cuentan que se teje una rebelión y que pronto explotará. Dicen que buscan una chispa que incendie el ardor y el ansia de libertad en los distritos. Y no sé aquí, pero yo nunca he visto demasiado espíritu guerrero en el Doce.
Sé que debo estar agradecido por haber sido salvado, pero al día siguiente vemos la Cosecha del Doce y, cuando ni Primrose ni yo aparecemos, eligen a dos niños al azar, ella de trece años y él de catorce.
El niño es de la zona comercial, podría pasar por mi hermano o el de Phy por ese pelo rubio y los azules. Ese chico que apenas ha alcanzado la pubertad va a morir por mi culpa. Por ocupar un lugar que me correspondía.
Los días en el Trece son extraños. Al principio nos dejan libertad para que nos vayamos habituando, pero después nos asignan compartimentos, nos dan ropa gris y debemos dejar que nos graben en la piel un horario cada mañana.
Mi madre me echa en cara que estamos aquí por mi culpa, prefiere la vida en el Doce donde es quien controla lo que hacemos. Papá cada noche me da un beso en la frente y me dice que se alegra de que siga a su lado. Tax bromea mucho, pero sé que también está contento por mí. Phy no, él es el más resentido aunque no me diga nada, porque ha dejado atrás una novia y teme lo que le pueda pasar si creen que ella sabía algo de nuestra supuesta huida.
Demasiadas personas pueden salir mal paradas solo por haberme salvado.
Compartimos mesa en el comedor con las Everdeen y también coincido con Katniss en algunas clases. No sé si es mi impresión, pero parece que aquí nos movilizan como un ejército, con disciplina y racionamiento. Prim se esfuerza en charlar con todos y gracias a ella las comidas son un poco más sencillas. Pero no he vuelto a oír hablar a Katniss desde el día en que nos trajeron. Tampoco me mira. Es como si no existiera para ella.
Cuantos más días pasan, más me encierro en mí mismo preguntándome cómo acercarme a ella, si se siente sola, si me odia por ser en parte el responsable de que la hayan arrancado de su distrito. Lejos de los bosques, de la caza y de su Gale.
Y también me imagino qué habría pasado si nunca nos hubieran salvado. Sueño despierto con que Katniss se presentó voluntaria en lugar de su hermana, con que le dije lo que sentía por ella antes de los Juegos, con que, incluso, los capitolinos se emocionaron tanto cuando ella me correspondió y me besó, que cambiaron las reglas para que ambos nos salváramos.
Pero son solo sueños.
~ · ~
—Gracias.
Parpadeo. Me levanto del pupitre que uso en las clases de Historia. Katniss tiene la cabeza agachada y aprieta con fuerza un lápiz.
—¿Por qué? —pregunto, intentando aparentar normalidad.
—Por el pan.
Sé a lo que se refiere. Teníamos once años, llovía, su padre acababa de sufrir el accidente y ella se moría de hambre. Yo me llevé una paliza por quemar pan y se lo tiré cuando mi madre dejó de mirar.
—Debería haberme acercado a dártelo…
—Y por el diente de león —me interrumpe, antes de marcharse.
Con eso no sé a qué se refiere. Me lo pregunto el resto del día, mientras asisto a mis clases y hago mi turno de limpieza. Cuando ocupo mi sitio en el comedor, ella vuelve a sorprenderme dirigiéndome la mirada. La aparta en cuanto ve que me he dado cuenta. Intento reprimir la sonrisa mientras como, pero creo que Prim y Tax se dan cuenta.
Antes de levantarme y recoger mi bandeja, dejo un trozo de papel doblado junto a Katniss. Veo que sonríe con el diente de león que le he dibujado. Sea lo que signifique, para ella es importante.
~ · ~
—Buenos días —saludo—. ¿Has terminado el trabajo sobre la energía nuclear?
Ella resopla y se deja caer en el asiento contiguo.
—Casi.
—Eso es que no.
—¡Lo he empezado!
—Pero hay que entregarlo hoy.
Me rio cuando hace un gesto de quitarle importancia.
Al principio Katniss parecía cohibida porque yo empezara a hablarle, me respondía en voz baja y sin mirarme. Poco a poco y a fuerza de ser pesado conseguí que charláramos tranquilamente. A mi madre no le hace gracia, cada noche me echa un sermón antes de gritar a mi padre porque, según ella, mira de más a la señora Everdeen. Pero no he dejado que eso me influya.
A veces, durante la media hora libre que tenemos, voy a su compartimento con el pretexto de ayudar a Prim con los deberes. Tax me acompaña para que no quede tan extraño y, aunque sus bromas a veces consiguen sacarme los colores, se lo agradezco. Casi sin querer, Katniss y yo acabamos ayudándonos. Yo a ella con los trabajos escritos, ella a mí con las matemáticas. Puede que finja ser más tonto de la cuenta para pasar ratos a su lado, pero nadie tiene por qué enterarse.
Ahora soy la razón de algunas sonrisas de Katniss. No creo que pueda pedirle más a la vida.
~ · ~
Escucho unos golpes en la puerta del compartimento. Son tan suaves que creo que me lo he imaginado, pero se repiten. Me levanto de mi pequeña cama y guiño los ojos, intentando ver algo. Phy está roncando y Tax no parece haberse despertado.
Intento no hacer ruido al entreabrir la puerta. La luz de emergencia no me ayuda mucho, pero la trenza despeinada es inconfundible.
—¿Vienes de madrugada a contarme qué es el diente de león? —pregunto, en voz baja.
Me da un ligero golpe en el hombro. Me rio entre dientes. Le molesta que sea tan insistente, pero es que, a pesar de nuestra cercanía y de que ya hemos hablado de temas delicados como la muerte de su padre o mi relación con mi madre, no me ha querido responder esa pregunta.
Pero algún día lo hará. Puedo ser muy pesado.
—Peeta, esto es serio —se queja.
—Perdona. ¿Qué pasa, preciosa?
Podría jurar que se ha sonrojado, como las anteriores veces que he usado el apodo que le puso Haymitch en una de las llamadas. De vez en cuando se asegura de que estamos bien y, aunque no tiene los mejores modales ni formas del mundo, es un buen tipo.
—Deja de llamarme así. Venga, ven, que nos van a pillar.
Tira de la manga de mi camiseta y me hace salir. Entrecierro la puerta y miro hacia la de mis padres, espero que no nos hayan escuchado. Nos escondemos en un armario de material escolar. Cuando Katniss se disgusta, suele buscar refugios como este.
Suspira pesadamente. No soy capaz de distinguir su rostro, así que busco a tientas hasta que encuentro su mano. Da un respingo pero no se aparta. Aprieto nuestros dedos y creo que eso le da seguridad.
—Quiero irme —dice.
—¿Al Doce?
—No digo que no lo eche de menos… —Intento ignorar la punzada de celos al imaginar que piensa en Gale—. Pero no. No quiero ir allí.
—¿A dónde, entonces?
Se acerca a mí. El armario es demasiado pequeño como para que no sienta su aliento en el cuello. Me pongo algo nervioso pero intento concentrarme. Está diciéndome algo importante.
—Al Capitolio. —Hace una pausa, como esperando a que yo diga algo, pero la dejo continuar—. Lo he pensado mucho y quiero ir allí, ser espía. Lo único que se me da bien es cazar, ser sigilosa, a mí esto de estar encerrada me sienta mal y tampoco soy buena estudiante. Pero quiero luchar.
—Es el trabajo más peligroso, ¿eres consciente?
—Sí. Sé que tendré que dejar atrás a Prim… Y a mi madre. Pero creo que aquí estarán seguras. Y me niego a que mi hermana tenga que vivir para siempre en un agujero en la tierra. La única forma de que pueda salir es cambiar lo que hay ahí fuera. Hasta que empiece la revolución, quiero ayudar en lo que pueda.
Me quedo en silencio, procesando lo que ha dicho. En realidad no me sorprende.
Mi hermano Phy también ha decidido algo parecido, lo están entrenando para que sea de un cuerpo especial del ejército, él espera que haya alguna misión en el Doce para poder sacar de allí a su novia. Y, sino, quiere que la guerra estalle cuando los capitolinos menos lo esperen. Tax ha elegido una profesión más sencilla, ya está practicando de cocinero con mis padres.
¿Y qué hay de mí? ¿Qué se me da bien? No creo que aquí pueda hornear o decorar pastelitos y galletitas. Y no me veo el resto de mi vida echando ingredientes en una olla esperando a que hierva, o creando armas, o limpiando. Son trabajos buenos, pero no están hechos para mí.
Y, lo más importante de todo, el Distrito 13 se me quedaría muy grande sin Katniss aquí.
—¿Peeta? —Parece un poco ansiosa.
Suelto nuestras manos y la abrazo con fuerza. Es la primera vez que lo hago. Estrecho su pequeño cuerpo contra el mío, que está creciendo desde que me alimento mejor. El pan rancio no era muy nutritivo y aquí al menos la comida está en buen estado.
No dice nada, no se queja por mi muestra de cariño, solo respira más rápido que antes.
Le cojo la barbilla y pego los labios a su oreja.
—Iré contigo.
Ahora es Katniss quien me abraza.
Nuestro camino no será fácil fuera de este agujero, pero mientras esté a su lado poco más me importa. Y algún día quizá sea capaz de decirle lo que siento por ella.
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¡Aquí está la primera parte! Mañana publicaré la segunda y pasado, el día de tu cumpleaños, la tercera. Así podrás saborear más el regalo que además me está quedando algo largo para tener un solo capítulo. Para los nombres de los hermanos de Peeta he decido poner los que tú usas, que me gustan mucho.
Las felicitaciones y palabras bonitas las dejo para el último capítulo jajaja. Espero que te guste lo que he escrito para ti.
Y gracias a todos los que lo lean :)
