¿Qué tal? Esto iba a ser un one-shot pero al parecer será un cuento corto! Siempre he querido explorar el vínculo entre Yamato y su hija en esta etapa!
Por supuesto que digimon no me pertenece,hago esto por puro placer!
No van a aparecer todos los personajes, es un aviso desde ya!
Saludos y aquí dejo el primer andante Ishida.
El avión tocó tierra con un sacudón y el digimon dio un respingo, despertándose de su siesta.
Escuchó un chasquido y su compañero humano murmuró algo entre dientes mientras se reía de él.
-¿Insististe en ir junto a la ventanilla para dormir durante todo el viaje?
Gabumon miró de mal modo a Yamato.
-Tú lo has tenido fácil, comandante.
El hombre se rió de buena gana, mientras el resto de los pasajeros ya formaba una fila para bajar ordenadamente del artefacto.
Ellos esperaron pacientemente, mientras la gente se movía con lentitud, Yamato se incorporó y retiró su mochila del portaequipajes en silencio, notando aún la mirada de aquellos ojos escarlatas fija en él. El último entrenamiento había sido en Hawai, y no para un equipo japonés, sino para la primer tripulación internacional que iría al espacio acompañada de varios digimons.
Gabumon lo había tenido más difícil. Había lidiado con criaturas similares a él que a veces no podían contener una digievolución en cualquier entrenamiento de aptitud física o psicológica. Y en un par de ocasiones él mismo había sido atacado. Ya estaba más viejo, y aunque eso le hacía más fuerte, una digievolución le exigía más gasto energético que en otros tiempos.
Yamato solo había puesto su mejor cara seria, con algunas palabras bruscas y un gesto hosco para que todos los subalternos ya le temieran lo suficiente como para ser incapaces de sostenerle la mirada.
Pero el trabajo había finalizado y estaba sumamente feliz de volver a casa.
Salieron del avión a paso lento y se dirigieron hacia el edificio que se erguía ante ellos. La terminal de pasajeros.
Los trámites de la aduana fueron rápidos, y muy pronto se encontraron caminando por los pasillos que los llevaron al hall.
Yamato divisó a lo lejos a su esposa y sonrió.
Ante cada misión, cada viaje, cada desafío, ella siempre había estado allí, en cada regreso, siempre aguardando por él. En algunas ocasiones enferma, dos veces con su vientre destacándose desde lejos.
Y aquella vez, probablemente la última, seguía siendo el primer rostro que buscaba, aquellos ojos serenos, que evidenciaban el paso de los años a través de unas ligeras arrugas.
No importaban las inclemencias del tiempo, ni siquiera si la despedida había sido algo tensa por una crisis de pareja o si había estado empañada por alguna pérdida cercana o reciente, siempre lo recibía con la misma sonrisa dulce y ese abrazo que parecía reorganizar su desordenados pensamientos.
Se acercó a Sora y la vio sonreír antes de sentirla lanzarse a sus brazos como si se tratara de una chiquilla. Así había sido siempre, como la primera vez en la que él se había marchado a completar sus estudios superiores, y como cada misión espacial, ella le había esperado con la sonrisa y los brazos abiertos, riendo sin cesar cuando él le susurraba cosas al oído, luego algunos besos que con los años se habían tornado más suaves y menos efusivos, como su amor, que no mermaba pero sí se transformaba, haciéndose más íntimo y más consciente.
Vio a la pelirroja inclinarse hacia Gabumon para acariciar su cabeza y luego de volver a incorporarse le dedicó un guiño cómplice para que la siguieran hasta el estacionamiento.
-¿Dónde está Biyomon?
-Con Yoshi. Ha estado enfermo en los últimos días. Tsunomon y Yokomon han digievolucionado, así que en casa hay dos Biyomon y ahora serán dos Gabumon.
Aquello no les tomó por sorpresa, era algo que pronto ocurriría, como hacía unos meses los hijos de Jyou y Taichi habían visto a sus compañeros llegar al siguiente nivel, teniendo en el grupo a un nuevo Gomamon y otro Agumon.
-Supongo que ya era hora -dijo el digimon que los acompañaba mientras abría la puerta trasera del vehículo y se acomodaba en el asiento a gusto.
Yamato siguió a Sora hasta la parte trasera de la camioneta para guardar su maleta y la mochila.
-¿Qué tal las cosas con Haru? -ella se volteó a mirarlo, ahora con el rostro algo preocupado.
-No le simpatizo mucho que digamos. Está demasiado ilusionada con su banda y no quiere escucharme. Al menos el hecho de pelearse conmigo la ha impulsado a pasar muchas horas con mamá. Al parecer Haru tiene un excelente ojo para el Ikebana.
-Ya hablaré con ella.
-Estará encantada de que regreses. Siempre se queja de que yo nunca podré entenderla porque no sé de qué se trata una banda.
Yamato se rió por lo bajo para quitarle el estrés a su esposa, que parecía un poco menos angustiada al ver la reacción de él.
-Tranquila, le explicaré detalladamente que la persona que más me ayudaba a lidiar con mis asuntos de banda eras tú.- se inclinó hacia ella para besarla y cerró el maletero mientras Sora se dirigía al asiento del conductor.
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El trayecto hacia la nueva casa era bastante largo, y si a eso se le sumaba el tráfico…
-Si en un futuro improbable tengo que volver a viajar por una misión, recuérdame porqué no es bueno retornar un lunes a la mañana a casa.
Sora se rió ante el tono desanimado de Yamato. Se giró para observarlo unos instantes aprovechando el gran atascamiento que había en la avenida principal de aquel barrio.
Los años lo habían cambiado, pero seguía siendo un hombre muy atractivo, aún sin un solo atisbo de canas en su tupida cabellera rubia, los ojos azules seguían siendo intensos, con algunas pocas arrugas alrededor, la sonrisa algo más gastada desde que había empezado a "usarla" -Takeru podía llegar a ser muy cruel si se lo proponía- y poco quedaba de aquel muchacho insolente y solitario que vestía colores oscuros y sonreía de medio lado.
Aunque se esmeraba en salir a entrenar de vez en cuando con ella, ya no parecía muy interesado en mantener un buen estado físico si eso le quitaba tiempo para la familia. Se había vuelto bastante cariñoso contra todas las predicciones de su mejor amigo, y con el paso del tiempo, sus cuarenta y cinco años recién cumplidos lo encontraban cerca de su retiro -eran los beneficios por el tipo de carrera que había desarrollado- y a menudo se planteaba desafíos o metas para lo que llegaría.
A Sora aún le quedaban varios años antes de siquiera pensar en retirarse, lo suyo era bien distinto.
Se acomodó los lentes de sol volviendo a enfocar la vista en el pavimento mientras la larga columna de vehículos parecía avanzar de forma más veloz.
Ahora era él quien la observaba detenidamente.
Le encantaba volver a su ciudad. Le encantaba volver a ella, quien ahora tenía ambas manos en el volante y conducía muy concentrada con el ceño levemente fruncido.
Notó que Sora se había esmerado para ir a recibirlo radiante. Vestía una elegante camisa blanca que dejaba apreciar su figura. El pantalón oscuro que llevaba cuando tenía reuniones importantes, y su cabello, su distintivo por excelencia.
Lo llevaba suelto y éste apenas llegaba a rozar los hombros -se lo había cortado- Le encantaba ver los destellos de color anaranjado que el sol arrancaba de su pelo. Sabía que ahora se lo teñía de vez en cuando, en las ocasiones en las que descubría algún rebelde cabello plateado en sus sienes. Había unas diminutas arrugas alrededor de sus ojos, y se había maquillado. Él extendió su mano derecha para colocarla sobre la pierna de ella. Era un gesto que siempre hacía cuando viajaban juntos. Sí que la había echado de menos.
-Gabumon parece muy cansado -dijo ella observando al silencioso acompañante en el asiento trasero por el espejo retrovisor.
-Si -Yamato se giró para observar a su compañero, que dormía desvergonzadamente allí y se sonrió para volver a contemplar hacia adelante, sin haber retirado su mano de la pierna de su esposa - este entrenamiento fue duro para él, nunca había tenido digimons a su cargo para exigirles. Es demasiado bonachón para eso. Y se ganó sus heridas, algunos no soportaban la presión de los entrenamientos y digievolucionaban, de modo que él tuvo mucho por hacer y controlar.
-A tí te debe haber resultado más fácil.
-Ya sabes lo que dicen del Comandante Ishida, mejor no provocarlo.
-No me hagas reír. ¿Aún se creen esa mentira?
-Oye… ¿de qué lado estás? Creo que has pasado demasiado tienpo con los Yagami o los Takaishi estos meses en los que me ausenté…
-Probablemente -dijo ella con una sonrisa burlona.
Llegaron a la casa.
Hacía poco que vivían allí cuando Yamato fue convocado para Hawai, así que sentía que no la había disfrutado lo suficiente aún.
Descendieron del vehículo en silencio. El hombre abrió la puerta trasera de la camioneta y despertó con cuidado a su amigo, quien tardó en reaccionar antes de percatarse de que ya habían llegado.
Una vez que recorrieron la distancia hasta la vivienda, la puerta se abrió y allí apareció el ave rosa, que los esperaba muy impaciente y feliz de ver a Gabumon y Yamato.
-¡Hola! ¡Qué alegría verlos nuevamente por aquí! -exclamó el hermoso digimon de ojos dulces.
El comandante se arrodilló a su lado y le acarició la cabeza para luego ver como Biyomon abrazaba a su cansado compañero y este devolvía el gesto feliz de hallarse en su hogar.
Yamato ingresó detrás de su esposa, que se había dirigido hasta la sala de estar para dejar sus pertenencias allí.
Observó la bella casa que habían comprado y quedó encantado con la decoración. No es que no la hubiera visto antes, pero se había marchado una semana después de llegar allí y los tres meses de ausencia le habían impedido ver la manera en la que todo iba tomando forma allí. A veces lamentaba perderse de esos procesos.
Sora le hizo una señal y la siguió hasta la habitación de Yoshi, su hijo menor.
Luego de dar un suave golpe, se adentró y encontró a un chico de unos catorce años que revisaba algunas cifras en su laptop.
Ciertamente se alegraba mucho de no tener que volver a perderse los momentos importantes y también los que parecían más cotidianos.
Además de heredar el cabello color fuego de Sora, el chico también era tan terco y perfeccionista como ella, fruncía el ceño exactamente como lo hacía ella, y también tenía un carácter tranquilo como el de la pelirroja. Yamato carraspeó un poco para verlo girarse rápidamente hacia él y lanzar una exclamación de júbilo.
El rubio observó a ese mocoso que no dejaba de crecer, lo encontró mucho más alto de lo que recordaba, con el cabello más corto y la misma sonrisa alegre que siempre tenía. Estaba vestido con ropa deportiva pero por la palidez anormal de su rostro recordó que Sora le había dicho que estaba enfermo.
Estrechó a Yoshi con un fuerte abrazo, se sentía orgulloso de aquel muchachito.
Entonces en su campo visual apareció una criatura muy distinta a como la recordaba.
El nuevo Gabumon, compañero de su hijo, tenía una particularidad. La piel peluda que usaba sobre el cuerpo era completamente blanca.
-Gabu es albino -dijo Yoshi con una sonrisa. -Con mamá decidimos llamar a nuestros digimons con nombres más cortos para diferenciarlos, así que Haru ahora está con Biyo.
Asintió en silencio y se acercó a aquel amigo tan entrañable para su hijo. Se arrodilló a su lado y le dio unos golpecitos afectuosos junto al cuerno, justo como le gustaba a su querido Gabumon.
-Hola.
-Así que eres un lobo blanco.
-Eso me ha dicho Sora, que cuando digievolucione seré totalmente albino. Y lo ha asegurado Koushiro.
-¿Koushiro?
-Si – dijo Yoshi sonriendo – Ha venido a estudiar a Gabu y Biyo en seguida de que avisáramos de sus digievoluciones.
Asintió y se puso de pie. Necesitaba descansar, estaba demasiado exhausto, a pesar de que el viaje no había sido tan largo, los días de entrenamiento sí que habían sido eternos.
-¿Y dónde está Haru?
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La chica peinó los cabellos rubios más alborotados luego de mirarse al espejo. Acomodó la falda de su bonito uniforme y salió hacia los pasillos del instituto.
Su amiga Sakura la aguardaba junto a las máquinas expendedoras de bebidas para ir a almorzar.
El día estaba resultando bastante aburrido. Acababa de rechazar al galán del momento.
No era que no le interesara, pero Kyo era bastante celoso y ella no estaba dispuesta a salir con alguien así. Especialmente si consideraba el hecho de que ahora era guitarrista de una banda que estaba triunfando en varios lugares y que tenía varios admiradores a los que le gustaba poder dedicar tiempo, eso y que el resto de la banda eran todos hombres.
Pero ella se sentía genial así.
Bajaron hacia la cantina del instituto y se ubicaron en una mesa del rincón más apartado.
-A las chicas no les caerá bien que hayas rechazado a Izumy. -dijo Sakura
-Nada les vendrá bien a esas... si hubiera aceptado también se enojarían.
-Creí que te gustaba, le conoces desde siempre...
-Es un buen amigo, nada más. Hijo de la mejor amiga de mi madre. – dijo eso y dio el asunto por terminado. Detestaba las habladurías.
-¿Y qué me dices de Yagami?
Haru casi escupió lo que masticaba. De acuerdo, ese día Sakura se estaba propasando un poco.
-¿Por qué tienes que meterlo en esta conversación? – dijo bastante molesta.
-Porque me gusta evaluar tu rubor natural.
-Y...yo no. -suspiró ruidosamente – ya déjalo, ¿si? – sentía el ardor de sus mejillas y querría desaparecer de allí en ese instante.
-Anímate, Haru. Que él te haya rechazado no significa que...
-Ya no lo digas. A veces me pregunto qué clase de amiga eres. - interrumpió cortante la rubia.
-La que te asegura que aquí hay algo raro. Vamos, Yagami siempre ha estado pendiente de tí. ¿Por qué te rechazaría?
-Quizás es más idiota de lo que parece...
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Ensayó más callada de lo normal, pero nadie se metió con ella.
Había compuesto unos increíbles solos de guitarra para las canciones de la banda, y todos estaban felices con Haru. Era muy talentosa.
Tocaba la guitarra desde muy pequeña, cuando su padre le había enseñado algunos acordes y la acompañaba con el bajo. Siempre había amado la música, y cuando él se iba de misión al espacio o a entrenamientos en los cuales debía estar aislado, se apoderaba de todos los discos de Yamato y los escuchaba sin cesar en su habitación.
Hacía unos meses se había deprimido bastante ante el rechazo de su mejor amigo, no creía haber sufrido tanto nunca.
Para que no se hundiera en su tristeza, Sakura la había alentado a que se filmara tocando la guitarra eléctrica y subiera los videos en internet. Allí le habían llovido mensajes de admiradores y bandas hasta que había dado con una propuesta muy interesante.
Sphinx era una banda de metal en crecimiento que comenzaba a hacerse un buen nombre, pero eso estaba ligado a muchas horas de ensayo y giras. Sus padres estaban al tanto de todo pero aún así ella sentía que su madre la controlaba demasiado.
Si, todos eran hombres. Si, uno de ellos era mayor de edad. Si, viajaría con ellos todo lo que quisiera.
Las discusiones habían aumentado hasta que al final había aceptado la propuesta. Ahora grababan un disco.
Nada podía ir mal.
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Cuando salió del instituto ya anochecía. Caminó unas calles hacia un parque y allí silbó. Un sonido proveniente de unos arbustos cerca de allí la hizo girarse para ver aparecer a su compañera digimon.
Biyo era muy parecida a Biyomon, la única diferencia era que sus ojos eran verdes, como hermosas esmeraldas. Su carácter era más reservado y amaba pasar tiempo en la naturaleza, por lo general se escondía en algún parque y aguardaba pacientemente a que apareciera su compañera humana para marcharse a casa.
Caminaron tranquilamente durante varios minutos, la noche era hermosa y habían decidido volver a pie. Haru iba repasando unas melodías nuevas que se le habían ocurrido mientras que sus dedos golpeaban a ritmo el estuche que colgaba de su espalda con la guitarra.
Hasta que el ave se decidió a hablar.
-¿Qué tal hoy?
-Mejor – Haru se encogió de hombros.
-¿No lo has visto?
-No. – desvió la vista hacia el extremo opuesto en el que se encontraba su digimon. No quería que viera sus lágrimas. A veces odiaba ser tan sensible.
Continuaron en silencio.
Escucharon unos pasos tras ellas.
Cuando Haru se giró, se encontró con unos ojos idénticos a los suyos que la observaban.
Yamato sonrió al ver a su hermosa hija correr hacia él. La abrazó con fuerza y vio a Gabumon recibiendo a la digimon rosa con el mismo gesto. Notó que la chica también había crecido, que sus cabellos rubios eran largos y se desordenaban con facilidad al igual que los suyos. La estrechó unos momentos así, notando que ella cargaba el pesado instrumento en su espalda.
Lo tomó con cuidado y vio la expresión de alivio en el rostro de Haru. Ella sonreía mucho, pero entonces notó algo en sus ojos.
Conocía perfectamente esa expresión. Su alma parecía rota. Acarició la mejilla de la chica y con un suave gesto pudo leer algo en su mirada.
-Te eché de menos, enana. -dijo afectuosamente. Le rodeó los hombros con el brazo y comenzó a caminar a su lado. -Cuéntale a tu padre porquè tu corazón está tan roto.
Ella se detuvo en seco y lo miró con intensidad unos segundos antes de largarse a llorar ruidosamente y abrazarse a su cintura.
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