Se expergefacio
Irene soltó su espada, hecho sin precedente en la memoria de Priscilla, a pesar de que su mente se había perdido y pronto dejarían de importarle nimiedades semejantes. Caminó hacia ella y como aún tenía la sangre del yoma de la Media Sonrisa molestándole en las manos y el pecho, sin contar que no veía nada de malo en una felicitación (y cuando terminara de palmearle el hombro, por ejemplo, le pediría algunas vísceras como parte del reconocimiento), la esperó. Entonces Irene saltó sobre ella y el calor se tragó las formas teñidas de rojo.
-¿Todavía no despierta? –Noel, demandante, quizás sentada un par de metros por detrás, mirándole con aburrimiento, con el codo sobre la empuñadura de la espada enterrada. Así suena cuando ha esperado mucho y una vez que acaba de ordenar sus pensamientos, Priscilla siente pena, vergüenza por quedarse dormida.
-Están tan cerca que parecen amantes.-Divertida, insinuante. Sophia, con la espada en su funda, las manos en la espalda y el pecho hinchado, con aire y orgullo. Entonces se da cuenta de dónde viene el calor que siente. Esa presencia que ya conoce, que le ha colmado tanto que le sonroja.
