Espero que os guste :)
Catelyn era una mujer feliz, no podía estar más orgullosa y probablemente era una de las personas más contentas de los siete reinos. No debía de estar jactándose de ello y como una buena dama no lo había hecho, sobretodo porque la sombra de una guerra acababa de pasarles por encima y muchas muertes habían resultado con esta, por lo que la gente no podía calificarse como las más felices.
No es que a ella la hubiesen dejado indemne, había pedido a gente importante para ella, una de las más destacadas había sido su antiguo prometido.
Y además había tenido que despedirse de su hogar ancestral, donde había nacido y donde se había criado, para instalarse en un lugar desconocido que sería su nueva casa de ahí en adelante.
Pero ella sí estaba feliz y eso nadie se lo podía quitar, porque Catelyn tenía algo para afrontar todo eso, algo que la ponía contenta con sólo una mirada. Algo no, alguien.
Un pequeño bulto, envuelto en mantas, que se revolvía de vez en cuando en sus brazos.
Con un vistazo sus penas parecían menores y las pérdidas eran menos dolorosas, eso no significaba que aún no llorase las tragedias y a las personas, pero su hijo las hacía más soportables.
– Ya queda poco, pequeño – le susurro con una sonrisa, provocando la risa del bebé –. Y estoy segura de que tu padre se alegrará al verte. No creo que pueda estar más orgullos.
Se consoló con ese simple hecho, de que aunque aún no conocía lo suficiente a su señor marido, pero podría estar satisfecho con ella y con su hijo. Sólo esperaba que él amor viniese después.
Con un único vistazo fuera un escalofrío la recorrió. Cada vez que se habían adentrado más al Norte, más frío había hecho y para esos momentos la temperatura estaba tan baja que había envuelto a su hijo con otra manta más, precavida. Porque ella ya tenía la nariz congestionada.
Era probablemente de lo que más se quejaría y no pasaría, porque ella odiaba el frío, le recordaba tan poco a Aguasdulces, que no lo soportaba.
De repente una sonrisa nerviosa se instaló en su rostro cuando observó el exterior del carruaje tambaleante.
Había estado viendo su nuevo hogar desde hacía un rato, pero en ese momento sabía que lo le quedarían más que unos pocos minutos para alcanzar su objetivo.
Aún con su nerviosismo estaba un poco harta de estar sentada y moviéndose continuamente, porque el viaje se había retrasado por la nieve que gobernaba los caminos, había sido difícil pasar por allí, aunque no imposible.
Estaba agradecida de dejar ya los vaivenes del camino y enfrentarse por fin a su nueva casa.
No tardó mucho en entrar en los grandes muros grises, como lo había predicho y la blancura impoluta que la había rodeado se convirtió en tonos más oscuros y sucios.
Estaba rodeado de gente que observaba su caseta con curiosidad y por un momento se sintió cohibida, pero se le pasó pronto, sintiéndose estúpida. Por su puesto que debían sentir interés, ella era la nueva señora del lugar.
No paso mucho tiempo hasta que se pararon y la ayudaron a bajar, recibida por nada menos que su marido, el cual le sonreía en su expresión solemne, haciéndola sentir un poco mejor.
– Y este debe ser... – los ojos de Eddard Stark se posaron en el bebé que llevaba en brazos.
Habían entrado para ese entonces en Invernalia y dentro de los muros se sintió mejor, porque, para su sorpresa el interior era cálido.
– Robb – confirmó Catelyn sonriendo y desenvolviendo lo suficiente las mantas para que pudiese verlo.
Aún con lo pequeño que era se podía ver que se parecía a ella, con una pequeña mata de pelo rojo y sus ojos azules, que sólo se habían oscurecido un poco desde su nacimiento.
Podía sentir sus nervios ascender, coló su orgullo.
La sonrisa en el rostro del hombre, que había sido pequeña y escasa, se hizo más grande y se inclinó un poco para observarlo.
No tardó mucho en pasarle al niño en sus brazos, que no estaban tan inseguros como se hubiese esperado de un padre primerizo, lo que le pareció extraño, pero que dejó pasar.
Así transcurrió una hora, hablando entre sí e informándose de cosas que el otro no sabía.
Se enteró de todo lo que ella no había llegado a aprender por cartas y bocas de otros. Incluso se sorprendió en un punto, al escuchar que no todos los guardias reales de Rhaegar que habían estado en la torre de la alegría estaban muertos, como se había dicho en un principio. Ya que Arthur Dayne aún vivía y se le había perdonado por el nuevo rey, Robert, del mismo modo que a ser Barristan Selmy.
Catelyn sintió que era bienvenida y que podría acomodarse a su nuevo hogar bastante bien. Una inmensa alegría la inundo por aquello, todo estaba siendo perfecto.
Pero ella tenía un mal presentimiento, sobretodo porque aún podía sentir la mirada de todos los sirvientes que pasaban por allí y no podía entender porque aún lo hacían, sabiendo, además que no eran ojos de curiosidad, muchos de ellos.
Se enteró de mala manera.
– Creo que deberíamos de dejar a Robb para que descanse – comentó al ver como su hijo bostezaba con su pequeña boquita.
Su señor marido estaba tan absorto observando otra vez al bebé que no notó cuando ella llamo a una de las sirvientas, que se hacerlo obediente.
– ¿Puedes llevártelo a que duerma? – preguntó amablemente.
La criada se mostró nerviosa antes de asentir y preguntar, justo cuando Ned volvía a prestarles atención.
– ¿Debo ponerle con los otros niños o en una habitación a parte?
La confusión cruzó el rostro de Catelyn.
– ¿Qué niños? – eso hizo dudar a la mujer.
Eddard pareció quedarse mudo y un mal presentimiento la recorrió de arriba a abajo.
– Sí, señora, los dos bebés de su marido. Los que trajo con él – la sirvienta enmudeció cuando el hombre a su lado la corto y le dio órdenes de que trasladase a su hijo a esa habitación.
Luego se volvió a ella, con rostro inexpresivo, mientras la duda estaba pasando poco a poco a la ira en su cara.
– ¿Qué niños? – repitió, esta vez para su señor marido.
No tardaron en llegar los gritos furiosos y toda la alegría pronto se transformó en furia y vergüenza.
Se sintió tan tonta y todo el mundo dentro de los muros de Invernalia escucho sus gritos de odio, exigiendo que esos niños, no, esos bastardos fueran expulsados de allí. Él solo tenía que haberle dado algo a la puta que se tiró para saciar sus quejas, no arrástralos allí. Sintió que sólo lo hizo para causarle vergüenza a ella.
Y además no sólo uno, sino dos ¡Dos bastardos que su señor esposo esperaba que-! En realidad no sabía que esperaba ¿Qué ella los tratase como una madre?¿Pretender que se mantuviese callada mientras ellos se criaban junto a su hijo?¡No, jamás lo permitiría!
Pero no era decisión suya, se dio cuenta derrotada, cuando su señor marido no tuvo más paciencia con ella y le dejó bien claro que esos dos bastardos permanecerían en su casa, ella era la esposa no la señora de esa casa o podía serlo, pero no por encima de su marido, nunca por encima de él.
Esa noche permaneció sola en su habitación, llorando silenciosamente, lágrimas de vergüenza e irá.
Entonces se acordó.
Su hijo aún estaba en la habitación de los bastardo y ella por lo menos tenía el derecho de exigir que su niño tuviese una habitación para él sólo y hasta que estuviese lista, como le había dicho a los criados cuantos se levantó de la cama, Robb se quedaría con ella, hasta que eso ocurriese.
Así pues ella misma se dirigió al cuarto del otro lado de pasillo, justo al lado de la habitación de su marido, y allí entró, decidida a no dar ni sí quiera una mirada a los dos bastardos.
La cuna de su hijo la averiguó rápidamente y cuando ya lo sostenía en brazos, aún dormido tranquilamente, no pudo evitar la curiosidad que le carcomía y con paso vacilante y dudoso se paró delante de la única otra cuna en el cuarto, que se llenaba de penumbra, menos por las velas que se encendían a cada lado del dormitorio, las dos puestas en muebles que guardaban seguramente ropa y otros utensilios en sus cajones.
Allí vislumbro dos cuerpos, uno al lado del otro, muy cerca, tanto que sabía que eran los niños los que se habían movido en medio del sueño para acortar las distancias.
Eran dos bebés más pequeños que Robb, con pelo oscuro, del mismo color que su señor esposó, lo que le sentó como un puñetazo en el estómago, era como una victoria para los bastardos que no había tenido su hijo. Ella sabía que se parecerían más a su padre que su propio primogénito, por lo menos, en el cabello.
Y una rabia infinita la recorrió cuando el niño, ya que sabía que eran un niño y una niña, abrió los ojos, porque eran de color gris, lo podía ver claramente frente a la luz tenue de las velas, él se parecía más a Ned que el hijo que ella le había dado, era una copia suya y eso le sentó infinitamente mal.
Estaba a punto de irse con la mandíbula apretada y más lágrimas de odio y rabia, cuando la niña también abrió los ojos.
Pero no era lo que había estado esperando ver, no eran pupilas del color del acero o incluso de la plata y eso la sorprendió enormemente, aunque supuso que eso podía reducir mucho la lista hasta sólo una persona, lo que tenía sentido, pues había oído que su señor marido había ido allí, para entregar a su hermano herido, que se había salvado por bien poco, en la torre de la alegría.
La rabia que sintió por esos dos mellizos bastardos fue inmensa en ese instante. Y se alejó con paso firme, sin mirar atrás, esperando que desapareciesen por algún milagro.
No lo hicieron, sin embargo, porque pudo sentir los dos pares de ojos siguiéndola hasta la salida.
Los del bastardo y la bastarda, unos grises y los otros morados.
No, no ha sido un error, Arthur Dayne sigue vivo, es importante para mi fic.
Gracias por leerlo y hasta la proxima :3
