Los personajes le pertenecen al grandioso Hidekaz Himaruya.

Un toque de preocupación

No recordaba la última vez que había gritado tanto. Podría decirse que finalmente le había dado una buena razón para llorar.

Su boca tenía ese sabor amargo que solo el tiempo sabia quitar. Sus manos temblaban, de modo que las oculto con un mal gesto. Sus piernas cruzaron el pasillo en dirección contraria a la de las pequeñas piernas que habían huido minutos atrás, podría jurar haber escuchado los pasos de Hungría correr tras el llanto que había generado en la pequeña Italia.

Sin duda alguna ese había sido su mejor sermón, pero ni el tono de voz ni el modo de hablar habían sido los mejores. Un suspiro llenó la habitación a la que había llegado, retiró el cabello que había caído sobre su rostro y se dirigió hasta la ventana. La misma mano que había acomodado aquellos desobedientes mechones se poso sobre el cristal.

El cuarto estaba en un piso lo suficientemente alto y desde ahí podía tener una gran apreciación de su hermoso jardín. En cualquier momento hubiese suspirado satisfecho pero dos inconfundibles siluetas bajo uno de sus árboles le eran inconfundibles e impedían que ese sentimiento floreciera en él. Italia sollozaba en los brazos de Hungría mientras ella le susurraba algo que le era imposible entender.

Devastado se dejo caer en el sofá mas cercano. Sujetó su cabeza con ambas manos, aun temblaban. Tantas veces le había gritado, la había castigado y en ninguna se había sentido de ese modo. Sin duda esa pequeña le había dado el susto de su vida. Espío nuevamente la ventana, ellas ya no estaban. Se levantó frustrado consigo mismo y camino hacia la salida. Recorriendo el mismo camino que minutos antes había cruzado enfurecido, tubo cuidado de no pisar el cristal que los demás sirvientes limpiaban.

El grito de la niña italiana lo había sobresaltado, haciéndolo tirar las hojas que sostenía en sus manos. Luego del grito: el estruendo. Ambos ocurrieron mientras él le daba la espalda. Ver a la niña sollozar en silencio del susto mientras el vidrio la rodeaba fue algo que nunca pensó que lo perturbaría tanto.

¿Que hubiese podido hacer si la suerte no la hubiese protegido y simplemente hubiese quedado aplastada?

Se recostó sobre el marco de la puerta de salida. El cielo se pintaba a si mismo y su trabajo era simplemente magnifico, pero era ampliamente superado por lo que se acercaba a él.

-Lo lamento mucho señor Austria- sonreía con temor la pequeña Italia que estaba en brazos de Hungría y con flores recién cortadas solo para él. Sonrío aceptando el ramo, aunque sabia que también correspondía disculparse, prefirió recriminarles la suciedad de sus delantales. Después de todo, uno no puede pedir disculpas por preocuparse por alguien mas.