RESUMEN COMPLETO:

Un buen día Temari empezó a vestir un kimono negro, pero ¿por qué?

Tras una dura batalla, Shikamaru queda gravemente herido y no es capaz de reconocer los rostros de quienes le rodean; depende por completo de pequeños trucos visuales, como la vestimenta.

Finalmente, ambos se darán cuenta de que no es un mero kimono lo que le permite a Shikamaru reconocer a Temari. No cuando está tan cerca, al menos.

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NOTA:

¡Hola! Este es mi primer fanfic ShikaTema, pese a que la pareja hace mucho tiempo que me gusta, y eso ha sido gracias a BySaira, cuyo aliento y escritos me han inspirado a lanzarme a la piscina y finalmente atreverme con esta bonita pareja. ¡Gracias, nena!

Llegados a este punto, solo puedo desear que os guste (cruza los dedos).

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CAPÍTULO 1

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El enemigo finalmente los alcanzó. Decidieron que era momento de plantarles cara. Lo ideal hubiese sido llegar hasta el Valle del Fin, donde podrían haber escondido de forma segura el rollo con información confidencial que había sido robado de Konoha días atrás y, así, luchar sin miedo a que el enemigo se hiciera con él durante la batalla. Sin embargo, aquellos shinobi del Sonido eran extremadamente veloces y no tardaron en darles alcance. Shikamaru chasqueó la lengua; si pudiera elegir a sus enemigos, Sonido y Arena serían los últimos contra los que le gustaría luchar, pero en especial Sonido. Ambas aldeas compartían cierto salvajismo en la batalla, pero los del Sonido eran ratas manipuladoras que atacaban por la espalda y carecían de honor y elegancia alguno, mientras que los de la Arena, no.

Tanto los de la Hoja como los del Sonido sabían que se había terminado el juego del gato y el ratón, y detuvieron la persecución. Parados sobre gruesas ramas de árboles, los dos equipos de tres se examinaron mutuamente con detenimiento. Tres hombres completamente idénticos conformaban el equipo enemigos: la única forma de diferenciarlos era por la forma en la que tapaban el rostro. Uno, llevaba las orejas completamente cubiertas; otro, la nariz y el rostro por completo mediante una máscara; el último llevaba todo el rostro cubierto por completo a excepción de los oídos, como si fuera una máscara de esgrima. ¿Qué eran: los monos del WhatsApp?

Shikamaru chasqueó la lengua. Tenía que dejar de salir tanto con Kankuro, empezaba a pegársele su sentido del humor absurdo.

De un momento a otro, los tres ninjas del Sonido se lanzaron sobre ellos. Si en las distancias medias y largas le habían parecido veloces, en las cortas eran extremos, pensó Shikamaru mientras esquivaba casi por milagro los ataques. Se detuvo un segundo para ser consciente de dónde estaban Ino y Chouji y casi le cuesta un kunai en el ojo. Aquellos tres no daban ningún tipo de tregua; Ino y Chouji, como él, también estaban teniendo problemas. Los del Sonido no les daban cuartel, y la formación InoShikaCho no tenía siquiera tiempo para reagruparse. Shikamaru empezó a preocuparse.

El Nara esquivaba los golpes y kunais con precisión y mucha suerte, pero pronto se puso a pensar. Le costó varios golpes poder mantener una concentración mínima que le permitiera hilar pensamientos con cierta coherencia, pero lo logró, y decidió que el miembro más débil del sonido sería, con seguridad, el que más protecciones llevara, y este era el del rostro completamente tapado, por ende.

Buscó con la mirada a sus compañeros, que parecieron leerle la mente, y a los pocos minutos, Chouji había mandado a volar al de los audífonos e Ino había logrado herir al de la máscara recubriendo su mano de chakra sanador, utilizando su propia mano como bisturí.

Se reagruparon y se dispusieron a luchar en equipo. Con fuerza y tenacidad, el InoShikaCho logró hacer frente a los del Sonido, como siempre, apoyándose los unos a los otros, supliendo las carencias del resto del equipo, complementándose a la perfección. Por fin, Ino logró meterse en la mente del de los audífonos, a quien manipuló para atacar por la espalda al de la máscara de medio rostro, que se desplomó completamente inconsciente y, a continuación, le obligó a quitarse aquellos cascos que protegían sus oídos justo al tiempo que Chouji resquebrajaba el suelo de un solo golpe demoledor con un puño gigantesco. La tierra partiéndose provocó el suficiente ruido como para que aquellos oídos tan sensibles que necesitaban de protección quedaran completamente adoloridos; su usuario cayó al suelo por el incipiente dolor, agarrándose la cabeza y sin apenas poder moverse. Shikamaru decidió darle el golpe de gracia. Así, solo quedaría el miembro más fuerte del equipo enemigo, que una vez desprovisto de sus compañeros y contra tres ninjas experimentados, quizás no fuera tan invencible como podría parecerlo a simple vista.

Sin embargo, algo pasó que, un momento corría hacia el ninja caído para rematarlo y, al otro, algo lo golpeó de lleno en la espalda con tal fuerza que lo lanzó varios metros en el aire. Se quedó sin respiración en los pulmones y le falló el equilibrio y, en lugar de poder encontrar alguna forma de poder retomar el control de su cuerpo y aterrizar, solo pudo sentir su cuerpo golpear con dureza sobre el recio suelo como un tambor.

—¡Shikamaru!— escuchó la voz de Ino llamarlo a gritos a lo lejos. Quiso girarse, salir corriendo en auxilio de su compañera y partirle el cráneo a quien la hubiera hecho gritar con tata congoja, pero en cuanto sus huesos temblaron bajo la sacudida de un segundo golpe, el morocho lo entendió, que Ino no gritó de miedo por ella, sino por él. ¿Cómo se vería desde los ojos ajenos?, se preguntó, mientras sentía el mundo ponerse del revés y sus pensamientos quebrarse ante una nueva sacudida, pero la oscuridad fue nublando sus ojos y pensamientos.

Chouji se interpuso, ejerciendo todo su poder, entre él y su enemigo ante la nueva embestida que este último pretendía. Shikamaru quiso gritar. Quiso levantarse de nuevo y luchar, ponerse en pie por sus queridos amigos. Quiso interponerse él entre aquél monstruo y el corazón de oro de Chouji y la candidez de Ino. Pero no pudo.

Lo último que vio fueron un par de alas que bien podrían haber sido pintadas con los azules más brillantes de la aurora boreal.

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Temari sentía como si su pecho se hubiera hundido sobre las costillas, como si estuviera abollada; como si un pedazo de metal pesado y encorvado se hubiese apoyado sobre sus pulmones, aplastándolos, impidiendo que pudiera respirar con normalidad. Sentía su propia respiración errática. Exhalaba e inhalaba a pequeñas porciones, rápido y suave, siempre tratando de mantener la compostura ante los ninja que, junto a ella, esperaban a que Sakura saliese de la sala de operaciones donde Shikamaru bien podría estar batallando por su vida.

Lo había visto. Había estado cruzando el portón de Konoha cuando, de pronto, se escucharon estruendosas voces que pedían ayuda a gritos mientras corrían apresurados hacia la aldea. Y lo vio. Tanto Temari como Izumo y Kotetsu, que vigilaban la entrada de la ciudad, se quedaron de piedra al ver sobre la espalda de Chouji a un Shikamaru prácticamente destrozado que sangraba por todas partes como si fuera un muñeco roto.

Los chunnin reaccionaron con presteza, haciendo reaccionar a la rubia de ojos oceánicos. Izumo fue a avisar al Sexto de lo ocurrido. Temari y Kotetsu se encargaron de llevar al InoShikaCho al hospital. La de la Arena desplegó su abanico y, dejando el cuerpo inconsciente y casi cadavérico de Shikamaru sobre su arma predilecta con delicadeza inaudita, voló hasta el centro médico, no sin antes prometerles a Ino y Chouji que se encargaría personalmente de que fuera atendido por Sakura. Al igual que los compañeros de Shikamaru, Temari solo era capaz de confiar la vida del morocho a la Haruno. Temari había visto el milagro que logró obrar Sakura sobre Kankuro, ahuyentando las frías y huesudas manos de la Muerte de su hermano, extrayendo con firmeza y tesón aquél veneno que casi le cuesta la vida a uno de sus dos soles. Lo único que pedía Temari, lo único en lo que se permitió pensar durante las agonizantes horas que llevaba sentada en aquella horrible silla, era que por favor, por favor, solo una vez más, que Sakura Haruno fuera capaz de obrar un milagro más; solo uno más. Con eso sería feliz.

—Kakashi-sama, Iruka-sensei...— dijo la voz de Ten Ten, que se encontraba sentada a su lado. Temari levantó la mirada. Los dos adultos analizaron la estancia con detenimiento y, finalmente, se miraron entre sí. Parecía que habían llegado a una misma conclusión. Pero ¿cuál? Daba igual. A Temari no le importaba lo que aquellos dos hombres pudieran traerse entre manos. No podía pensar con claridad.

Iruka y Kakashi observaron a todos los ocupantes de la sala de espera. Todos los equipos habían acudido raudos al hospital en cuanto se enteraron de lo ocurrido. Y, aunque los dos shinobi se sentían orgullosos de haber sido maestros de una generación de ninjas así, también comprendían que no se podía estar colapsando la sala de esperas.

—Hace un momento, Ino y Chouji han salido de Urgencias. Chouji pasará unos días en Cuidados Intensivos, pero Ino ya está de vuelta en casa... No os preocupéis, Sai la ha acompañado...— dijo guiñando un ojo el Sexto Hokage, que se ganó una pequeña sonrisa por parte de los presentes. Iruka negó divertido con la cabeza por las artimañas del albino; ni con todos los años que habían pasado ya dejaría de ser jamás un entrometido. Por otro lado, por todos era sabido que la Yamanaka y Sai andaban el uno detrás del otro desde hacía ya tiempo. Que el Hokage se dedicara a jugar a la alcahueta, por tanto, podía ser considerado una acción en pro del bien social, ¿no? Al fin y al cabo, no se puede tener a dos importantes efectivos andando completamente distraídos por ahí; mejor atajar y darles tiempo juntos para que de una vez por todas solucionaran esa tensión que había siempre alrededor de ellos.

—En todo caso— habló Iruka— no podéis estar todos aquí; estáis empezando a poner nerviosos a los residentes y al personal... Tantos ninjas fuertes rodeados de semejante aura de depresión... Ponéis los pelos de punta, chicos— trató de bromear un poco el castaño.— Vamos, vamos, Sakura-chan es una gran médico, y está rodeada de un equipo increíble; nadie en esa sala de operaciones permitirá que le pase nada a Shikamaru. Así que iros a casa, que aquí no podéis hacer nada. Descansad. Kakashi-sama y yo estaremos pendientes de cualquier novedad para hacérosla llegar de inmediato.

Sonrisa suave, mirada cálida, voz sosegada y palabras de comprensión. Temari reconoció a Iruka como una persona semejante a lo que había sido su madre... Sintió envidia de Naruto. Si alguien como aquel chunnin hubiera estado junto a ella y sus hermanos, estaba segura de que Gaara jamás habría estado a punto de convertirse en un monstruo. Sin embargo, era por esa persona, por Iruka, que Naruto había sido capaz de conocer el amor de un padre, como el propio rubio confesó una vez. Era por él que, según el propio Naruto, él había empezado a creer en sí mismo. A ese hombre de rostro cruzado, Temari le debía que un buen día, años atrás, un enano rubio le destrozara la carcasa a su hermano pequeño y le inyectara fe en su maltrecho corazón.

Los ocupantes de la sala se fueron dispersando, aunque no sin protestas. Estas, sin embargo, no fueran demasiado ni tampoco muy ruidosas; entendían que los mayores tenían razón. La única que se quedó fue Temari. Kakashi e Iruka la miraron con algo de pena.

—Siento que tu primer día como enlace entre Suna y Konoha haya empezado de forma tan horrible, Temari...— se disculpó el Hokage. Temari negó levemente con la cabeza.

—Está bien, nadie podía prever lo que pasaría... En cierto modo, me alegro de haber llegado justo en ese momento; al menos, he sido capaz de ayudar...— dijo con tono severo. Una mano se apoyó en su hombro, estrujándolo levemente en señal de apoyo y comprensión; era Iruka, que se había arrodillado frente a ella para estar a su altura, como si fuera a hablarle a un niño.

—Has sido de ayuda...— le confirmó mirándole directamente a los ojos. Y Temari sintió las cuencas de sus ojos llenarse de lágrimas. No lloraría. No se lo permitiría. Era una shinobi, una guerrera de la Arena. El desierto la había curtido; las desgracias, el miedo y el dolor la habían endurecido; no iba a llorar por un estúpido vago herido. Pero allí estaba, agarrándose la falda con las manos hechas puños y sintiendo su cuerpo temblar.

—¿Se sabe algo del que le hizo... eso?— Preguntó con voz extraña. Rabia. Sí. Mejor la rabia que la tristeza o la desesperación. Con ese pensamiento en mente fue capaz de controlar las lágrimas y mirar de frente al moreno, que simplemente suspiró al ver el muro que la kunoichi de la Arena armó a su alrededor. Iruka miró hacia atrás. Kakashi le devolvió la mirada por un segundo, pero rápidamente volvió a centrar su atención en Temari. Iruka se puso de pie nuevamente tras un segundo suspiro.

—Muerto... Envié un equipo de inspección a la zona. En efecto, Chouji e Ino lograron darle muerte. Al parecer, el tipo había perdido demasiada energía con Shikamaru. Debió pensar que Ino y Chouji no serían difíciles contrincantes sin la ayuda de Shikamaru, y centró toda su energía en él. Para cuando los otros dos se hicieron cargo de él, no tuvo nada que hacer; estaba demasiado débil...

—Pensó que, destrozando la pieza central de la formación InoShikaCho, los otros dos miembros del equipo no serían problema...— comprendió Temari. Kakashi asintió.

La rubia asintió conforme. Si ese bastardo siguiera con vida, habría tenido que ir tras él y darle caza como el animal que era. Pero eso hubiera supuesto marcharse y dejar a Shikamaru durante lo que posiblemente hubieran sido días de rastreo. Ahora podía concentrarse en el bienestar de Shikamaru.

Kankuro se había burlado de ella sin cesar en cuanto comprendió los sentimientos de su hermana; el motivo por el cual la nostalgia que le producía dejar atrás su ciudad natal no llegaba a ser dolorosa. Gaara no participó en las bobadas del mediano de los hermanos, como de costumbre; él se limitó a observarla con una sonrisa ladina y una ceja arqueada. Ambos sabían que, de un tiempo a esta parte, el corazón de su hermana se componía ya no solo de arena, sino ahora también de serpenteantes sombras. Y la habían dejado marchar. La dejaron marchar porque, en primer lugar, solo podían confiar en Temari para poder mantener relaciones exitosas con la Hoja, porque solo ella tenía un espíritu tan comprometido con la paz y los lazos entre naciones como Gaara, pero, en segundo lugar, porque sus hermanos sabían que Temari debía resolver sus propios asuntos por sí misma. Siempre había sido así. Sus hermanos sabían que, llegado el momento, Temari podría recurrir a ellos, volver, regresar... Pero Temari era en cierto modo como la arena del desierto; no podían pretender que se mantuviera quieta, en el mismo lugar, imperturbable y eterna para siempre. No, Sabaku no Temari se movía a su propio compás, y pobre de aquél que se interpusiera en su camino. Era mejor permitirle marchar, a que ella te obligara a apartarte... Y por las malas, siempre por las malas; Kankuro tenía varios chichones y un par de sartenes abolladas que verificaban su versión de los hechos.

Kakashi observó a la joven destensar levemente los hombros, aunque su postura seguía siendo recta. Entrecerró los ojos, astuto. Así que no solo el estúpido de Naruto y el cara-mármol de Sai habían descubierto el amor, ¿eh?

—Bueno, si tanto te preocupa, siempre puedes hacerle compañía en cuanto lo pasen a la habitación...

Temari, de pronto, se pudo roja como un tomate. Levantó la vista y, con gran nerviosismo y muchos sonrojos, trató de que el Hokage no interpretara sus acciones de forma correcta. Porque aquél albino podría haber dicho aquello con voz relajada y hasta condescendiente, pero la sonrisa que se dejaba ver a través de la máscara era una maliciosa, y esa mirada canturreaba desde lo alto del monumento a los Hokages «lo sé, lo sé, lo sé; lo sé y estoy taaaaan aburrido que os voy a convertir a tu secretito y a ti en mi nuevo juguetito». Iruka se llevó una mano a la frente con gesto de resignación. De verdad que...

—¡Por el amor de Dios, Kakashi-sama, es el Hokage! ¡Deje de jugar a la alcahueta y actúe como tal!

—Solo el día que dejes de lado las formalidades, Iruka-sensei — le espetó totalmente divertido. El profesor se sonrojó furiosamente y empezó a elucubrar mil excusas para seguir empleando el «-sama». Tras unos segundos, Kakashi se giró hacia Temari mientras el sensei seguía parloteando de los miles de motivos por los que no podía hacer aquello.

—Cualquiera diría que es nuevo en la aldea, ¿verdad?— le guiñó un ojo a la rubia. Acto seguido, se esfumó en una nube de humo. Iruka se percató de la huida del Hokage y gritando «¡Ay, no! ¡Otra vez, no!» salió corriendo en su busca. Fue entonces que Temari recordó lo que Kankuro alguna vez le mencionó. Tras la marcha de Shizune, que había decidido seguir viajando con Tsunade, miles de asistentes habían renunciado a trabajar con Kakashi, ya que al parecer era un pervertido que andaba leyendo porno en público y elucubrando excusas, cada cual más estúpida que la anterior, para llegar tarde a los sitios o no hacer su trabajo. Eso cuando no enviaba clones en su lugar, claro. Un buen día, Iruka-sensei se quedó a ayudar y, finalmente, Kakashi encontró la horma de su zapato. Desde entonces, y si no recordaba mal, Iruka había cambiado su trabajo en la Oficina de Misiones durante las tardes por el de asistente del Hokage. Al menos, mientras se preparaba para la prueba que, si superaba, le permitiría ser el director de la Academia ninja.

Temari suspiró. Al menos, el numerito de esos dos la había relajado un poco... Aunque tendría que hacer algo con ese Hokage listillo, porque si decía algo remotamente parecido delante de Shikamaru, Temari se moría de la vergüenza.

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Unas horas más tarde, Sakura apareció por la puerta. Tenía la tez aún más pálida que de costumbre y unas enormes ojeras decoraban sus preciosos ojos, ahora enrojecidos por la falta de sueño y el esfuerzo realizado. Su aspecto denotaba lo extenuada que debía sentirse. Temari se levantó y fue hasta ella. No pudo evitar el impulso de llevar una mano hasta la espalda baja de la otra, ofreciéndole un apoyo, y es que la pelirrosa parecía estar a punto de desmayarse allí mismo. Un par de jades la miraron con gratitud, y Temari sintió a la doctora apoyar un poco su peso en ella, pero fue a penas un segundo, porque en seguida la Haruno recuperó la compostura. Aun así, Temari no se alejó ni un paso; desconfiada de la fuerza que la otra denotaba pese a las circunstancias.

—Shikamaru está fuera de peligro... pero...

—Pero ¿qué?— preguntó preocupada la rubia, tras unos segundos de silencio. Sakura la miró dubitativamente. Se relamió los labios secos y con la voz un poco ronca por todas las horas que llevaba en silencio, trabajando de forma diligente, se dispuso a hablar.

—Si la operación ha tardado tanto, es porque hemos encontrado ciertos daños cerebrales... Fue muy duro, Temari. Los golpes del cuerpo ya eran graves, pero las contusiones en su cabeza... En todo caso, alarmarse no servirá de nada hasta que despierte. El cerebro es un órgano extraño; es muy frágil, pero al mismo tiempo muy poderoso... Puede que no haya secuelas mentales ni psicomotrices, así que no nos preocupemos antes de tiempo...

Temari se quedó fría, pero asintió. Solo quedaba eso: esperar. No rezaría. Ya lo había hecho para que Sakura pudiera obrar un último milagro para ella; sería egoísta hacerlo de nuevo y ocupar a los dioses con sus deseos personales. Ahora dependía de Shikamaru despertar y estar bien.

Sakura la acompañó hasta la habitación en la que habían instalado al heredero del clan Nara. Una vez allí, observó a Temari pararse en seco en la puerta; su espalda completamente tensa y sus facciones rígidas, pero sus hombros temblando levemente, casi de forma imperceptible. Sin atreverse a mirar mucho más, Temari se dirigió hasta uno de los pequeños pero cómodos sillones que había en la estancia y se sentó en él.

Sakura sonrió. Si solo ella tuviera a alguien que demostrara tanto afecto por ella. Sintió envidia de Shikamaru. Porque la relación que éste tenía con Temari era justo lo opuesta a la suya con Sasuke. Entre Shikamaru y Temari nunca había habido declaraciones de amor infantiles y egoístas, tampoco palabras de desprecio hirientes; nunca había habido miradas de superioridad, tampoco de sumisión. Se peleaban, se hablaban, paseaban, interactuaban... Y alguna que otra vez, si te fijabas bien, podías ver a alguno de los dos demasiado inclinado sobre el espacio personal del otro. Otras, se quedaban mirándose demasiados segundos. Sí, Sakura sintió envidia, pero entonces recordó que fue su corazón quien decidió volar por un amor no correspondido, primero frío y ahora silencioso.

Sonrió sutilmente, aunque con cariño, mientras se llevaba una mano sobre el pecho. El suyo podía ser un corazón herido y maltrecho, pero aún latía. Ya no era una niña, ya no creía en los romances perfectos ni en los príncipes azules. Su corazón tampoco retumbaba con la misma fuerza que antaño; ahora era un amor maduro, de los que aprenden a esperar y no se desbocan sobre el precipicio al más mínimo indicio de respuesta por la otra parte. Sakura sabía que nunca tendría el amor de Sasuke, solo su cariño y su lealtad, a lo sumo. Pero se conformaba con eso; ya no deseaba nada más de él; no se sentía con fuerzas suficientes para exigir de él lo que veía en Temari para con Shikamaru. A pesar de todo, sabía apreciar la belleza de unos ojos cristalizados por alegría y emoción, como los que Temari solía tener cuando Shikamaru rondaba cerca; lo sabía apreciar porque ella alguna vez miró así.

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Sus ojos dolían... ¡Oh, Dios! ¡Si sus ojos fueran lo único que le doliera, sería el hombre más feliz del mundo!, pensó Shikamaru al recuperar la conciencia.

Gruñó de forma casi salvaje al notar la tirantez y el escozor recorrerle toda la piel y, al instante, había alguien inclinado sobre su cama. Una bella joven de cabello rubio y sedoso y con los ojos más bonitos y profundos que hubiera visto jamás, le miraba con preocupación reflejada en todas y cada una de sus delicadas facciones.

—¿Estás loco? ¡No hagas esfuerzos! ¡Llevas una semana en cama, no puedes levantarte así como así...!— le dijo ella, ayudándole a acomodarse una vez más en la cama. Él la miró, extrañado. Esa voz... Y ese pelo... Y aunque no estuviera seguro porque no era la misma ropa con la que la había visto la última vez, ese estilo se parecía demasiado al de ella...

—¿Temari?— preguntó Shikamaru con voz grave y rasposa por la anestesia.

—¿Sí?

—...

—¿Shikamaru?— le llamó ella, interrogante, ante el silencio del otro. Shikamaru la volvió a observar con detenimiento. Hacía un segundo que la había visto, y sabía que, por tanto, era la misma persona. Y, sin embargo, no era capaz de recordar las facciones de esa persona que sería capaz de reconocer a kilómetros. Algo en su pecho tembló. Miedo, pensó Shikamaru. Miedo porque no era capaz de recordar ni por tres segundos consecutivos esos ojos que él pensaba sería capaz de reconocer en cualquier lugar, en cualquier vida.

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—Se llama Prosopagnosia— les dijo Sakura—. También conocida como «ceguera de rostros», es un trastorno cognitivo por el cual aquél que la sufre es incapaz de reconocer rostros familiares... Ni siquiera el suyo propio... — explicó Sakura.

Todos se habían quedado muy preocupados al enterarse de que Shikamaru no era capaz de reconocer a nadie, ni siquiera a sí mismo, cuando le dieron un espejo. Pero Sakura llegó al rescate y calmó las aguas cuando se dio cuenta de que, pese a no reconocer rostros, el Nara sí que reconocía tonos de voz, peinados y vestimentas, cosas que, según le había explicado una vez Tsunade, utilizaban los que padecían dicho trastorno como trucos para identificar a las personas que los rodeaban.

—¿No afecta a nada más?— preguntó Ino, de pie junto a Shikamaru, que aún no tenía permiso para abandonar la cama (bueno, ni permiso ni fuerzas), y prácticamente escoltada por Sai, que no se había separado de ella en ningún momento.— Quiero decir, ¿será capaz de reconocer objetos y direcciones, nombres y jutsus?

Sakura asintió.

—No tenéis que preocuparos por eso. No es una pérdida de memoria, así que no afecta a los recuerdos, si no a la capacidad del cerebro de identificar facciones. Eso sí, puede que tengas dificultades con ciertos colores o que sufras de daltonismo o tengas dificultades para diferenciar ciertas tonalidades; no te preocupes, es algo que puede ir ligado a este tipo de trastornos.— explicó la pelirrosa— Y ahora, Shikamaru debe descansar. Podéis estar aquí unos minutos, pero recordad que no puede haber tanta gente en una sola habitación, ¿vale, chicos?— les sonrió a todos. Sakura se despidió, guiñándole de forma sutil el ojo a Shikamaru y Temari mientras se giraba para dirigirse a la puerta y seguir con su ronda. El gesto pasó inadvertido para todos, excepto para Ino, que no pudo evitar sonreír al ver el incipiente sonrojo que tiñó las mejillas de su compañero de equipo y de la kunoichi de la Arena. No, si las artimañas de Kakashi al final se iban a heredar...

Al cabo de un cuarto de hora, Shikamaru empezó a sentirse muy cansado, seguramente a causa de los medicamentos para el dolor. Sakura había hecho un gran trabajo, debía reconocerlo, porque, gracias a Dios, Shikamaru ya no parecía una vasija quebrada, con la piel partida por varios lugares, pero el daño interno aún seguía sanando, igual que las heridas continuaban abiertas pese a las costuras médicas.

Los chicos empezaron a marcharse. Temari no estaba muy segura de cómo proceder. ¿Qué debía hacer: quedarse o marcharse? En ambos casos estaría presuponiendo la voluntad de Shikamaru sin tener en cuenta su opinión, pero, en el primero, quizás Temari se estuviera exponiendo demasiado. Shikamaru y ella tenían una relación extraña; eran cercanos y se tenían confianza, podían bromear de cualquier cosa, disfrutaban entrenando juntos, se compenetraban en la batalla, hablaban de todo y podían compartir silencios confortables y, aun así, no podían evitar sentir la piel temblar cada vez que, al pasear, sus manos se rozaban sin querer, o dedicarse sonrisas cómplices o miradas tímidas... Temari sabía que el latido de su corazón se asemejaba a un trueno cada vez que Shikamaru le dedicaba una sonrisa o la tocaba de forma casual, incluso había tenido la paranoia de que el morocho, a veces, pronunciaba su nombre de forma lenta, como saboreando cada sílaba. Temari era consciente de sus sentimientos por Shikamaru, ya era mayorcita como para andar negándose cosas a sí misma, y más aún siendo consciente de lo corta que suele ser la media de vida de los shinobi. Pero, ¿qué sentiría Shikamaru?

El Nara percibió la inquietud de aquella mujer de ropajes violetas, que ahora sabía era Temari, aunque solo por deducción. Dios, odiaba a horrores no ser capaz de reconocer a la única persona capaz de hacer que su mundo girara más deprisa de lo habitual, haciéndolo más interesante y divertido, lleno de rompecabezas que resolver. Shikamaru la llamaba «problemática», pero lo cierto era que solo utilizaba su característico «mendokusai» para referirse a Temari porque miedo le daba ponerle nombre a lo que sentía por la rubia y que ella no le devolviera su sentir; miedo le daba que Temari no fuera capaz de percibir la deliciosa lentitud con la que saboreaba cada sílaba de su nombre cuando ella hacía algo demasiado adorable y o bien no se daba cuenta o bien se negaba a admitir los hechos.

Con un suave movimiento, Temari giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. No, debía ser precavida y no dejarse llevar; no podía ser tan ingenua como para llevar el corazón bajo la manga o terminaría herida. Había pasado la semana que Shikamaru estuvo inconsciente junto a él. Ino y Chouji estaban demasiado débiles como para andar haciendo guardias nocturnas, y el resto tenía misiones que atender, por lo que se dio a sí misma la tarea de perro guardián. Pero eso había sido mientras Shikamaru no era consciente de su presencia ni de su preocupada mirada constantemente centrada sobre su pálido rostro y las vendas de su cabeza.

—Quédate...— susurró aquella voz ronca desde la cama. Y Temari no necesitó nada más para detener su caminar justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta. Una pequeña sonrisa afloró sobre sus labios mientras cerraba la puerta corredera de la habitación. De nueva cuenta, volvió sobre sus pasos y se sentó una vez más en aquél pequeño sillón.

Shikamaru la observó detenidamente y, con una extraña sensación en el pecho, no pudo evitar que gruesas lágrimas se agolparan en las cuencas de sus ojos. Temari, preocupada, se levantó del sillón, pese a que estaba a medio metro de la cama, necesitando de cercanía, como si así pudiera tranquilizar al Nara.

—Ey, ¿qué pasa...?— preguntó un tanto alterada por verlo al borde de un leve sollozo. Shikamaru trató de alcanzar la mano de ella con la suya propia, pero las fuerzas aun le flaqueaban y su acción quedó en un mísero intento. Temari se sentó en la cama y tomó la mano de él con la suya, entrelazando los dedos con delicadeza, sintiendo el áspero tacto de las vendas que envolvían las heridas falanges. Con la otra mano, acarició con ternura el rostro de Shikamaru. –No te preocupes, estoy aquí...— trató de consolarlo.

—No te reconozco...— dijo por fin el morocho con la voz rota y casi falta de oxígeno por querer aguantar el llanto. Y a Temari se le partió el alma hasta tal punto que no pudo evitar abrazarlo.

—Shhh, estoy aquí...

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CONTINUARÁ...

NOTA FINAL:

Efectivamente, la Propopagnosia existe. No creáis que me la he sacado de la manga, ¿eh? xD